Mientras los demás detectives encabezaban batidas de profilaxis social en los arrabales más peligrosos de la ciudad, el sargento Meléndez decidió pasar la noche analizando los voluminosos expedientes que tenía de cada uno de los quince asesinados. La violencia extrema, la forma metódica en que fueron ultimadas esas personas y las letras, con la cadencia cíclica de su enigmática simbología, le convencieron que con medidas como aquellas que se ejecutarían esa noche no se lograría nada. No se quedó en el cuchitril que tenía por oficina en el precinto policial, pero tampoco se iría para la casa de su hermana, donde malvivía, arrimado en un cuartucho adosado al garaje, desde que se divorció de Antonia. Decidió alquilar una habitación en el mugroso motel frente al precinto. Le dieron la habitación 17, la peor, la que da hacia la avenida, la que tiene el aviso de neón justo al lado de la ventana, pero no le importó pues su intención no era dormir; todo lo contrario.
Lo más importante no era hacer coincidir letras con cadáveres -eso le resultaba elemental y obvio- sino encontrar un vínculo, el que fuera, que le sirviera de guía como en la fábula del Hilo de Ariadna, y le permitiera seguir una ruta hasta hallar al o a los culpables. La intermitencia del aviso de neón y su ansiedad por fumar le condujeron hacia el precario y breve balcón. Al salir, el frío de la madrugada se combinó con el zumbido de los viejos transformadores del aviso, a tal punto y en tal medida que le fue imposible disfrutar de su cigarrillo sin filtro de tabaco negro. La cadencia de las intermitencias del aviso le atrajeron la mirada, igual que a las luciérnagas que volaban desde todos los árboles de la avenida para ir a morir, felizmente achicharradas, en las candentes resistencias del aviso. Quedó absorto con el aviso; primero por la cíclica combinación de azules y rojos, pero más aún por el ciclo luminoso: primero las letras azules... Luego las letras rojas... Inmediatamente las azules y las rojas juntas, como la intermitencia de las luces en las patrullas policiales, y finalizaba el ciclo con una 'ola' de color que recorría todo el nombre del aviso, de arriba a abajo. Finalizadas 'las olas' comenzaba todo de nuevo.
Pasaron dos, quizás tres horas más y el sargento Meléndez no había abierto ni uno solo de los quince expedientes. Continuaba absorto con las luces del aviso hasta que algo dentro de su cerebro lo despertó de ese marasmo. Inclinó levemente la cabeza, como solía hacerlo cuando tenía mentalmente resuelto un caso, y sin dejar de ver hacia afuera, tomó su celular y se comunicó con su jefa, la Teniente Andreivi Pérez:
.- "Teniente..." -le comunicó con la voz cansona y monocorde que suelen tener los drogadictos-”ya tengo la pista".
La Teniente estaba hacia las barriadas del Sur, donde no se recibe con claridad la señal satelital, ni siquiera a esa hora de la madrugada. Sintió un pánico que supo controlar, pues sabía que si Meléndez la llamaba a esa hora y con esa voz, estaba sobre la pista, pero también en peligro. Le captó la clave y le tranquilizó. Le aseguró que estarían allí en menos de quince minutos pero... ¿Dónde estaba?
.- " En el motel, frente al precinto...Piso dos...habitación 17...Lleguen sin hacer el menor ruido...Sin luces ni estridencias...Cuando se acerquen, lo rodean y me envías un mensaje de texto para darte más detalles."
A pesar que el protocolo indicaba lo contrario, la Teniente literalmente lo ametralló a preguntas; preguntas que Meléndez no le respondió, sino que con su voz, ahora casi en susurros sólo atinó a decirle:
.- "Teniente...¡Cállese y óigame! No le puedo decir más, pero cuando llegue al frente del motel podrá darse cuenta que aquí está el asesino."
Efectivamente, cuando las silenciosas patrullas tuvieron rodeado el viejo edificio de cuatro pisos que hace más de 50 años es un motel de ocasión, la Teniente Andreivi Pérez se acercó por el frente, se fijó en la línea de habitaciones del segundo piso y en el aviso de neón. Entonces sonrió con satisfacción al comprobar que su detective tenía razón, porque en nombre del hotel estaba la segunda y más importante de las claves: "Las quince letras."
Este relato forma parte del Volumen I de "Relatos Para Contárselos a La Muerte" ® Depósito legal lf06120088001563 ISBN 9789801231622 / Radicación internacional Nº 7572 del 21-04 2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus™
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