Editorial Eróstanus C.A.

Editorial Eróstanus presenta en este blog la producción literaria de Andrés Simón Moreno Arreche. Cada uno de los relatos, poemas, cuentos y novelas poseen depósito legal, ISBN y radicación internacional a través del Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual de Venezuela (www.sapi.org.ve) y además están registrados en Safe CREATIVE. Es inaceptable la reproducción parcial o total de los textos posteados, sin la formal autorización de la casa editorial y del autor.

Bienvenidos

Bienvenido a mi blog "Las Narraciones de Eróstanus". Aquí podrás encontrar relatos breves, que hallarás agrupados en el mes de noviembre 2010, y 22 capítulos de la novela "El Ocaso de los Tulipanes", colgados en orden decreciente en el link del mes de diciembre 2010.

Los relatos breves, la gran mayoría de menos de 2.000 palabras, a excepción de tres, fueron publicados en una compilación en el año 2008 con el título "Relatos Para Contárselos A La Muerte"(ISBN 978-980-12-3162-2). Una segunda edición está en la imprenta de la casa Editorial Eróstanus C.A. patrocinadora de este blog.

La novela "El Ocaso De Los Tulipanes" es una narración de largo aliento. Se trata de 23 capítulos (22 de ellos colgados aquí) en los que se desarrolla una trama compleja que expone al lector las aparentemente imposibles, pero muy reales asociaciones entre las insurgencias latinoamericanas, el terrorismo internacional y los avatares de un presuntamente próximo cisma de la Iglesia Católica romana.
La primera parte comprende los 5 primeros capítulos. En ellos, la aparición de 'El Ángel de la Palabra' (Adonay Jinnú) antecede al inicio de una gran cruzada de concienciación mundial.
La segunda parte ('Los presagios de la Trinitaria Blanca') la integran tres intensos capítulos en los que Bianca, K'bar y muchos otros personajes del primer capítulo colocan al lector en una vorágine de eventos que se desarrollan en Europa, África y Oriente Medio.
Cierra la novela con los acontecimientos que desencadenará un tenebroso y escurridizo personaje, Absalón, su discípulo (Ehud Weizman) y los mercenarios de éste. Bogotá, Tierra Santa y los Montes vascos de Irún son los escenarios del desenlace de una historia densa, rica en personajes y ambientes, y apasionante de comienzo a fin.

Siéntate en tu butaca preferida y ponte cómodo para sumergirte en mis relatos y en mi novela. Sé bienvenido a mi mundo.

Andrés Simón Moreno Arreche

viernes, 3 de diciembre de 2010

CAP 12 - El Ocaso de los Tulipanes / Sangre, fervor y lágrimas

El incidente en la estación Haran El Motuhar, en Teherán, fue la prueba de que algo grande se estaba preparando. Antes de Haran El Motuhar hubo sospechas de que una anti jihad se estaba gestando en pequeños grupos radicales y ultra conservadores de Occidente, pero el alto grado de planificación comparado con la baja calidad del explosivo transformó las suposiciones en una teoría comprobable tarde o temprano y en algún momento del incierto futuro se podría dar con los autores de aquellos atentados, porque en el negocio terrorista siempre se deja una estela en medio de la crisis, aunque la espera sea lo peor del seguimiento. El artefacto no estalló en el momento programado, sino diez horas después, cuando la densidad de pasajeros había disminuido. Varios relojes de las víctimas confirmaron la hora, y lo mismo ocurrió a la salida del palacio de Molestan y en el monumento Azudi, en las afueras de Teherán. No hubo coordinación ni aviso previo como en las bombas que incendiaron varios autos a la entrada de la mezquita del Gran Bazar, entre esos el BMW de un alto funcionario iraquí que estaba de visita con el propósito de vender un lote de cinco mil fusiles AK-47 a los muyahidines locales. Tampoco fue anunciado ni reivindicado el sobre bomba enviado a los Mulá que organizaban un encuentro de jóvenes en Egipto y que causó la muerte de treinta y cinco fieles que llevaban a sus hijos a la madraza de la mezquita de Al Haggag de Abu. Tampoco hubo notificación previa en Palestina cuando una bomba estalló dentro de un contenedor de basura frente a un banco suizo. Tan sólo la explosión en Marruecos fue notificada previamente, pero no con suficiente tiempo para ubicarla en el zoco del bazar de Jema El Fna, la plaza de las mil hogueras. El artefacto explosionó a veinte metros de la rábida de La Kotoubia y así, la “mezquita de los tintoreros” se tiñó con la sangre de fieles y turistas.

Pero la vida a las nueve de la mañana en el lujoso y refinado sector Doggi, frente al Nilo, era muy diferente a las otras nueve de la misma mañana que se vivían diariamente en El Cairo. Ése era un exclusivo barrio diplomático, tan cerca pero tan alejado del bullicio y del fragor cotidiano de la vida egipcia, que bien pudiera estar enclavado en cualquier ciudad europea, a no ser por la proximidad del puente Sayyida Zaynab que cruza el Nilo por la Isla de Roda y penetra en la costa oriental de la ciudad por Garden City, saturada de olores y sonidos milenarios, a contrapelo de su modernidad. La calle principal de Doggi es la más amplia de la ciudad, con exquisitos jardines y pequeñas plazoletas que dividen el flujo vehicular que drena de Norte a Sur. A uno y otro lado, las suntuosas mansiones, con extravagantes o recatados jardines, con circunspectas y ocultas habitaciones para la servidumbre, rejas de seguridad sobre vitrales delicados o inmensos muros de piedra que impiden el paso y la visión. Durante casi todo el año, el clima de El Cairo es menos agresivo aquí que en el resto de la ciudad, en parte por la humedad de la jungla de árboles trasplantados desde otros confines, y por la suave brisa de la ribera del Este que los atraviesa. Esta vegetación ha crecido con los años y por ello muchas de las fachadas están ocultas por la tupida arboleda, que resultó ser una protección considerablemente eficaz contra la explosión que se desató a las nueve de la mañana en el exclusivo sector diplomático de la capital egipcia.

Una explosión igual de ensordecedora hubo al otro lado del mundo, en el desierto de La Guajira, al Norte de la América del Sur, en aquella Misión, la de La Caridad Extrema de la Hermana Rosi, pero en otra época, cuando la patrulla de guerrilleros urbanos comandada por la Comandante Claudia y por Bianca llegó con las oleadas de la resolana de ese día, que enturbiaban el horizonte y desdibujaban parcialmente la sólida estructura de ladrillo y argamasa blanquecina, rodeada por un inesperado bosque de árboles frutales, de entre los que se destacaba un descomunal árbol de mango, a cuya sombra se guarecía casi toda la estructura de aquel insólito monasterio.

