A las seis de la mañana siguiente, el nuevo teléfono celular de Ehud Weizman sonó por primera vez. La pantalla le indicó la procedencia de la llamada:
.- Shalom, Eliel. Llamas temprano.
.- Shalom, Ehud ¿Ya estás levantado? Ven a desayunar con nosotros.
.- Ya lo hice ¿Están en el Hotel? Entonces desayunen ustedes porque yo no estoy allí. …Me traje la llave. …Dando una vuelta por el sector musulmán de la ciudad vieja. Puedes confirmarlo con tu satélite. Lo siento, pero no concretamos hora. Dijimos que nos reuniríamos hoy en la mañana sin determinar la hora. Pero ¿Cuál es el problema? Comiencen ustedes y antes de las ocho y media yo estaré allí. Aselam aleikum.
Ehud apagó el teléfono y continuó aguardando el amanecer con K’bar el Kébir a un costado de la entrada Oeste de la alminar de Al Aqsa, en la explanada de las mezquitas, al Sureste de la vieja Jerusalén. Aunque no era el mes del perdón, la gran explanada estaba concurrida de fieles como en cualquier Ramadán, la mayoría de ellos procedentes del Oriente medio y de Europa. K’bar siempre fue el mercenario de más confianza para el jesuita, no sólo por estar vinculado sentimentalmente a Bianca, la mítica guerrillera urbana de Venezuela, sino porque conocía muy bien sus antecedentes y su legendaria historia. Cuando el jesuita colgó la llamada, la pregunta del marroquí no se hizo esperar:
.- ¿Tus amiguetes del Mossad?”
.- Los del Mossad no conocen la amistad. Si, son ‘eso’, amiguetes ¿Y dónde está Bianca? Pensé que vendría contigo.
.- Quedó en Donostia, pero vine con Cao Cao, mi cuñada. Debe estar por la entrada del Este con las mujeres. ¿Tienes definidos los objetivos?
Ehud le entregó un pequeño libro de planos carreteros editado por la Unión Europea, con cuatro páginas marcadas: Teherán, Egipto, Palestina y Marruecos. En cada una de ellas, un punto rojo identificaba un objetivo específico y debajo del punto, la hora ideal. K’bar lo guardó en el bolsillo interno de su chaqueta justo en el momento en que el orto solar despuntaba por el horizonte y desde el alminar, la voz monocorde del almuecín iniciaba los cánticos de la primera oración del día. Una ola humana se inclinó reverencialmente en el patio de las oraciones y cientos de fieles, Ehud y K’bar entre ellos, orientaron sus cuerpos y sus vidas hacia el Mihrab. Terminada la ablución espiritual, se encontraron con Cao Cao afuera de la mezquita y caminaron hasta el muro de Al Buraq para separarse del grupo de fieles y conversar en privado.
.- Para esta operación vamos a necesitar algo de efectivo y tiempo.
.- Lo primero está garantizado - aseguró Fabio, ahora en el papel de un próspero comerciante libanés, de visita en el Domo de la Roca - Lo segundo no es posible. Los eventos deben coincidir con un plan de acción que ya está en marcha.
.- No se… - Vaciló K’bar - Hemos estado retirados de estos menesteres durante algún tiempo y necesitamos de todo el tiempo disponible. Tiempo para planificar. Tiempo para la logística. Tiempo para ubicar la gente. Nos das dos semanas y es muy poco tiempo: Necesito el doble, un mes.
.- Imposible. En un mes estará ejecutándose la segunda etapa del plan. Para ese momento, lo que tenemos que hacer en estos catorce días deberá ser historia. Hechos consumados.
.- ¿Y los del Mossad? - terció Cao Cao - ¿Los tendrás listos?
.- Si, se los garantizo y haré que ‘me utilicen’ como a un novato. Me reuniré con ellos antes de las nueve y los tendré informado de todo cuanto se planifique.
.- Hablaremos más tarde - dijo K’bar mientras se dirigían al estacionamiento - ¿Cómo estás de protección? ¿Necesitas armamento?
.- Nada. Tengo lo necesario, aunque pensándolo mejor, sí. Necesito información y vigilancia sobre esta mujer - Le mostró una foto de Charlie tomada con la cámara del nuevo teléfono digital que le dio Misha.
- Va a ser mi contacto con ellos y posiblemente la que ejecutará la misión.
.- ¿La conoces? - le preguntó K’bar a Cao Cao.
.- Si, la conozco - respondió con preocupación la menuda camboyana - No es buena noticia. Debes cuidarte bien de ella. Es extremadamente peligrosa, rápida y certera. No te será sencillo continuar la farsa del novato si la vas a tener cerca.
Para todos, conocidos y extraños, Cao Cao era nombre doble, nombre y apellido o sobrenombre. Para ella, sólo la manera más reciente de identificarse porque en la Camboya en la que vivió, la del khmer-rouge, la de Pol Pot, el nombre del nacimiento no permanece para siempre. Se modifica tantas veces como se quiera cambiar de vida; cuando la que llevas no te satisface o cuando la enfermedad o la mala suerte se ceban sobre ti. A los 12 años, Sok Ly dejó de llamarse así. Debió dejar de ser quien era porque era imposible asumir con ese nombre la prostitución a tan corta edad. A esta niña la encontró K’bar el Kébir encerrada en una de las jaulas del burdel de su propia familia. Inmundo, como cualquiera de los burdeles camboyanos de los muchos que hay en las calles del distrito de O Chrony, en Poipet, al noroeste del país, en la frontera con Tailandia, con una entrada destartalada y con toscos butacones de madera adosados a una pared para cuando el monzón y el calor aprietan.
Una minúscula y calurosa sala era todo que lo que se necesitaba para exhibirlas; el mismo espacio donde ella y las otras niñas de su edad descansaban las pocas horas que les permitían estar fuera de las jaulas. Allí el cliente las contemplaba como ganado de feria, acordaba el precio con la madame y seleccionaba a su preferida para perderse con ella por un estrecho y mugriento pasillo, decorado con afiches de cantantes y actrices asiáticas famosas, maquilladas con la exageración típica de Asia, y con sonrisa exagerada y pose feliz.
Un espejo, una tinaja con agua, y un hueco para la letrina que evacua directamente a la calle acompañan a un camastro, sobre el que la función reproductora se circunscribe únicamente a un himeneo sudoroso y veloz. Es un servicio breve, no más de treinta minutos, por dos dólares americanos. Sok Ly malvivió dos años en uno de esos tugurios, sometida al proceso de seasoning[1], como llaman los traficantes al periodo de adaptación de una niña, adolescente o adulta a su nueva situación, hasta que tras las violaciones y torturas, acaba bien cocinada, convencida de que su única opción para sobrevivir es la que tiene a la vista: prostituirse, trabajar para ellos de por vida, estarles agradecida.
Cuando K’bar la rescató, Cao Cao pasó dos años sin hablar. Le seguía como un perro faldero y comía sólo después de él, en el piso, rabiosamente, a pesar de los esfuerzos del marroquí por que se comportara como un ser humano. Desde los 10 años estuvo consumiendo yaabaa, una metanfetamina de fuerte adicción y aún era una virgen cuando la vendieron por primera vez en Poipet:
.- Cobraron 450 dólares por mí. Y aunque a mí no me pasó, conozco a muchas que las cosieron una y otra vez para revenderlas como vírgenes.
Cao Cao fue la única superviviente femenina de Toul Sleng, el mayor centro de detención y torturas del régimen del Jemer Rojo en Camboya. Toul Sleng fue una escuela pública en, Phnom Penh, hasta que el Jemer Rojo la convirtió en su principal matadero de personas. Era conocida como 'S-21' en los documentos oficiales encontrados tras el genocidio. El ex director de la prisión Kang Kech Ieu, alias 'Duch', presenció los interrogatorios en los que fue torturada para que confesara su pertenencia a una red de espionaje extranjera, una obsesión generalizada en las filas del Jemer Rojo. Allí estuvo dos semanas y mantuvo en secreto su historia porque las escenas que vio y que vivió eran tan horrorosas que no las podía describir. .- "No se lo conté a nadie. Era demasiado doloroso. Recordarlo me provocaba desmayos” le confesó a K’bar "A través de agujeros en la pared de mi celda veía las torturas y cómo se deshacían de los cuerpos como si fueran basura. Jamás olvidaré el olor de los excrementos de los cerdos mezclado con la sangre humana".
Cuando se hacía llamar Sok Ly fue detenida un 10 de octubre de 1978. Dos guardias descubrieron entre sus pertenencias una fotografía de su tío con un uniforme policial de la época de Lon Nol -el jefe del Gobierno camboyano anterior al Jemer Rojo- cuando el comandante jemer Ta Mok, 'El Carnicero', lideraba las purgas ideológicas en el sureste. Permaneció dos semanas en Toul Sleng y después fue trasladada a la cárcel de Prey Sar, de la que escapó para huir a las montañas de Kampong Speu poco antes de que las tropas de Vietnam invadieran Camboya y entraran victoriosas en la capital el 7 de enero de 1979. En Toul Sleng se salvó gracias a haber nacido en el distrito de Stoeung en Kampong Thom, lugar de origen del entonces jefe de la S-21, quien durante los interrogatorios distinguió su acento provinciano.
Un día, Cao Cao se desprendió de un relicario de plástico que atesoraba en su pecho. Era un jueves y la neblina de la tarde bajaba por la ladera de Los Pirineos, en al País Vasco de su actual esposo, el gigante Aytor Eskerra. Nadie sabía su contenido. Aytor nunca se lo preguntó y tal vez por eso, por ese respeto al sufrimiento, ella lo mantuvo oculto durante quince años. Se desprendió de la cadeneta de soga y abrió el sobre de plástico. Lo desdobló delicadamente y mostró una copia del documento del Jemer Rojo que atestigua que se unió al movimiento en 1974, con 16 años, y en el mismo papel, encima de su foto, el sello que da fe de su paso por la S-21, mientras al final de la página hay un espacio en blanco con la leyenda ‘Fecha de muerte’.
Cerca de dos millones de camboyanos murieron a causa de las torturas, enfermedades, ejecuciones, trabajos forzosos y de hambre en los cuatro años que se mantuvo en el poder el Jemer Rojo, que enterró en fosas comunes a la mayoría de sus víctimas. Caco Cao era la única sobreviviente de Toul Sleng, el mayor centro de detención y torturas del régimen del Jemer Rojo en Camboya. Conocía muy bien a la muerte y tenía un sexto sentido para identificar el peligro, como el que significaba Charlie a quien conocía de otros encuentros y bajo otro nombre.
.- Bien, - resumió Fabio - entonces nos pondremos en contacto esta tarde ¿En el lugar convenido?
.- Si. Allí estaremos, pero me parece que Cao Cao tiene que darte protección y cobertura.
.- De acuerdo - convino Fabio - ¿Y Aytor?
.- Murió en nuestra última misión -fue la respuesta escueta - Ahora nos acompaña Léte, el hijo del que te hablé, tan gigante como su padre - Respondió K’bar - Me veré con él mañana en Izmir.
.- Dale un fuerte abrazo de mi parte y las bendiciones de Alá. Ahora, vamos hasta la Puerta de Herodes. Ya sabes... ‘los amigos’ del Mossad me esperan en el Moriah.
Los tres montaron en una desvencijada camioneta Niva, con Cao Cao como conductora. Bajaron por la calle As Silsilen que bordea la meseta de las mezquitas con el área judía de la Jerusalén vieja y siguieron la ruta recién arborizada hasta el Suq Khan Ez-Ziet, la espaciosa calle de doble vía que literalmente divide a la ciudad antigua y que la atraviesa de Sur a Norte. Cerca del Santo Sepulcro los detuvo una alcabala móvil pero prosiguieron sin novedad, lamentando el pequeño retraso. El día se llenaba con la vida de las calles. El majestuoso silencio del amanecer daba paso al fragor de las voces y el ruido de la ciudad. El brillo del día asomó de improviso y en menos de treinta minutos, Fabio estaba acomodado en el asiento trasero de un Seat, casi tan viejo como el desvencijado Niva que conducía Cao Cao, en ruta veloz por Salah Edwin Street con rumbo hacia el hotel Moriah. En ese momento conectó el teléfono celular, se quitó de la cara y de la mente el rostro del próspero comerciante libanés y asumió la conducta, la compostura y el timbre de voz del torpe sacerdote israelí Ehud Weizman.
.- Shalom, Eliel.
.- Shalom, Ehud ¿Vienes en camino?
.- Si. Llegaré al hotel en unos minutos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario