Editorial Eróstanus C.A.

Editorial Eróstanus presenta en este blog la producción literaria de Andrés Simón Moreno Arreche. Cada uno de los relatos, poemas, cuentos y novelas poseen depósito legal, ISBN y radicación internacional a través del Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual de Venezuela (www.sapi.org.ve) y además están registrados en Safe CREATIVE. Es inaceptable la reproducción parcial o total de los textos posteados, sin la formal autorización de la casa editorial y del autor.

Bienvenidos

Bienvenido a mi blog "Las Narraciones de Eróstanus". Aquí podrás encontrar relatos breves, que hallarás agrupados en el mes de noviembre 2010, y 22 capítulos de la novela "El Ocaso de los Tulipanes", colgados en orden decreciente en el link del mes de diciembre 2010.

Los relatos breves, la gran mayoría de menos de 2.000 palabras, a excepción de tres, fueron publicados en una compilación en el año 2008 con el título "Relatos Para Contárselos A La Muerte"(ISBN 978-980-12-3162-2). Una segunda edición está en la imprenta de la casa Editorial Eróstanus C.A. patrocinadora de este blog.

La novela "El Ocaso De Los Tulipanes" es una narración de largo aliento. Se trata de 23 capítulos (22 de ellos colgados aquí) en los que se desarrolla una trama compleja que expone al lector las aparentemente imposibles, pero muy reales asociaciones entre las insurgencias latinoamericanas, el terrorismo internacional y los avatares de un presuntamente próximo cisma de la Iglesia Católica romana.
La primera parte comprende los 5 primeros capítulos. En ellos, la aparición de 'El Ángel de la Palabra' (Adonay Jinnú) antecede al inicio de una gran cruzada de concienciación mundial.
La segunda parte ('Los presagios de la Trinitaria Blanca') la integran tres intensos capítulos en los que Bianca, K'bar y muchos otros personajes del primer capítulo colocan al lector en una vorágine de eventos que se desarrollan en Europa, África y Oriente Medio.
Cierra la novela con los acontecimientos que desencadenará un tenebroso y escurridizo personaje, Absalón, su discípulo (Ehud Weizman) y los mercenarios de éste. Bogotá, Tierra Santa y los Montes vascos de Irún son los escenarios del desenlace de una historia densa, rica en personajes y ambientes, y apasionante de comienzo a fin.

Siéntate en tu butaca preferida y ponte cómodo para sumergirte en mis relatos y en mi novela. Sé bienvenido a mi mundo.

Andrés Simón Moreno Arreche

viernes, 3 de diciembre de 2010

CAP 12 - El Ocaso de los Tulipanes / Sangre, fervor y lágrimas

El incidente en la estación Haran El Motuhar, en Teherán, fue la prueba de que algo grande se estaba preparando. Antes de Haran El Motuhar hubo sospechas de que una anti jihad se estaba gestando en pequeños grupos radicales y ultra conservadores de Occidente, pero el alto grado de planificación comparado con la baja calidad del explosivo transformó las suposiciones en una teoría comprobable tarde o temprano y en algún momento del incierto futuro se podría dar con los autores de aquellos atentados, porque en el negocio terrorista siempre se deja una estela en medio de la crisis, aunque la espera sea lo peor del seguimiento. El artefacto no estalló en el momento programado, sino diez horas después, cuando la densidad de pasajeros había disminuido. Varios relojes de las víctimas confirmaron la hora, y lo mismo ocurrió a la salida del palacio de Molestan y en el monumento Azudi, en las afueras de Teherán. No hubo coordinación ni aviso previo como en las bombas que incendiaron varios autos a la entrada de la mezquita del Gran Bazar, entre esos el BMW de un alto funcionario iraquí que estaba de visita con el propósito de vender un lote de cinco mil fusiles AK-47 a los muyahidines locales. Tampoco fue anunciado ni reivindicado el sobre bomba enviado a los Mulá que organizaban un encuentro de jóvenes en Egipto y que causó la muerte de treinta y cinco fieles que llevaban a sus hijos a la madraza de la mezquita de Al Haggag de Abu. Tampoco hubo notificación previa en Palestina cuando una bomba estalló dentro de un contenedor de basura frente a un banco suizo. Tan sólo la explosión en Marruecos fue notificada previamente, pero no con suficiente tiempo para ubicarla en el zoco del bazar de Jema El Fna, la plaza de las mil hogueras. El artefacto explosionó a veinte metros de la rábida de La Kotoubia y así, la “mezquita de los tintoreros” se tiñó con la sangre de fieles y turistas.