Una tercera explosión, igual de potente aunque de otro tipo, sacudió los cimientos de la Iglesia Episcopalística cuando Antonio terminó de leer aquel dossier. Fue un estallido que surgió en forma de interrogatorio:

.- ¿Qué certeza tiene Su Santidad acerca de la veracidad de lo que aquí se dice?

.- La fuente es totalmente confiable para nosotros.

.- ¿Puedo saber quién es? Lo pregunto porque le voy a sugerir a Su Santidad reconfirmar lo que está en este documento, y si sé quién o quiénes son la fuente informativa los resultados serán más inmediatos.

.- “Si, puede saberlo. Se llama Klistmann, Boris Klistmann, del servicio secreto alemán, aunque su verdadero nombre –así nos lo hizo saber el embajador- es Konrad, sin apellido, sin título, sin cargo burocrático determinado. El embajador alemán pidió una entrevista personal privada hace una semana. Le recibimos en la Sala Azul y allí le conocimos. Fue él, Konrad, quien lo entregó. Nos impresionó desagradablemente por su porte y su silencio. Se trata de un hombre de estatura media, tal vez de cuarenta años, aparentemente de origen eslavo, cara cuadrada, complexión fuerte, más europeo que del mediterráneo y con la rara virtud de incomodar a quien lo mire. No dijo nada. Desconozco el timbre de su voz, pero lo dijo todo con su silencio y con la mirada, la mirada de un asesino, más pesada que el fardo de documentos que entregó aquella tarde.

Lo que no contó Konrad, o Klistmann, o quien quiera que fuese, ni al embajador ni a Su Santidad fue el cómo, ni el dónde, tampoco cuándo se ejecutó la complicada red de espionaje cuyos resultados terminarían condensados en aquel dossier. La operación se inició seis meses antes en Tel Aviv y El Cairo, pero fue en la capital egipcia donde surgió la primera pista sólida. La obtuvo Jonathan, Diesel Jonathan, un mercenario inglés con más de quince años en el medio oriente, que forma parte del equipo de investigadores de Klistmann. La conversación entre Klistmann y Jonathan sucedió en una de las mesas al aire libre del Ciragan Palace, en Izmir, frente al Bósforo, una tarde de junio, con la primera brisa del Este de la temporada vacacional sacudiendo los manteles y los blanquísimos toldos de lona, precariamente asidos a parales de aluminio.

.- Entonces, todo lo que pudo averiguar de nuestro objetivo fue que esa noche se registró en el hotel - Comentó Klistmann encauzando la conversación hacia el tema de la estadía de Roberts en el Gezirah Hotel Casino, de El Cairo.

.- Además de un cordial saludo, si. Solamente eso, porque cuando le insinué algunos detalles me esquivó con una amenaza cordial.

.- Pero ¿Conversaste con él antes que se marchara?

.- Si. Lo hicimos en el área de la piscina. Me preguntó si esquiaba y le dije que sí. Me preguntó si yo podría esquiar con ellos alguna vez. Le dije que probablemente. Me preguntó dónde solía hacerlo y le dije que en las faldas de las montañas de Shemiran. Las conoce. Me preguntó por la nieve de este año. Dije que fabulosa. El concluyó nuestra breve conversación aludiendo que no tenían tiempo para acompañarme, que su esposa estaba ansiosa por estrenar su nuevo equipo y que tal vez en otra oportunidad sería posible.

.- Así que ella también estaba. ¿En la piscina o en la mesa?

.- En una tumbona, tomando sol, frente a las mesas con parasol donde estábamos nosotros. Creo que él la llamaba Charlie, pero al despedirse de mi, ella se identificó como Elke.

.- Nada relevante. Tiene un nombre para cada amante. Es su método. Dicen que es hermosa. ¿Cómo le sentaba el bikini?

.- ¿También te la quieres tirar?

.- ¿Por qué no? A mi me gustan todas las mujeres. Dime ¿Qué tal está? Vamos, además de sus habilidades… Sabes a qué me refiero.

Jonathan se hizo el intelectual. No se había preparado para la pregunta y la insistencia de Klistmann, así que echó mano de sus recursos histriónicos para no desentonar y también para darle a su jefe lo que le pedía, pero sin comprometerse.

.- Pues, tiene un buen trasero. Más o menos de tetas. Buen gusto para las tanga. Mirada de niña rica ¿Por qué te interesas tanto en ella? ¿Quién es y qué papel juega en la investigación?

.- Nada relevante -mintió Klistmann- Es sólo una puta. Una de alto vuelo pero de clase alta: Colegio privado en Zúrich, vacaciones en el Caribe y en Tahití, ropa de marca, tarjeta Dinners de platino de su amiguete de turno, claro está ¿Qué más te puedo decir? Lo importante es que pudiste entrar en contacto con él.

.- Y por lo visto, es un hombre con una mente prodigiosa que no olvida a nadie. Con tan solo veinticuatro horas en el hotel sabía de memoria el nombre de los camareros, los botones y hasta de los chóferes.

.- Pero no a todo el mundo le planta conversación, mucho menos una invitación velada a esquiar. De todos modos, gracias por tus informes en estos últimos tres meses. Hay datos interesantes como ése, el del israelita Simón Litvak.

.- ¿Quedo libre? ¿Debo suponer que…?

.- Si. Estás en lo cierto. No te necesito más por ahora, pero estaremos en contacto. Ah, lo que me preguntas con la mirada está resuelto. Ayer se hizo la transferencia.

Simón Litvak era otro de los ‘obreros especializados’ de Klistmann. Tenía la misión de vigilar los pasos del jesuita en el Sur de Austria donde se contactaría con Elke, la mensajera. Eso no lo sabía Jonathan, pero con sus informes corroboró la actividad ‘exploratoria” de Litvak, que también formaba parte de la red clandestina del Mossad en Europa.

Una prolongada espera antecedió a la llegada de Elke. A las 6:00 a.m. le notificaron a Litvak que había cruzado la frontera sin novedad, dos días y una noche después de las explosiones en la estación del metro en Haran El Motuhar, en el Palacio de Molestan y en el monumento Azudi, las tres en Teherán. Arribó en un pequeño Audi a media tarde; para entonces Simón había rotado la vigilancia varias veces, lo cual no era su problema principal. Lo era el hecho de que su gente se tomaba demasiado a pecho el trabajo y constantemente tenía que obligarles a descansar en las horas libres.

Desde su puesto de control, Simón tenía ante su vista una típica plaza de mercado de pisos empedrados, rodeada de viejos edificios, entre los que destacaban dos posadas con el restaurante en la planta baja y mesas al aire libre, Un estacionamiento público separaba ambas construcciones, a la entrada del cual un encargado cobraba un euro por vehículo. La hostería de la izquierda tenía como símbolo y nombre un Halcón Milano de bronce bruñido sobre un escudo galo de acero con pavón negro azulado. La segunda posada, al otro lado de la entrada del estacionamiento, se identificaba con un letrero de madera que colgaba de un asta horizontal: ‘Karpatt Gasthaus’ -Posada Karpatt, en germánico- Tenía más clase que su vecina: manteles de tela bordados, mesas redondas con parasoles y una buena provisión de truchas o salmones, según la temporada, que se podían elegir en una inmensa pecera que divide la barra de la cocina. A media tarde transitaban por la plaza muy pocos marchantes y un calor suave, templado, arropaba toda la villa. En una de las mesas del ‘El Halcón Negro’ dos jovencitas conversan animadamente sobre cualquier nadería, mientras escriben a dúo una postal entre risas y murmullos. Son dos de las muchachas de Simón Litvak, que además de tomar nota de las matrículas de los autos que pasan por la plaza, vigilan atentamente al objetivo que está en una de las mesas del Karpatt Gasthaus, un grave y menudo jesuita que bebe lentamente un vaso de vino mientras lee su breviario. Lleva allí más de cuatro horas, pero eso no importa en el Sureste de Austria. Allí nadie le pide a un sacerdote que despeje la mesa, así haya cien turistas esperando.

En el reporte que le entregó Simón a Klistmann se agregó la siguiente descripción:

Objetivo: Ehud Weizman

Nacionalidad: Israelita

Religión: Cristiano

Actividades recientes: (Últimas setenta y dos horas)

.- Vuelo Bogotá-Madrid (Lufthansa – 0:45 GMT) Contacto en el Aeropuerto Internacional de Barajas con Aytor Eskerra, integrante del comando 7 de ETA.

.- Tren Madrid-Paris (Sale 09:13 GMT) Tren-hotel Francisco de Goya. Ruta Madrid / Valladolid / Vitoria / Poitiers / Blois / Gare D’Austerlitz / París. Clase turista – Vagón 5 Costo: 212 euros (Llegó 19:43 GMT)

.- Aeropuerto de Orly (París 21:50 GMT) Encuentro con Misha Gavron, del partido Likud, en el dutty free shop del área internacional.

(Detalles del viaje Gare D’Austerlitz – Aeropuerto Orly, ver anexo “A”)

Actividades recientes (Últimas cuarenta y ocho horas)

.- Vuelo Paris – Salzburgo (Air France 08:15 GMT) Contacto telefónico con Bogotá. Ver trascripción de la conversación de 17 minutos 9 segundos en el Anexo “B”. Contacto telefónico con móvil de Elke Braun. Ver trascripción de 23 minutos 11 segundos en el Anexo “C”.

.- Llegada a Salzburgo (Air France 11:30 GMT) Contacto con dos sacerdotes jesuitas en la puerta de llegada “M”. Intercambio de maletines sin conversación.

.- Salida a Viena (13:25 GMT) vía terrestre. Carro alquilado en Avis Car Rental: Toyota Camry color crema, placas A7W-2584.

.- Llegada a Viena (20:05 GMT) Tren CAT desde el aeropuerto con trasbordo en el metro U4 en la estación Heiligenstadt hasta la estación Schottenring. Hospedaje en el hotel Goldener Bâr ubicado en el centro de la ciudad (Habitación 15)

Actividades recientes (Últimas veinticuatro horas)

.- (07:30 GMT) Hotel Goldener Bâr: Cancela la habitación y el carro alquilado que dejó en el aeropuerto. Toma un taxi hasta la estación del ferrocarril Sudbahnhof.

.- (08:05 GMT) Contacto telefónico con Elke Braun. Ver trascripción 17 minutos 43 segundos en el Anexo “D”

.- (08:25 GMT) Salida de Viena con rumbo a Graz.

.- (11:55 GMT) Llegada a Graz.

.- (12:05 GMT) Se ubica en la mesa 3 del Karpatt Gasthaus.

.- (16:30 GMT) Llegada de Elke Braun. Conversación grabada. Ver trascripción de 2 horas 15 minutos en el Anexo “E”.

.- (18:45 GMT) Salida hacia Viena.

Elke Braun -Charlie- había organizado las explosiones. Su cliente estaba satisfecho, a pesar de la descoordinación horaria y su única preocupación era llegar lo antes posible a Zúrich y de allí, por vía férrea, a Basel, la estratégica ciudad suiza, a pocos minutos de Alemania y Francia. Pero no siempre el éxito la acompañó. Cada vez que ejecutaba una misión, fuera pequeña o de gran envergadura como ésta, sus recuerdos la regresaban inevitablemente a sus primeros días, a su reclutamiento, a su adiestramiento inicial.

Tendría dieciocho años (nunca se sabría) y desde entonces pertenecía a un grupo teatral israelí, de izquierda y medianamente exitoso. Además de interpretar uno de los papeles principales de la obra, era la amante del director, Josua Cohen. No lo sabía, pero Josua era un terrorista infiltrado. Muchas veces, medio borracho y después de hacer el amor con ella en la cama de los hoteles baratos y de carretera a los que acudían con la troupe, le mencionaba nombres, nombres sueltos, fechas, fechas y nombres sin referente para ella, circunstancias y hechos descabellados y sin sentido. En esta oportunidad le anotó un número en el borde de un recorte de periódico y se lo introdujo en el brassier mientras ella conducía el Mercedes Benz por la costa griega hacia Salónica. Tampoco sabía de los treinta kilos de explosivos ocultos en la recámara de aire de la rueda de repuesto, del mismo modo que siempre ignoró cómo y de dónde obtenía Josua los recursos para mantener a los actores, los asistentes y a los inevitables extras que contrataban en cada presentación.

Los interceptaron a la salida de Volos, donde se bifurca la vía de la costa en una autopista más amplia de cuatro canales. Estaban cargando combustible en el surtidor externo de la estación de servicio cuando un Peugeot se les orilló sin apagar el motor. Ella se dio cuenta de lo que sucedía cuando una mano, tan grande como el volante del Mercedes Benz le abrazó desde el hombro izquierdo hasta el cuello y parte de la cara, y la sacó por la ventana como una maleta vacía. No escuchó los dos tiros que recibió Josua en la cara. No vio a sus captores sino tres horas después. Tampoco sintió la explosión.

Al llegar, el gigante empujó una vieja reja que rechinó infinitamente. Al final de una vereda de piedras que serpentea entre un descuidado jardín, invadido por las bruscas otoñales que renacen bajo la nieve, se abrió una puerta de madera, innecesariamente sólida y verde, que contrastaba con los rojísimos ladrillos de las paredes de aquel abandonado chalet, escondido entre la tupida arboleda de cipreses y olivos del Olimpo. Charlie entró seguida por un agente corpulento y sudoroso, que le flanqueó el paso como un gentil vendedor de inmuebles. Una pareja les esperaba en la sala de paredes enmohecidas y piso cubierto por una pátina de polvo finísimo. Al centro, una solitaria y tosca mesa de madera con cuatro sillas en vías de extinción constituían el único mobiliario de la casa. Él aguardaba en una esquina, oculto por una tupida nube del humo de su tabaco. Ella era como una hermosa azafata, impecable y sonriente, dándole la bienvenida a los pasajeros de primera clase.

.- ¡Que grata sorpresa! ¡Han traído a Charlie sin un rasguño! Querida, eres bienvenida

Y dirigiéndose a la mesa para destapar una botella de Vodka, continuó con el monólogo-

.- Tu interpretación en Atenas fue sencillamente magistral, especialmente en el primer acto.

Dijo esto con la voz plástica de las falsas alabanzas de un consumado corifeo del teatro griego.

.- ¿Te apetece? ¿No?

Miró hacia la esquina donde la figura de Yasser ben Gurión se difuminaba dentro de la nube de un tabaco Cohíba de 25 euros, y se le acercó para decirle en confidencia:

.- Olvídate de él, es un desadaptado. Pero anoche, querida Charlie, estuviste fantástica ¿No te parece así, Yasser? Ah… ¡Pero que descortesía la mía! Me llamo Inga.

Lo dijo sin hacer mucho énfasis, como si los nombres fueran un accesorio de libre remoción. Aún así le insistió:

.- Inga. Inga a secas. Así como tú te haces llamar Charlie, yo me hago llamar Inga ¿Estamos?

Era una rubia estupenda, con el frondoso y abundante pelo rubio natural atenazado en un discreto moño. Sus ojos grises eran de hielo y su piel, blanquísima, destacaba aún más al contraste del azul índigo de su sobrio traje de falda, chaqueta de manga larga y corte alto que le sentaba a la perfección a su escultural figura, pero Charlie no había percibido nada de ella, tan solo su voz. Su mente estaba focalizada en Josua. Desde la esquina, Yasser tardaba en responder el comentario de Inga. Lo hizo mientras acercaba a la luz su desencajado e inexpresivo rostro de Humphrey Bogart, avanzando hacia la mesa como lo hiciera el actor norteamericano en Casablanca, con una mano al bolsillo de su pantalón y el humeante tabaco en la otra.

.- Si, ha estado muy bien.

Charlie no superaba el shock, pero su formación actoral y su instinto de supervivencia le impulsaron a orillar sus sentimientos y asumir un nuevo rol en aquella obra que estaba viviendo. Inga se le había acercado y con una límpida mirada, de esas que dejan traslucir todo lo que hay dentro de sí y aún más, detrás de sí, le preguntó mientras le arreglaba un mechón rojiparduzco sobre la frente:

.- ¿Te resulta difícil aprender tantos diálogos y parlamentos?

.- No, para nada - Le contestó Charlie como si estuviera en una rueda de prensa- Los diálogos y en especial los monólogos nunca han sido un problema para mí.

Quiso apartarse de Inga. No soportaba tanta proximidad. Pero cuando se levantó de la silla, la berlinesa la contuvo por el brazo, apretándola innecesariamente.

.- ¿Has leído ‘El Infiltrado” de Le Carré? Yo sí y estoy fascinada. Cuando un hombre inteligente me llega tan adentro, ¿Sabes a lo que me refiero, no? Entonces, inevitablemente me enamoro de él.

Inga especulaba con argumentos banales. Le daba vueltas al ‘momentum’ y se preguntaba secretamente hasta dónde soportaría Charlie. Hasta cuál punto de inflexión aguantaría Charlie con la actuación de un papel que se escribía simultáneamente con la interpretación, sobre la marcha y bajo una intensa presión. Le habían informado que era una actriz excelente, pero quería comprobarlo. Era apenas una chiquilla. Aún así tenía un elevado nivel de plasticidad y lo que más le agradaba: Sabía esconder sus emociones. Pero a Charlie se le salió el corazón por la boca. No pudo evitarlo. Sin embargo, lo hizo con elegancia.

.- ¿Está muerto, verdad?

Inga no respondió. Estaba ensimismada en su evocación de Le Carré y su obra. Fue Yasser quien le respondió con un tono sombrío:

.- Si. Está muerto como lo puede suponer. Lo lamento. Lo lamentamos todos. Y por el contenido de la correspondencia que se intercambiaron en los últimos dos años, supongo que usted lo lamentará también.

Una conmoción le golpeó el alma y un profundo abatimiento la trajo a la realidad. Desde el piso no se sentía desfallecida. Estaba consciente de todo, incluso de que las piernas no le respondían y que desde el piso, abrazada por Inga, lloraba irremediablemente como una niña. Lloraba como los infantes, a oleadas y sin contención. Lloraba con dolor, culpabilidad, ira, terror y con cada cambio de sentimiento lanzaba imprecaciones, maldiciones, acusaciones, tanto en hebreo como en griego y en alemán, y hasta un ‘hijos-de-puta’ castizo y con abolengo. Hizo una pausa. Se ahogaba y el vómito le sobrevenía con una profunda arqueada, pero para volver a llorar tan sólo debía evocar el rostro de Josua, su amante en el teatro en la vida diaria, su palestino desgarbado y de mirada triste, el hombre misterioso que le había dado un motivo y una orientación a su vida.

.- Murió accidentalmente -ironizó Yasser- Pero tus cartas y tu diario están a salvo. El carro era robado y con matrícula falsa, igual que toda su documentación. Josua no era ese Josua del que te enamoraste. El coche no provenía de donde él te dijo y la cajuela no estaba vacía: Estaba repleta de explosivos. Ahora, dinos ¿Qué hacías conduciendo un Mercedes Benz robado, cargado de explosivos?

Inga le acarició el pelo de nuevo, como sólo una madre puede hacerlo, y para facilitarle la respuesta a Charlie le susurró la pregunta:

.- ¿Te dijo por qué y para quién eran los explosivos?

Pero la mente de Charlie estaba concentrada en Josua. En el amable y siempre triste Josua. Lo veía despedazado, volando por los aires, en una bola de fuego y metales retorcidos, consumiéndose lentamente, como los cadáveres que se tropezaron a la salida del Teatro Hebrón, cuando un suicida de Hamas se sacrificó matando más de veinte en el café contiguo a la sala de espectáculos, y lo que escuchaba era su voz, la voz pastosa de un Josua medio ebrio, cuando le daba sugerencias y consejos acerca de lo que había visto y oído con él:

.- Niégalo todo. Desconfía siempre y en todo lugar. Rechaza todo cuanto ellos quieran poner en tu boca y en tu mente. Recházalos. Rehúsa. Miénteles, de ser necesario. Escribe tu propio guión y ajústate a él en lo posible.

Yasser insistió:

.- También ha muerto una mujer, en otro lamentable accidente. Fue en franja de Gaza. Una mujer que llevaba un diario como tú. Que le escribía cartas a Josua, como tú. Y que como tú, también fue ‘su’ primera actriz. Imagino que no te interesa saber más ¿O sí?

Con la sutileza de una serpiente siseante, Inga acercó su boca al oído de la llorosa muchacha para descargar la más sugestiva de sus puñaladas:

.- Una chica francesa. Ya sabes, una hermosa rubia natural con piel de melocotón y dentadura perfecta.

Yasser continuó la tarea de ablandamiento, impasible, metódico, con la frialdad de un estilete veneciano:

.- Al parecer, con la muchacha también murieron otros miembros de tu grupo.

En el mismo tono siseante, Inga le disparó:

.- No eras la única, querida. No tienes el derecho exclusivo para llorar a ‘nuestro’ palestino, como tampoco son exclusivamente para ti todas las cosas que te dio, ni todas las que te dijo.

De pronto, Charlie dejó de llorar. Se recompuso y reflexionó sensatamente lo que Inga le acababa de decir.

.- Nunca le pedí nada.

Yasser insistió en su táctica:

.- Dicen que la francesa era una terrorista…

Inga remató:

.- Una terrorista que se acostaba con ‘nuestro’ Josua.

Yasser, continuando con la interpretación de Humphrey Bogart, caminó en torno a la muchacha mientras recitaba una letanía de aseveraciones y saboreaba el habano, lanzándole volutas de humo a Charlie:

.- Se dice que la francesa explosionó varios artefactos siguiendo expresas instrucciones de Josua… Se dice que la francesa y Josua planeaban más actos terroristas… Se dice que existe una clave, un número, que es la respuesta a todas nuestras interrogantes… Se dice… Se dicen muchas cosas de Josua y su verdadero amor, una francesa ‘legalmente rubia’… Todo el mundo tiene algo que decir de Josua ¿Y tú? ¿Qué nos puedes decir?

Hubo una pausa, un silencio espeso que profundizó aún más el mutismo de Charlie. De sus ojos resbalaban lágrimas pero no lloraba. Se derramaba. La tensión anterior dio paso a una serenidad casi mortuoria. Charlie se había aislado en uno de sus más profundos mundos interiores. Pasaron cinco minutos, tal vez media hora. Para cuando Charlie regresó a la realidad, Yasser no estaba en la sala del Chalet. El agente que la trajo tampoco. Inga y Charlie retomaron una conversación más distendida, menos irritante. La muerte de Josua era un hecho irreversible, como lo era también su deseo por conocer la verdadera historia de aquel palestino de ojos azules y mirada triste. De pronto Inga asumió una conducta fría y distante:

.- ¡Vendrás con nosotros!

.- ¿Qué? ¿A dónde?

.- Simplemente tienes que estar con nosotros una temporada

Inga utilizó el muy teatral término de ‘temporada’ para tender entre las dos un puente de entendimiento.

.- ¿Estar dónde? ¿Cuánto tiempo? ¿Una temporada? ¿Y por qué?

.- Querida… - respondió Inga con paciencia de maestra parvularia - …sucede que no sabes cuánto sabes. Suena extraño ¿verdad? El caso es que… ¿Cómo te lo explico mejor? A ver: Eres como una niña pequeña que apenas comienza a caminar y está corriendo con un filoso cuchillo entre sus manitas ¿Ahora si me entiendes por qué debes pasar una temporada con nosotros? Te enseñaremos a caminar, querida. A caminar y a correr y a manejar bien lo que tengas entre manos. Ahora mismo eres muy peligrosa para ti misma si continuaras sola como hasta ahora. Y mira que estás sola… Bien sola. Abandonaste tu hogar en Israel. Escapaste del kibutz a los dieciséis. Tus compañeros de teatro te han abandonado. Josua está muerto. Sólo estamos tú y yo, y Yasser. Nosotros somos tu familia de ahora en adelante.

Así recordaba Elke su reclutamiento, nítidamente, con intensidad y con un profundo dolor por el único hombre que amó en su vida. Desconocía el por qué, al comienzo o al final de cada misión evocaba el día de su reclutamiento. Era un misterio tan complejo de desentrañar para ella, como lo era para Antonio descifrar, catalogar y jerarquizar la cantidad de datos, cifras, fichas y transcripciones del voluminoso dossier que puso en sus manos el Vicario de Cristo, el ‘otro’ Papa, Su Santidad Santiago Tomás I.




Este capítulo forma parte de la Novela "El Ocaso de los Tulipanes" ® Depósito legal lf06120088001562 del 18/abril/2008 - ISBN 9789801231615 / Radicación internacional Nº 7571 del 21/abril/2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus

CAP 11 - El Ocaso de los Tulipanes - El viaje definitivo


Por tercera ocasión se preparó para viajar a la fría y húmeda Bogotá con toda la calma y la lentitud de sus ciento diez años recién cumplidos. Hizo su maleta como siempre y lo único adicional que guardó en el pequeño veliz fue la foto preferida de Luisa, la foto que él le tomó en uno de sus últimos conciertos en el Metropolitan Opera House de New York. Abajo en el espacioso rellano de la entrada de su edificio, le aguardaba con parsimonia de rumiante, Pedro, el chofer del mitrado local de la nueva Iglesia Cristiana, para conducirle al aeropuerto internacional donde le esperaba con las turbinas encendidas el learjet personal del Vicario de Cristo, Su Santidad Santiago Tomás I, su amigo personal. Para este viaje no tenía de quién despe dirse. Luisa había fallecido, sus tres hijos, ya abuelos, vivían en Europa y Clausewitz, un gigantesco gato atigrado, tan grande como un perro mediano, tenía varios días sin aparecer. Aún así le dejó una doble ración extra de alimento, cambió el agua estancada por agua fresca y rellenó su cajón con más arena. Al salir hacia la puerta principal se vio reflejado a cuerpo entero en el espejo del pasillo y al verse así, ajado y encorvado, rogó en silencio a Dios para que tuviera piedad y misericordia con él y le quitara tanta salud y longevidad. Quería descansar en paz de una buena vez y por toda la eternidad. Al llegar el ascensor pulsó el botón de Planta Baja y desde ese instante se sumergió en sí mismo y se concentró en las expectativas y las esperanzas de este nuevo viaje. Quizás sólo tendría esta tarde y parte de la noche para conversar en privado con Lucca von Rütter, aunque también temía que esto tampoco podría suceder necesariamente así.

Hace poco más de cinco años la agenda personal de Su Santidad era llevada con rigor prusiano por su más reciente secretario privado, un sacerdote jesuita, ex guerrillero urbano, con quien nunca tuvo la más elemental de las relaciones cordiales. Después de saludar a Pedro y preguntarle por sus tres pares de gemelas se arrellanó dentro de la espaciosa limusina, cerró los ojos y dejó que su portentosa mente evocara las escenas y los acontecimientos que habían provocado los sucesos que la humanidad estaba viviendo. Le pareció un instante el tiempo transcurrido desde su apartamento al aeropuerto internacional y el trasbordo a la aeronave fue m ás rápido aún, habida cuenta de su doble condición de periodista de fama internacional y Ministro Plenipotenciario de la Santa Sede Episcopalística. Abstraído en sus cavilaciones respondió los saludos de bienvenida a bordo de la nave con una cortesía plástica y distante y prosiguió con el cinturón de seguridad convenientemente atado a su menudo cuerpo durante toda la travesía. Glenda, una exótica y altísima aeromoza venezolana de ascendencia china, le interrumpió de su absorta meditación.

.- Excelencia ¿Le apetece una taza de tilo, co mo siempre?

.- No, muchas gracias Glenda. Sólo avísame cuando vayamos a aterrizar en Bogotá.

.- Así será, Excelencia, pero si necesita cualquier cosa, estoy en la cabina de al lado. ¿Seguro que no le apetece el té?

.- Gracias, hija, pero no. Avísame cuando est emos cerca.

Dentro de tres días se repetiría por quinta vez la reencarnación de los despojos mortales de Rosa Trockembrodt Uriana en un cuerpo terso y hermoso, y por quinta vez él y Su Santidad abrirían la urna de vidrio sellada al vacío y colectarían de sus ojos aquel fluido salobre y milagroso, como perfumado con esencia de rosas, que había sido utiliz ado en los últimos cincuenta años para sanaciones irreprochablemente milagrosas.

Desde el fondo de su corazón deseaba que esta fuera la última vez que tuviera el honor de ser el depositario viviente del primer milagro de Santa Rosa de La Guajira. Aquello era una carga cada vez más pesada desde que Luisa se durmió para siempre en sus brazos con la serenidad de quien evoca la belleza melódica de la Sinfonía 45 de Haydn, la del Adiós, en la que avanza la música mientras los instrumentos van desapareciendo, creánd ose una atmósfera de silencio y oscuridad. Añoraba a cada instante los detalles que le enamoraron: Su risa abierta y transparente, aquella densidad intelectual que ponía a prueba todas sus destrezas y experticias de periodista de opinión y la indescriptible sensibilidad musical que la convirtió en el Primer Violín de la Orquesta Sinfónica de New York.

Pero el primer milagro de Santa Rosa de La Guajira obraba contra sus deseos, porque desde que tocó por primera vez aquellas lágrimas aromáticas y fragantes durante la primera transformación del cadáver de Rosa Trockembrodt, no sólo se curó de todos sus males, epilepsia incluida, sino que jamás volvió a enfermar, a contrape lo de su acentuado envejecimiento.

El avión personal de Su Santidad aterrizó en el aeropuerto El Dorado de Bogotá bajo una cortina de lluvia y taxeó desde la rampa E hasta el aeroclub. Allí, otra limusina negra y otro Pedro aguardaban por él. Glenda se encargaría del papeleo burocrático con las autoridades aduanales de Bogotá mientras Joaquín y Luis, piloto y copiloto del learjet, continuarían la conversación con las dos atractivas aviadoras de la Fuerza Aérea norteamericana, conversación interrumpida abruptamente esa mañana por el Secretario Pri vado de Su Santidad, para un vuelo no programado a Maracaibo con retorno inmediato. Bajó las escalerillas con la lentitud de los patriarcas, protegido con amoroso cuidado por el chofer que le guareció de la lluvia pertinaz con un amplio paraguas negro. Por tercera ocasión había dejado adrede el frasco de los huevos chumbos, el dulce que tanto halaga el paladar del Vicario de Cristo y tendría que justificar su olvido con la excusa de siempre: Su incorregible y desordenado estilo de vida.

.- Bienvenido, Excelencia – le recibió Roberto , paraguas en mano, al asomar por la puerta de embarque de la nave – ¿Cómo estuvo su viaje?

.- Bien, muy bien como siempre ¿Cómo están por tu casa? - y afinando el recuerdo le preguntó.- ¿Tu hermano ya regresó de Estados Unidos?

.- Estamos bien, gracias a Dios, Excelencia. Mi hermano regresó la semana pasada y mejora con cada día que pasa, y hablando de salud, el doctor Uribe le recuerda que también en esta ocasión se le tuvo que olvidar el frasco de los ‘huevos chumbos’. Su Santidad tiene muy altos los niveles de glucemia y aún se niega a aplicarse el tratamiento de reconstrucción genética y se resiste con la tozudez que Usted ya conoce, a una inyección de bionanotecnología.

La bionanotecnología y la reconstrucción genética er an, ahora, tratamientos tan comunes y confiables como lo fueron en su época la penicilina y las demás inoculaciones inyectadas que dejaron en el pasado sufrimientos terribles para la humanidad que ahora se conocían por referencia histórica, como la poliomielitis, el sarampión, el sida o el Ébola. Habían salido de la meseta del aeropuerto internacional El Dorado en una de las últimas limusinas con motor a gasolina que existían, vestigio de un pasado lejano tan antiguo como el learjet y los televisores de plasma, y se dirigieron hacia la zona Nor occidental de Bogotá donde se reconstruyó la Universidad Javeriana de Bogotá como sede político religiosa de la nueva iglesia de Cristo: La Iglesia Episcopalística Cristian a, que se escindió de Roma cincuenta años antes, arropando en su seno a más del noventa por ciento de la feligresía del obispado de Roma y casi la totalidad de la curia y los arzobispados, desde Polonia a Tierra del Fuego. Bajó de la vetusta, pero bien conservada limusina y enfrentó las espaciosas escalinatas de la redoma principal de la universidad nueva, flanqueada a uno y otro lado por una tupida y frondosa arboleda.

