Editorial Eróstanus C.A.

Editorial Eróstanus presenta en este blog la producción literaria de Andrés Simón Moreno Arreche. Cada uno de los relatos, poemas, cuentos y novelas poseen depósito legal, ISBN y radicación internacional a través del Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual de Venezuela (www.sapi.org.ve) y además están registrados en Safe CREATIVE. Es inaceptable la reproducción parcial o total de los textos posteados, sin la formal autorización de la casa editorial y del autor.

Bienvenidos

Bienvenido a mi blog "Las Narraciones de Eróstanus". Aquí podrás encontrar relatos breves, que hallarás agrupados en el mes de noviembre 2010, y 22 capítulos de la novela "El Ocaso de los Tulipanes", colgados en orden decreciente en el link del mes de diciembre 2010.

Los relatos breves, la gran mayoría de menos de 2.000 palabras, a excepción de tres, fueron publicados en una compilación en el año 2008 con el título "Relatos Para Contárselos A La Muerte"(ISBN 978-980-12-3162-2). Una segunda edición está en la imprenta de la casa Editorial Eróstanus C.A. patrocinadora de este blog.

La novela "El Ocaso De Los Tulipanes" es una narración de largo aliento. Se trata de 23 capítulos (22 de ellos colgados aquí) en los que se desarrolla una trama compleja que expone al lector las aparentemente imposibles, pero muy reales asociaciones entre las insurgencias latinoamericanas, el terrorismo internacional y los avatares de un presuntamente próximo cisma de la Iglesia Católica romana.
La primera parte comprende los 5 primeros capítulos. En ellos, la aparición de 'El Ángel de la Palabra' (Adonay Jinnú) antecede al inicio de una gran cruzada de concienciación mundial.
La segunda parte ('Los presagios de la Trinitaria Blanca') la integran tres intensos capítulos en los que Bianca, K'bar y muchos otros personajes del primer capítulo colocan al lector en una vorágine de eventos que se desarrollan en Europa, África y Oriente Medio.
Cierra la novela con los acontecimientos que desencadenará un tenebroso y escurridizo personaje, Absalón, su discípulo (Ehud Weizman) y los mercenarios de éste. Bogotá, Tierra Santa y los Montes vascos de Irún son los escenarios del desenlace de una historia densa, rica en personajes y ambientes, y apasionante de comienzo a fin.

Siéntate en tu butaca preferida y ponte cómodo para sumergirte en mis relatos y en mi novela. Sé bienvenido a mi mundo.

Andrés Simón Moreno Arreche

miércoles, 1 de diciembre de 2010

CAP 6 - El Ocaso de los Tulipanes / Bianca

La madrugada se adornó con una suave brisa primaveral, perfumada con las innumerables camelias blancas y crisantemos amarillos que los hombres del aseo urbano dejaron tirados por toda la acera desde la noche anterior. Cuando los días amanecían así, la ciudad le parecía más santa y Roma se le antojaba el nombre de una rotunda matrona siciliana, como aquellas exuberantes mujeres mundanas que vio por primera vez en las películas de Fellini, de abundante pelo rojizo levemente ensortijado, ojos negro-fuego y un pronunciado escote del que saltan dos voluminosos senos. Aligeró el bostezo, interrumpió su estiramiento y saltó de la cama así como estaba, en ropa interior, para iniciar la sesión matinal de ejercicios que consistían en cien abdominales con los pies apoyados bajo el camastro y cien flexiones de pecho. Una ducha fría templó sus carnes, tonificándole cuerpo y alma.

Apenas amanecía pero abajo, en el ristorante, el tío Franco iba y venía arrastrando pesadamente los pies, dando un golpe seco contra el piso con cada silletón que bajaba de las mesas. Se puso un apretado jean desteñido y se colgó una franelilla de algodón sin mangas, a través de las cuales se le dibujaba, milímetro a milímetro, su torso semi musculado. Bajó las escaleras de madera a trancos, con el escándalo juguetón de los jóvenes de su edad y al llegar junto a su querido tío Franco le dio un abrazo intenso que el vetusto anciano respondió alborotándole cariñosamente su frondosa cabellera negra. Así comenzaban los días en Da’Franco desde que Bianca llegó hace tres meses procedente de Venezuela. Su padre, el sobrino preferido del viejo, le había enviado allí indefinidamente. No volvería jamás a Maracaibo, pero la historia y la política suelen cambiar los proyectos y las decisiones de los hombres con la misma facilidad y violencia con la que los huracanes tropicales modifican su rumbo cuando arremeten con toda su furia en el Caribe.

Limpiaron y barrieron a dúo; el viejo Franco, entusiasmado con la energía y el buen talante de la muchacha, inspiró profundo e inició -como solía hacerlo hace años, cuando aún vivía su querida Lea- un ‘O Sole Mío’ con su educada voz de bajo barítono, cultivada en la Scholla Cantorum del Vaticano, pero ahora interrumpida y algo opaca por la tos espasmódica que le producía el tabaco negro de los cigarrillos turcos, a los que se aficionó desde la Segunda Guerra. Llegaron las dos cocineras junto con Giovanotto, su socio, y con ellos el aroma de unos hermosos pimentones rojiverdes que le disputaron el aire a una cesta con comino y flores de orégano que traía en su regazo Lucía, la más joven y rozagante de las dos cocineras. Enseguida las tres mujeres se trenzaron en una lluvia de saludos y abrazos mientras se dirigían hacia la cocina. Afuera, los dos viejos quedaron solos frente a la trattoría y por supuesto, la conversación se inició con el mismo tema de hace tres meses: Bianca.

En Caracas todavía se comentaban los hechos que rodearon al acontecimiento noticioso de la última década: el asalto frente a la Corte Suprema de Justicia ejecutado por una brigada de guerrilleros urbanos. La colombianización de Venezuela era ya un hecho irreversible, como la dolarización de su economía y el derrumbe financiero cada cinco años y como de costumbre, un suceso de esa magnitud desató una gran ola informativa, pero en ningún otro medio de comunicación tuvo tanto eco y resonancia como en las emisoras radiales de la Cadena Radiodifusora El Cóndor, apoyadas por sus hermanas audiovisuales O.K. TV y Music-Line Enterprise. Para Don Pablo Alberto Juan Figarullo, dueño del consorcio comunicacional, era esencial crear una matriz de opinión pública fundamentada en la presunta ineficacia del sistema judicial venezolano, pues en base al éxito de tal campaña se podrían concretar sus ambiciones políticas. De hecho, la inseguridad en Caracas había llegado a extremos tan desesperados que había sido declarada la ciudad más peligrosa del continente, por encima de New York, Bogotá y Sao Paulo. Trescientos cincuenta muertos por armas de fuego todas los meses y la toma de las barriadas populares por parte de la guerrilla urbana eran razones más que suficientes para que Caracas ostentara tan triste récord. El asalto a la entrada de la Corte Suprema de Justicia de Venezuela se ejecutó un jueves, a las ‘cero-novecientas’, por un comando élite de la guerrilla urbana que cercó la periferia de la Corte para cubrir la retirada, mientras el resto de la brigada, unos dos batallones, atacó por tres frentes al convoy militar que transportaba en una tanqueta AT-105 Saxon a los acusados de fomentar y organizar el resurgimiento de la guerrilla en Venezuela.

En aquel terrible enfrentamiento cayeron veinticinco soldados, seis guerrilleros urbanos, una docena de civiles, entre ellos un Magistrado de la Corte y uno de los procesados: la «comandante Claudia». El resto de los insurgentes y el otro procesado, un ex sacerdote jesuita repudiado por la Iglesia Católica de Roma, se dispersaron por el centro de Caracas gracias a la efectiva cobertura de retirada que ofreció la unidad ‘Alí Primera’, comandada por un gerente bancario, José ‘Cheo’ Ferrer, nieto del mítico Francisco Ferrer, el médico guerrillero que luchó junto a Douglas Bravo en las montañas de la serranía venezolana de El Bachiller en los años sesenta. Otros huyeron hacia el litoral central del país por la ruta menos esperada por las autoridades: el teleférico de Maripérez, cuyos funiculares remontan los dos mil quinientos metros del cerro El Ávila hasta la estación Humboldt y de allí, con trasbordo de funicular, desciende al otro lado de la montaña, hacia las playas de los balnearios turísticos de Catia La Mar.

La vida había sido cruel para con Don Pablo pues había sido no sólo una lucha para alcanzar el poder a costa de traiciones y engaños. También había sido una batalla diaria, solitaria y silenciosa contra el cáncer, así como también un combate permanente con el carácter rebelde y contestatario de su única hija. Le había dado todo lo que una niña puede imaginar y aún más: regalos que valían una fortuna y ocupaban todo un piso de quinientos metros cuadrados, viajes a Estados Unidos y Europa tres veces al año, una fastuosa fiesta de cumpleaños que con el tiempo se convirtió en el evento social infantil y juvenil más importante del Young-set de Maracaibo y desde los dieciocho años, Bianca disfrutó de una independencia poco común para una muchacha de su edad: una cuenta corriente en dólares con promedio mensual de seis cifras altas, una tarjeta de platino con cargo a la cuenta corporativa, un apartamento propio y un carro deportivo importado que no solía durarle el año, pues como su padre, era aficionada a la velocidad y como buena maracucha, irrespetaba las señales de tránsito como un rito tan excéntrico como aquél de eliminarle los retrovisores internos a los Lamborgini, su modelo deportivo preferido.

Don Franco y Giovannotto terminaron de conversar en el preciso instante en que la estación Ottaviano comenzó a vomitar la primera riada de turistas desde las entrañas del metro. A media cuadra, en la Piazza Risorgimiento, tres autopullman de Lazzio Tours se estacionaban en la parada Porta Angélica, justo en el área destinada por las autoridades del tránsito local para el autobús de la Ruta 64. Como siempre, no se hicieron esperar las imprecaciones y los insultos entre los conductores de ambas empresas por la ocupación del espacio para estacionar más próximo al Vaticano; incluso hubo un época que de las palabras y los gestos, los chóferes pasaron a la agresión física, por lo que parte del espectáculo matinal de turistas y romanos consistía en presenciar cómo dos mastodontes se soplaban el polvo de sus camisas a manotazos, en medio de una vocinglera andanada de insultos.

Éste no iba a ser un día diferente para Don Franco ni para Giovannotto, pero para Bianca sí, pues luego de tres meses sometida a la más absoluta incomunicación con el exterior, hoy recibiría la primera carta desde Venezuela. Habían transcurrido noventa largos días, pero había logrado romper el bloqueo informativo al que la sometió su padre, pues pudo hacerle llegar a su gente en Venezuela un mensaje por intermedio de Lucía, la cocinera cómplice que además era la destinataria no sólo del sobre que remitían desde Maracaibo, sino también de una buena cantidad de dólares de la disminuida cuenta de cheques que Bianca tenía en el Nations Bank de Kissimmee, Florida, la única cuenta que Don Pablo no le pudo bloquear. Al fin, su astucia y su paciencia comenzaban a dar resultado: bajo las bolsas de comino molido y las flores de orégano que traía la joven cocinera en la cesta, se ocultaba el mensaje que Bianca esperaba con ansiedad de quinceañera.

Los primeros clientes del día, los tres chóferes de la Lazzio Tours, abrieron las comandas de la Trattoría con la llegada de los mesoneros, mientras en ese mismo instante, pero en Caracas, se celebraba una ruidosa fiesta en uno de los apartamentos del Bloque 11 de Sarría, una populosa barriada caraqueña ubicada al norte de la ciudad. El sarao era una mascarada, pues en una de las minúsculas habitaciones del apartamento se fraguaba la orquestación de un golpe de Estado cívico-militar.

.- Esta vez” -sentenció Juan- “no se abortará el plan. El contacto en Maracay ya está confirmado y desde allá se generará todo el apoyo logístico. ¡Esta vez vamos a hacer las vainas como Dios manda!

.- Dirá usted como la diosa mande, si se me permite la aclaratoria, porque ¡Hay que ver cómo manda la mujercita esa! ¿O no?

Aquellas palabras no le cayeron en gracia a los presentes, pero nadie se las respondió a excepción de Juan, que se llevó la mano a la sobaquera, sacó su pistola y con la Walter P5 sobre la frente del colombiano, se puso de pie con un salto felino que tomó por sorpresa al peligroso bogotano.

.- Será mejor que su mercé se serene -amenazó a sus espaldas uno de los sicarios del colombiano- no vaya a ser que a mi Roberta le dé por vomitarle todas las pepas de la cacerina.

La Roberta del sicario era una sub-ametralladora Beretta calibre 7.65 que le incrustó por las costillas a Juan. Con el remover de las sillas y la violencia silenciosa de los empellones, tres de los urbanos de Juan se apostaron en la puerta del cuartucho con sus AK-47 listas para disparar y a no ser por una señal tranquilizadora del ex sacerdote, se hubiera desatado un tiroteo de consecuencias incalculables. La rivalidad entre sacerdote y narco guerrillero tenía vieja data. Surgió durante los años setenta, cuando Juan Del Rey filmaba una película del tipo documental-testimonio para el Centro Gumilla, el club revolucionario de los jesuitas disidentes en Venezuela. Por aquellos años del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, época de ‘Hacia la Gran Venezuela’ y del ‘administremos la abundancia con criterio de escasez’, un grupo de sacerdotes y laicos identificados con el sufrimiento del país previó el derrotero que estaba tomando la sociedad venezolana, una sociedad rentista y acomodaticia, de cambios estructurales, pero no de evolución, con una terrible crisis de fe que empantanó todo el aparataje ético del Estado y dejó expedito el camino para una sociedad permisiva, caldo de cultivo ideal para un neoliberalismo económico que fue el detonante del cataclismo político y social que se vivía actualmente en todo el territorio nacional. Aquella película, La Nueva Pascua de Resurrección, pretendía extrapolar históricamente esa realidad con la venida de Jesús, el Cristo, con el nacimiento de un niño marginal en uno de los cerros caraqueños. En aquella cinta, María fue interpretada por una chica de buena posición económica que años después la coronarían Miss Venezuela y obtendría el título de la mujer más bella del universo, en el primer concurso de este tipo llevado a cabo en la Isla de Margarita de Venezuela y organizado por Doña Bárbara Palacios Teide, ex-Miss Mundo y sucesora de Osmel Souza, fundador de la Organización Miss Venezuela. El papel de San José fue interpretado por un apuesto muchacho del barrio, huérfano desde los siete años, uno de tantos huérfanos “con los padres vivos” que los sacerdotes salesianos transforman en hombres de provecho social dentro de las Granjas Agronómicas diseminadas por todo el país. Durante el rodaje de la toma inicial, Juan Del Rey impidió que Jairo Londoño ejecutase una encomienda ordenada desde Cali y no sólo le salvó la vida a un distribuidor local, sino que le pagó su deuda a cambio de que Jairo no atentase nunca más contra aquél y abandonase el barrio de inmediato.

.- Tá bueno, padrecito, pero eso sí, me lo saca de circulación, porque a este churro me lo cargo si lo vuelvo a ver.

.- Si es que yo estoy muerto -replicó Juan Del Rey- porque si estoy vivo vas a tener que cargarme a mi primero. Y ahora ¡Váyase! ¡Que nadie me lo toque! -Gritó a los presentes: A este hombre nadie me lo toca en tanto a Miguel Alberto no le pase nada. -Y dirigiéndose al sicario, le advirtió: Procure que al muchacho no le dé ni un resfrío. Aquí están sus dólares; ahora piérdase de mi vista.

En aquellos años, Jairo era un sicario más de los que el Cartel de Cali tenía desplegados en Caracas, pero el inconveniente con el sacerdote potenció el odio de Jairo, a tal extremo que en adelante sería reconocido y temido por la brutalidad con la que asesinó a Alberto Luis y a su hermano Miguel Alberto, tres semanas después. A los dos les disparó en las rodillas una noche que venían de una fiesta, escalinatas abajo por el cerro del barrio. Nadie oyó ni vio, pero luego de una cruel agonía que se prolongó durante tres horas, con gritos espantosos y desgarradores, los dos cadáveres fueron hallados a diez metros de las escalinatas, totalmente desnudos y con los genitales cercenados a cuchillo y dentro de la boca de cada infeliz. Jairo Londoño celebró su proeza jugándole seiscientos mil pesos a un gallo malatobo en una cuerda de Cartagena de Indias.

El paquete que recibió Bianca resultó ser más voluminoso que una simple carta. Contenía un ejemplar del matutino caraqueño El Universal, en cuyo cuerpo de deportes tenía marcado con una tilde un artículo titulado Otro venezolano en el Hall de la Fama. Allí de seguro estaba imbricado el mensaje, así que sin prestarle atención al resto del contenido del paquete, se dedicó a la aplicación de las doce claves posibles, resguardada en la privacidad de su habitación. Luego de tres horas, el mensaje descifrado la dejó aturdida y desolada: ‘El Cuarto Rey Mago’.

Ella esperaba otro tipo de mensaje, tal vez más personal, quizás más íntimo. Esperaba un mensaje de aliento y... ¿por qué no aceptarlo?, al menos una palabra de amor de aquel hombre por quien lo había abandonado todo para ir tras él y su loca revolución. Pero no, lo que recibió fue este mensaje, ‘El Cuarto Rey Mago’, como una patada en el vientre. Fue un mensaje que le provocó un desconcierto inicial y la sumió en un silencio espeso y profundo, pero la formación de comandante se impuso a los sentimientos de mujer, y entonces reaccionó. Algo muy importante debía significar aquello, porque Juan no era de los que perdían el tiempo con juegos de palabras inútiles ni con mensajes sin objetivo, su formación jesuítica se lo impedía, así que aquel mensaje tenía que poseer una significación, por lo que lo más sensato sería no desesperar y aguardar, ora por otro mensaje, ora por un chispazo en su cerebro. Al fin de cuentas estaba oficialmente muerta para todos, en especial para Fernando Rebolledo, Fiscal 45 de la República de Venezuela, su acusador público.

El operativo de su rescate había sido todo un éxito, pero sentía lástima y remordimiento por Sonia, la guerrillera cuyo cuerpo cayó en el tiroteo inicial, inmolada por los urbanos de Juan con el objetivo de hacer pasar su cadáver como el suyo, según el acuerdo previo que se hizo con el doctor Carlos Valdivieso, patólogo jefe de la morgue nacional. También sentía lástima por los camaradas caídos en el enfrentamiento, pues con algunos se vino desde Maracaibo, donde vivió los capítulos más intensos de su corta carrera de insurgente: las protestas callejeras en los alrededores de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Zulia, las reuniones clandestinas con ellos en su lujoso apartamento ubicado en Doral Beach y en especial, aquel viaje a Bogotá, cinco años antes, en el que participó como secretaria de actas en el Primer Congreso Guerrillero Latinoamericano. En aquella cumbre conoció a los jerarcas de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y también a los del Ejército de Liberación Popular, Francisco Cabello y Humberto Callet Ron, quienes no obstante pertenecer a una rama disidente de la Coordinadora, estaban en la cumbre como invitados personales de Juan, lo que provocó no pocos encontronazos y amenazas de ruptura y abandono, pero que Juan supo sortear hábilmente hasta conseguir, a menos de doce horas de la instalación de la reunión plenaria, un consenso de apoyo y bienvenida para los disidentes. También conoció en aquella cumbre a la leyenda de México, el Sub-Comandante Marcos del Ejército Zapatista, quien venía precedido de una aureola de imbatibilidad, pues había logrado que Chiapas le aclamase como su líder, paso previo a la consecución del nuevo status para la provincia, pues a partir de su aclamación, en adelante el Gobierno Central de México le reconocería a la región su condición de Estado Independiente Asociado y con ello el rango de Primer Ministro al profesor de literatura. De él ella quedó prendada, a pesar del pasamontañas, a tal punto que le hizo brotar celos de hombre enamorado al hierático Comandante Juan. Como secretaria de organización tuvo acceso a mucha información de primera mano y conoció de cerca la magnitud de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, así como también los objetivos a corto, mediano y largo plazo del movimiento insurgente en Hispanoamérica. Pero hubo ocasiones en las que aquel encuentro le pareció más un cumpleaños infantil que un congreso revolucionario internacional. Los peligrosos y curtidos comandantes se comportaban como muchachos escolares durante un recreo y hablaban de sus planes entre sí y de sus más recientes escaramuzas, con la terrible y pasmosa despreocupación con la que los niños narran sus aventuras imaginarias en el medio ambiente terroso de un juego de canicas. Algunos no se conocían personalmente pero sí a través de las cartas y los manifiestos que se publicaban periódicamente en El Nuevo Correo del Orinoco, el órgano informativo de la Coordinadora, ubicado en la red de Internet, en el web http://www.correo-del-orinoco.com.

Aquella fue una convocatoria en la que se trabajó durante quince arduos e intensivos meses para poder reunir, durante tres días, a los líderes de las principales organizaciones militares y paramilitares de Latinoamérica, así como también a representantes del E.T.A., el I.R.A. y de la O.L.P., quienes vinieron en calidad de invitados y observadores para los cinco congresillos y la reunión plenaria. En cada una de las setenta y dos horas que vivió en aquella cumbre guerrillera sintió que tenía el alma en vilo y no era para menos: todos estaban en la boca del lobo, en el centro geográfico del territorio de la D.E.A. y bajo las narices del efectivísimo D.A.S. colombiano, pero aquella tensión de estar en inminente peligro, combinado con el exquisito refinamiento del hotel Hacienda Royal, le produjo una sensación tan intensa y agradable, que literalmente experimentó un orgasmo múltiple todos los días, y no fue por la personalidad arrolladora del Sub Comandante Marcos, ni por los tres guapísimos etarras con sus camisas kaki manga larga permanentemente arrolladas a los codos y románticas boínas francesas que le daban aires de bohemios. Tampoco se sentía así por Zelda Al Khassam, el misterioso palestino que fumaba hachís a través de un exótico narguillé de plata con bombilla de vidrio. Aquella sensación de laxitud, precedida por oleadas de adrenalina y endorfina que le aceleraban el ritmo cardíaco y la ponían a flotar, se lo provocaba el peligro. Ni siquiera Juan pudo hacerle sentir algo parecido después de aquella cumbre guerrillera. Corroboró entonces que sólo el trance de una amenaza, el riesgo extremo, la aventura peligrosa y la exposición a un conflicto, le provocaba una embriaguez de espíritu y un goce tan intenso como el que vivió en aquella ocasión.

De regreso a Maracaibo entabló contacto con Sonia, una insurgente urbana que ya era una veterana a pesar de sus veintiún años recién cumplidos. Con ella conoció una nueva Maracaibo, la ciudad de las conchas y de las rutas de escape, la ciudad vista con óptica logística en un particular programa de adiestramiento intensivo, en el que las urbanizaciones se transformaban en áreas de impacto restringido o áreas de fuego a discreción. Los barrios se convirtieron en fríos o calientes, de acuerdo con la situación propicia o no para moverse dentro de ellos y en un nuevo mapa, la división parroquial de Maracaibo se desdibujó para dar paso a 16 sectores con puntos rojos, verdes y azules. Así fue como Bianca se inició en las técnicas y artes de la guerrilla urbana, con la misma experta con la que experimentó el delicado roce de los labios fogosos de otra mujer tierna y apasionada como ella, la misma mujer que años después sería sacrificada por la organización para rescatarle durante el asalto a la Corte Suprema de Justicia, pues de sus conocimientos y de su experiencia en el trajinar por las principales ciudades de Venezuela, dependía buena parte del éxito en el plan “Segunda Campaña Admirable”.

Dentro del paquete que recibió Bianca en la trattoría, le enviaron un pasaporte italiano con una nueva identidad: de ahora en adelante ella sería Bianca Di Donatto Ferri, hija adoptiva de Don Franco Di Donatto Battioni y de Lea Ferri, ya fallecida. Nacida, de acuerdo a su nueva identificación, en el puerto de Livorno, crecida en el hospicio San Rocco Glorioso y puesta al cuido de Don Franco y de Doña Lea hasta la mayoría de edad, momento en el cual las leyes italianas la emancipaban con la entrega de su pasaporte y su ficha del Seguro Social. Su sorpresa fue mayúscula. ¿Lo sabría el tío Franco? Y de estar al tanto, ¿cómo, cuándo y dónde acordaron Juan y el Tío Franco la decisión de aquella nueva identidad que le enviaban desde Venezuela? Le angustiaba la idea de que su tío Franco tuviera conocimiento de sus actividades guerrilleras; al fin y al cabo su padre la había enviado allí por supuestas malas juntas. Hasta se sabía de memoria el último párrafo de la carta con la que fue enviada a Roma:

Querido tío, sé que mi adorada Bianca tiene un futuro prometedor. Es bella, inteligente y muy cariñosa, pero yo, que he triunfado en todas mis empresas creo haber fracasado en la más importante. Tal vez a Bianca le convenga un cambio de ambiente. Sus amistades de aquí no son las mejores y estoy seguro que en tu trattoría te será de buena compañía.

Tu sobrino, Paolo.

Se asomó por la puerta de su habitación, bajó lentamente las escalinatas hasta llegar a la puerta batiente que separa la cocina del ristorante y atisbó hacia la barra donde el tío Franco despachaba con agilidad. Cruzó su mirada inquisitiva con los ojos azules de su tío y una sonrisa de padre amoroso y comprensivo fue la respuesta a la pregunta que no se atrevió a formularle, pero que él le respondió en silencio. Aquel viejo era tan fantásticamente paternal, tan bello y tan tierno para ella, que por más que lo intentó no pudo asociarlo ni con Juan Del Rey ni con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. Lucía le llamó desde la cocina y al hacerlo la sustrajo de sus pensamientos. Como una autónoma regresó a la realidad y mientras ayudaba a cortar verduras dejó que sus pensamientos volaran otra vez, ahora por las escenas infantiles de su niñez: la graduación en el kínder, las navidades en la mansión de sus tíos maternos en Jopa-Road en Boston, las fiestas de Reyes en el espacioso apartamento de su nonna, donde se divertía tratando de localizar, con la ayuda de su cariñosa abuelita, los regalos que todos los días 6 de enero dejaban escondidos los Tres Reyes Magos. Entonces, sin proponérselo, descubrió el significado del misterioso mensaje cifrado enviado por Juan y comenzó a reír como una loca.

Tomado del Diario de Bianca

Julio 25:

Eres lo único que tengo a la mano. ¿Sabes?, ayer cumplí quince años, pero no asistí a la fiesta. No me dio la gana. ¿Por qué Papi me prohibió invitar a mis amigos del barrio? Déjame decirte que tengo unos panas y unas amigas bien nota en el barrio que está detrás de la estación de servicio, aquí al lado del edificio. Pero a Papi no le importó que ellos fueran mis amigos y sin embargo, él si pudo invitar a cuanto vejuco se le ocurrió, toda una cuerda de viejos verdes y babosos. ¡Pues no! No me dio la gana de asistir a «su» fiesta y me encerré en el cuarto. ¿Era o no era mi fiesta? Entonces, ¿Por qué no podían asistir mis amigos. ¿Porque son del barrio? ¿Porque son ‘una chusma’, como les dice él? Chusma son todos esos viejos verdes y barrigones que visten trajes fuera de moda y la ven a una así, como saboreándose una fruta prohibida, pero él ni se da cuenta por andar de “bussines-man”. Y aquí estoy, con un hambre que me pega el estómago a la espalda, encerrada en mi propio cuarto y por primera vez escribiendo un diario. Te confieso que me siento ridiculísima, pero es que no tengo con quien conversar aquí, ni un amigo, ni un hermano con quien compartir esta arrechera, aunque me iría mejor si tuviera una hermana... tú sabes, podríamos hablar cosas de mujeres. Pero, en fin, tú estás aquí, ahora y a la mano. Por cierto, ¿cómo se escribirá un diario? ¿Habrá que anotarlo todo? ¿Tooooodo? Me da algo así como penita, pero te prometo que poco a poco, en la medida en que tome confianza y me acostumbre a escribir así, te iré contando mis cosas.

Ciao, Bianca

Tomado del Diario de Bianca

Julio 30:

Querida Ana:

Como lo habrás notado, diario amigo, ya tienes nombre: Ana. Hace días presentí que algo faltaba entre tú yo. Eso de llamarte «diario» a secas me sabía muy mal, muy cursi para serte sincera. ¿Y qué crees tú que me encontré en la biblioteca de Mami? Pues nada menos que El Diario de Ana Frank. ¡Qué arrecho! Y pensar que la chama que lo escribió tenía como diez años y sabía que se iba a morir en una cámara de gas. Súper intenso. Full ternura. Por ella, por su esfuerzo y porque necesito desesperadamente una hermana, te llamarás Ana desde ahora y para siempre. ¿Sabes qué?. No soy virgen. ¡Dios... qué pena me da escribirlo! ¿Y si alguien te lee y se entera. De verga no. Nadie te va a leer mientras yo viva. Sucedió hace ya seis meses, pero no vayas a pensar que fue traumático o algo parecido. A mí me supo a maravillas. Indescriptible. Eso fue lo que experimenté: algo indescriptible que -lo confieso- quise repetir esa noche mil veces más si Arturo hubiera aguantado, pero el pobrecito no pudo. Con decirte que no me quería creer que hasta ese momento yo era virgen. ¡Imbécil!. ¿Por qué será que los hombres son así de imbéciles? Yo creo que él opinó así de mí por machista, porque le dolió que mientras yo le pedía más y más, a él se le ponía «aquello» cada vez más chiquito y aguadito. ¿Y qué crees tú que hice? Pues mientras ‘el niño’ se ponía en forma, yo... Bueno... tú sabes... ¡me lo hice. ¡Sí!. ¡Me masturbé delante de él! Y como que la cosa funcionó, porque al ratito Arturo entró en forma. Total que me fue bien y mal. No te puedes quejar Anita, ya te he contado mucho pero aunque aún falta más, creo que por hoy es suficiente.

Ciao... Bianca.

A las diez de la mañana la trattoría era un hervidero de clientes, y tal vez entusiasmada por haber recibido correspondencia desde Venezuela, o quizás porque lo que iba a acontecer ya estaba escrito en el Libro de Las Mutaciones, lo cierto es que ese día perdió el miedo escénico, típico de quien se desenvuelve en otra cultura y en otro idioma, entonces sin pensarlo dos veces, Bianca se quitó el delantal de las cocineras, salió hacia las mesas y se dirigió hasta la barra, donde su tío Franco y Giovannotto despachaban los pedidos de cigarros, licores y café que les demandaban con urgencia de incendio forestal los tres mesoneros y cada uno de los doce paisanos acodados en el mostrador.

.- Tío, deme una libreta y un lápiz.

Don Franco la miró por sobre sus espejuelos de carey y al hacerlo derramó leche batida al vapor para un capuccinni. En medio de una maldición siciliana lanzada a entre dientes por la quemadura, conminó cortésmente a Bianca a que regresase a la cocina, en una terrible mezcla de italiano con español.

.- No tío. Yo no sirvo para estar encerrada -le contestó en un prístino y hermosísimo italiano, sin el acento típico de los suramericanos-. Deme la libreta, un lápiz y un lote de mesas para atender. -Y volteando hacia los sorprendidos mesoneros, dijo: Y ustedes, tranquilos. Compartiré con ustedes mis propinas.

La inesperada presencia de Bianca y aquel diálogo poco común (Don Franco en ‘itañol’ y Bianca en un italiano que envidiaría hasta el mismísimo Luigi Pirandello) había provocado un silencio general. Todos callaron para prestarle atención no sólo al brevísimo y singular diálogo, sino a la imponente belleza de la muchacha, que resaltaba aún más con aquellos pantalones ajustadísimos y la indiscreta franelilla sin mangas, a través de la cual mostraba que el éxito internacional de la mujer venezolana en concursos de belleza no era una fábula ni una componenda de los jurados de turno, sino una realidad ¡casi palpable!

.- Vamos Franco -dijo burlonamente Fabrizio el fontanero, desde la mesa 5- que la muchacha sólo quiere trabajar para darte de comer.

.- !Franco! -le gritó Calogero, un gigoló otoñal que ejercía sólo en las temporadas altas y mimetizaba su actividad con un título de Conde- Si la muchacha me atiende, pido una botellina de Grappa y te pago todo lo que te debo.

.- !Que es mucho! -refunfuñó el viejo Franco en medio de la risa de todos los presentes, mientras tomaba por el brazo a Bianca para llevarla de vuelta a la cocina.

.- ¡Es que el viejo Franco tiene un harem allá adentro y no quiere compartirlo con nadie!

.- Franco, déjala aquí, hombre. Así nos alegras la vista -terció un camionero de hortalizas, cliente fundador de la trattoría.

Pero a don Franco no le había gustado para nada el comentario sobre el presunto harem. Soltó el brazo de Bianca y se devolvió hacia la mesa desde la que se había lanzado aquel comentario tan destemplado, si se toma en cuenta que para todos los presentes era conocida la absoluta fidelidad y el amor que le tuvo Franco a su querida Lea durante los sesenta años de matrimonio, que en realidad fueron seis décadas de luna de miel, hasta que la muerte los separó hace menos de un año. Don Franco se encaminó hacia la mesa 7, donde el conductor de la Lazzio Tours que le había ofendido simulaba leer Lo Sport. Un silencio, denso como el caramelo caliente, antecedió al enfrentamiento.

.- Estás de suerte, hijo -le dijo don Franco al corpulento chofer- Los martes no me provoca asesinar, así que levántate cordialmente. No tienes que pagar nada, la casa te invita, pero no regreses jamás, porque corres el riesgo de salir sin vida de aquí. ¿Me estás poniendo atención?

El insolente no se inmutó. No le preocupaba la amenaza del octogenario que tenía parado al frente cruzado de brazos y con un rostro congestionado por la ira contenida, y prosiguió leyendo el periódico como si no fuese con él aquella elegante invitación de abandonar la Trattoría. Don Franco le arrebató el periódico que le ocultaba el rostro, y presa de una ira que se le desbordaba por los ojos, le gritó:

.- ¡Lárgate ahora, figlio di p...!.

En el preciso instante que iba a terminar con la imprecación, el gigantesco chofer se levantó y se le enfrentó. La cabeza de don Franco apenas le llegaba por las axilas, pero alguien -uno de los turistas que suelen ocupar las mesas centrales, porque las de la periferia siempre están reservadas para los habitué- se le acercó al conductor por un costado en el preciso instante en que el gigante asía por la pechera de la camisa a don Franco. El extraño le incrustó un golpe seco al gigante con tal violencia, que hasta los que estaban en las mesas de la acera frente a la trattoría pudieron escuchar con nitidez cómo se le resquebrajaron las costillas al conductor de Lazzio Tours. La conmoción fue total: varias personas se levantaron de sus sillas derramando vasos y arrojando manteles y ceniceros al piso. El desconocido recogió al chofer que aún estaba bajo los efectos del shock que le produjo el golpe, lo sacó en vilo de la trattoría y le dejó caer, metros más allá, encima de un promontorio de bolsas con basura y miles de flores blancas y amarillas que estaban apiladas en la esquina más próxima a la Piazza Risorgimiento.

De regreso le esperaban los aplausos espontáneos de los turistas alemanes que ocupaban casi todas las mesas centrales, las felicitaciones efusivas de Fabrizio, Calógero y Giovannotto, la sonrisa agradecida de don Franco y la mirada inquisitiva de Bianca, quien ya tenía una libreta y se disponía a tomar pedidos en su nueva faena, cuando aconteció el desagradable incidente. Todos sonreían y festejaban la caída del insolente gigante, excepto Bianca. Aquel golpe, propinado con tal maestría y frialdad era de un experto, pero no de uno cualquiera. Fue un golpe que le hizo recordar su entrenamiento guerrillero en el Departamento Norte de Santander, en Colombia, donde la envió Juan después de la Cumbre Guerrillera de Bogotá. En aquel primer curso fue entrenada para ejecutar misiones especiales por un Sargento retirado de la élite del Jihad Palestino, quien le enseñó ése y otras dos docenas más de golpes paralizantes. No, aquel golpe no lo podía dar cualquiera. Entonces se asustó. Lo primero que le vino a la mente fue que aquel hombre debía pertenecer a un cuerpo de seguridad. Tal vez era uno de la C.I.A., quizás de la D.E.A. Se le soltó el mecanismo de seguridad y una alarma mental le recorrió todas las dendritas de su cerebro, así que aprovechó que el foco de atención estaba centrado en el ilustre desconocido para desaparecer con sigilo de aquel escenario, rumbo hacia las escaleras que conducen hasta su habitación. Retrocediendo de espaldas para no perder de vista al extraño, tropezó con Lucía.

.- ¿Qué te sucede, mujer? ¿Por qué estás tan pálida?

Pero Bianca ignoró el comentario, le entregó la libreta de las comandas a la cocinera y subió de tres en tres los escalones de madera, rumbo a su habitación. Allí, en la oscuridad de uno de los rincones, se acuclilló abrazando fuertemente sus piernas e incrustó la cara entre sus rodillas, en un esfuerzo inútil por evitar la oleada de recuerdos que le amenazaba. Quiso abandonarse a la soledad para poner la mente en blanco, pero no lo consiguió. Las escenas se le atornillaron de nuevo en sus recuerdos y para drenarlas sería necesario iniciar el exorcismo de evocar la historia desde el principio, una a una, como en una catarsis evocadora, para vomitar cada escena con el desagradable arqueo de una regurgitación inducida.

Sería aproximadamente la una de la madrugada cuando el instructor palestino irrumpió en el dormitorio azotando el machete contra sus abultados pantalones de dril.

.- ¡Vamos, arriba! ¡A levantarse, flojas! ¡Maniobra de emergencia en cinco minutos!

En trescientos segundos exactos las tuvieron levantadas a todas y así como estuvieran las empujaron hacia el patio exterior donde las esperaba un camión de estacas cubierto con una inmunda loneta de camuflaje. Desde los primeros días de aquel curso de supervivencia les advirtieron que un buen guerrillero duerme vestido, tiene el armamento a punto de disparo y ante todo, el bastimento a la mano. Más de una fue embarcada en ropa interior y sin zapatos, o con armamento y pantalones, pero con el torso desnudo. Bianca fue una de éstas. No les dieron nada más. Cada muchacha poseía lo que tenía a la mano al momento de la llamada y dentro del camión les fue prohibido cualquier tipo de intercambio, ni siquiera de palabra. Luego de tres horas de recorrido por una carretera que bordea una jungla de tipo primario, con enormes árboles cuyas ramas forman una techumbre espesa que impide ver el cielo, las fueron arrojando del camión, una a una, a intervalos de mil quinientos metros, con la única orden de atravesar la selva y llegar hasta el punto de encuentro 2691, del cuadrante Alfa-Kilo, que cada una podía identificar fácilmente en su mapa, si lo traía, pero que muy pocas tenía en ese momento. La hora de encuentro fue fijada a las ‘mil setecientas’, ni un minuto más y la que no lograse llegar quedaba a merced de las fuerzas regulares de Colombia.

Aquel día maldijo su suerte. Después de cinco volteretas sobre el empedrado del camino, un raspón de considerable magnitud se le hizo desde el seno izquierdo hasta la cintura. Los palestinos le habían entrenado para actuar asertivamente, aún bajo circunstancias de extrema presión; evidentemente ésta era una de ésas. Era el examen final del que nunca les dieron detalles y al que todas se referían como ‘la graduación’ durante las frescas noches de marzo, al calor de sus imaginaciones.

Tenía dos opciones: aventurarse desde ese instante dentro de la jungla, con lo que rendiría al máximo el tiempo disponible, o esperar hasta el amanecer para vadear la selva a la luz del día sin correr el riesgo de un extravío. Se decidió por la segunda opción y al inspeccionar uno de los estrechos cañones por donde se deslizaba un hilo de agua proveniente de un manantial cercano, escogió para trepar un frondoso árbol de mango. Improvisó un tentador con una rama seca para espantar posibles culebras y alacranes y ya arriba, desechó la idea de dormir pues la tensión de los acontecimientos no se lo permitiría. Entonces pasó revista al escaso bastimento que traía en los bolsillos del pantalón: además de su inseparable pistola Beretta 92 calibre 7.65, tenía dos cargadores adicionales, una brújula Tagger, dos pastillas purificadoras de agua, el mapa topográfico del sector y un tubo con crema mimética verde, la cual se untó de inmediato sobre la herida. El silencio era ensordecedor, pero de entre todos los mensajes que la selva le enviaba, se concentró en uno muy específico: un crujir leve, cíclico y pausado. No podía ser de jaguar ni de armadillo por la proximidad de la carretera. Venado tampoco, porque el terreno era demasiado tupido, así que sólo un animal podría ser: un ‘regular’, un mugroso soldado regular.

Se asustó como pocas veces en su vida y se asustó tanto que se orinó levemente, pues ya sabía con detalle el procedimiento del ejército regular al capturar a una guerrillera: golpes en los senos y en el vientre durante el interrogatorio. Luego, violación por parte de toda la patrulla y al final, descuartizamiento en vida y cremación del despojo. Se parapetó en la horqueta del árbol procurando que la luna llena le alumbrase el sendero desde sus espaldas, mientras el follaje del árbol le serviría de camuflaje para ocultar su figura y el resplandor de los fogonazos que estaba a punto de escupir por el sólido cañón de su pistola.

Mientras conseguía el acomodo ideal, juró mentalmente que no se iría sola para el otro mundo, que se suicidaría con el último proyectil. Tampoco olvidaba en essos momentos las palabras de su instructor: “uno por bala, uno por bala”. Cuando asomó la cabeza del primero, reprimió el impulso de dispararle. Lo aconsejable era esperar unos segundos más hasta que aparecieran otros integrantes de la patrulla para tener disponible la mayor cantidad de blancos y administrar mejor el parque. El corazón le percutaba dentro del pecho como un tambor mayor, las venas de la frente amenazaban con producirle un derrame cerebral, pero cuando divisó el bulto a cuerpo entero del primer enemigo, una densa calma tomó posesión de su espíritu. Esperó que se colocase a menos de diez metros y a no ser por un súbito e inesperado resplandor, le hubiera disparado ahí mismo, pero la luna llena se reflejó en las blanquísimas pantaletas de algodón de una de sus compañeras. Fue tan intenso aquel momento y tan inesperado su desenlace que se le adelantó la menstruación ocho días y por primera vez en su vida, manchó su ropa interior sobre un árbol.

Abajo, en la trattoría, el jolgorio era general y K’bar el-Kébir era su epicentro. Su perfil marroquí, bronceado con la brisa salobre del Mediterráneo y curtido con las secas tolvaneras del Sahara Argelino de su juventud, se iluminaba con cada felicitación. Estaba, muy a contrapelo de su humor habitual, exultante de felicidad. Don Franco se había encargado de hacerle sentir allí como en familia y sin darse cuenta estaba experimentando un regocijo espontáneo que con los años recordaría como uno de los momentos inolvidables de su agitada vida.

Había planificado pasar un día tranquilo, pero su complejo de Robin Hood y de Llanero Solitario le empujaba, contra su voluntad, a inmiscuirse en problemas ajenos, especialmente cuando era evidente una injusticia o un atropello. Por eso no dudó ni un momento en inmovilizar al conductor de Lazzio Tours cuando éste se enfrentó al valiente anciano don Franco. A sus cuarenta y cinco años, treinta de ellos dedicados al terrorismo internacional, se mantenía en buena forma y con los reflejos impecables. Estaba en Roma para una última misión. Quería retirarse hace tiempo, pero siempre tenía que pagar un último favor y con la cancelación de cada último favor, surgían otros favores recibidos y de ese modo, mientras sus pagos subían por las escaleras, la cuenta de favores pendientes subía por el ascensor.

En medio de los saludos y de algún inesperado abrazo que recibía de amigos y clientes de don Franco, se repetía mentalmente que la misión que le asignarían en breve sería su verdadera última misión. Después pasaría todo el tiempo con su hijo en la cabaña de bosque que construyó en medio de los Pirineos en el País Vasco, cerca de Irún. Llevaría a su hijo de pesca al río Deva y los fines de semana compartirían con sus amistades en Bilbao una generosa mesa con vino de Rioja y cacería del Cantábrico. Pero ¿cuántas veces había planificado ese retiro, luego de una última misión? Más de seis veces en el último año, pero vivir al margen durante tanto tiempo le había inflado la cuenta de favores, una cuenta que esperaba saldar totalmente con el próximo pago.

La más reciente de aquellas últimas misiones fue la ejecución del candidato presidencial colombiano. Fue un trabajo de filigrana, pues a través del delicado tejido de contactos y delegaciones, contrató al sicario ideal, al sicario del sicario y ejecutó el trabajo de eliminar al ‘sicario-del-sicario’ limpiamente sin ser identificado. Luego, la rutina de siempre: se enconchó durante un mes en uno de los tantos barrios de las afueras de Medellín, tiempo durante el cual jugó ajedrez contra sí mismo para perfeccionar las diferentes defensas ante un posible Jaque Pastor. Pasados treinta días, rotación en otras conchas y por último, salida y escape hacia Argelia. Pero de aquella misión surgiría otra -ésta- ¿Y quién podría asegurarle que no surgiría otra más? Nadie, sólo él... Tal vez sólo él.

La cita de K’bar el-Kébir con El Reclutador para cancelar la cuenta de favores se acordó en un modesto café de Izmir, ubicado al aire libre sobre la costa del Mar Egeo, en tierras de la Anatolia Turca. El lugar tenía características históricas, pues allí, sobre una ensenada de aguas profundas, Cleopatra y Marco Antonio tuvieron innumerables encuentros amorosos. Mientras El Reclutador saboreaba un Pfumli, no podía evitar que su mente se hundiese en las tranquilas aguas que tenía a una veintena de metros bajo el pasamano del balcón. Se imaginaba el lujo, la pompa y el despliegue de siervos que debió rodear la presencia de la reina de Egipto, con una pléyade de gigantes esclavos nubios y los impresionantes centuriones romanos, vigilando todos por la tranquilidad necesaria para el himeneo de tan ilustres amantes. Aquel encuentro entre El Reclutador y el mercenario se había concretado en Istambul, a través de la línea telefónica de la habitación 2711 del Ciragan Palace Hotel. Fue una conversación típica, breve, en clave, por mampuesto y con el sutil pero crudo manejo del vocabulario profesional.

.- ¿K’bar?... ¿K’bar el-Kébir? No cuelgues. Yo tampoco quisiera hablarte, pero los negocios son los negocios. ¿Y qué podemos hacer? No, aquí no... Bueno, ya que nos profesamos un cordial y recíproco odio, citémonos fuera de Istambul. No, me da igual. Al fin y al cabo no deseo ver más al Bósforo... Nada en particular, sólo fastidio... Pues yo quisiera ver de nuevo a tu madre. ¿Cómo se llama?... Ah, ya recuerdo: Sofía. ¿Sabes?, en Tel Aviv conocí a una ramera llamada Sofía. Era fría de pensamientos, pero caliente de sentimientos. ¿No sería, acaso, tu madre en sus mejores tiempos?... Gracias. Cuando la vea le daré tus saludos. ¿No me complacerías con un último trabajo? ¿Por qué... por qué me haces esto, K’bar, querido?... ¿Por qué me obligas a decirte cosas que no deseo decirte? ¿Cómo qué? Vamos… K’bar, no me obligues... Está bien, no cuelgues. Te daré una pista, toma nota: nueve-ocho-uno-seis-nueve-siete-cuatro... Bilbao. Es un número de telefonía celular, así que marca antes el cero-nueve-nueve. Tienes diez minutos. Ah... y un último detalle, K’bar. ...¿Aló?... ¿K’bar?... No intentes nada desagradable. Ya sabes a lo que me refiero.

.- ¡Maldito mal nacido! Cuando te ponga las manos encima, rogarás a Alá para que te dé muerte.

.- ¿Te fijas, querido? Yo quise negociar contigo por las buenas, pero no. A ti te gusta tomar siempre el camino más difícil. ¿Por qué prefieres negociar así, en ese estado de ánimo? Tú nunca me complaces desde el principio. ¿Por qué no aceptas negociar como todo un caballero?

.- ¡Te mataré! Juro por Alá, bendito sea su nombre, que algún día te mataré tres veces.

.- ¿Sabes que te pones de lo más hermoso cada vez que te exaltas así? ¡Lástima que no pude quedarme contigo después de hacerte mío!

.- Nunca lo olvides ¡Te mataré tres veces, escoria!

.- Me dicen mis socios que tu pequeño hijo heredó tu carácter y tu vocabulario. K’bar... K’bar... ¿Qué educación es esa para un niño? (un suspiro). Y también me dicen que el muchacho es de tu estampa. Creo que será la delicia preferida del Emir Abú-Asi-al-Hakam... ya sabes... tanto petróleo y tantos dólares lo han hastiado y sólo un efebo como el pequeño Ahmed lo puede entusiasmar de nuevo, pero tal vez mi amigo el Emir se quede sin ese bocadillo si tú, en fin… Ya sabes... Si accedes a un último trabajo para mí.

(Se hizo un silencio grave)

.- ¿K’bar?... K’baaaar... Sé que estas al otro lado de la línea. Bien, te espero mañana, a las quince horas, en el café de Abdul que está en Izmir. ¿Por qué allí? Pues míralo así: parece que en ese mismo lugar Cleopatra fornicó con Marco Antonio y miles de años después, María, la madre de Jesús el Nazareno, ascendió a los cielos, según los cristianos... ¿No te parece que el sitio es paradójico? Pues a mí sí. Y no te olvides de ser puntual, porque pasados treinta minutos de la hora convenida, te quedas sin hijo. ¿Es el único que tienes, verdad? ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué mal uso has hecho de tu potencia sexual!.

.- Y tú te quedarás sin vida y sin la misericordia de Alá, maldito extorsionador, si le tocan un cabello a mi hijo.

.- Querido K’bar, morir en tus brazos sería un placer único... ¡lástima que sea irrepetible y algo doloroso!

Ya en Izmir y al tercer Pfumli, El Reclutador consultó su reloj y tomó su celular, pero una mano grande, poderosa y nervuda le agarró fuertemente por la muñeca y en cuestión de segundos se le abotargaron de sangre sus dedos rollizos. Levantó tranquilamente la mirada por sobre sus espejuelos de Cartier y vio a K’bar, tenso por la ira contenida a duras penas.

.- Mi dulce y querido K’bar, si no me sueltas de inmediato, creo que me será imposible detener la entrega de tu hijo. Por si lo olvidaste, te esperaba a las quince horas en punto y ya han pasado… Déjame ver el reloj... Diez minutos. ¡Alabado sea Alá. ¡Diez minutos de retraso! ¿Así valoras la suerte y el futuro del pequeño Ahmed?

Pero como K’bar no dejaba de apretarle, el adiposo reclutador comenzó a manosear lúbricamente el brazo del marroquí, jugueteando con los vellos moriscos y lacios de su potente antebrazo.

.- ¿Sabes una cosa? Debí comprarte en aquel remate de esclavos en tu natal Marrakech, hace más o menos… ¿Cómo cuántos? ¡Por Alá! ¡Han pasado tantos años! El asqueroso Mahil pidió toda una fortuna por ti, pero si yo hubiera tenido el don de las adivinaciones, te compro aquella tarde, así hubiese dejado sin mujeres nuevas al Sultán de Brunei.

K’bar lo soltó de inmediato con la sola evocación de su lejana esclavitud a manos del terrible Mahil, un esclavista y tratante de blancas que comercializaba con seres humanos con la tranquilidad de conciencia de un hortelano en el zoco del bazar, y con tanta pericia como la de un ejecutivo exitoso de Wall Street.

.- Gracias por soltar... ¿Me permites llamar? Gracias. ¿Bueno?... ¿Si?... Aquí todo bien y bajo control. No hagan la entrega. ¡Qué fantásticos son estos aparatos. ¿No te parece, K’bar? No... No hablaba con ustedes, sino con mi querido K’bar... Pues, ¿cómo creen que está? Espléndido, pero de un humor terrible. Comunícame con el niño... Aquí lo tienes.

.- ¿Ahmed?... Es papá. ¿Estás bien?... Tranquilo, sólo tranquilízate, que yo iré pron...

Con un zarpazo felino, el reclutador le arrancó el celular al marroquí.

.- ¿Ahmed?... Querido niño, Papá irá pronto. ¿Si? ¡Que Alá te bendiga! Y no olvides que tus nuevos amigos se portarán bien contigo si tú haces todo lo que ellos te ordenen (Un simple click dio por finalizada la transmisión). ¡Ah, la dicha de ser padre! ¿Verdad que es una felicidad indescifrable? K’bar... K’bar... Yo quise ser un padre para ti, pero el destino y el apestoso Mahil me lo impidieron, pero... (Un suspiro). En fin... Tú sabes que te amo y hasta te consta que eres mi soldado preferido, a pesar de ese carácter tuyo tan... displicente, por decirlo elegantemente. Bueno, dejemos los sentimientos y abordemos los negocios, así que mientras ajustamos detalles, consideraré que tu hijo es mi nieto... ¿Te sientas, por favor? Estás provocando una escena innecesaria... Gracias.

.- ¡Garçon! ¿Te provoca comer algo?... ¡Garçon!... Estos mesoneros son peores que los de Caracas ¡Garçon, si vuoz plait!... ¿En verdad que no te provoca comer algo, K’bar? ¿No? A mi sí. Me trae otro... No, me apetece ahora un buen vino francés... ¿Nuit Saint George?... ¿Tiene? ¡Tré bien! Traiga una botella bien aclimatada y para comer, pescadillas con mayonesa a la zanahoria, salmón al horno con vegetales marinados y de postre un mousse de chocolate y ron... Y tú, no me mires así. Sabes que se me abre el apetito cuando estoy en medio de una transacción favorable... para mí, claro está”.

Tomado del Diario de Bianca

“Noviembre 20:

Debo confesarte que para algunas cosas soy inconstante. Llevar un diario ha resultado ser una de esas. Es que se me va el tiempo como no tienes idea; fíjate que han pasado cuatro meses desde la última vez que te escribí y sé que no hay excusa que valga, pues me comprometí a escribirte desde mi cumpleaños y tengo que hacerlo, así que aquí va un súper-resumen y lo que omita ahora prometo contártelo mañana.

Julio fue un mes que terminó «regular» para mis expectativas. Los adelantos y los atrasos de la menstruación me tuvieron con el alma en vilo. Yo no sé si es por las rabias que cogí con Papi, pero desde entonces me viene, unas veces a los veinticinco días, otras veces a los treinta... Todo un «verguero». ¿No te parece? El caso es que hay un desorden en mi cuerpo; además, he crecido siete centímetros y el busto se me desarrolló más... Ahora mis «lolas» meten talla 36B. No está mal ¿verdad? Y me di cuenta del «despegue» no sólo porque la ropa interior me apretaba más, sino por las miradas indiscretas de los chamos... ¡Si te contara! Corrió el rumor en el ‘dime-que-te-conté’ de los muchachos del Liceo, que las mías eran las más grandes, pero... nada que ver con las de Vilma, la homosexual esa del tercer año, que además es una exhibicionista. Con decirte que no pierde oportunidad para andar como una Diana Cazadora en los baños y la verdad es que -mariqueras aparte- tiene unos senos hermosos. Cierro los comentarios correspondientes al mes de Julio con una noticia tranquilizadora: aprobé todas las materias y paso a la sección de ‘los mayores’ en el Liceo. A partir del próximo año escolar no estaré clasificada como ‘una carajita del básico’, pues me espera el Primer Año de Humanidades.

Ahora, agosto. ¿Sabes qué?, me castigaron por lo del cumpleaños y no me llevaron de viaje, que este año era para el resort en New York, en la Isla de Manhattan. ¡Qué molleja de arrecho es papi!... ¡Claro, no soportó la pena con sus amigos el día de mi cumpleaños y entonces me castigó! Pena debería darle a él por tener de amante a la negra sucia esa. ¿No lo sabías? Mija, resulta, sucede y a-con-te-ce que papi es un «Donjuán». Ahí como lo ves, gordo, barrigón y con esas llagotas por todo el cuerpo, es un Casanova empedernido. Pero el asunto con Loira -así se llama la tipa- no es el único. Siéntate ahí para contarte el chisme que le escuché a mami cuando hablaba con la Nonna. No... Nada que me vieron. Ellas hablaban confiadas en que yo todavía no regresaba de La Casa D’Italia y entonces pude pillarles la historia completa. Pues el caso es que -al parecer- Papi y Mami se casaron obligados por las circunstancias, o sea, una barriga... vale decir, que no le pararon bolas al No Fornicar. ¿Y qué tal? Aquí estoy yo. Pero según la nonna, papi no quería echarse al agua con mami porque ya tenía un empate con la negra Loira, así que el embarazo de mami fue como un peine sobre piso mojado que ella le puso a él. ¿Qué te parece? Ahora resulta que yo soy algo así como un accidente... ¡Nojoda, eso sí que me dio rabia! ¿Me imaginas como «un accidente» en vez de como una hija deseada y esperada? Se me salieron las lágrimas cuando escuché cómo la nonna se lo reclamó a mami y todavía lloro cada vez que me acuerdo. Pero el cuento no queda ahí. Reeeeeeesulta que el día del casorio (más que una boda, aquello fue un casorio) no hubo fiesta para celebrar. El evento resultó más falso que un beso de despedida en un coctel de embajada: mami se puso a llorar cuando recordó que papi llegó con uno de los hermanos Bríñez -creo que mencionó al señor Helí Alberto- firmó el acta y se fue a la casa de la negra Loira. ¡Con razón mami es así de fría e indiferente con papi! Pero ella tampoco es una santa. La nonna le reclamó su comportamiento cuando era ‘dizque’ la novia de papi, pues ella sabía que papi y esa mujer tenían su «ju-jú» entaparado y además de eso, papi era -y es- un Donjuán... Hasta le recordó el pleito que tuvo mami a la entrada de las oficinas de papi, cuando aún de novios, ella se encontró con que la Loira y otras dos mujeres más estaban esperando por papi. Según la nonna, mami formó un escándalo grandísimo e innecesario y ese día debió botarlo, pues en vez de dar la cara para despachar a las otras mujeres y darle una satisfacción moral a ella, pues papi dejó que se desarrollara el follón y mientras ‘el dandy’ se mantuvo enconchado dentro de su oficina, se desarrolló el verguero de insultos en la recepción, con empujones y cachetadas que degeneraron en un pleito de orilleras... un espectáculo triste y deprimente en el que nunca desearía participar, y menos por un tipo como papi. ¡Guácala!. El caso es que mami siguió de novia con papi y aquí estoy yo. Allá sigue la negra con voz de gatita francesa y quién sabe cuántas más, embelesadas por los billetes de Don Pablo. ¿Y mami? ¡Bien... gracias! Me supongo que de todas ha sido la más astuta. Le parió una carajita a Don Pablo -o sea, yo- y se pavonea con el rango de «la señora», mientras que las demás son un segundo frente.

Pero en agosto pasaron muchas cosas más. Conocí a alguien realmente especial, un tipo genial que no tiene nada en común con los chamitos de La Casa D’Italia, ni con los demás hombres que conozco. Es como de veinticinco años, alto, de buen ver y con unas manos gigantes... un tipo como para morirse lentamente por él. Para serte sincera, no es que lo conocí, así como quien dice co-no-cer-le. Lo vi hablando en el club con varias personas, entre ellas, un par de viejas cacatúas a las que tenía de baba gruesa y más esponjada que gallina recién pisada. Claro, el tipo es un atraco de hombre: Piel canela y ojos azules... ¡Azules, Ana! Ojos azules, pero de un tono bien claro, casi grises, y una voz... ¡Ay, chama... una voz que te baja las pantaletas! Lo estuve buceando como dos horas desde el Bar-Grill. ¿Y qué te cuento?: en un tris se me desaparece. Pregunté, pregunté y pregunté por él como una perdida, hasta que averigüé su nombre con Rocca, el mesonero de la disco. El tipazo se lama Juan... Juan a secas... sin segundo nombre ni apellido (algún apellido tendrá, pero no me lo supieron informar). El nombre es de lo más simplón, pero algo malo debía tener aquel portento de Adonis y gracias a Dios que lo único feo es el nombre y no otra cosa (no estéis pensando mal...). Cuando lo vi de nuevo estaba hablando con el salvavidas y estuve a punto de fingirme la ahogada en la piscina, con tal y me rescatase él, pero reaccioné a tiempo... ¿Te imaginas el ridículo que hubiera hecho si, tal y cual, me rescata el viejo salvavidas y entonces captura que es una payasada mía? ¡La cagada es de pronóstico! ¿Sabes qué hice. Me le acerqué sin conocerle, así de fresca y me presenté yo misma.

No me preguntes de qué hablamos porque yo no estaba ni pendiente, pues toda la tarde me bañé en la piscina de sus ojos y me imagino que me comporté como las viejas aquellas. Para completar el levante, me regaló un libro, algo así como... “No-se-qué-de-la-liberación”, el cual dejé olvidado en el club y tendré que conseguir para leérmelo porque ¡tamaño ridículo hago si algún día me pregunta por el contenido del libro y yo... ¡Ni jabón! ¿Qué más sucedió en agosto? Bueno, me quedé castigada en el Pent-House los veintisiete días que duró el viaje de Papi y Mami a New York, pero no estuve tan sola porque me acompañó la Nonna y tuve que portarme bien... No, chica, no me refiero a ‘eso’, pero si supieras... ¡Me encontré con Arturo. Sí, el mismo aquel de la primera vez. Bueno, nada especial, aunque me lo propuso... y yo hubiera accedido de buena gana, pero me lo pidió con tanta prepotencia, como si se tratara de una revancha, que preferí decirle que no. Al fin y al cabo, lo mío es pensar, soñar y desear a Juan. ¿Y si resulta que es casado? ¡Bah! Eso molesta pero no impide. Ya te contaré cuando me entere.

El viaje de papi y mami me dio la distancia suficiente como para analizarlos en perspectiva. Hasta hablé con la Nonna de lo que les escuché la otra vez. ¿Quieres saber algo inesperado? La Nonna es súper chévere y aunque de un carácter bien atrinca-bolas, a mí me fascina su modo de ser. ¿Sabes?, aún se conserva delgada y elegante. Me mostró unas fotos de ella con el Nonno (que Dios tenga en Su Reino) y se ve fenomenal. ¡Para qué te cuento! ¡Tremenda nena era la nonna en su juventud! Con razón aún se le ve tan bella. Hablamos de todo: de papi, de mami y hasta de las mujeres de papi. Conversamos como dos buenas amigas, tanto así que llegó el momento en que no sentí la diferencia de edad -y de experiencia- que nos separa. Hasta le hablé de ti y me alentó para que te siguiera escribiendo. ¿Sabes?, tuvo la delicadeza de no pedir leerte. Definitivamente, la nonna es clase aparte.

En septiembre, el día 2 será para siempre una fecha especial. Ese día salí con Juan al cine y nos comimos unos tacos árabes. Fuimos en su Renault destartalado, pero para mí resultó ser el carro más bello del mundo... mucho más carro que cualquiera de los de Papi... Alfa Romeo incluido. La ida al cinema fue toda una odisea porque el carro se le apagó en todos los semáforos (evidentemente tenía estrangulado el ingreso de aire al carburador) y Juan se volvía «un ocho» cada vez que el carrito pegaba dos brincos y se apagaba. Lo hubieses visto cómo se ponía... con un manojo de nervios y sin la mas mínima noción de mecánica automotriz. A mí me pareció el hombre más bello del mundo cuando lo vi así de atribulado... parecía un niño grande y por supuesto, no desaproveché la oportunidad para afocarlo con mis conocimientos de mecánica: a la tercera quedada me bajé con él y con una lima metálica ajusté el paso del aire del carburador y le moví el distribuidor para adelantarle un poco la chispa. Resultado: cero fallas. De allí en adelante y desde ese momento, me convertí en su heroína. No estuvo mal, ¿Verdad? Por primera vez en la vida le saco provecho a los conocimientos de mecánica que obtuve en el taller de los carros de papi.

Salimos varias veces más con un itinerario similar: encuentro en la Casa D’Italia (whisky él... cerveza, yo); Cena en Flamingo’s o en Weekends; algunas veces a un cine-foro en Bellas Artes o en el Cine Club de la Universidad (una que otra vez vimos películas en «La Salita», allá en la Calle Carabobo, de Maracaibo), pero en todas las ocasiones, nada de baile y mucha conversación de fondo, estuviéramos solos o con los artistas y poetas que integraban su grupo de amigos. Ana, definitivamente este es el hombre de mi vida. ¡Cómo habla! ¡Las cosas que dice! Para mí es un hombre místico, pero no como esos fanáticos religiosos que se la pasan metiéndole «cotorra» a una, junto con una revista de Atalaya, ni como los de Hare-Krisna, caídos de la mata y totalmente descentrados. No, es que Juan tiene un «no-se-qué» que embruja a cualquiera. Cuando habla lo hace con propiedad, no como los profesores que se aprenden de memoria un texto y van a los salones a repetir como unos loritos. No, Juan te habla suavecito, con palabras simples. Cuando lo hace, el cielo se te abre y comienzas por darle la razón, así una no esté de acuerdo con él. Mira, si me apuras te digo que ese carajo, además de estar buenísimo, es un doctor en algo, un profesor de post grado de alguna universidad europea, o quizás es un genio de esos incomprendidos que deambulan de aquí para allá sin que la humanidad se aproveche de sus genialidades. Eso si: no me ha querido decir en qué trabaja o a qué se dedica, a pesar de que yo se lo he preguntado de todas formas. Mejor así... más misterio es más emoción. ¿Te imaginas que Juan sea un millonario loco y excéntrico? Mejor es que resulte ser un ‘pela-bolas’ cualquiera, porque yo ya tengo suficiente con Papi en el papel de galán millonario y extravagante.

En octubre comenzaron las clases en el Liceo y de nuevo llegó la rutina: levantarme a las seis de la mañana, ducha fría, uniforme, chofer, clases... No encontré nada nuevo entre mis compañeros de clase, ni materia que me llamara la atención, a no ser por ese esperpento idiomático llamado «latín». Te juro que al principio me volví «un-cu-lo» con eso de las declinaciones, pero... ¿A que no sabes qué?: ¡Juan sabe latín! Definitivamente, ese coño sabe de todo... Bueno, casi todo, porque como mecánico se muere de hambre, pero... ¿Para qué me tiene a mí, ah? Y no estés pensando mal (te conozco bien, pajarita), ni te estés figurando lo que aún no ha sucedido. Por ahora no, pero cuando ocurra (si es que el tipo se decide y me lo pide, porque a veces parece un ‘caído de la mata’), te aseguro que será espectacular. Por supuesto, saqué la mayor calificación en Latín... y en Griego... y en Sociología... y en todas las demás materias.

Ciao. Bianca

Tomado del Diario de Bianca

Noviembre 22

Querida Ana:

El libro del cual te hablé se titula «Teología de La Liberación» y es súper arrechísimo para entrarle: full conceptos y más entreverado que un plato de espaguetis. Mijita, tendré que leérmelo, así que prepárate a pasar unos cuantos días sin saber de mí. ¿Qué, tres meses? ¡No, chica!... ¡Qué molleja de exagerada sois vos! Tres meses no, pero sí unos días o unas cuantas semanas ¿ah no! No te vayáis a poner así de necia. Te prometo que después de leer el libro ese te escribo para contarte sobre él (sobre el libro, ¡boba!, no sobre Juan) Además, la navidad está ahí mismito y de esa época siempre hay mucha tela de dónde cortar buenos chismes.

Ciao. Bianca

No era la primera vez que Juan se reunía con el promotor del proyecto, pero cada vez que lo hacía se le producía una opresión en la boca del estómago que desembocaba en un cólico espasmódico, que no le abandonaba sino después de deslastrarse del estrés que le causaba la sola mención del nombre de aquella persona.

Le había citado a un remate ilegal de caballos con la misma metodología de las veces anteriores: la dirección de un teléfono público, una fecha y una hora, escritos con un collage de letras recortadas de la prensa local del día anterior y pegado en la cara interior de una bolsa de papel, sin huellas dactilares ni trazos caligráficos. Luego, en el teléfono público, recibiría una llamada en la que se le daría la fecha, hora y dirección, del encuentro, que en esta oportunidad correspondía con una venta clandestina de licor ubicada en la Calle 95 del Barrio Simón Bolívar, al Sur de Maracaibo. Allí legó a la hora convenida y en medio del bullicio ensordecedor propio de las apuestas ilegales a ganador o a plácet, sintió que alguien le haló por el bolsillo. Reaccionó con violencia pues creyó que se trataba de uno de los tantos carteristas y rateros de poca monta de los que abundan en este tipo de antro, pero para su sorpresa, se trataba de un niño... un niño descalzo, mocoso y barrigón, con más experiencia de calle que cualquiera de sus combatientes. Con toda tranquilidad y en completo silencio el niño arrolló sus deditos alrededor de su índice, lo sacó de la algarabía y le señaló una camioneta Pick-Up negra, estacionada como a veinte metros, con el motor rugiendo por las constantes aceleraciones. Quiso interrogar al niño, pero cuando volteó ya no estaba allí, y ni se esforzó en perseguirle ni en preguntar por él. Sería mejor no intentarlo, pues si lo hallaba de seguro que el niño no sobreviviría veinticuatro horas, como tampoco toda su familia.

Se encaminó hacia la camioneta negra y ya en su interior no le sorprendió que el chofer fuera otro muchacho, éste un poco mayor que aquél, como de quince o dieciséis años, pero de apariencia adulta, con el rostro curtido por la preocupación, la responsabilidad y el hambre de una vida mejor colgándole por las pronunciadas ojeras. Era un jinete de los que utiliza la industria del contrabando para conducir carros robados hacia Colombia. Juan se imaginaba un largo recorrido en la Pick-Up negra por todo Maracaibo, pero en vez de ello, el muchacho dirigió el potente vehículo hacia las afueras de la ciudad y a veinticinco minutos de viaje, penetraron por uno de los polvorientos caminos que conducen hacia un grupo de pequeñas parcelas. En una de ellas, bajo un bohío de palmeras y al lado de una vaquera donde el ganado escotero y el parido se estaba reuniendo para la vacunación contra la fiebre Aftosa, el promotor estaba saboreando un refrescante cocktail junto a su amante de turno. En dos círculos de 50 y 150 metros de diámetro estaban sus guardaespaldas: unos camuflados y rotando por los alrededores, otros evidentes, resguardando los dos helicópteros Lynx comprados por el promotor en el mercado negro de armas. Todo presagiaba una reunión breve pero como en anteriores ocasiones, lo evidente no necesariamente correspondía con los planes del promotor.

.- ¿Cómo estás, Juan? Espero que hayas disfrutado de la travesía. Ven, siéntate aquí, a la sombra. Sabes que no soporto la resolana ¿Cómo va todo.

.- Estoy bien. Te agradezco el detalle de no vendarme los ojos esta vez.

.- No tienes por qué agradecerme nada. Tú te lo has ganado... ¡Hasta mi confianza! Y ya que hablamos de confianza... ¿Conoces a mi nueva ‘secretaria privada’?

.- Pues no. Aún no he tenido el placer de...

.- Ni lo tendrás -interrumpió El Promotor con brusquedad-. Con ella, el único que tiene placer soy yo, pero conócela.

.- Mucho gusto, señorita.

.- ¡Por favor, Juan! ¡Déjate de ironías sacerdotales! Se-ño-ri-ta - deletreó El Promotor con burla-. ¿Acaso me quieres hacer creer que nunca habías visto de cerca a una ramera de tres mil dólares la noche? -Y dirigiéndose a la mujer-: Anda mi amor, desfílale la lencería que te compré en Aruba a mi amigo Juan.

Pero antes de que la impresionante mulata se levantara, Juan la detuvo con la mirada. Luego dirigió su silencio hacia El Promotor.

.- Bueno Juan, si no estás con ánimo de ver un espectáculo de primera... vayamos al grano: me preocupa Jairo, me preocupa el silencio de La Coordinadora y me preocupas tú. Como verás, tengo suficientes motivos para traerte.

.- Pues yo también estoy preocupado. Me preocupa que mi gente termine como carne de cañón. Me preocupan las conversaciones que has tenido con La Coordinadora, a la cual no has tenido la delicadeza de invitar a ningún miembro de Los Urbanos, pero también me preocupas tú porque hasta ahora te has negado a desarrollar con nosotros los lineamientos del nuevo gobierno.

.- Pero Juan... precisamente para eso estamos aquí.

.- ¿Aquí? ¿En los establos de una estancia vamos a discutir el futuro del País? ¿Así, sin agenda previa? ¿Sin convocatoria popular? ¿Sin mis urbanos y con tus mercenarios rondando por ahí? A mí me parece que tú tienes un concepto bastante deformado de lo que es la reconstrucción política de una nación.

Durante tres horas, Juan Del Rey y el promotor conversaron, discutieron y hasta se gritaron, pero mantuvieron el equilibrio de una situación tensa sin llegar a la ruptura. Ambos sabían que era esencial mantener una asociación estratégica para motorizar las ambiciones de cada uno. En aquel comensalismo político el promotor aportaba el financiamiento económico y sus fuentes de información, mientras que Juan Del Rey proporcionaba la organización de una guerrilla urbana integrada por tres mil quinientos militantes-dirigentes, sesenta y cinco mil guerrilleros urbanos y una inauditable red de informantes, soplones y de amigos no comprometidos, formalmente agrupados en ciento cuarenta y cuatro células diseminadas en los principales barrios de Caracas, Valencia, Maracay, Margarita, Ciudad Bolívar, San Cristóbal y Maracaibo, los conglomerados urbanos más importantes de Venezuela, donde se concentra más del 75% de la población del país. Era más que obvio que la amistad no era el vínculo que los unía, y las esporádicas muestras de simpatía de el promotor hacia Juan Del Rey se esfumaron cuando supo de las relaciones entre el ex-jesuita con la Comandante Claudia.

Aquellos dos hombres que discutían por el beneficio de una patria común tenían objetivos terminales distintos, casi opuestos. Para el promotor, la guerrilla urbana era el instrumento ocasional que se adaptaba a la situación del país y a sus ambiciones políticas. Para Juan, el financiamiento de don Pablo era la cuota política que se debía cancelar para mantener aceitada una organización político-militar con la cual irrumpir en el escenario institucional, para hacer las transformaciones necesarias que revirtieran el desastre generalizado en que se vivía: 85% de la población en cualquiera de los cinco niveles de pobreza conocidos... 10% del PIB comprometidos para pagar los intereses de una deuda internacional pública que se capitalizaba año a año... Pandemias crónicas en todos los barrios del país... Incremento del analfabetismo funcional y una economía precariamente sostenida con un incremento de la mal llamada economía informal, la exportación del petróleo crudo sin una política de refinación para transformarlo en productos con alto grado de valor agregado nacional y con fuertes impuestos nacionales, regionales y municipales a todo nivel. Todo se iba por el caño de una burocracia oficial de más de dos millones de empleados públicos para una nación que se podía manejar, cómodamente, con quinientos mil funcionarios eficientes. Sin embargo, para ambos era preocupante la presencia de la narco guerrilla, representada por Jairo Londoño. La Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar había ofrecido todo el apoyo logístico necesario: entrenamiento, armas, parque y contra-inteligencia, pero su representante era, al mismo tiempo, perro de presa del Cartel de La Guajira, un ingrediente exógeno tan molesto para Juan y el promotor como la arena de la playa dentro de la ropa interior.

En la trattoría de don Franco se recibió un misterioso sobre amarillo dirigido a un desconocido Kamal Fuad, con domicilio en las señas y números de la trattoría y Giovannotto estaba a punto de rechazar la entrega cuando don Franco se acercó para ver qué sucedía entre su socio y un terco mensajero que discutía con aquél. Al principio se solidarizó con su socio, pero la tozudez del encomendero y dos estampillas de Marruecos cambiaron su posición.

.- Está bien. Deja el sobre, pero no te firmaremos nada.

.- Pero Franco, ¿cómo vas a aceptar este...

.- No quiero tu firma - le dijo el escurridizo mensajero a don Franco- Sólo dame la propina que, me aseguraron, me regalarían aquí con sólo mostrar este sobre.

.- ¿Quién te la ofreció y cuánto es?

.- No conozco al patrón. Fue por teléfono y me aseguraron cinco mil euros. Pero ¿eres tú Kamal Fuad?

.- No - terció Giovannotto.

.- Si -replicó don Franco, lanzándole una mirada de ¡cállate! a su socio- Yo soy Kamal. Ahora, dame el sobre y toma quinientas euros.

.- ¿De qué hablan, Franco?

.- ¿Quinientos euros? Prefiero regresarlo.

.- Sabes que no puedes.

.- Lo boto y punto. Cuatro mil y me quejaré. Diré que me robaste.

.- ¿Cuatro mil euros? Franco, ¿Por qué le tienes que dar cuatro mil euros a este imbécil?

.- Mil... Sólo mil... Lo tomas o lo dejas.

.- Dos mil... Dos mil y te prometo que no hago entrar al carabinieri que está afuera y te acuso con él de violar correspondencia privada. Así que dos mil y no se habla más.

.-Tienes razón -convino engañosamente don Franco-. No se habla más. -y apuntándole en la frente con una espectacular y auténtica pistola Lüger alemana de la Segunda Guerra Mundial, remató: No se habla más y tú me entregas ese sobre por las buenas o por las malas y aquí están tus euros.

Aunque la escena de don Franco con el mensajero sucedió en la esquina más apartada de la barra, fue evidente para todos los presentes que algo no muy bueno estaba sucediendo allí. Lo decía a gritos la palidez del mensajero, el rostro congestionado del rollizo Giovannotto y la actitud agresiva de don Franco, a pesar de sus esfuerzos por disimular la situación con una sonrisa forzada, totalmente falsa hasta para los turistas que aún permanecían dentro de la trattoría. Todos los presentes voltearon hacia el trío y un silencio sepulcral delató aquellas miradas. Don Franco recobró parcialmente su majestad ante la presión de quienes observaban, ocultó sigilosamente la pistola con el sobre y extrajo de la caja registradora un puñado de billetes de a diez euros que introdujo con violencia en el bolsillo de la americana del enclenque mensajero, quien palideció a punto de cadáver, pues creyó que toda aquella gente que observaba se le vendría encima para lincharle. Pero fue Giovannotto el que despejó la carga de violencia que flotaba en el ambiente:

.-... y le dices a tu supervisor que no estamos interesados en sus equipos electrónicos. Nuestra Gaggia Express hace el mejor café del mundo ¿Capicci?

Cuando Giovannotto volteó para interrogar a su socio, ya don Franco se alejaba de la barra con rumbo hacia su oficina, al fondo de la cocina. En su regazo, in pectore, apretado con innecesaria intensidad, llevaba el sobre de la discordia. Se desplazó por sobre el tablestacado de la cocina con la pesada rapidez de sus ochenta años y en su impaciencia tropezó varias veces con el entablado irregular, llamando la atención de cocineras, ayudantes y mesoneros, pero no se descompuso. Prosiguió hacia el fondo con altivez, ante la mirada escrutadora de todos y ya en la privacidad de su habitación, se dispuso a abrir la encomienda. Mientras desprendía con celo de filatelista las siete estampillas, su mente destapó el baúl de los recuerdos y viajó imaginariamente hacia el pasado, atracando la nave de la evocación en la escena de siempre: enero de 1936... Livorno... Las dieciocho horas... El motivo: una hermosísima pelirroja que caminaba del brazo de una anciana, frente a la vidriera del bar que solía frecuentar. A sus veinte años, Franco era un robusto muchachote que acababa de tomar su primera licencia del cuerpo de buzos de la marina de guerra de Italia. Su extraordinaria musculatura era muy poco común en aquella época, pues más que volumen de masa adiposa, el joven Franco exhibía una milimétrica definición muscular en todo su cuerpo. Junto a ello, un rostro mediterráneo, herencia de su madre griega, que se le iluminaba constantemente con dos azulísimos y cristalinos ojos, de mirada profunda.

Todas las tardes, desde el otoño, Franco llegaba hasta aquel bar frecuentado por marineros de muchos países, dada la condición de puerto y de astillero de primer orden de la ciudad. Sus ansias de viajero empedernido se aplacaban parcialmente con aquel calidoscopio humano de marinos y viajantes que se reunían allí con un sólo lenguaje internacional: la alegría. Era común que el ocio de la estación se ocupase en competencias, a la que todos los presentes eran bienvenidos: dardos, pulso (dominadas) y, por supuesto, siempre había anotados para Il soto force, una brutal competencia que popularizaron los marinos australianos y consistía en colocar sobre la cabeza de un contendiente un vaso con media pinta de vino y alcanzado el equilibrio, el oponente le propinaba un puñetazo en el estómago. Luego se invertían los papeles y el golpeado asumía el rol de golpeador... Ganaba aquel que hubiera conservado la mayor cantidad de vino dentro del vaso. Franco conquistó y mantuvo el invictus durante el invierno del 35 hasta aquel 21 de enero del año siguiente, cuando divisó a la pelirroja Lea a través de la vidriera del bar. No sólo perdió la concentración para el equilibrio del vaso de vino, sino que por su descuido, sus formidables abdominales se distendieron y el mazazo que le propinó el marinero marroquí penetró hasta sus entrañas, doblándole como a una carpeta de cartón. Don Franco rió de buena gana. Después de tantos años todavía le causaba gracia aquello que le dijo a la pelirroja Lea cuando le declaró su amor:

.- Nunca me hubiera imaginado que el amor a primera vista fuese tan doloroso.

Guardó las estampillas y afrontó el contenido del sobre con el alma atornillada a sus espaldas, pues no necesitaba leer los trazos de la caligrafía para saber que en aquellos violentos rasgos arábigos estaba el pulso de aquel marinero marroquí con quien compartió, además del título de Il soto forte del bar, una sólida amistad que se prolongó durante más de seis décadas. Suleiman el-Kébir-Abn Majsen le escribía después de cuarenta años y al revisar el contenido del sobre y leer la escueta carta de su amigo, agradeció por primera vez en su vida que su amada Lea no estuviera viva. Encendió un cigarrillo turco de tabaco negro, aspiró profundamente y envolvió su rostro y sus pensamientos dentro del vaporoso humo que exhaló.

Tomado del Diario de Bianca

Enero 5

Querida Ana:

Bueno, pasó la navidad, pasó la Feria de La Chinita y han pasado tantas cosas. Sé que debes estar furiosa conmigo, pero ¿Qué pretendías?, ¿Que pasara sobre tus hojas todas las notas que escribí en papelitos y servilletas durante todo este tiempo? Mija, yo tengo muchas cosas qué atender y además, las mejores amistades se mantienen así, de lejos. Si acudo a ti de vez en cuando es porque nada me obliga y porque contigo encuentro el reposo necesario para pasar revista a los acontecimientos más importantes de mi vida. Entiéndelo de una vez, Anita: Te quiero mucho y nunca he dejado de pensar en ti. La evidencia es este paquete de papelitos y notas que tengo regadas sobre la cama y que estoy ordenando para contártelo todo. ¡No seas boba! ¡Claro que te quiero… y mucho! Y por si no lo sabías, casi todos los días te llevé dentro de mi cartera y dentro de tus solapas guardé todas estas notas. Así que, técnicamente, sí te escribí, aunque sea ahora cuando lo transcriba.

A estas alturas de mi vida, la historia puede dividirse en dos: antes y después de Juan. Antes que apareciera Juan, el epicentro era Papi, así que te contaré todo lo referente a Papi de primero, porque de las malas noticias hay que salir rápido. Bueno, definitivamente, papi es una máquina de producir cobres. Millones y más millones. Por lo que se ve, es lo único que hace bien. Este año casi no lo vimos por la casa. ¿Sabes por qué? Pues no… No fue por Juan, ni porque me dediqué al bonche ni a la rochela. No, es que don Paolo se dedicó más que nunca a sus negocios. Compró otra estación de radio. ¿Y quién crees tú que será Gerente General? ¡Pues esa misma! La negra. Mija, es que además de arribista, es parejera. ¿No te das cuenta que como mami es la manager de las demás emisoras, ella ha querido igualarla?. Pero lo habrá logrado sólo en eso, porque mami tiene la clase y el estilo que ella nunca tendrá.

Pues sí, otra emisora y ya van siete, además de los dos canales de TV, las agencias de publicidad, la fábrica de avisos y la imprenta. Pero la danza de los millones no termina ahí. Te cuento que se compró otro lote de terreno por la Calle 72 y está por culminar la construcción del edificio más alto de Maracaibo. Chama, son noventa pisos, además de cuatro sótanos y un área para bancos y venta de comida rápida… No–ven–ta pisos y ojalá que no –ven–da ninguno. Le escuché decir al señor Helí Alberto Bríñez, el ex – socio de papi en una de las agencias de publicidad, que en la Torre Don Pablo (¡Qué egocéntrico! ¿Verdad?) Estarán todas sus empresas y las oficinas de casi todos sus clientes, para tener controlado a todo el mundo, como si empleados y relacionados fueran miembros de una ‘otra’ familia. Mija, cada vez que paso por la Calle 72 y veo el mamotreto ese, me entra una “arrecherita blanca” y una tremenda curiosidad que, para qué te cuento. Pero ni de vaina que entro a la construcción, aunque te confieso que una vez me provocó, y no fue por solidaridad familiar. Fue la vez que me tropecé con el arquitecto residente en la obra, un viejo buen mozo y de buen ver llamado Mario Bianchiardi. Me invitó a pasar con una sonrisa pepsodent y estuvo a punto de convencerme con la “cotorra” que me montó, pero... ¡qué va!… Le agradecí su gentileza y seguí camino al club de la Casa D’Italia. ¡Por favor!… ¡Nada que ver! Es un viejo simpatiquísimo y atractivo, pero nada más de ahí. Además, papi lo fulminaría si se entera que entre él y yo existe algo más que una relación “niña – señor”, si no es que de darse el presunto “affaire”, en medio del “tal–y–cual”, lo paso para el otro mundo. ¿Y cómo va a ser? ¡Boba!.

Prosigo con papi. El despliegue de “cobres” continuó con la compra de un Lear Jet, para que mi ocupadísimo progenitor, como suele identificarle Juan, pueda ir y venir a su antojo. ¡Muérete! Ahora tiene chofer y guardaespaldas. ¿No te parece el colmo? Yo no los uso para nada, pero están a la disposición de la familia y eso no lo puedo evitar. El avión sí… un par de veces. Te confieso que me pareció lo máximo. Resulta que salimos un viernes del colegio (Juan no me fue a buscar ese día… después te contaré por qué) y se nos ocurrió ir al club de la Casa D’Italia para tomarnos un trago en la barra y vacilarnos a los súper buenísimos del equipo de gimnasia olímpica que estaban practicando allí. El primer rollo se presentó cuando el barman se negó a servirnos las bebidas porque estábamos con el uniforme del colegio y empezó con la letanía de las otras veces… que si tal… que si la Gerencia le llamaría la atención… De modo que tuvimos que desinformarnos todas. Unas escondimos los tirantes dentro de la falda, otras sacaron la camisa por fuera y yo, como era la del carro, (y tú sabes que siempre ando preparada) pues saqué del baúl del carro la maleta y el maletín de las emergencias, pasé por el vestidor de damas y regresé a la barra en jean, zapatos de gomas y franela (adiós a la pinta ‘de coñita’ y bienvenida la pinta ‘de mujerrrr’).

Los papachongos del equipo de gimnasia se aparecieron por la barra como a los veinte minutos y ya te podrás imaginar: Ojos pa’llá… miradas pa’cá… hasta que al fin se dejaron de pendejadas y se nos acercaron. Bueno, el asunto que te traigo a colación es que uno de ellos, después de la primera botella de Dewards, nos ofreció algo más estimulante. ¡Imagínate la cara que puse cuando el coño ese sacó la cajita con el polvo blanco! ¡Le dije cuatro! Y como a mí nunca me ha llamado la atención eso de andar ‘periqueándose’ una, o puyándose sabrá Dios qué porquería, les dije a todos que para volar no hacía falta nada de aquello. Que si lo que deseaban era volar de verdad, pues yo sabía cómo y así, sin más ni menos, rumbeamos hacia el aeroclub. En el trayecto llamé al piloto y cuando menos lo imaginamos estábamos sobrevolando toda la ciudad. ¡Ni qué contarte! ¡La nota suprema! Con decirte que Janet quedó tan impactada con Ronald, el piloto, que se le instaló en la cabina y allí estuvieron los dos hasta dos horas después que aterrizamos.

Mientras tanto, los demás nos dedicamos a comentar aquel vuelo nocturno y llegamos a la conclusión que era preferible a cualquier viaje de drogas. Cuando los tortolitos se aparecieron por la barra del aeroclub, bien abrochaditos y con cara de ‘yo – no – fui’, el comentario general fue que aquello resultó ser ‘sexo a primer viaje’ ¿No te parece lo mismo? Como notarás, me desvié de nuevo del tema: Papi. Bueno, este año casi cierra una de las agencias de publicidad con el pretexto de que le quita mucho tiempo para los beneficios que le aporta.

En mayo de este año estuvo a un tris de ponerle el candado, pero mami le hizo ver que más de treinta familias dependían de esa empresa, y entonces papi le propuso vender sus acciones a un consorcio publicitario internacional, dejando a la negra Loira al frente de la agencia. Total, que antes de la transacción designó a la Loira como Gerente y desde entonces ni va por la agencia. El último de los socios fundadores, el señor Helí Alberto, le vendió sus acciones a la Loira presionado por papi y te podrás suponer que la ‘susodicha’ campea por allí como perro por su casa. El otro proyecto de papi es de corte político. Al parecer es candidato a Senador por nuestro Estado al Congreso de la República. En nuestro pent house se ha reunido con gente extraña… tú sabes a lo que me refiero: personas que se les ve por encima y sin mucho esfuerzo, que hacen de la política una actividad para el lucro personal. Pues con ese tipo de gente se ha reunido desde marzo pasado. Según lo que nos contó, él pondrá unos millones y el apoyo de las emisoras de radio y TV para la campaña electoral. A cambio, el partido lo postulará como primera opción para el cargo de Senador. Las reuniones han sido los martes en la noche y también los sábados en la mañana, pero en la Agencia. De modo que la gente con sensibilidad social y con deseos de construir un país diferente, seguirá “labrando en el mar” mientras los saldos bancarios y las aspiraciones personales compren las curules en el Congreso.

Pero no todo es color de rosa para papi: hace tres meses le dieron los resultados de la biopsia que le practicaron en las ronchas esas que tiene por los brazos. Resultó positiva y ahora anda más ajetreado que nunca, como queriendo olvidar lo que tiene. Te podrás imaginar la escena en casa: lágrimas, abrazos solidarios, etc. ¡Qué vaina, no? Para recibirlo en la derrota sí que le servimos mami y yo. Sólo existimos cuando el mundo se le pone chiquito, pero para ser fiel, somos un cero a la izquierda. ¡Injusto!. Es injusto que nosotras le sirvamos para enjugar sus lágrimas, pero no para compartir sus alegrías. Total que papi tiene cáncer en la piel ¿Y tú crees que se ha aquietado? ¡Qué va! Sigue con el mismo trote, pero algo me dice que cuando decline su estrella, la negra Loira emigrará porque esa no es de las que se las come verdes… ni podridas.

De Juan te diré que está saliendo conmigo ‘en serio’ desde diciembre pasado y anota esta fecha: diciembre 21. Ese día fue viernes, salimos a tomar algo y a conversar. ¿Y qué crees? Pues sí. Fue súper especial. Súper romántico y súper tierno. Todo comenzó con una conversación trivial y de repente abordó el tema de nuestra relación y de lo que él sentía por mí, con una naturalidad tal que sin darme cuenta estaba como una boba asintiendo con la cabeza a todo lo que me decía, hasta que reaccioné cuando me agarró la mano y me la besó. Se me prendió un bombillo de alerta, salí del carro (porque, a todas éstas, la ‘declaración’ se desarrolló en el estacionamiento para visitantes de mi edificio) y ya afuera de su carro, respiré hondo, muy hondo, como para serenar el espíritu, pero cuando me disponía a subir al Pent House, sentí sus brazos alrededor de mi cintura y su calidez tan próxima a mí, que no pude huirle más y le di salida al torrente de pasión que tenía represado. Nos besamos con la intensidad más electrizante que te puedas imaginar. Fue tanta la ternura y el goce que lloré de la alegría. No lo hicimos ese día. Mejor fue así. Pero el fin de semana siguiente… ¡Ay Anita! Aquello fue de película. En primer lugar, no sucedió en Maracaibo porque los cuarenta grados centígrados de temperatura que tiene la ciudad son demasiado sofocantes para mí. Yo elegí -y él me complació- la placidez de los 14 grados centígrados de las montañas andinas. Allí, en un chalet enclavado a las afueras de un villorrio típico de Los Andes, lo hicimos frente a una chimenea. Oleadas de neblina entraban por el ventanal lateral y desaparecían al contacto con nuestros cuerpos desnudos. A ese chalet llegamos luego de las cinco de la tarde. Bajamos las maletas de su carro, que para esta oportunidad yo me encargué de que se portara a las mil maravillas (como recién sacado de la agencia) y de inmediato, Juan se dispuso a encender la chimenea, mientras yo me dediqué a curiosear por todo el chalet. ¡Ay Ana… si lo hubieras visto! Un auténtico chalet suizo, construido totalmente con piedra y madera de nogal, con ventanas así de chiquitas, de puertas batientes que a mí me pareció, al verlas por primera vez, que funcionaban al revés, porque se abrían hacia afuera. ¡Qué–ig–no–ran–te me sentí cuando Juan, con esa paciencia de profesor, me explicó el por qué en Suiza utilizan esas contra ventanas para resguardar el calor interno de los chalets. La habitación, sencillamente bellísima: piso de parquet, lámparas de hierro forjado en las esquinas y una inmensa cama con tres cobijas de lana tejida, un mar de almohadones y un cubre cama acolchado a juego con las sábanas y las fundas, todo en seda. Como verás, el marco de la primera vez con él no pudo ser más romántico.

Después del viaje al chalet andino me surgió la necesidad de escribirle cartas y poemas a Juan, los que debes dar por descontado que no le he entregado, pero que voy a compartir contigo:

“Florece nuevamente esta sensación de plenitud. Siento la luz de esta esperanza que brilla, que emite sus destellos más luminosos para darle sentido a mi existencia. Me siento amplia, otra vez interesada en descubrir la profundidad de mi mente. Hoy ha sido un día glorioso, un día lleno de aromas, colores y descubrimientos. Hoy es mi día, porque siento que me he enamorado de ti”.

Estoy alimentándome de la sabiduría de este ser encantador. No sé qué me pasa con él, pero me atrae poderosamente. Cuando llega e inunda el lugar con su presencia, siento el corazón agitado y comienzan a temblar mis manos. Me encanta con sus ojos y con la forma como desliza su mano por su cara. Me trastorna cuando me encuentro con su mirada, pues imagino que piensa y siente igual que yo. Te amo, Juan. Te amo porque me siento atraída más por lo que desconozco que por lo evidente que hay en ti.

Bueno, Anita: creo que me he puesto al día contigo, pero aunque han quedado muchos “cabos sueltos” que oportunamente ataré, el sueño me está ganando la partida.

Ciao, Bianca

Bianca pasó el resto del día enconchada dentro de su minúscula habitación, en los altos de la trattoría de su tío Franco. Las constantes llamadas de Lucía no tuvieron respuesta, como tampoco el suculento almuerzo que languideció sus aromas delante de la infranqueable puerta de nogal. Desde su cuarto, ubicado sobre la barra, pudo seguir los acontecimientos del día, mientras que a través del ventanuco que da hacia las bulliciosas casas de vecindad, penetraban junto con las voces, los cánticos de las lavanderas, el fragor de un tráfico atestado y el perfume húmedo y dulzón de la primavera romana.

Durante horas su mirada se concentró en la silueta de un pequeño ramo seco y espinoso que trajo desde Venezuela que colocó en un rústico macetón de barro. Allí, enterrado y renegrido, el solitario palo con espinas se negaba a reverdecer, a pesar de los constantes mimos y cuidados con los que la muchacha aplicaba las delgadas capas de abono y humus que todas las tardes hacía traer del mercado. Desde su rincón lo veía altivo y desafiante, pues el límpido azul del cielo resaltaba aún más la silueta de aquellas espinas desproporcionadas para el diámetro del tallo. Llegó a pensar que Lucía tendría razón y aquella estaca de trinitaria jamás retoñaría… “Jamás retoñará, picola… Jamás. Este no es su clima”. Y la admonición de la cocinera rebotó en su cabeza como una pelota de Jai-Alai. Sin embargo mantenía la esperanza al recordar que aquel palo seco fue alguna vez un hermoso gajo de trinitaria blanca, que la perfumó durante tres años como si hubiera sido cortado el mismo día. Tres años durante los cuales no perdió ni una hoja de su exuberante infloración. Tres años que le perfumó con una fragancia suave y duradera mientras la lució con su natural coquetería femenina, tanto en la ciudad, como en la montaña.

Aquella trinitaria blanca se la regaló la hermana Rosi en una calurosa y polvorienta tarde de abril. Su patrulla llegó hasta las instalaciones de las Hermanas de La Caridad Extrema el día anterior; se trataba de una curiosa institución, mezcla de convento y colegio, granja y club social, enclavada en una solitaria zona desértica de la Península de La Guajira, hacia el extremo Nor Occidental de Venezuela. Las oleadas de la resolana enturbiaban el horizonte, desdibujando parcialmente la sólida estructura de la Misión, rodeada por un poco común bosque de árboles frutales, de entre los que se destacaba, por su altura y tupido follaje, un inmenso árbol de mango, a cuya sombra se guarecían casi todas las habitaciones del piso superior. Iban en abanico, contando con que el sopor del mediodía tuviera enchinchorrados a los soldados, tal y como lo informó el servicio de inteligencia de la Coordinadora Guerrillera. El asalto estuvo planificado en todos sus detalles tácticos, como ese, el de la hora de la siesta que se tomaban diariamente los conscriptos, pues su Comandante nunca se esperó un asalto de día ni en aquellas condiciones geográficas: desierto y dunas hacia el Norte, Oeste y Sur, y paños de arena blanquísima por las salinas del Este, con una visibilidad de al menos diez kilómetros a la redonda. A esa distancia y cubiertos con trapos de fique impregnados de arena, los siete guerrilleros comenzaron el acercamiento reptando por sobre las dunas y esquivando espinos y chamisares, a un ritmo de mil metros cada hora. Iniciaron la “Operación Iguana” en la madrugada y a la una de la tarde tenían sitiada la Misión. A una silenciosa orden de la Comandante Sonia, entraron a saco por los dos accesos laterales.

El primer objetivo consistió en asegurar la captura del viejo Alouette, un helicóptero biplaza civil, propiedad de la Misión. El segundo objetivo fue un moderno Renault VAP, vehículo de combate y transporte de infantería desarrollado por los franceses, con los que el Ejército venezolano suplantó los obsoletos AMX-30, famosos en su época porque fueron el epicentro de un sórdido escándalo, cuando una empresa local pretendió repotenciarlos con piezas de tercera por haber repartido jugosas comisiones entre la alta oficialidad del Ejército y algunos Ministros de Hacienda y Defensa del gobierno de turno. La empresa nunca honró el compromiso y el país tuvo que tirar a pérdida los 150 AMX-30 y adquirir una nueva flota de vehículos, los VAP de la Renault, explotando toda su versatilidad: como transporte de tropa; como ambulancia y unidad quirúrgica de emergencia; como carro contra blindados, aprovechando su dotación de misiles tierra–tierra del tipo Milan, y hasta como unidad antiaérea, con sus dos cañones de 20 milímetros. La unidad destacada en la Misión era de doble función: en su interior operaba un hospital de emergencias, mientras que en su exterior destacaba la silueta de su porta morteros Thompson Brandt de 120 milímetros, capaz de impactar una lata de cerveza a siete kilómetros. No era uno de los modelos VAP–HOT como los que estaban en el Cuartel Libertador, con sistemas de misiles teledirigidos, pero aún así era una pieza formidable, lo suficiente como para ser considerado una noticia trascendente en el mundo y un duro golpe al ejército local. Con esta unidad, la autonomía de la célula guerrillera se multiplicaría por diez y con sus prestaciones anfibias y su sistema de visión nocturna, la toma de la Guajira sería un hecho irreversible.

El golpe fue militarmente impecable: no hubo disparos ni bajas. Tal y como estaba previsto, la soldadesca, integrada por dos docenas de conscriptos comandados por un oficial de carrera con apariencia de galán de cine, habían guindado sus hamacas en las columnas del pasillo que bordea el patio interior. Allí pasaban la llenura de un almuerzo copioso, mientras que los de guardia jugaban a los naipes alrededor del tronco del frondoso árbol y el Comandante sostenía una animada conversación de sobremesa con la Directora de aquel internado, la Hermana Rosi, una atractiva cuarentona mucho más alta que el espigado oficial. Bianca, Sonia y uno de los urbanos interrumpieron la amena charla de la pareja con sigilo de ninjas. En menos de veinte segundos y en completo silencio, les sometieron con la amenaza de los fusiles M16-A2 que Sonia y el urbano colocaron en la frente de los sorprendidos interlocutores. Mientras esto sucedía en la espaciosa biblioteca de la Misión, afuera, en el patio interior, los otros cuatro guerrilleros urbanos sorprendían y apresaban a los conscriptos de guardia, para luego inyectar un poderoso somnífero a los que estaban pasando la siesta dentro de sus hamacas. La barahúnda desacostumbrada a esa hora del bochorno meridiano atrajo la curiosidad de las internas, unas cuarenta, así como también del personal que estaba en la cocina, quienes asomaron hacia el patio interior, unas desde el balcón del piso superior, los otros desde las instalaciones de abajo. Todos fueron reunidos en silencio junto a los cuerpos adormecidos de la guarnición, pero cuando la Hermana Rosi y el Teniente Montero fueron sacados a empellones por la Comandante Claudia, máxima autoridad en el asalto, las muchachas rompieron a llorar, a excepción de una, altiva y desafiante, como de veinticinco años, que mostraba el aplomo que da la calle en cuestiones conflictivas.

.- ¡Cállense, carajo! -Gritó a todas- Que éstos no nos van a matar. –Y dirigiéndole una encapotada mirada de odio a Sonia-: Si hubieran querido matarnos, ya estaríamos frías, como los pendejos esos ¿No es verdad, querida?

Las demás le obedecieron, pero alguna que otra no pudo contener un gimoteo mocoso. La Hermana Rosi las tranquilizó y con una mirada de fuego silenció a la líder de sus internas. Cuando todos estuvieron frente a frente, con los conscriptos y su Teniente totalmente desnudos, la Comandante Sonia procedió a leer la proclama redactada por Juan Del Rey, lectura ésta que se vio interrumpida al principio por el sórdido murmullo de las muchachas al observar el inmenso pene del Comandante Montero. Para sorpresa de todos, incluso para el Teniente, la lectura de la proclama se hizo bilingüe: la Comandante Sonia en castellano y el chino Jusayúu, nieto del famoso lingüista Miguel Ángel Jusayúu, en wayunaiiki. Fue una proclama corta, contundente y retórica en algunos pasajes, que interesó a la hermana Rosi y llamó la atención del militar, quien recordó su más reciente entrenamiento en las selvas del Darién, en Panamá y de cómo el entrenador norteamericano les hacía énfasis en la necesidad de conocer el idioma y las costumbres de las regiones en conflicto como un elemento estratégico en las labores de contra inteligencia. Al personal civil se le dio libertad de movimiento restringido en el patio interior, mientras que a los conscriptos y a su comandante se les confinó temporalmente a un depósito vacío que estaba como a veinte metros del patio. La única protesta surgió de los labios de la Hermana Rosi, cuando los militares, desnudos y maniatados a la espalda, fueron puestos de uno en fondo y trasladados a empujones hacia el depósito vacío.

.- ¿No es de–ma–sia–da crueldad, Comandante? Al menos tenga la compasión de permitirles vestir sus ropas.

.- ¿Compasión? -replicó Sonia con ironía-. ¿Pide usted compasión para estos bastardos que matan y violan en sus incursiones por toda La Guajira? Le informo que dejarlos con vida es una muestra más que suficiente de compasión. Así que le recomiendo que se calle y no fuerce la situación, monjita… ¡No la fuerce!

Pero la Hermana Rosi no se impresionó con la advertencia y poniendo sus manos en sus formidables caderas, se le acercó a la Comandante Sonia hasta colocar el rostro de la pequeña guerrillera casi encajado entre sus pechos. La insurgente quedó petrificada con la marcada voluptuosidad de aquellos senos envidiables, cuyos pezones le apuntaban directamente a los ojos y la embrujaban, tal y como Rosi presintió que sucedería. Y sin darle mayor respiro, le dijo en un susurro que reverberó dentro de la cabeza de Sonia:

.- Aquí la que está forzando la situación eres tú, chica. ¿Acaso te gusta ver hombres desnudos, o lo tuyo es lo que yo me imagino, Ah? Dales la ropa a esos muchachos y así me demostrarás que eres mejor que ellos, o si no…

.- ¿O si no qué? – Replicó Sonia mientras ponía unos prudentes metros entre aquellos senos y sus debilidades-. Vea que usted no está en posición de amenazar a nadie.

.- Yo no te estoy amenazando. Sólo te digo que si insistes en hacer las cosas a las malas, al rompe, se forma aquí la tremolina y tendrás que matarnos a todos, cosa que dudo mucho que le convenga a tu movimiento, ni a ti ¿Me equivoco?

Aquel fue un enfrentamiento más psicológico que físico. Si en algún momento el liderazgo de Rosi fue puesto en duda por la agresividad de Carolina, una desviada sexual recién llegada al internado, el careo con la Comandante Sonia despejó cualquier duda. De inmediato, la sagaz religiosa puso su mano izquierda sobre el hombro derecho y desnudo de la guerrillera y como si se tratara de una antigua amiga que se encuentra en la calle, la palmeó cariñosamente, luego la abrazó por los hombros con fuerza hacia sus senos y se dirigió a las muchachas, aprovechando el estupor de la Comandante.

.- Marialicia y Grace, recojan la ropa y se la llevan a los soldados, junto con uno de los ‘caballeros’ aquí presentes y las demás se van a la biblioteca en orden y en silencio. No quiero escuchar otro comentario acerca del Teniente y su…

Se contuvo y dirigiéndose a Sonia, remató:

.- ¿Le parece bien, Comandante...?

.-... Sonia. ¡Yo soy la Comandante Sonia! Y sí, me parece bien, pero le ordeno que usted también se vaya con sus muchachas, y le aconsejo que se deje de dar tanta orden. Aquí la que manda soy yo. ¿Comprendido? Lo de la ropa va, pero la revisaremos antes, no vaya a ser que se cuele por ahí entre tanto trapo, algún ‘yerro’ y entonces se forme ‘su tremolina’.

La inspección a las instalaciones arrojó agradables sorpresas para Sonia: abundante comida y un parque de municiones desproporcionado para el armamento de la compañía que estaba acantonada allí: veinte viejos pero funcionales FAL, una docena de fusiles M16 de primera generación, pero la gran sorpresa fueron los cuarenta fusiles Beretta, modelo AR-70. Era más que evidente que la existencia de tanto armamento, junto con una dotación de varios cientos de cajas de municiones, conducía a una simple conclusión: las fuerzas regulares planificaban una ofensiva devastadora. Junto con el armamento encontraron cerca de diez mil cartuchos 5.56 mm., así como también doscientos proyectiles para el mortero Thompson Brandt del carro de combate.

Este descubrimiento sorprendió a la Comandante Sonia y alarmó a la Hermana Rosi, quien creía que dentro de todas aquellas cajas de madera había herramientas de construcción, como se lo hizo creer el Teniente Montero. Sonia nunca imaginó que el golpe a la Misión revelaría un plan de contra insurgencia de aquellas proporciones; tal vez fue por eso, y por cierto olfato de guerrillera consumada, que Sonia siguió al pie de la letra las normas del Manual del Guerrillero Che Guevara, el libro básico de entrenamiento del insurgente y entonces tomó una decisión apegada al librito verde, como familiarmente se le conocía en los talleres de entrenamiento básico al manual. De ahí en adelante, los prisioneros se convertirían en rehenes negociables si acaso una fuerza de soldados regulares se aparecía por allí y se percataba de que los ‘narco-guerrilleros urbanos’, como les identificaba la propaganda contrarrevolucionaria, tenían bajo su control a la Misión. Además, Sonia sabía que aquel éxito, basado en el factor sorpresa, era efímero y tenían que moverse rápido.

Era imprescindible obtener de los prisioneros la mayor cantidad y calidad de información, así que el interrogatorio se inició con el mismo procedimiento utilizado por las fuerzas del Gobierno: los soldados fueron separados en grupos de a tres y amarrados con la espalda contra los árboles robustos que estaban al fondo del patio central, mientras que el Teniente y la Hermana Rosi fueron atados e interrogados, pero en el pasillo. La estrategia de presión para con el Teniente era sencilla: por cada media hora que pasara sin aportar información creíble y comprobable, un soldado, seleccionado al azar, recibiría un disparo en la rodilla. Cuando pasó el primer lapso, Lucrecio Palmar, uno de los guerrilleros de origen wayúu, le dijo en una mezcla de wayunaiiki y español al soldado seleccionado:

.- Chique, no te arrechéis conmigue, pero este tiro te lo manda dar tu Teniente.

La explosión del fusil fue acompañada por un quejido largo y hondo, seguido por el griterío gallináceo de las internas.

.- ¿Entonces, Teniente? -preguntó Sonia con ironía- ¿No me va a decir nada? Vea que mis muchachos no tienen muy buen humor para los lamentos y en una de esas se me ponen algo nerviosos y pasan para el otro mundo al que se queje mucho.

La amenaza de Sonia fue respondida con un silencio sepulcral del Teniente, también por el mutismo de la Hermana Rosi. Sin embargo, fue la religiosa quien le respondió:

.- ¿Así que este es el tipo de revolución que va a arreglar los problemas del país? ¿Fuego con fuego?… ¿Sangre con sangre?

.- Pues yo no sé si va a cambiar o no va a cambiar la situación del país, pero de lo que sí estoy segura es que le va a cambiar la situación a estos regulares de mierda. ¡Lucrecio… escoja a otro!

Un grupo de conscriptos de aquellos que estaban amarrados en tronco del árbol de tamarindo, se desboronó moralmente y comenzó a pedir al Teniente Montero, con voz plañidera, que lo dijera todo.

.- Mi Teniente -imploró un Cabo de enorme barriga- Apiádese de nosotros y diga las cosas tal y como van a suceder.

.- Sí… sí… Mi Teniente -intervino un conscripto caraqueño- Vea que el soldado Matías se está desangrando… ¡Por vidita suya, dígale lo que sea, pero hágalo ya!

Pero no todos se rajaron tanto ni tan rápido. También había en aquel Batallón de Ingenieros, soldados de verdad.

.- ¡Mi Teniente! No cante nada, que aquí nos moriremos con las botas puestas y sin claudicar.

._ ¡Mi Teniente! - gritó el Sargento Uzcátegui desde el final de la fila – ¡Mándelos a la mierda porque aquí ya estamos muertos!

Cuando la Comandante Sonia se disponía a darle la orden a Lucrecio, Bianca le tapó la boca con su mano y le dijo en el oído:

.- Deme una hora a solas con el Teniente y la monja… Yo se cómo sacarles la información.

Sonia arqueó la ceja izquierda, la miró a los ojos y le dijo:

.- Ya yo sabía que usted era húmeda de ojos y de entrepierna, pero no me esperaba que fuese tan blanda de estómago.

Y dirigiéndole una mirada de fuego al Teniente y otra de rabia a la monja, dijo a voz en cuello:

.- Aquí la compatriota Bianca propone un petí comité con este muñeco y la insolente monjita. Tá bueno, pero una hora es mucho… Treinta minutos y no más. Así que ahí los dejo a los tres pa’ que le den a la lengua, pues.

Sonia se dirigió hacia donde el soldado herido se quejaba por el disparo y dejó en relativa privacidad al trío compuesto por la monja, el militar y la guerrillera. En el trayecto, Sonia se hizo con uno de los fusiles Beretta AR 70 y lo fue manipulando con la curiosidad y destreza propias de una experta. Atrás, en el espacioso pasillo, Bianca se desembarazó de su fusil y en la distancia, Sonia le vio gesticular, discutir y hasta señalar amenazadoramente al Teniente. Cuando la curiosidad de Sonia por el armamento estuvo saciada, se devolvió hacia el pasillo, no sin antes amenazar al soldado herido con el voseo característico de ‘los cachacos’ del Norte colombiano, que se quejaba con una letanía monocorde de “ayes” encadenados unos a otros.

.- Si usted no se me calla ahora mismo, me lo cargo con su propio fusil. ¿Entendió?

La amenaza y la mirada penetrante de Sonia fueron más poderosas que el dolor y de inmediato, el muchacho cesó de quejarse.

.- Así me gusta, repingo. Hay que ser obediente con mamá y no llorar más ¿De acuerdo?

Pero para sorpresa de todos, hasta de Bianca que la veía de lejos, la Comandante Sonia se le acercó al herido, le palpó los genitales al imberbe soldadito y le estampó un sonoro beso en los labios. Pasados los treinta minutos convenidos, se dirigió hacia el pasillo donde aguardaban por ella con más sorpresa que miedo.

.-Bueno, mis queridos conferencistas, hasta aquí les trajo el bus. -Y dirigiéndose a Bianca, exigió:- ¿Qué me le desembucharon a este par de muñecos?

Bianca le contó, con lujo de detalles, lo que el militar y la religiosa le narraron. Que se estaba montando un operativo anti guerrillero al estilo de los antiguos Teatros de Operaciones, con elementos profesionales de tropa, tanto de Venezuela como de Estados Unidos; que ellos, los del Batallón Arismendi # 41, eran los de logística e Ingeniería; que estaba próxima la llegada de la tropa élite y que el Teniente debía reportar un “sin novedad” cada dos horas, el próximo dentro de los siguientes veinte minutos; que el armamento y el parque estaban allí hace tres días, y en relación con la Misión y las internas, que aquello era un centro médico, mintió Bianca, y todas las muchachas estaban infectadas con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, volvió a mentir con la esperanza de que con esa desinformación, la Comandante Sonia reprimiera sus fantasías y porque ese fue el acuerdo secreto convenido entre Bianca, la religiosa y el Teniente: proteger a los civiles a cambio de información.

Todos los datos, a excepción de la situación médica de las internas, fueron ratificados con órdenes, faxes y papeles clasificados en clave, hallados en el maletín del Teniente, pero al no conseguir las historias clínicas de cada interna, Sonia sospechó. Fue necesaria otra mentira: que las historias estaban en poder del epidemiólogo junto con la prognosis general del grupo y el cocktail de AZT que se les suministraba a las muchachas de manera experimental. Aún así, Sonia no se tragó tan fácilmente aquella historia y no se la tragó, así fuera verdad, porque ya le había puesto el ojo a la rebelde que mandó callar a las demás cuando se inició el asalto, pero también se había fijado en una flaca con cara de princesa y casi sin senos, una de las que había llevado la ropa a los conscriptos antes de ser atados, de tres en tres, en los árboles del patio interior de la Misión.

.- Mire... ¿Y cómo es eso que todas éstas tienen sida y están aquí? Esto no me parece un hospital.

.-Tienes razón -le respondió cortésmente la hermana Rosi- Esto no es un hospital, es un...

.- Y usted no me parece una monjita -atajó la guerrillera acercándosele para escrutarla de arriba hacia abajo- Las monjas que yo conozco no se visten con bluyines, ni usan franelitas como ésa. Ahora que la veo bien, usted está demasiado buena para ser una monja.

.- Pues también tienes razón. No soy una monja cualquiera.

Aprovechando que Sonia aflojó la tensión de su guardia, la desarmó con un movimiento relampagueante que dejó helados a todos.

.- Como te has dado cuenta, también me sé defender, pero prefiero utilizar mis habilidades en algo provechoso para beneficio de estas muchachas que, aunque te parezcan sanas, están infectadas.

La Hermana Rosi le devolvió la pistola a Sonia, después de desmontarle la caserina y de extraerle la munición de la recámara. Todos se preguntaron secretamente cómo pudo desatarse la monja y cómo, para mayor sorpresa, pudo desarmar a una veterana como la Comandante Claudia. Para aflojar la tensión del momento, la hermana Rosi les relató la historia de aquella Misión. De cómo ella, una de las meretrices más cotizadas en toda la cuenca del Caribe, conoció la Palabra de Dios por intermedio de un misterioso mensajero, quien durante treinta y tres meses lanzó una gran campaña de concienciación y perdón, desapareciendo en la selva amazónica luego de una inesperada intervención espontánea en la cumbre ecológica Eco-Brasil 92.

.- Ya ves que tienes razón, Comandante Sonia. No soy una monjita cualquiera. De hecho no soy una religiosa católica de las que tú conoces, sino una Hermana en Cristo de la Iglesia Episcopalística Latinoamericana.

Al oír el nombre de la Iglesia, Bianca intervino en la conversación:

.- ¿Esa es la Iglesia que fundó el cura Lücca von Rütter?

Agradablemente complacida por la mención del Vicario de Cristo, ahora cabeza de la nueva Iglesia Católica, la Hermana Rosi le aclaró que la Iglesia Episcopalística Latinoamericana no había sido fundada por el cura Lücca, como le conocían cariñosamente en Venezuela de donde era oriundo, sino que fue un movimiento revisionista que se escindió del Papado de Roma y tuvo sus orígenes con la venida del Profeta Adonay, también conocido como El Ángel de La Palabra y se concretó dos años después con un cónclave sinodal de Obispos y Cardenales latinoamericanos en la Universidad Javeriana de Bogotá, ex universidad pontificia y ahora máximo Colegio Teológico Para La Fe.

.- Esencialmente, creemos en Dios -les explicó Rosi, asumiendo en la plática el tono de maestra que le iba tan bien con su aterciopelada voz de mezzo soprano- Pero no en un Dios personalista y vengativo, con infiernos y santos, sino en un Dios único tan bondadoso que nos da más de una oportunidad para rectificar.

.- Eso está muy bello, hermanita -terció la Comandante Sonia, evidentemente contrariada por su reciente desarme- Pero con todo y su religión epis… lo que sea, usted no me vuelve a echar la verga de recién.

Y dicho esto, se le abalanzó con un fusil recién recuperado y le cargó un culatazo de tal magnitud que le abrió en la frente una profunda herida. La Hermana Rosi se desvaneció en el acto y su metro ochenta de estatura se desparramaron sobre el enlosado del pasillo como un vaso de leche en cámara lenta. Sonia cargó y montó el fusil, pero la mano de Bianca se lo apartó.

.- No hace falta que la mate así, mi Comandante. Todos sabemos que tú eres la que manda.

.- ¿Y eso? ¿Acaso también le gusta esta caraja? Vea que si es así, vamos a tener un disgusto yo y usted.

.-No... No es eso - dijo Bianca con el rubor a flor de piel-. Es que matarla así, desarmada, indefensa y tirada en el piso, no tiene sentido, y menos frente a toda esta gente.

.- ¿Ah no? No tendrá sentido para usted, que como que le está gustando más de la cuenta la monjita esta, pero para mí sí ¡Esta coñastre me desarmó, carajo! ¡Me desarmó una barragana arrepentida y me lo va a pagar con lo único que tiene de valor: su vida!

.- Cálmate Sony. La autoridad es tuya y si la ‘quemas’ aquí y en estas circunstancias, estos infelices podrán decirle a todo el mundo que nosotros vinimos a asesinar, en vez de a liberar y le restará méritos a esta operación que hasta ahora, ha sido tu más grande éxito militar. ¿Vas a tirar por la ventana lo que hemos conseguido hasta ahora porque esta monjita te hizo esa payasada? Además, debes focalizarte en las próximas órdenes. ¿Armamos zafarrancho de combate y esperamos a los regulares o arrancamos ahorita con lo que tenemos?

La sola mención de su sobrenombre fue un poderoso narcótico que le modificó el rictus a la cara de la Comandante Sonia. Dicho así, en público por primera vez y con sus rostros tan cerca uno del otro, aquel sobrenombre que La Comandante gustaba de oírle a Bianca en sus escarceos privados, la paralizó y sintió que un flechazo desde los ojos verde claros de Bianca le atravesaba el corazón, recordándole aquella vez cuando ambas huían de la policía política en la lejana Maracaibo y para despistar a sus perseguidores, se internaron en el Paseo del Lago, se abrazaron y se besaron como una más de las tantas parejitas de enamorados que solían celestinear sus ardores con los marullos semi salados del Lago salpicando la escollera del parque.

.- Yo no lo pensaría, mi Comandante.

.- Sí… sí… Ya cállese, Bianca - y desmontando el fusil, la Comandante Sonia se alejó hacia el patio central largando la primera ráfaga de órdenes:

.- A ver, ¡Cachaco!

.- A su mandar, Comandante.

.- ¿Qué hubo con la máquina?

.- Al pelo, mi Comandante. Operativa, con munición y combustible.

.- ¡Lucrecio!

.- A su mandar, Comandante.

.- Jálese todas las provisiones junto con el armamento y el parque que está allá adentro. Y de prisa, porque el camino es largo.

.- Y a usted, Bianca, le tengo una encomienda muy particular, a ver si la cumple cabalmente: Me encierra al Teniente bajo llave y separado de ‘su’ monjita, que gracias a usted aún respira, me inutiliza el sistema de comunicaciones y ya debería sebar qué es lo que tiene que hacer con el helicóptero. Así que...

.- ¡Delo por hecho, mi Comandante!

La Comandante Sonia prosiguió dando órdenes directas y concretas al resto de los guerrilleros y mientras la organización de la retirada rompía con la quietud del inminente ocaso, subió al piso superior para hacer una inspección a falsas las pacientes. Abajo, en el pasillo central, Bianca y el Teniente auxiliaron a la Hermana Rosi. Con una tira de su camisa de campaña, Bianca le hizo una compresa en la frente para detenerle la hemorragia y el Teniente la recostó hacia la pared con los pies en alto para que la directora de la Misión superara el shock.

El movimiento de retirada fue planificado por Sonia con sumo cuidado, pues no era sencillo marchar sin ser vistos por aquellas dunas con un vehículo como aquel VAP-81. Pero Sonia ideó un plan que asombró a todos y hasta el Teniente Montero tuvo que admitir que era ingenioso, aunque tácticamente tenía sus lagunas logísticas. Aquel plan se pondría en ejecución a las ‘cero ochocientas’ del día siguiente, pero mientras llegaba ese momento se montó un zafarrancho de combate defensivo alrededor de toda la misión. Al amanecer, todos los conscriptos del ejército regular, excepto el herido, fueron uniformados y alineados de dos en fondo, con los tobillos atados con alambre de púas para evitar una desbandada. El Teniente Montero fue ubicado en la claraboya principal con uno de los guerrilleros urbanos que le apuntaba con un fusil Beretta al corazón, mientras que Lucrecio, entusiasmado con su nueva posición de artillero, colocaba la mira del cañón en la falange de conscriptos que marchaba delante del blindado. Adentro, en el compartimiento para el transporte de tropa, el resto de guerrilleros urbanos se parapetaba mientras la Comandante Sonia, con el pecho cruzado con dos bandoleras, se acurrucaba en el fondo con su nueva adquisición: una flaca con cara de muñeca, casi sin senos y nombre de princesa.

Bianca fue la encargada de destruir el Alouette de la Misión, los equipos de radiocomunicación y todas las otras instalaciones de tele comunicaciones. Lo hizo con propiedad y eficacia, pero sin excesos, mas cuando se disponía a integrarse a la presunta patrulla de soldados regulares como otro soldado marchante, la Hermana Rosi la detuvo en el portalón de la Misión.

.- Gracias por salvarme la vida.

.- No fue nada del otro mundo. Ahora, déjeme ir y quédese con su Ángel y su cuento del cura Lücca.

.- No tienes por qué portarte grosera, Bianca Figarullo. ¿Eres ‘esa’ Bianca, verdad? No… no me digas ni sí ni no, que yo tampoco le diré a tu padre que te vi.

Profundamente perturbada por el descubrimiento de su identidad y por la mención de su apellido y la alusión a su padre, así, con tanta familiaridad, como dando por sentado que le conocía bien y por supuesto, que sabía cuán importante era ella para Don Pablo, Bianca se detuvo en seco. Volteó lentamente y midió a la monja de pies a cabeza:

.- Y tú ¿Qué sabes de mí para darme un favor que nunca te pedí? Cierra la boca y métete en tu jodía misión. Te gusta jugar con fuego ¿Verdad? Pues cierra el pico y que más nunca se te ocurra mencionar mi nombre ni el de mi papá, porque regresaré a quitarte la vida que te di ayer.

.- No hace falta que me amenaces. No le diré nada a nadie y para que te des cuenta que no soy tu enemiga ni persona de qué temer, te voy a dar un regalo.

La Hermana Rosi no esperó respuesta ni dio ocasión para darla. Volteó hacia la frondosa trinitaria blanca que cubría con su amplio follaje la entrada y con un recio tirón, arrancó un hermoso gajo de la infloración y se lo puso en las manos a la guerrillera.

.- Tómala… llévala siempre contigo. Te regalará su perfume hasta que se seque. Cuando eso suceda no botes el tallo porque un día retoñará más hermosa que nunca para indicarte con tres presagios la ruta de tu destino y algo que deseas con toda tu alma y con todo tu corazón, sucederá treinta y tres meses después. Anda… tómala. ¿Acaso le tienes miedo a una flor, o es que no te interesa el misterio de su belleza?

.- Pero... ¿Qué es eso?… ¿Brujería?... ¡Qué va, monjita, yo no creo en esas vainas!

.- ¿Así que le tienes miedo a un gajito de trinitarias? No me parece un comportamiento muy valiente que digamos. Tómala, es inofensiva y es lo menos que te puedo dar por ser tan compasiva con las muchachas y conmigo.

El Convoy marchaba a unos quinientos metros. Desde la portezuela posterior del VAP-81, Miguel Ángel Jusayúu le hacía señas a Bianca para que se incorporara y entonces, presionada por el apremio de sus camaradas y atraída por la exótica belleza de aquel rústico bouquet, tomó el ramito sin decir ni agradecer, trotó con vigor unos cincuenta metros y después de una veintena de pasos volteó hacia la Misión. La Hermana Rosi aún estaba allí, de pie y con los brazos cruzados sobre sus pechos, con la sombra de la enramada bañándole hasta los pies. Se detuvo momentáneamente al ver que ella le hacía señas y con gestos más de una mujer coqueta que de una religiosa, la hermana Rosi le pidió en la distancia que se colocara el gajo de trinitarias sobre la sien izquierda. Dudó unos instantes pero lo hizo y desde ese día lo lució permanentemente, aún contra las órdenes de la Comandante Sonia, quien prefería que no existieran diferencias evidentes entre los integrantes de su pelotón.

Durante siete años aquel gajo de trinitarias blancas mantuvo su lozanía aromatizándole el pelo y la ropa a Bianca. Jamás lo perdió y en varias oportunidades lo lavó a orillas de ríos y cascadas, para estupor y admiración de todos sus camaradas, hasta aquel miércoles que amaneció marchito. Ese día, todas las hojas, tanto las verdes como las enfloradas de blanco se amarillaron hasta convertirse en pequeños pergaminos que guardó, uno a uno, en una bolsita de plástico junto con el tallo espinoso. Aquel miércoles Bianca estaba en una incursión con guerrilleros del E.L.N. por el Vichada. Los treinta y tres meses comenzaron ese día, y se aferró al tallo ennegrecido y seco como a un amuleto, pero con el transcurrir del tiempo, como a una esperanza misteriosa y secreta… lejana y próxima. La misma esperanza que la mantuvo viva las tres veces que cayó herida y que ahora, desde el oscuro rincón de su cuartucho en los altos de la trattoría, recorría con su vista la silueta negra y espinosa de aquel tallo, esperando que tal vez con su mirada lo pudiera reverdecer.

Tomado del Diario de Bianca

Agosto 16

Querida Ana:

¡Me gradué de bachiller!, pero… Déjame ver… ¡Dios, han pasado dos años sin escribirte! ¡Con razón tuve que utilizar una caja de zapatos para guardar tantas notas y papelitos! En definitiva esto no es un Diario, ni tan siquiera un semanario, pero ¿qué le vamos a hacer? Así soy yo y creo que jamás cambiaré. Te diré que organizar todas las notas en orden cronológico y en varios temas, fue toda una odisea que me llevó dos días y, como en definitiva hay tanto qué contar, voy a sacarle provecho a la soledad y a esta tranquilidad de mi nuevo apartamento. Sorprendida ¿verdad? Pues sí, apartamento y carro nuevos (te hablaré del carro después) y desde este “búnker” con piso de mármol travertino y una foto-afiche de Juan con el Che Guevara frente a mí, voy a intentar recapitular lo más importante de estos últimos veinticuatro meses.

Anita, lo siento. Lo siento de verdad porque, no obstante seas sólo un Diario, te has convertido en alguien para mí y sé que dos años son demasiada lejanía. Te debo una disculpa, un beso y un abrazo, y si Juan tiene razón y existe universo paralelo de dimensiones diferentes en el que los deseos se convierten en realidad, pues allí te buscaré mi querida, fiel y consecuente amiga. Bueno, pasado el rigor de las disculpas, vamos a entrarle de frente a la narración de los acontecimientos.

Primer tema es papi. Es tanto lo que tengo por contar que voy a tomar los temas así, como me vengan a la mente, aunque intentaré dar un cierto orden para que puedas darle seguimiento.

Los negocios: Como siempre, viento en popa, pero su afán por tener cada vez más lo ha sumergido en una carrera loca hacia ningún sitio. De un tiempo a esta parte le ha dado por hacer “mega-negocios”; todo comenzó cuando invirtió sus ganancias de aquí en la Bolsa de New York, Alemania y Japón. Le fue tan bien que multiplicó por diez, y en dólares, los bolívares que invirtió. Mija, te diré que existe una ecuación infalible: las ganancias en la Bolsa son inversamente proporcionales al tiempo que se dedica a la familia, dividido esto entre la raíz cuadrada del afecto. El resultado te lo podrás suponer, pues pasa más tiempo de viaje que con nosotras. Con decirte que el año pasado, por primera vez desde que tengo memoria, no estuvo en mi cumpleaños. Estaba en Italia visitando al Tío Franco y a la Tía Lea y desde allá me envió el regalo: un Alfa Romeo Ultra, plateado con tapicería de cuero negro, techo plegable, con motor V6, doble carburador, doble árbol de leva. En fin, una nave única con la que estuve afocando a todo el mundo hasta este año, que me lo cambió por un Braxter, también descapotable y más afocante que el Alfa Romeo. Tú sabes… se siente tan culpable que ahora pretende comprar con deportivos de último modelo un afecto que jamás se ha ganado. Preguntarás por las emisoras de radio, pues ya tiene siete: tres aquí en el Estado Zulia, una en Los Andes, otra en Los Llanos y otra más en Caracas. Además, se ha metido de lleno con una red de Supermercados locales. En televisión, la situación también está “disparada”: dos canales aquí (uno comercial y otro de video clips) y un servicio de televisión por suscripción que cubre todos los canales comerciales de la Unión Europea y algunos de los Estados Unidos. De las agencias de publicidad sólo queda una, y eso es gracias a mami. El caso fue de litigio y todo lo demás, pues mami consignó ante un Tribunal local un documento de partición de bienes conyugales para evitar que “la cuaima” aquella se quedara con todo y evitar el cierre inminente de la agencia de publicidad. De ese modo mami evitó que las acciones de la agencia se pudieran vender a un consorcio publicitario internacional y se constituyeran en un fondo de fideicomiso a mi nombre.

Con ese movimiento la agencia continuó abierta, porque lo que deseaba el consorcio internacional era cerrar la agencia para llevarse las cuentas para Caracas y dejar a la gente de aquí ‘viendo pa’ San Felipe’, y de paso, le cortó alas a las aspiraciones de la tipa aquella (tú sabes a quién me refiero). Así que, técnicamente soy la accionista mayoritaria de la agencia y te confieso que a veces he deseado que papi estuviera muerto, para que la negra esa sepa cómo es que yo “le bato el cobre” a mis enemigos. Y hablando de muertes, paso al segundo tema de papi: La salud.

Te recordarás lo que te conté cuando le diagnosticaron el cáncer en la piel: llanto solidario y escenitas de “sagrada familia”. Pues durante estos dos años, mami y yo nos hemos convertido en especialistas para buscar y conseguir en internet todo tipo de información sobre ese tipo de cáncer. Además, somos lectoras ávidas de libros, revistas médicas, artículos especializados y de todo lo que cae en nuestras manos que se relaciones con los carcinomas epiteliales. A veces creo que hemos caído en exageraciones, como la de internet. Inicialmente teníamos una computadora, una impresora láser y una línea de teléfono conectada a la web las 24 horas del día. Mami y yo nos turnábamos para navegar, pero después contratamos a un operador y luego a tres (uno cada 8 horas) y los instalamos en una de las oficinas de la Torre Don Pablo.

Al cabo de una semana, el volumen de información relacionada con este tipo de padecimiento fue de tal magnitud y tan, pero tan complicado para entender, que decidimos contratar a tiempo completo a un médico oncólogo para clasificar, ordenar y digerirnos toda aquella avalancha informativa. En algunos casos nos hemos visto obligadas a contratar traductores del francés, alemán, ruso y hasta del chino mandarín. El resultado de todo ese esfuerzo es que veinte meses después, con tanta información sobre estudios de nuevas drogas en proyecto y casos de pacientes con quienes hemos intercambiado información, mami le ha planteado a papi la creación de un instituto de investigaciones oncológicas, la contratación de los médicos investigadores de mayor relevancia en el mundo y la tecnología más avanzada que se pueda adquirir. Se trata de un proyecto que ronda por los mil trescientos millones de dólares que, según mami, se pueden costear con la venta del 50% de las acciones de las ganancias que ha obtenido en las Bolsas y con parte de la fábrica de ascensores que está en Italia, que papi heredó hace como cinco años. Pero no. Es terco, duro, cobarde. Al fin y al cabo, aplica la táctica del avestruz enterrando la cabeza en sus otros proyectos en un intento vano por olvidar su padecimiento. Pero me da lástima con él, pues cada vez que regresa del hospital John Hopkins llega más demacrado, no sólo por las radiaciones y las “quimio” que le aplican, sino por el miedo… por el terror a morir sin haber logrado su más ansiado proyecto: el poder político acá en Venezuela para controlar a este país tras bastidores. Ha rebajado unos veinte kilos y aún así se le aprecia una barriga, aunque no tan prominente como antes. La piel se le ha envejecido prematuramente y, como las llagas de los brazos son cada vez más notorias, ahora usa camisas de manga larga. El abundante pelo rojizo que acostumbraba llevar como melena de león, se le ha empezado a caer como resultado de las intensas radiaciones, pero es un grandísimo egoísta: no quiere dar su aprobación para la venta de las acciones de la fábrica de ascensores, con lo cual anula toda posibilidad para la creación del instituto oncológico especializado en su tipo de cáncer. Sabe que no sobrevivirá a los veinte años que en promedio se necesitan para alcanzar una cura definitiva. De modo que las relaciones con papi siguen más o menos con la misma rutina desde mis quince años: él, queriendo a su manera y yo cada vez más en mis cuatro.

El segundo tema es Juan:

Ana, hay hombres que tienen la particularidad de ser insondables y eso es lo que me atrae de Juan. Él es como un laberinto, como una partida de ajedrez con tres tableros superpuestos. Detrás de cada puerta se abren tres o cuatro más y te diré que no es un tipo pretencioso como aquellos que propician un delicioso misterio y al final no hay nada. No, él es de los que te permite preguntar, investigar y curiosear en su vida porque sabe que una estará permanentemente deslumbrada con sus conocimientos, su profundidad, su sencillez y hasta con sus locuras. ¡Ay, Ana, es un loco! Un loco divino. Desde la época de nuestro noviazgo hasta ahora, es mucha el agua que ha corrido bajo el puente de nuestras existencias. Ahora nos consideramos compañeros de vida, de una vida espléndida y romántica, intensa y sencilla, apacible y complicada. Me entenderás mejor si te digo quién es Juan: pues resulta que… no me lo creerás, pero es cierto… ¡Juan es sacerdote jesuita! ¿Qué tal? No te lo esperabas ¿verdad? Pues yo tampoco. Casi me muero, pero no de decepción, sino por el desconcierto. Lo supe hace como año y medio. Estábamos pasándolo de lo mejor con un grupo de amigos de él, todos y todas mayores que yo, excepto una, que se llama Sonia, y no sé cómo pero se inició una discusión de esas que aunque no se alzan las voces tú te das cuenta que algo serio está sucediendo. Todo pasó en una casa de playa frente a los excelentes balnearios de la Península de Paraguaná. El clima, el mar y las olas… Todo estaba muy bien, pero yo notaba que Juan se sentía incómodo con una pareja de colombianos que nos acompañaban. Constantemente -y de varias maneras- Juan les decía que estábamos de vacaciones, que disfrutáramos entre todos de estos momentos y que ese tema -el motivo de discusión- era mejor abordarlo en Maracaibo y no allí. Pero el colombiano, a lo que se tomaba cuatro cervezas volvía a insistir, hasta que una mañana, como a las once, Juan se lo llevó hacia el descampado del patio trasero de la casa. Yo estaba en la cocina con las otras mujeres, lo vi a través de la ventana y como manifesté mi intención de “raptarlo” hacia la playa, Sonia me agarró por el brazo, me miró seriamente y me sugirió que no lo buscara, que lo más prudente era esperar. Allá, al fondo del patio estaba Juan con el colombiano, pero por la inusual gesticulación de sus brazos y por los casi imperceptibles empujones que se daban uno al otro, pude deducir que el asunto era serio y me preocupé. Lo hice porque en ese momento, al ver a Juan de tan mal humor y discutiendo de esa forma, recordé la vez que un par de asaltantes se nos atravesaron en la Autopista Uno de Maracaibo, como a las once de la noche.

En aquella ocasión -al igual que en esta- Juan intentó calmar a su interlocutor. Le dio las llaves del carro, el dinero y todo lo que llevábamos de valor, excepto nuestra documentación, pero aquellos mugrosos asaltantes, además del carro, pretendieron secuestrarme. Los dos estaban armados: uno con pistola, el otro con una escopeta recortada. Por todos los medios posibles Juan intentó persuadirlos para que me abandonasen y se lo llevaran a él. Hasta les inventó una historia: que él era un gerente de banco y yo una simple secretaria con quien tenía un chance, pero los estúpidos aquellos insistieron en secuestrarme hasta que Juan empezó a perder la calma y el sosiego, como en esta oportunidad, y no le importó que estuvieran dentro del carro y armados, como tampoco le importó que yo estuviera a medio gatillo, entre la vida y la muerte: comenzó a discutir con ellos y en un instante casi imperceptible, con la misma agilidad con la que un gato arroja el primer zarpazo, soltó el volante y se abalanzó hacia el que estaba a mis espaldas apuntándome sobre mi oído izquierdo. No supe lo que pasó. Sólo recuerdo el fogonazo de la explosión y una lluvia caliente de gotas de sangre, junto con parte de una gelatinosa masa sanguinolenta que impregnó la cara interior del parabrisas. Después del primer disparo -y con el carro a la deriva- escuché otras dos detonaciones como una pequeña ráfaga, e inmediatamente la violencia del choque me arrojó hacia debajo del tablero. Todo se volvió oscuro y las escenas siguientes transcurrieron para mí como en cámara lenta: me vi arrastrada por Juan desde la isla divisoria de la Autopista Uno hacia el hombrillo. Luego vi a Juan reanimando mi cuerpo con vigorosos masajes a mi pecho y, cuando la realidad recobró el ritmo normal, vi desde el hombrillo de la Autopista la explosión del carro con los cadáveres de los asaltantes adentro. Nunca olvidaré la cara de Juan cuando mató a los dos asaltantes. Fue la misma cara y el mismo rictus en su boca que observé cuando discutía con el colombiano.

De pronto la discusión cesó y el colombiano se vino hacia la casa a grandes pasos. Entró con violencia y azotó con furia la puerta de madera y tela metálica, y entonces soltó la oración que cayó en mis oídos como una bomba:

.- “¿Qué se habrá creído el curita?… ¿Que puede hacer lo que le venga en gana?”.

Yo me quedé petrificada al escuchar cómo el colombiano se refería a Juan como el curita y entonces esperé en la cocina hasta que Juan regresó del patio. Me le quedé viendo con una cara de sorpresa y asombro que él advirtió de inmediato. No sé si lo dedujo o si escuchó al colombiano decirlo, pero al llegar a la cocina me tomó por el brazo, preguntó por un bronceador, las toallas y literalmente me arrastró hacia un recodo de la playa. Allí me lo ratificó. Me dijo que sí… que era sacerdote jesuita. Y también me dijo muchas otras cosas más, para mi estupor y mayor asombro: me contó cómo y por qué se convirtió en religioso jesuita… de cómo él comprendía el compromiso cristiano y de por qué fue uno de los impulsores de la Teología de La Liberación en Venezuela y Colombia. Pasó horas en este punto pero deliberadamente omitió otros aspectos relacionados con su niñez y su juventud, puntos éstos que acordamos tenerlos como tema de conversación para otro día. Y si tú crees que esa confesión me desubicó estás equivocada, porque la confesión más desconcertante de Juan fue otra: que él es el jefe de la guerrilla urbana en Venezuela y todos sus amigos, en especial éstos, los que nos acompañaban en la playa, estaban comprometidos con el movimiento. ¿Sabes cómo me sentí? Asustada y emocionada al mismo tiempo. Por supuesto que le caí a preguntas… preguntas que él contestó lo mejor que pudo, porque mi excesivo interés por saber detalles y mi vehemencia le pusieron a la defensiva. En ese interrogatorio pasamos toda la mañana, hasta que Sonia nos interrumpió con dos platos de carne asada, yuca y seis cervezas frías. Y cuando te digo que nos interrumpió, créelo así porque nos percatamos de que ella estaba allí porque dejó caer algunas gotas del hielo de las cervezas sobre nuestras enrojecidas espaldas.

Le dimos pausa al interrogatorio–confesión y con la compañía de Sonia procedimos a fagocitar el almuerzo. ¿Qué te parece el término “fagocitar”?. Se lo copié a Juan… es sinónimo de comer desaforadamente. Pues tú no me lo preguntas, pero te diré que con Juan una aprende de todo, hasta a hablar. ¿No ves que él nació en “la madre patria”?. Bueno, en honor a la verdad, Juan no es de la Península, sino de las Islas Canarias. Cuando me lo dijo me entró una risita estúpida porque me acordé de aquella sentencia del Libertador Simón Bolívar cuando redactó el Decreto de Guerra a Muerte:

.-“Españoles y Canarios: Contad con la muerte aunque seáis inocentes, a menos que colaboréis decididamente en pro de nuestra libertad…”.

Durante estos dos años la relación con Juan se ha consolidado en todos los aspectos, especialmente en el plano sexual. ¡Ay Ana, ese hombre es espectacular! Tierno, dulce, romántico. La primera vez que lo hicimos me hizo sentir a las puertas del Paraíso. Con él se me ha despertado una nueva sexualidad, más plena, más intensa y sublime en todos los aspectos, pero, sobre todo, una sexualidad amorosa que se manifiesta en nuevas y enriquecedoras experiencias cada vez que lo hacemos. A sus cincuenta y dos años (umjú... tiene más de medio siglo. ¿Qué tal?) Posee la vitalidad de un padrote percherón y me resulta cada vez más difícil entender cómo puede mantenerlo así, erecto y duro, durante horas y horas, aún después de alcanzar el orgasmo. ¡Hasta dos y tres veces en sesiones de cinco o más horas! ¿Cómo puede ser posible que semejante semental haya sido un sacerdote célibe? Pues mija, créelo o no, pero si así es a los cincuenta y dos años, doy gracias a Dios por no haberlo conocido en sus veinte…

¿Te imaginas? Si… yo también me río de sólo imaginarle en una sola fornicación de veinticuatro horas ininterrumpidas, aunque otras veces pienso que su capacidad sexual actual viene condicionada por largos períodos de abstinencia y “sazonada” con una madurez intelectual y un mundo de ternura que le es innata. Total, Juan me ha hecho conocer muchas facetas del amor a través de una sexualidad intensa, pero sobre todo honesta y muy ortodoxa: nada de sexo anal ni de orgías, ni sexo en trío. Pero no creas que él es el único que ha hecho aportes a nuestra vida sexual. ¡También yo he puesto lo mío! Me he comprado la ropa interior más sensual y “p…” que te puedas imaginar. Y ya que hablamos de mí, creo que ha llegado el momento de enfrentar el tercer tema de esta larga, larga puesta al día.

El tercer tema es mi salud: De entrada y para tranquilizarte, diré que durante estos dos años he disfrutado de una salud a toda prueba, pero, todo extremo es malo. Así dicen, aunque a mí no me parezca malo haberme convertido en ovo–vegetariana y fanática de los aeróbicos y del trote a campo traviesa. Sí, debo reconocer que aquella Bianca sensual, de amplias caderas y de talla 9 ha dado paso a una Bianca más atlética, tal vez más delgada para los estándares -56 kilos repartidos en 1.75 metros- y en opinión de la nonna…” demasiada fibra y pocas nalgas”.

Con Juan y Sonia me he apasionado a los ejercicios al aire libre: troto hasta diez kilómetros diarios de lunes a sábados y en varias ocasiones he intervenido en un curioso torneo que se llama “La Captura de La Bandera”, en el que participamos muchos jóvenes -y también otros ni tan jóvenes como Juan– en grupos de hasta cincuenta miembros. El torneo se realiza en un radio de acción bastante amplio que suele abarcar hasta tres ciudades. Es una mezcla de rallie con actividades de boy scouts y carreras de pista y campo. Como supondrás, Sonia y yo integramos el escuadrón de Juan y en cada una de las ediciones de este torneo, nuestro equipo ha capturado la bandera 22 veces de 24 intentos y nos hemos titulado campeones en cuatro de las cinco ediciones. Hoy por hoy somos el equipo invencible y para que no vayamos a perder el campeonato, Juan nos entrena durante todo el año, algunas veces en los alrededores de Maracaibo, pero otras veces en haciendas ubicadas cerca de la Sierra de Perijá. En esas ocasiones nuestros rivales son equipos similares de Bogotá, Medellín y de Río Hacha. Contra ellos el torneo se vuelve más rudo y exigente, pero gracias al permanente entrenamiento a que nos somete Juan y a las nuevas estrategias que él diseña, usualmente les ganamos a los colombianos, aunque cada vez envían equipos con menos muchachos y más gente adulta. Pero eso nos tiene sin cuidado. También a ésos les hemos ganado de rabo alzao.

Bueno, el resultado de tanto ejercicio está a la vista y, aparte de las quejas de la nonna y la preocupación natural de mami, mi nuevo “look” me ha traído la aprobación de Juan, así como también cierto “problemita” un tanto picoso por lo desagradable. Resulta que hay por ahí, en especial por los lados de la Universidad del Zulia, una camada de mujeres poco hembras que en los baños públicos o en cualquier otro lugar más o menos privado, comienzan con una serie de alabanzas con una… Que si qué cuerpo el tuyo… Que si en cuál gimnasio una está practicando… y cuando menos te lo esperas, te ponen la mano en el hombro o te palpan la musculatura con curiosidad “y que” de inocente admiración. En fin, peores y más arrastradas que el más baboso de los viejos verdes. Yo les he dado “un parao” de frente cada vez que vienen con sus melosidades y evito volver a los lugares donde me las tropiezo, pues como dice Juan, la homosexualidad es el cáncer de la sociedad y a diferencia de cualquier carcinoma, la homosexualidad si es contagiosa, peor que el Ébola y el Sida juntos.

Todavía me quedan temas por abordar, pero ya son las siete de la tarde, he pasado todo el día contigo y tengo un hambre atroz, como para tragarme un caballo yo sola. Además, se acerca la oscuridad de la noche, no le he puesto luz eléctrica al apartamento que estoy estrenando desde ayer y Juan está por llegar. Voy a bañarme porque vamos a salir (a una reunión, mal pensada), pero de todos modos me voy a estrenar un “bodie” bien “p…” y un trajecito rojo súper corto. Te prometo de verdad, verdad, que mañana… ma–ña–na… continuaré con los temas pendientes y con lo que pase esta noche.

Ciao, Bianca”.

Poco a poco, las voces provenientes de la trattoría mermaron su estridencia habitual y con la caída de la tarde y el advenimiento del crepúsculo romano, otras voces y otros aromas irrumpieron a través del tablestacado que la separaba del piso inferior. Identificó el agua de colonia del apuesto Calogero Salvo, el aroma sobrio de la picadura habitual de Fabrizio el fontanero, e incluso pudo reconocer la fragancia a maderas del perfume que solía untarse Giovannotto todas las tardes. La noche cayó sin preaviso; con ella, tres suaves toques a su puerta, perfectamente identificables.

.- ¿Qué quiere, tío?

.- Hija. ¿Compartirías tu soledad con este viejo que está preocupado por ti?

.- ¿Está solo, tío?

.- No, pero sé que te agradará quien está conmigo.

.- No sé, tío… Quiero estar sola. No quiero conversar con nadie.

.- Vamos, picola… Confía en tu viejo tío. Nada de lo que te pasa por la mente me es ajeno, ni extraño para mi amigo. Así que si en verdad me quieres como dices, abrirás la puerta sin reservas. Además, he sido respetuoso de tu soledad durante todo el día. ¿Cierto e vero, eh?

Bianca se acercó y se recostó en la cara interior de la puerta, dudó en abrir pero no podía desairar así a quien se había portado tan bien con ella. Giró lentamente la manilla del cerrojo, retiró los dos pasadores y abrió lentamente, escudándose con la puerta. La sonrisa benevolente que el viejo Franco tenía bajo aquellos bigotes poblados de canas, le dio una cordial bienvenida. Luego, como una gatita, curioseó a uno y otro lado de su tío Franco para identificar a su acompañante antes de franquear el acceso al cuarto, pero el tío se le adelantó y derrochando simpatía a raudales, entró a la habitación como un huracán, arrastrando por una manga a su misterioso amigo.

La entrada del personaje fue tragicómica, pues con el templón que le dio don Franco por la manga de la camisa, irrumpió dentro del cuartucho con un tropezón. Por segundos, los tres quedaron demudados, especialmente Bianca, a quien la presencia de K’bar el-Kébir, con su desordenada y abundante cabellera negra, le pareció la estampa de un niño rebelde traído a regañadientes. El silencio de los tres espesó el ambiente y una mirada lacerante de Bianca le advirtió a los dos que la presencia del marroquí no era del agrado de la muchacha.

.- Ya que estamos a solas los tres, es buen momento para que tengamos una conversación.


Este capítulo forma parte de la Novela "El Ocaso de los Tulipanes" ® Depósito legal lf06120088001562 del 18/abril/2008 - ISBN 9789801231615 / Radicación internacional Nº 7571 del 21/abril/2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus

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