Pero la vida a las nueve de la mañana en el lujoso y refinado sector Doggi, frente al Nilo, era muy diferente a las otras nueve de la misma mañana que se vivían diariamente en El Cairo. Ése era un exclusivo barrio diplomático, tan cerca pero tan alejado del bullicio y del fragor cotidiano de la vida egipcia, que bien pudiera estar enclavado en cualquier ciudad europea, a no ser por la proximidad del puente Sayyida Zaynab que cruza el Nilo por la Isla de Roda y penetra en la costa oriental de la ciudad por Garden City, saturada de olores y sonidos milenarios, a contrapelo de su modernidad. La calle principal de Doggi es la más amplia de la ciudad, con exquisitos jardines y pequeñas plazoletas que dividen el flujo vehicular que drena de Norte a Sur. A uno y otro lado, las suntuosas mansiones, con extravagantes o recatados jardines, con circunspectas y ocultas habitaciones para la servidumbre, rejas de seguridad sobre vitrales delicados o inmensos muros de piedra que impiden el paso y la visión. Durante casi todo el año, el clima de El Cairo es menos agresivo aquí que en el resto de la ciudad, en parte por la humedad de la jungla de árboles trasplantados desde otros confines, y por la suave brisa de la ribera del Este que los atraviesa. Esta vegetación ha crecido con los años y por ello muchas de las fachadas están ocultas por la tupida arboleda, que resultó ser una protección considerablemente eficaz contra la explosión que se desató a las nueve de la mañana en el exclusivo sector diplomático de la capital egipcia.

Una explosión igual de ensordecedora hubo al otro lado del mundo, en el desierto de La Guajira, al Norte de la América del Sur, en aquella Misión, la de La Caridad Extrema de la Hermana Rosi, pero en otra época, cuando la patrulla de guerrilleros urbanos comandada por la Comandante Claudia y por Bianca llegó con las oleadas de la resolana de ese día, que enturbiaban el horizonte y desdibujaban parcialmente la sólida estructura de ladrillo y argamasa blanquecina, rodeada por un inesperado bosque de árboles frutales, de entre los que se destacaba un descomunal árbol de mango, a cuya sombra se guarecía casi toda la estructura de aquel insólito monasterio.

Una tercera explosión, igual de potente aunque de otro tipo, sacudió los cimientos de la Iglesia Episcopalística cuando Antonio terminó de leer aquel dossier. Fue un estallido que surgió en forma de interrogatorio:

.- ¿Qué certeza tiene Su Santidad acerca de la veracidad de lo que aquí se dice?

.- La fuente es totalmente confiable para nosotros.

.- ¿Puedo saber quién es? Lo pregunto porque le voy a sugerir a Su Santidad reconfirmar lo que está en este documento, y si sé quién o quiénes son la fuente informativa los resultados serán más inmediatos.

.- “Si, puede saberlo. Se llama Klistmann, Boris Klistmann, del servicio secreto alemán, aunque su verdadero nombre –así nos lo hizo saber el embajador- es Konrad, sin apellido, sin título, sin cargo burocrático determinado. El embajador alemán pidió una entrevista personal privada hace una semana. Le recibimos en la Sala Azul y allí le conocimos. Fue él, Konrad, quien lo entregó. Nos impresionó desagradablemente por su porte y su silencio. Se trata de un hombre de estatura media, tal vez de cuarenta años, aparentemente de origen eslavo, cara cuadrada, complexión fuerte, más europeo que del mediterráneo y con la rara virtud de incomodar a quien lo mire. No dijo nada. Desconozco el timbre de su voz, pero lo dijo todo con su silencio y con la mirada, la mirada de un asesino, más pesada que el fardo de documentos que entregó aquella tarde.