Fue recibido de acuerdo con su rango, por una comitiva integrada por el hermano Klaus Weffer, Director del Consistorio para la Fe, el hermano Ruperto Bolinaga, General de la Compañía de Jesús y el silencioso hermano Xosé Osteicoechea, Director Administrativo de la Santa Sede. Junto con ellos, una docena de asistentes y secretarios le rodeaban silenciosos y solícitos, prestos a cualquier orden o sugerencia, una compañía que Antonio rechazaba visceralmente porque era una vieja y enquistada rémora heredada de la burocracia vaticana. Los saludos y los abrazos fueron abreviados por la lluvia y por un Lucca von Rütter que asomó por ‘El Balcón de Las Bendiciones’, otro lastre vaticano, apremiándoles a subir. Un eco de tacones y pisadas rastrillaron el pulidísimo piso de mármol blanco y saturó el pasillo principal de la imponente edificación de marcado estilo neo colonial español, con paredes de seis metros de altura, escasísimo mobiliario y ausencia total de iconografía religiosa o de cualquier vestigio de arte sacro. Los burócratas asomaron, breves y temerosos, por las altísimas puertas de dos hojas para saludar al recién llegado con mudas y comedidas gesticulaciones para no violentar el augusto silencio del palacio vicarial.

Un murmullo de voces apagadas quedó flotando en el a mbiente al paso de la comitiva, junto con un suave aroma de rosas y el chisporroteo cantarino de las fuentes que rodean al palacio, rumor de fontanas antiguas, tan antiguas como la fe y la duda, que se colaba por los altos ventanales tachonados de vitrales exquisitos desde los jardines interiores, sembrados con bromelias, margaritas, ixoras y crisantemos de variado color. Un periquito amazónico de cuello rojo, de los tantos que s obrevuelan los jardines y las montañas próximas, se posó en el hombro de Antonio, y a pesar de los manoteos poco simulados del Secretario Privado, se mantuvo aferrado a su gabán hasta que llegaron al final del pasillo. Allí, dos oscuros, gigantescos y silenciosos monjes de hábito talar que flanqueaban la espaciosa escalera de nogal y palorosa, descolgaron el cordón púrpura y la comitiva subió al primer piso, hacia las oficinas privadas y el salón de recepciones, en el que Su Santidad Santiago Tomás I, Vicario de Cristo, recibe a los visitantes ilustres. A medida que ascendían hacia las oficinas de Lucca von Rütter, el a roma a rosas se intensificaba y saturaba el ambiente con la misma fragancia que exudaba Rosa Trockembrodt por las manos durante los últimos veinte años de su vida, y aún después, cada década por sus lagrimales, luego de producirse la transfiguración de sus despojos mortales en un cuerpo hermoso, turgente, con la aparente lozanía de la vida pero con la frialdad y el rigor mortis de un cadáver.

La primera vez que sucedió este fenómeno muchos creyeron que se trataba de un acto de magia, de un cuerpo resucitado por métodos místicos y diabólicos. Por ello, cientos de miles de correligionarios de sectas oscurantistas y fanáticos, curiosos y hasta turistas acamparon en los desérticos alrededores de la misión de Rosa Trockembrodt Uriana en la Alta Guajira, con la esperanza de entrar y verla para saciar el morbo que les causaba aquella resurrección. La prensa mundial cubrió el acontecimiento que las hermanas de La Caridad Extrema quisieron ocultar, pero que inevitablemente se difundió vía supranet (la Internet, antigua y congestionada, sólo prestaba servicios intermitentes en África Ecuatorial) hasta que otra noticia desplazó la transfiguración de Rosa y la atención mundial, con sus fanáticos, sus curiosos y la industria del ‘reality-event’ con sus miles de millones de tele espectadores migraron hacia otras latitudes, donde a seguraban tres arqueólogos chinos haber encontrado uno de los dos dragones voladores de la mítica Kuai Ti, la diosa de la premonición en la antiquísima y olvidada cultura china de seis mil seiscientos sesenta años de antigüedad.

Antonio se detuvo un instante y la mano del silencioso hermano Xosé le asió por el codo para reafirmarle en sus apreciaciones y darle ánimo, pero se mantuvo allí, asido al pasamanos de la escalera y agradecido por el apoyo que le daba el va sco, pero recordando vívidamente la primera vez que vio a Rosa en vida. Una conmoción religiosa se sucedía en aquellos días: La llegada del primero de los cuatro ángeles preventores, Adonay, había sucedido en medio de una incredulidad inicial y luego provocó una hecatombe socio religiosa. Rosa Trockembrodt Uriana, que para aquellos entonces era la asistente personal del primero de los cuatro enviados, el que se autodefinió ante las cámaras de CNM como ‘el que vino para derramar la primera copa’, se convirtió en la únic a apóstol de aquel enviado que revolucionó el pensamiento cristiano, desarticuló las estructuras teológicas de la Iglesia de Roma y la de Oriente y transformó la doctrina panteísta de la humanidad. La conoció cuando él y oros periodistas organizaron en 1992 aquella recordada presentación de Adonay en los estudios de CNM en Atlanta, donde no sólo enfrentó y venció en un debate televisivo a los más altos representantes de las tres religiones monoteístas, sino que manifestó su cualidad divina ante más de dos mil millones de tele espectadores que presenciaron desde los estudios de CNM, en vivo y en directo la transfiguración del cuerpo físico de Adonay en un cuerpo etéreo de luz y su desaparición suav e, lenta, irreversible, hacia otras dimensiones, junto con sus últimas palabras:

.- Antonio, dile a Rosa que cuide mis trinitarias.

Después la volvió a ver, varios años después, en la Misión que ella edificó con sus propias manos, sobre la dunas del desierto que se extiende desd e los bosques xerófilos del piedemonte de la serranía de Perijá y esparce sus calenturas salobres hasta el mar, por toda la Alta Guajira, territorio indefinible e inhóspito que como una lengua de fuego se abre paso entre Venezuela y Colombia, para desembocar con sus oleadas de arena cobriza en el Mar Caribe. Allí levantó un oasis Rosa Trockembrodt Uriana. Un refugio, una casa hogar para drogadictas, prostitutas y ex convictas rechazadas por sus familias, la sociedad y el Estado. Resultó ser una construcción rústica de adobes y argamasa, rodeada por mil cocoteros y cientos de árboles frutales que se arremol inan en espiral en torno a un pozo artesanal de agua dulce, que la infatigable Rosa convirtió con los años en una plácida laguneta. Fue un seis de agosto. Llegó con una comitiva de periodistas a una rueda de prensa y lo primero que notó en ella fue su paz espiritual, una paz casi tangible, contagiosa y templada como la fresca brisa de la primavera caraqueña, que le hizo olvidar por momentos los cuarenta y tres centígrados de aquella tarde calurosa y reseca, que reverberaba en el desierto con una bruma semitransparente, desdibujando el horizonte con vapores superpuestos que ascendían y descendían a inte rvalos, desorientando a los recién llegados y tragándose entre dunas y espejismos hasta al viajante más experimentado que osara atravesar sin un guía experto aquellas colinas de arena cobriza que se sucedían hasta el infinito.

Aquella vez, como muchas otras, Rosa le recibió en la entrada, bajo una frondosa bungavilia de infloraciones blancas, que extiende su copiosa enredadera por sobre el maderamen de una sólida enramada, fabricada con palos y varas de cujíes y cactus, proyectando su sombra hacia la rústica cartuja que avanza a través de un sinuoso sendero que se bifurca. A la derecha hacia el edificio de las oficinas, el comedor y la capilla, y a la izquierda en dirección a los aposentos de las hermanas y las residentes. Después de una sencilla y hospitalaria bienvenida, Rosa les condujo hacia el edificio de oficinas y luego de la rueda de prensa comenzó una breve gira por la laguneta, saturada de patos y zancudas salvajes, y por los cocotales y el extenso sembradío de árboles frutales que anteceden a un cuidado viñedo que penetra en el árido desierto como un rectángulo de vida, impertinente y descarado, desafiando las dunas y los calores del desierto con una masa vege tal, fresca e irreverente.

.- Para la próxima cosecha tendremos doscientas barricas de roble con un mosto propio, y si Dios lo permite, produciremos en tres años un vino tinto con estas cepas del mediterráneo español que hemos aclimatado aquí. Esperamos un caldo algo afrutado, medianamente aromático y saturado de tan inos que le aportarán un cuerpo noble.

La enóloga de la gira fue la hermana Josefina, una ex convicta originaria de Gijón, y una de las primeras fundadoras de la orden de las Misioneras de la Caridad Extrema.

Antonio no siguió a sus colegas en aquella primera visita. Se quedó en la entrada bajo la frondosa trinitaria blanca, tratando de interpretar el sobrecogimiento que le produjo Rosa; un impacto inmovilizador y sedante, similar a estos que le sobrevenían setenta años después, al aproximarse al catafalco que sostiene la urna de vidrio de Rosa para presenciar la dramática y espeluznante transfiguración de sus restos. El hermano Xosé le contuvo con más fuerza cuando sintió que Antonio se desvanecía, pero se recompuso y prosiguió su ascenso al piso superior donde un sonriente Lucca von Rütter le impidió la inclinación para besarle el anillo y le abrazó como a un hermano.

.- Llegué a pensar que no vendría. No me noti ficaron la hora de su llegada y su teléfono digital siempre está apagado - Le reprochó con cariño - A ver, venga a la luz para observarle bien. ¡Caramba, pero si usted se ve cada día mejor!

.- Lamentablemente, Su Santidad.

.- ¿Cómo es eso que ‘lamentablemente’? ¿Acaso me va a decir que se siente mal por estar tan bien? ¿Qué me le sucede?

.- Nada en particular, Su Santidad. Sólo se trata de cansancio y de los achaques de la vejez, pero imagino que Su Santidad no habrá mandado a buscar a este viejo tan sólo para preguntarle cómo está.

.- Tiene razón, Antonio. Esta vez le necesito aquí, no sólo para los actos de transfiguración de nuestra hermana Rosa.

La pausa hizo que Antonio se detuviera y observara a Lucca von Rütter al rostro y le captó un pánico oculto para todos los demás. Con su mirada lo co nfrontó de inmediato.

.- No me lo pregunte aquí - fue la respuesta de Santiago Tomás I - Vamos a mi oficina privada. Allí conversaremos de todo y detenidamente. Síganos, por favor.

Dejaron el pasillo central del primer piso que conduce al mausoleo de Rosa Trockembrodt y cruzaron a la derecha, hacia el sector de paso restringido únicamente para Su Santidad y para quienes expresamente invite. Otros dos monjes, gigantescos y silenciosos como aquellos y ataviados con el hábito talar de paño marrón, se pusieron de pie ante la presencia de Su Santidad, inclinaron la cabeza encapuchada y por una señal secreta e imperceptible de von Rûtter, impidieron el paso al resto de la comitiva que les seguía. Al final del pasillo que conduce hacia el despacho privado, una sólida puerta de fresno se cerró detrás del Vicario de Cristo y su Ministro Plenipotenciario. En el corredor principal quedaron congelados los tres acompañantes quienes no ocultaron su sorpresa por el giro inesperado de Su Santidad, pero cada uno a su manera y acorde con su conciencia. Klaus Weffer lo tomó como algo común y corriente y luego de una breve pausa se despidió de sus pares con la pasmosa indiferencia de su rostro de mármol. El vasco Osteicoechea, un tanto incómodo, metió mano en su sotana, pulsó varios números en su celular y se dirigió hacia las oficinas de administración mientras preguntaba y daba órdenes dentro de una nube de murmullos que se alejaban con la prisa que le imprimían las novedades que le comunicaban. El General de la Compañía de Jesús se quedó entre los dos silenciosos monjes que le impedían el paso y aguardó pacientemente, con la mirada entreverada y la mente saturada de conjeturas hasta que Su Santidad y Antonio desaparecieron detrás de la puerta de fresno.

La luz del mediodía penetraba en el amplio estudio de Su Santidad a través de una cortina de abetos y cipreses que se extienden desde el patio posterior de la Santa Sede, hasta el pie de monte andino bogotano del cerro de Monserrate. El cortinaje de los tres espaciosos ventanales danzaba suavemente al ritmo de la brisa seca y fría que se descolgaba por la ladera del funicular y atravesaba la tupida arboleda, trayendo al espacioso salón el fresco aroma de las coníferas en su breve floración. Lucca von Rütter se despojó del píleo vicarial mientras caminaba hacia su despacho y Antonio aguardaba de pie en el centro de aquella holgada antecámara, en silencio y con la densa calma de su ancianidad centenaria. Le n otó una extraña y poco común inquietud mientras rebuscaba papeles entre gavetas y bandejas de archivos, hasta que lo encontró. Por fin se tranquilizó, le invitó a sentar frente a su escritorio y le extendió el dossier en silencio, como respuesta a la pregunta abruptamente interrumpida minutos atrás, en el corredor principal del primer piso.

La primera página de la carpeta se iniciaba con el título: ‘Reporte Confidencial’. Estaba fechado en Copenhague y tenía una escueta nota manuscrit a de cuatro líneas, escritas en danés, con una cali grafía de pequeños y puntiagudos rasgos, dirigida a ‘Absalón'.



Este capítulo forma parte de la Novela "El Ocaso de los Tulipanes" ® Depósito legal lf06120088001562 del 18/abril/2008 - ISBN 9789801231615 / Radicación internacional Nº 7571 del 21/abril/2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus