En Colombia, Juan Del Rey también cerró un capítulo importante en su vida como jefe guerrillero en el Ejército de Liberación Nacional, cuando decidió desincorporarse de sus filas para iniciar un proyecto similar en Venezuela: El Movimiento de Guerrillas Urbanas ‘Atanasio Girardot’, que llegaría a ser conocido y temido por su siglas M.G.U.A.G., pintadas en los grafitis callejeros en negro sobre una bandera a dos franjas horizontales, roja y azul.
El suceso en San Vicente del Caguán no fue el único, pero si el primero de una serie de enfrentamientos entre las dos fuerzas libertadoras de Colombia. Al final, el lazo económico entre las F. A.R.C. y los narcotraficantes se impuso a la sindéresis política de Juan, quien se vio forzado a entregar el mando del E.L.N. a una generación de relevo, una opción que él aceptó antes que cualquiera de las otras dos que se le presentaron: Una, la de abrir un movimiento aparte con los 450 hombres del Frente ‘Francisco Garnica’ y otros mil quinientos hombres disidentes de los otros cinco frentes del E.L.N. La otra, iniciar una lucha fratricida de todo el E.L.N. contra las facciones de las F.A.R.C. destacadas al Noreste de San Vicente del Caguán para establecer un control total del territorio, lo cual rechazó desde un principio, pues con ello se desmoronaría la Coordinadora y condenaría al movimiento guerrillero a una lucha intestina, que culminaría con la desaparición de ambos grupos armados y la consolidación de las fuerzas que oprimen al pueblo colombiano en el poder político y militar.
Una lluviosa mañana de mayo, luego de una noche de discusiones políticas y análisis de escenarios, Juan Del Rey tomó la decisión de entregar el mando supremo del Ejército de Liberación Nacional de Colombia a la Asamblea de Frentes, integrada por seis comandantes regionales y dieciocho sub-comandantes territoriales, quienes escucharon en silencio la carta de despedida que les leyó Juan. Fuera de la choza y en formación de diez en fondo, los hombres y mujeres del Frente Garnica y otros más, pertenecientes a la guardia personal de los comandantes de los cinco frentes representados en la reunión, formaban un bloque monolítico que ignoraba el aguacero, esperando en posición de firmes y con el armamento al hombro la salida de su comandante supremo para ofrecer los honores de despedida, organizados por la Comandante Bianca. Un capítulo importante en la existencia del E.L.N. se cerraba esa mañana, pero también se abría otro, allende la frontera oriental de Colombia, porque Juan Del Rey se convertía en el primer combatiente de exportación del Ejército de Liberación Nacional, en el Che Guevara Colombiano, el que continuaría su brillante hoja de servicios guerrilleros más allá del Arauca, para gloria de la libertad y orgullo de todos y cada uno de ellos, que estuvieron bajo su mando durante más de cinco años.
A la salida de Juan, seguido por los comandantes y sub comandantes, un mando retumbó en la selva, por encima del eco sordo de la lluvia; fue la orden de “¡Aaaaatención!... ¡Firm!” que dio Bianca a un costado del Batallón. El choque de talones al unísono y el saludo de rigor fue seguido por la entonación del Himno Guerrillero, luego del cual una comisión de doce soldados, dos por cada frente, le entregó a Juan una bandera del E.L.N. cuidadosamente doblada y dentro de una bolsa plástica, en la que también incluyeron una copia del documento que dio origen al Ejército de Liberación Nacional de Colombia. No eran necesarios más actos protocolares. Entre este momento y la retirada de Juan sólo mediaron unas pocas palabras de éste, dirigidas a los guerrilleros en formación como una proclama libertadora, con su seseo madrileño y el uso de los tempos verbales tan peninsulares, que le caracterizaban el tono castizo de su voz y la forma tan sacerdotal de su hablar:
.- Colombianos:
Nuestras armas han destruido los obstáculos que oponía la tiranía de los godos a la emancipación de esta parte de Colombia. Yo, a nombre del Ejército de Liberación Nacional, os pongo en posesión del goce de vuestros imprescriptibles derechos. Hemos combatido para salvar a nuestros hermanos, esposas, padres e hijos, mas no hemos combatido para sujetarnos. El Ejército de Liberación Nacional solo os impone la condición de que conservéis intacto el depósito sagrado de la libertad. Hoy yo os impongo otra no menos justa y necesaria al cumplimiento de esta preciosa condición: elijan por Magistrados para los territorios que liberéis a los más virtuosos de vuestros conciudadanos y olviden en esas elecciones, a los que han participado en liberarles. Por mi parte yo renuncio para siempre la autoridad que me habéis conferido y no admitiré jamás ninguna otra que no sea la militar, mientras dure la liberación de Venezuela que a partir de hoy me propongo como faena de vida, con el apoyo permanente de mis hermanos y amigos aquí presentes. El primer día de paz, de igualdad y de libertad en Venezuela será el último de mi mandato allí.
.- Colombianos: No echéis la vista sobre los sucesos pasados sino para horrorizaros de los escollos que os han destrozado. Apartad vuestros ojos de los momentos dolorosos que os recuerdan vuestras crueles pérdidas. Pensad sólo en lo que vais a hacer y penetraros bien en lo que sois todos: Soldados de la libertad, hijos de una misma patria, miembros de una misma sociedad y ciudadanos de una misma república. El clamor de Colombia, al igual que en Venezuela, es la libertad y la paz. Nuestras armas conquistarán la paz y vuestra sabiduría, cuando regreséis al mundo civil, aportará la libertad.
.- Hoy me llevo grabados en mi alma vuestros rostros, vuestras alegrías y vuestros sufrimientos, para sembrar sus lágrimas y sus risas en el territorio fértil de la hermana Venezuela, con la esperanza de cosechar dentro de poco tiempo a un venezolano nuevo y libre, para reconstruir con ellos y entre todos La Gran Colombia de nuestro padre Simón Bolívar.
No hubo aplausos. Tan sólo los cascos de dos mulas atadas en reata se dejaron escuchar entre la descarga del aguacero. Una, con bastimentos para la marcha, la otra como cabalgadura para Juan. La lluvia continuó y tras su velo blanquecino se desdibujó Juan Del Rey con las dos bestias y los únicos tres guerrilleros testarudamente fieles que no pudo disuadir a quedarse en las filas colombianas: el Cachaco, el Nula y la Comandante Bianca. Cogieron la pica que conduce a San José del Guaviare y en cuarenta jornadas de marcha llegaron a Puerto Carreño, en la confluencia del Río Meta colombiano y el imponente Orinoco.
Se establecieron en las afueras del pueblo y desde allí iniciaron lo que años después señalaría Juan en sus memorias como ‘La Segunda Campaña Admirable’, imitando la gesta libertadora de Simón Bolívar de 1813, unas memorias que ocultarían convenientemente los aspectos más oscuros y degradantes del proceso insurgente, como aquel ‘Decreto de Guerra a Muerte’ suerte de remedo histórico parafraseado del original, dictado por El Libertador y que le sirvió a Juan para justificar ante propios y extraños, los desmanes y las tropelías cometidos por las guerrillas urbanas en sus inicios, especialmente en Caracas y en Valencia.
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