Lo que no contó Konrad, o Klistmann, o quien quiera que fuese, ni al embajador ni a Su Santidad fue el cómo, ni el dónde, tampoco cuándo se ejecutó la complicada red de espionaje cuyos resultados terminarían condensados en aquel dossier. La operación se inició seis meses antes en Tel Aviv y El Cairo, pero fue en la capital egipcia donde surgió la primera pista sólida. La obtuvo Jonathan, Diesel Jonathan, un mercenario inglés con más de quince años en el medio oriente, que forma parte del equipo de investigadores de Klistmann. La conversación entre Klistmann y Jonathan sucedió en una de las mesas al aire libre del Ciragan Palace, en Izmir, frente al Bósforo, una tarde de junio, con la primera brisa del Este de la temporada vacacional sacudiendo los manteles y los blanquísimos toldos de lona, precariamente asidos a parales de aluminio.

.- Entonces, todo lo que pudo averiguar de nuestro objetivo fue que esa noche se registró en el hotel - Comentó Klistmann encauzando la conversación hacia el tema de la estadía de Roberts en el Gezirah Hotel Casino, de El Cairo.

.- Además de un cordial saludo, si. Solamente eso, porque cuando le insinué algunos detalles me esquivó con una amenaza cordial.

.- Pero ¿Conversaste con él antes que se marchara?

.- Si. Lo hicimos en el área de la piscina. Me preguntó si esquiaba y le dije que sí. Me preguntó si yo podría esquiar con ellos alguna vez. Le dije que probablemente. Me preguntó dónde solía hacerlo y le dije que en las faldas de las montañas de Shemiran. Las conoce. Me preguntó por la nieve de este año. Dije que fabulosa. El concluyó nuestra breve conversación aludiendo que no tenían tiempo para acompañarme, que su esposa estaba ansiosa por estrenar su nuevo equipo y que tal vez en otra oportunidad sería posible.

.- Así que ella también estaba. ¿En la piscina o en la mesa?

.- En una tumbona, tomando sol, frente a las mesas con parasol donde estábamos nosotros. Creo que él la llamaba Charlie, pero al despedirse de mi, ella se identificó como Elke.

.- Nada relevante. Tiene un nombre para cada amante. Es su método. Dicen que es hermosa. ¿Cómo le sentaba el bikini?

.- ¿También te la quieres tirar?

.- ¿Por qué no? A mi me gustan todas las mujeres. Dime ¿Qué tal está? Vamos, además de sus habilidades… Sabes a qué me refiero.

Jonathan se hizo el intelectual. No se había preparado para la pregunta y la insistencia de Klistmann, así que echó mano de sus recursos histriónicos para no desentonar y también para darle a su jefe lo que le pedía, pero sin comprometerse.

.- Pues, tiene un buen trasero. Más o menos de tetas. Buen gusto para las tanga. Mirada de niña rica ¿Por qué te interesas tanto en ella? ¿Quién es y qué papel juega en la investigación?

.- Nada relevante -mintió Klistmann- Es sólo una puta. Una de alto vuelo pero de clase alta: Colegio privado en Zúrich, vacaciones en el Caribe y en Tahití, ropa de marca, tarjeta Dinners de platino de su amiguete de turno, claro está ¿Qué más te puedo decir? Lo importante es que pudiste entrar en contacto con él.

.- Y por lo visto, es un hombre con una mente prodigiosa que no olvida a nadie. Con tan solo veinticuatro horas en el hotel sabía de memoria el nombre de los camareros, los botones y hasta de los chóferes.

.- Pero no a todo el mundo le planta conversación, mucho menos una invitación velada a esquiar. De todos modos, gracias por tus informes en estos últimos tres meses. Hay datos interesantes como ése, el del israelita Simón Litvak.

.- ¿Quedo libre? ¿Debo suponer que…?

.- Si. Estás en lo cierto. No te necesito más por ahora, pero estaremos en contacto. Ah, lo que me preguntas con la mirada está resuelto. Ayer se hizo la transferencia.

Simón Litvak era otro de los ‘obreros especializados’ de Klistmann. Tenía la misión de vigilar los pasos del jesuita en el Sur de Austria donde se contactaría con Elke, la mensajera. Eso no lo sabía Jonathan, pero con sus informes corroboró la actividad ‘exploratoria” de Litvak, que también formaba parte de la red clandestina del Mossad en Europa.

Una prolongada espera antecedió a la llegada de Elke. A las 6:00 a.m. le notificaron a Litvak que había cruzado la frontera sin novedad, dos días y una noche después de las explosiones en la estación del metro en Haran El Motuhar, en el Palacio de Molestan y en el monumento Azudi, las tres en Teherán. Arribó en un pequeño Audi a media tarde; para entonces Simón había rotado la vigilancia varias veces, lo cual no era su problema principal. Lo era el hecho de que su gente se tomaba demasiado a pecho el trabajo y constantemente tenía que obligarles a descansar en las horas libres.

Desde su puesto de control, Simón tenía ante su vista una típica plaza de mercado de pisos empedrados, rodeada de viejos edificios, entre los que destacaban dos posadas con el restaurante en la planta baja y mesas al aire libre, Un estacionamiento público separaba ambas construcciones, a la entrada del cual un encargado cobraba un euro por vehículo. La hostería de la izquierda tenía como símbolo y nombre un Halcón Milano de bronce bruñido sobre un escudo galo de acero con pavón negro azulado. La segunda posada, al otro lado de la entrada del estacionamiento, se identificaba con un letrero de madera que colgaba de un asta horizontal: ‘Karpatt Gasthaus’ -Posada Karpatt, en germánico- Tenía más clase que su vecina: manteles de tela bordados, mesas redondas con parasoles y una buena provisión de truchas o salmones, según la temporada, que se podían elegir en una inmensa pecera que divide la barra de la cocina. A media tarde transitaban por la plaza muy pocos marchantes y un calor suave, templado, arropaba toda la villa. En una de las mesas del ‘El Halcón Negro’ dos jovencitas conversan animadamente sobre cualquier nadería, mientras escriben a dúo una postal entre risas y murmullos. Son dos de las muchachas de Simón Litvak, que además de tomar nota de las matrículas de los autos que pasan por la plaza, vigilan atentamente al objetivo que está en una de las mesas del Karpatt Gasthaus, un grave y menudo jesuita que bebe lentamente un vaso de vino mientras lee su breviario. Lleva allí más de cuatro horas, pero eso no importa en el Sureste de Austria. Allí nadie le pide a un sacerdote que despeje la mesa, así haya cien turistas esperando.

En el reporte que le entregó Simón a Klistmann se agregó la siguiente descripción:

Objetivo: Ehud Weizman

Nacionalidad: Israelita

Religión: Cristiano

Actividades recientes: (Últimas setenta y dos horas)

.- Vuelo Bogotá-Madrid (Lufthansa – 0:45 GMT) Contacto en el Aeropuerto Internacional de Barajas con Aytor Eskerra, integrante del comando 7 de ETA.

.- Tren Madrid-Paris (Sale 09:13 GMT) Tren-hotel Francisco de Goya. Ruta Madrid / Valladolid / Vitoria / Poitiers / Blois / Gare D’Austerlitz / París. Clase turista – Vagón 5 Costo: 212 euros (Llegó 19:43 GMT)

.- Aeropuerto de Orly (París 21:50 GMT) Encuentro con Misha Gavron, del partido Likud, en el dutty free shop del área internacional.

(Detalles del viaje Gare D’Austerlitz – Aeropuerto Orly, ver anexo “A”)

Actividades recientes (Últimas cuarenta y ocho horas)

.- Vuelo Paris – Salzburgo (Air France 08:15 GMT) Contacto telefónico con Bogotá. Ver trascripción de la conversación de 17 minutos 9 segundos en el Anexo “B”. Contacto telefónico con móvil de Elke Braun. Ver trascripción de 23 minutos 11 segundos en el Anexo “C”.

.- Llegada a Salzburgo (Air France 11:30 GMT) Contacto con dos sacerdotes jesuitas en la puerta de llegada “M”. Intercambio de maletines sin conversación.

.- Salida a Viena (13:25 GMT) vía terrestre. Carro alquilado en Avis Car Rental: Toyota Camry color crema, placas A7W-2584.

.- Llegada a Viena (20:05 GMT) Tren CAT desde el aeropuerto con trasbordo en el metro U4 en la estación Heiligenstadt hasta la estación Schottenring. Hospedaje en el hotel Goldener Bâr ubicado en el centro de la ciudad (Habitación 15)

Actividades recientes (Últimas veinticuatro horas)

.- (07:30 GMT) Hotel Goldener Bâr: Cancela la habitación y el carro alquilado que dejó en el aeropuerto. Toma un taxi hasta la estación del ferrocarril Sudbahnhof.

.- (08:05 GMT) Contacto telefónico con Elke Braun. Ver trascripción 17 minutos 43 segundos en el Anexo “D”

.- (08:25 GMT) Salida de Viena con rumbo a Graz.

.- (11:55 GMT) Llegada a Graz.

.- (12:05 GMT) Se ubica en la mesa 3 del Karpatt Gasthaus.

.- (16:30 GMT) Llegada de Elke Braun. Conversación grabada. Ver trascripción de 2 horas 15 minutos en el Anexo “E”.

.- (18:45 GMT) Salida hacia Viena.

Elke Braun -Charlie- había organizado las explosiones. Su cliente estaba satisfecho, a pesar de la descoordinación horaria y su única preocupación era llegar lo antes posible a Zúrich y de allí, por vía férrea, a Basel, la estratégica ciudad suiza, a pocos minutos de Alemania y Francia. Pero no siempre el éxito la acompañó. Cada vez que ejecutaba una misión, fuera pequeña o de gran envergadura como ésta, sus recuerdos la regresaban inevitablemente a sus primeros días, a su reclutamiento, a su adiestramiento inicial.

Tendría dieciocho años (nunca se sabría) y desde entonces pertenecía a un grupo teatral israelí, de izquierda y medianamente exitoso. Además de interpretar uno de los papeles principales de la obra, era la amante del director, Josua Cohen. No lo sabía, pero Josua era un terrorista infiltrado. Muchas veces, medio borracho y después de hacer el amor con ella en la cama de los hoteles baratos y de carretera a los que acudían con la troupe, le mencionaba nombres, nombres sueltos, fechas, fechas y nombres sin referente para ella, circunstancias y hechos descabellados y sin sentido. En esta oportunidad le anotó un número en el borde de un recorte de periódico y se lo introdujo en el brassier mientras ella conducía el Mercedes Benz por la costa griega hacia Salónica. Tampoco sabía de los treinta kilos de explosivos ocultos en la recámara de aire de la rueda de repuesto, del mismo modo que siempre ignoró cómo y de dónde obtenía Josua los recursos para mantener a los actores, los asistentes y a los inevitables extras que contrataban en cada presentación.

Los interceptaron a la salida de Volos, donde se bifurca la vía de la costa en una autopista más amplia de cuatro canales. Estaban cargando combustible en el surtidor externo de la estación de servicio cuando un Peugeot se les orilló sin apagar el motor. Ella se dio cuenta de lo que sucedía cuando una mano, tan grande como el volante del Mercedes Benz le abrazó desde el hombro izquierdo hasta el cuello y parte de la cara, y la sacó por la ventana como una maleta vacía. No escuchó los dos tiros que recibió Josua en la cara. No vio a sus captores sino tres horas después. Tampoco sintió la explosión.

Al llegar, el gigante empujó una vieja reja que rechinó infinitamente. Al final de una vereda de piedras que serpentea entre un descuidado jardín, invadido por las bruscas otoñales que renacen bajo la nieve, se abrió una puerta de madera, innecesariamente sólida y verde, que contrastaba con los rojísimos ladrillos de las paredes de aquel abandonado chalet, escondido entre la tupida arboleda de cipreses y olivos del Olimpo. Charlie entró seguida por un agente corpulento y sudoroso, que le flanqueó el paso como un gentil vendedor de inmuebles. Una pareja les esperaba en la sala de paredes enmohecidas y piso cubierto por una pátina de polvo finísimo. Al centro, una solitaria y tosca mesa de madera con cuatro sillas en vías de extinción constituían el único mobiliario de la casa. Él aguardaba en una esquina, oculto por una tupida nube del humo de su tabaco. Ella era como una hermosa azafata, impecable y sonriente, dándole la bienvenida a los pasajeros de primera clase.

.- ¡Que grata sorpresa! ¡Han traído a Charlie sin un rasguño! Querida, eres bienvenida

Y dirigiéndose a la mesa para destapar una botella de Vodka, continuó con el monólogo-

.- Tu interpretación en Atenas fue sencillamente magistral, especialmente en el primer acto.

Dijo esto con la voz plástica de las falsas alabanzas de un consumado corifeo del teatro griego.

.- ¿Te apetece? ¿No?

Miró hacia la esquina donde la figura de Yasser ben Gurión se difuminaba dentro de la nube de un tabaco Cohíba de 25 euros, y se le acercó para decirle en confidencia:

.- Olvídate de él, es un desadaptado. Pero anoche, querida Charlie, estuviste fantástica ¿No te parece así, Yasser? Ah… ¡Pero que descortesía la mía! Me llamo Inga.

Lo dijo sin hacer mucho énfasis, como si los nombres fueran un accesorio de libre remoción. Aún así le insistió:

.- Inga. Inga a secas. Así como tú te haces llamar Charlie, yo me hago llamar Inga ¿Estamos?

Era una rubia estupenda, con el frondoso y abundante pelo rubio natural atenazado en un discreto moño. Sus ojos grises eran de hielo y su piel, blanquísima, destacaba aún más al contraste del azul índigo de su sobrio traje de falda, chaqueta de manga larga y corte alto que le sentaba a la perfección a su escultural figura, pero Charlie no había percibido nada de ella, tan solo su voz. Su mente estaba focalizada en Josua. Desde la esquina, Yasser tardaba en responder el comentario de Inga. Lo hizo mientras acercaba a la luz su desencajado e inexpresivo rostro de Humphrey Bogart, avanzando hacia la mesa como lo hiciera el actor norteamericano en Casablanca, con una mano al bolsillo de su pantalón y el humeante tabaco en la otra.

.- Si, ha estado muy bien.

Charlie no superaba el shock, pero su formación actoral y su instinto de supervivencia le impulsaron a orillar sus sentimientos y asumir un nuevo rol en aquella obra que estaba viviendo. Inga se le había acercado y con una límpida mirada, de esas que dejan traslucir todo lo que hay dentro de sí y aún más, detrás de sí, le preguntó mientras le arreglaba un mechón rojiparduzco sobre la frente:

.- ¿Te resulta difícil aprender tantos diálogos y parlamentos?

.- No, para nada - Le contestó Charlie como si estuviera en una rueda de prensa- Los diálogos y en especial los monólogos nunca han sido un problema para mí.

Quiso apartarse de Inga. No soportaba tanta proximidad. Pero cuando se levantó de la silla, la berlinesa la contuvo por el brazo, apretándola innecesariamente.

.- ¿Has leído ‘El Infiltrado” de Le Carré? Yo sí y estoy fascinada. Cuando un hombre inteligente me llega tan adentro, ¿Sabes a lo que me refiero, no? Entonces, inevitablemente me enamoro de él.

Inga especulaba con argumentos banales. Le daba vueltas al ‘momentum’ y se preguntaba secretamente hasta dónde soportaría Charlie. Hasta cuál punto de inflexión aguantaría Charlie con la actuación de un papel que se escribía simultáneamente con la interpretación, sobre la marcha y bajo una intensa presión. Le habían informado que era una actriz excelente, pero quería comprobarlo. Era apenas una chiquilla. Aún así tenía un elevado nivel de plasticidad y lo que más le agradaba: Sabía esconder sus emociones. Pero a Charlie se le salió el corazón por la boca. No pudo evitarlo. Sin embargo, lo hizo con elegancia.

.- ¿Está muerto, verdad?

Inga no respondió. Estaba ensimismada en su evocación de Le Carré y su obra. Fue Yasser quien le respondió con un tono sombrío:

.- Si. Está muerto como lo puede suponer. Lo lamento. Lo lamentamos todos. Y por el contenido de la correspondencia que se intercambiaron en los últimos dos años, supongo que usted lo lamentará también.

Una conmoción le golpeó el alma y un profundo abatimiento la trajo a la realidad. Desde el piso no se sentía desfallecida. Estaba consciente de todo, incluso de que las piernas no le respondían y que desde el piso, abrazada por Inga, lloraba irremediablemente como una niña. Lloraba como los infantes, a oleadas y sin contención. Lloraba con dolor, culpabilidad, ira, terror y con cada cambio de sentimiento lanzaba imprecaciones, maldiciones, acusaciones, tanto en hebreo como en griego y en alemán, y hasta un ‘hijos-de-puta’ castizo y con abolengo. Hizo una pausa. Se ahogaba y el vómito le sobrevenía con una profunda arqueada, pero para volver a llorar tan sólo debía evocar el rostro de Josua, su amante en el teatro en la vida diaria, su palestino desgarbado y de mirada triste, el hombre misterioso que le había dado un motivo y una orientación a su vida.

.- Murió accidentalmente -ironizó Yasser- Pero tus cartas y tu diario están a salvo. El carro era robado y con matrícula falsa, igual que toda su documentación. Josua no era ese Josua del que te enamoraste. El coche no provenía de donde él te dijo y la cajuela no estaba vacía: Estaba repleta de explosivos. Ahora, dinos ¿Qué hacías conduciendo un Mercedes Benz robado, cargado de explosivos?

Inga le acarició el pelo de nuevo, como sólo una madre puede hacerlo, y para facilitarle la respuesta a Charlie le susurró la pregunta:

.- ¿Te dijo por qué y para quién eran los explosivos?

Pero la mente de Charlie estaba concentrada en Josua. En el amable y siempre triste Josua. Lo veía despedazado, volando por los aires, en una bola de fuego y metales retorcidos, consumiéndose lentamente, como los cadáveres que se tropezaron a la salida del Teatro Hebrón, cuando un suicida de Hamas se sacrificó matando más de veinte en el café contiguo a la sala de espectáculos, y lo que escuchaba era su voz, la voz pastosa de un Josua medio ebrio, cuando le daba sugerencias y consejos acerca de lo que había visto y oído con él:

.- Niégalo todo. Desconfía siempre y en todo lugar. Rechaza todo cuanto ellos quieran poner en tu boca y en tu mente. Recházalos. Rehúsa. Miénteles, de ser necesario. Escribe tu propio guión y ajústate a él en lo posible.

Yasser insistió:

.- También ha muerto una mujer, en otro lamentable accidente. Fue en franja de Gaza. Una mujer que llevaba un diario como tú. Que le escribía cartas a Josua, como tú. Y que como tú, también fue ‘su’ primera actriz. Imagino que no te interesa saber más ¿O sí?

Con la sutileza de una serpiente siseante, Inga acercó su boca al oído de la llorosa muchacha para descargar la más sugestiva de sus puñaladas:

.- Una chica francesa. Ya sabes, una hermosa rubia natural con piel de melocotón y dentadura perfecta.

Yasser continuó la tarea de ablandamiento, impasible, metódico, con la frialdad de un estilete veneciano:

.- Al parecer, con la muchacha también murieron otros miembros de tu grupo.

En el mismo tono siseante, Inga le disparó:

.- No eras la única, querida. No tienes el derecho exclusivo para llorar a ‘nuestro’ palestino, como tampoco son exclusivamente para ti todas las cosas que te dio, ni todas las que te dijo.

De pronto, Charlie dejó de llorar. Se recompuso y reflexionó sensatamente lo que Inga le acababa de decir.

.- Nunca le pedí nada.

Yasser insistió en su táctica:

.- Dicen que la francesa era una terrorista…

Inga remató:

.- Una terrorista que se acostaba con ‘nuestro’ Josua.

Yasser, continuando con la interpretación de Humphrey Bogart, caminó en torno a la muchacha mientras recitaba una letanía de aseveraciones y saboreaba el habano, lanzándole volutas de humo a Charlie:

.- Se dice que la francesa explosionó varios artefactos siguiendo expresas instrucciones de Josua… Se dice que la francesa y Josua planeaban más actos terroristas… Se dice que existe una clave, un número, que es la respuesta a todas nuestras interrogantes… Se dice… Se dicen muchas cosas de Josua y su verdadero amor, una francesa ‘legalmente rubia’… Todo el mundo tiene algo que decir de Josua ¿Y tú? ¿Qué nos puedes decir?

Hubo una pausa, un silencio espeso que profundizó aún más el mutismo de Charlie. De sus ojos resbalaban lágrimas pero no lloraba. Se derramaba. La tensión anterior dio paso a una serenidad casi mortuoria. Charlie se había aislado en uno de sus más profundos mundos interiores. Pasaron cinco minutos, tal vez media hora. Para cuando Charlie regresó a la realidad, Yasser no estaba en la sala del Chalet. El agente que la trajo tampoco. Inga y Charlie retomaron una conversación más distendida, menos irritante. La muerte de Josua era un hecho irreversible, como lo era también su deseo por conocer la verdadera historia de aquel palestino de ojos azules y mirada triste. De pronto Inga asumió una conducta fría y distante:

.- ¡Vendrás con nosotros!

.- ¿Qué? ¿A dónde?

.- Simplemente tienes que estar con nosotros una temporada

Inga utilizó el muy teatral término de ‘temporada’ para tender entre las dos un puente de entendimiento.

.- ¿Estar dónde? ¿Cuánto tiempo? ¿Una temporada? ¿Y por qué?

.- Querida… - respondió Inga con paciencia de maestra parvularia - …sucede que no sabes cuánto sabes. Suena extraño ¿verdad? El caso es que… ¿Cómo te lo explico mejor? A ver: Eres como una niña pequeña que apenas comienza a caminar y está corriendo con un filoso cuchillo entre sus manitas ¿Ahora si me entiendes por qué debes pasar una temporada con nosotros? Te enseñaremos a caminar, querida. A caminar y a correr y a manejar bien lo que tengas entre manos. Ahora mismo eres muy peligrosa para ti misma si continuaras sola como hasta ahora. Y mira que estás sola… Bien sola. Abandonaste tu hogar en Israel. Escapaste del kibutz a los dieciséis. Tus compañeros de teatro te han abandonado. Josua está muerto. Sólo estamos tú y yo, y Yasser. Nosotros somos tu familia de ahora en adelante.

Así recordaba Elke su reclutamiento, nítidamente, con intensidad y con un profundo dolor por el único hombre que amó en su vida. Desconocía el por qué, al comienzo o al final de cada misión evocaba el día de su reclutamiento. Era un misterio tan complejo de desentrañar para ella, como lo era para Antonio descifrar, catalogar y jerarquizar la cantidad de datos, cifras, fichas y transcripciones del voluminoso dossier que puso en sus manos el Vicario de Cristo, el ‘otro’ Papa, Su Santidad Santiago Tomás I.




Este capítulo forma parte de la Novela "El Ocaso de los Tulipanes" ® Depósito legal lf06120088001562 del 18/abril/2008 - ISBN 9789801231615 / Radicación internacional Nº 7571 del 21/abril/2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus

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