Editorial Eróstanus C.A.

Editorial Eróstanus presenta en este blog la producción literaria de Andrés Simón Moreno Arreche. Cada uno de los relatos, poemas, cuentos y novelas poseen depósito legal, ISBN y radicación internacional a través del Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual de Venezuela (www.sapi.org.ve) y además están registrados en Safe CREATIVE. Es inaceptable la reproducción parcial o total de los textos posteados, sin la formal autorización de la casa editorial y del autor.

Bienvenidos

Bienvenido a mi blog "Las Narraciones de Eróstanus". Aquí podrás encontrar relatos breves, que hallarás agrupados en el mes de noviembre 2010, y 22 capítulos de la novela "El Ocaso de los Tulipanes", colgados en orden decreciente en el link del mes de diciembre 2010.

Los relatos breves, la gran mayoría de menos de 2.000 palabras, a excepción de tres, fueron publicados en una compilación en el año 2008 con el título "Relatos Para Contárselos A La Muerte"(ISBN 978-980-12-3162-2). Una segunda edición está en la imprenta de la casa Editorial Eróstanus C.A. patrocinadora de este blog.

La novela "El Ocaso De Los Tulipanes" es una narración de largo aliento. Se trata de 23 capítulos (22 de ellos colgados aquí) en los que se desarrolla una trama compleja que expone al lector las aparentemente imposibles, pero muy reales asociaciones entre las insurgencias latinoamericanas, el terrorismo internacional y los avatares de un presuntamente próximo cisma de la Iglesia Católica romana.
La primera parte comprende los 5 primeros capítulos. En ellos, la aparición de 'El Ángel de la Palabra' (Adonay Jinnú) antecede al inicio de una gran cruzada de concienciación mundial.
La segunda parte ('Los presagios de la Trinitaria Blanca') la integran tres intensos capítulos en los que Bianca, K'bar y muchos otros personajes del primer capítulo colocan al lector en una vorágine de eventos que se desarrollan en Europa, África y Oriente Medio.
Cierra la novela con los acontecimientos que desencadenará un tenebroso y escurridizo personaje, Absalón, su discípulo (Ehud Weizman) y los mercenarios de éste. Bogotá, Tierra Santa y los Montes vascos de Irún son los escenarios del desenlace de una historia densa, rica en personajes y ambientes, y apasionante de comienzo a fin.

Siéntate en tu butaca preferida y ponte cómodo para sumergirte en mis relatos y en mi novela. Sé bienvenido a mi mundo.

Andrés Simón Moreno Arreche

miércoles, 1 de diciembre de 2010

CAP 10 - El Ocaso de los Tulipanes / Los tres presagios

El espeso silencio del ambiente fue cortado con la intervención de don Franco, en un monólogo explicativo que dejó a los insurgentes asombrados e incrédulos. Mientras disertaba, el veterano anciano dedujo que el escepticismo de la venezolana y el del marroquí estaban en cotas altísimas. Entonces, interrumpió bruscamente su disertación histórica justo en el momento que iba a explicarles cómo, cuándo y por qué se convirtió en el coordinador de la información para diferentes fuerzas insurgentes en el mundo, proveyéndolas de secretos, datos confidenciales, contactos y en algunos casos, de armamento. Los dos quedaron al borde de un precipicio, y tal como sucede cuando dos desconocidos van a caer, se abrazaron en el desplome hacia el desconcierto para bombardearle con preguntas que se iniciaron como admoniciones de incredulidad y más que incógnitas, eran aseveraciones y prejuicios, hasta que fueron haciéndolas más concretas y precisas, en la misma medida que las respuestas de don Franco les disolvía la suspicacia y les abría los ojos con datos precisos, muy precisos sobre eventos, circunstancias, hechos y personas involucradas que era imposible de adivinar o saber, a menos que en verdad estuviera muy relacionado con cada acontecimiento que puso como ejemplo, así como en aquellos sobre los cuales fue interrogado en profundidad por los dos desconcertados nietos.

.- Bueno -dijo don Franco en tono conciliador- Yo creo que me han preguntado suficiente por hoy. Ya es casi media noche y hoy, por primera vez en muchos años, no he tomado mi siesta romana. Comprenderán que a mis años, este cuerpo se niega a prestar sus servicios si no le doy un reposo de vez en cuando. Yo les propongo que…

.- Ya va… Ya va, mi queridísimo abuelo. Usted no me a dejar así, como decimos en Venezuela, «colgando y del lao de afuera» ¿No te parece a ti que este personaje tiene muchas incógnitas más por despejar?

Por primera vez, Bianca se había dirigido directamente a K’bar, quien únicamente asintió con un leve movimiento de cabeza y le guiñó un ojo para convertirse en su cómplice.

.- Estoy totalmente de acuerdo con ella, abuelo. Creo que…

.- ¡Epa, eepa, eeeeeeeeepa!... ¡Párame eso ahí! -le interrumpió Bianca con vehemencia y en español, pero con el acento retador y el voceo ibérico tan característico que tienen los zulianos de Venezuela- ¿A cuenta de qué vos le vais a decir abuelo a mi abuelo, Ah?

Un cruce de miradas entre K’bar y don Franco fue suficiente para que este último, muy contra el sueño y el cansancio que a esa hora le invadía cuerpo y mente, retomara bríos para explicarle brevemente a Bianca, la calidad y la antigüedad de la relación de amistad que entablaron su esposa Lea y él con el verdadero abuelo del marroquí, el gigante Suleiman el Kébir y de cómo a través de una carta, que prometió mostrarle y traducirle algún día, K’bar era considerado desde ese entonces un miembro más de la familia… Otro nieto, como ella.

Los celos y el desconcierto le hicieron cruzar los brazos sobre sus prominentes pechos, porque el recuerdo de su primera impresión de K’bar en la trattoría retornó con más bríos para recordarle cuán peligroso podría ser este hermoso desconocido, y una especie de repulsión-atracción se combinó con los otros sentimientos y como una muñequita rebelde y contestataria, le replicó a don Franco:

.- Si vos decís que él también es tu nieto, allá tú. Por mi parte, este ilustre desconocido no es familia mía.

Y volteando el rostro hacia K’bar, asumiendo que el marroquí no le entendería, le subrayó retrecheramente:

.- ¿Me entendéis? ¡Vos no sois familia mía! Así que bajáte de esa nube y cambia esa cara de becerro recién destetado.

Pero la sorpresa fue para la imprudente muchacha, pues K’bar le respondió serena y suavemente, también en español, admirando el brillo y el tono de sus ojos verdes y diciéndose mentalmente que nunca había conocido a una mujer como ésta, que además de hermosa y desenfadada, era una guerrillera latinoamericana, de sólidas convicciones políticas y de estricta concepción familiar, como aquellas beréberes ufanas y libres que discutían entre sí en el aquelarre de Jemma-el Fna, abiertamente y con la cara descubierta, mientras más allá, a la vera de camellos y mercaderías, sus hombres, los tuaregs, transitaban totalmente cubiertos y con el rostro velado por un turbante añil que apenas deja al descubierto sus ojos penetrantes y oscuros. Si no fuera por el tono de su piel blanca y por su larga cabellera azabache, esta insolente venezolana bien podría pasar como una más de las mujeres beréberes del Marrakech, altiva y contestataria.

.- No sé de dónde vienes, pero de donde vengo yo, las personas no se suben en las nubes, ni tienen la cara como un becerro recién destetado y en relación con tu comportamiento, las mujeres son más humildes y respetuosas cuando hablan o se expresan delante de sus ancianos. Yo tampoco creo posible que entre tus ancestros y los míos pueda existir alguna coincidencia hereditaria; sin embargo, gústenos o no, compartimos el mismo abuelo, aunque por vías y caminos distintos. Además…

.- ¡No! -Se impuso don Franco, poniéndose de pie y dirigiéndose a Bianca, a quien abrazó amorosamente y luego al marroquí, a quien también abrazó- No voy a permitir que se enfrenten en una discusión inútil y estéril. Ambos me deben respeto y espero algo de cariño y consideración de los dos. Así que valido de esta circunstancia les pido… No, mejor les ordeno que den por terminada esa discusión y que el tema de cuál de los dos es o no es mi nieto se termine ahora y para siempre, porque así lo pido yo. Que quede claro: ¡Los dos son mis nietos y ya! A ti, K’bar, no tengo que recordarte lo que está escrito por la mano de mi hermano Suleiman, que Alá tenga en el cielo. Y a ti, Bianca, tampoco tengo que recordarte cómo he sido de solidario contigo desde que llegaste de Venezuela.

Y acercando uno al otro, aunque cada uno se resistiera a tener una proximidad demasiado comprometedora, les condujo hacia la puerta de su habitación y dio por concluida la conversación de esa noche con una sugerencia:

.- Yo voy a descansar. Si lo desean, y yo se lo recomiendo a ambos, salgan a caminar un rato. A esta hora, Roma ofrece muchas posibilidades de diversión y las piazzas y los ponti se verán espectaculares con la luna llena de esta noche. Vamos… vamos, ¡Afuera los dos! Por mi parte, me voy a dormir porque sin importar la hora en que me acueste, me levanto todos los días a las cinco de la mañana. Que Dios te bendiga, hija… Que Alá derrame sobre ti todas sus bendiciones, hijo.

Y así, como a dos muchachos a quienes se obliga una reconciliación después de una pelea por naderías, los dejó don Franco en medio del pasillo, justo frente a las escaleras. Cerró suavemente la puerta de su cuarto y los dos, venezolana y marroquí, veterana de la insurgencia guerrillera latinoamericana una, peligroso mercenario del medio oriente el otro, quedaron viéndose a la cara y no pudieron contenerse más. Estallaron en una sonora carcajada a dúo que retumbó por toda la trattoría, hasta la calle. Don Franco también sonrió. Aún después de tantos años él mismo se asombraba de su capacidad para dirigir personas y coordinar eventos. Se desvistió, fue al baño de su cuarto y ya acostado, apagó la luz de la pequeña lámpara, esperando que otra luz, tal vez así de pequeña, pueda encenderse en el corazón de sus nietos.

A la mañana siguiente, don Franco no se sorprendió por la ausencia de la muchacha porque asumió que se levantaría más tarde. Ya habría tiempo para conversar con ella y mientras tanto, bajaba las sillas de las mesas, procurando hacer el menor ruido posible para no despertarla. Durante esta faena se concentró en K’bar, el nieto de su amigo y atando cabos, entre recuerdos y sucesos, dedujo que este muchacho, a quien no le daba más de cuarenta años, tendría que ser aquel terrorista por quien abogaba regularmente Abú Hamid Ben Koufra, a través de sus contactos en Libia y Argelia. K´bar tendría que ser «El Dragón Azul», nombre clave del más peligroso terrorista del medio oriente y el preferido de Bin Faden para las misiones más peligrosas organizadas por el escurridizo reclutador sudanés.

Encendió la cafetera y hurgó bajo la caja registradora, su escondite secreto, para encender a hurtadillas un cigarrillo de tabaco negro antes que llegara su socio con las dos cocineras. Lo aspiró con fruición juvenil mientras se dirigía a la cocina y de allí a la entrada de la trattoría para organizar las mesas de la calzada. Giovannotto, las dos cocineras y los mesoneros no se divisaban venir desde la parada Porta Angélica, en el horizonte de aquel amanecer primaveral y mientras llegaban se dispuso a regar los árboles de la acera para darle a la nieta más tiempo para dormir. De improviso, la risa y los pasos de una pareja se dejaron escuchar desde la vereda y por sobre el silencio matinal de aquel amanecer romano, y al voltear se sorprendió agradablemente al ver a Bianca y a K’bar tomados de la mano. Les había sorprendido en la calle y ésta era la primera vez que la muchacha se tomaba una licencia de ese tipo.

.- Ciao, bambini ¿De dónde vienen? Espero que se hayan portado bien ¿Eh?

Bianca se sonrojó y soltó la mano de K’bar como si se sintiera culpable de algo malo. K’bar, más veterano que ella, se limitó a sonreír y saludó a don Franco como lo hacía con su abuelo.

.- Aselam aleikum.

.-Metulem, metulem -Le respondió don Franco para sorpresa del marroquí.

Entonces éste, para sondear hasta dónde llegaban los conocimientos de don Franco continuó la conversación en árabe.

.- Me honras al contestar el saludo en mi lengua materna y por tu pronunciación deduzco que la aprendiste muy bien y hace mucho tiempo, porque sólo los ancianos del Marrakech y los almuecines que cantan la oración desde el alminar arrastran la mîm como si aspiraran la hâ.

Aquel comentario tenía una doble intención. Además de honrar los conocimientos del anciano, le hacía ver que los suyos también eran sólidos. Pero más que la observación gramatical, de su observación se desprendía un profundo respeto hacia la autoridad religiosa, un detalle que más adelante asociaría don Franco con los argumentos políticos que K’bar esgrimiría en una discusión con el anciano, una polémica urticante y difícil para ambos y que pondría a prueba la sinceridad del marroquí y la solidaridad del anciano.

.- Si -continuó don Franco en árabe- Reconozco que Suleiman me enseñó bien, aunque no le fue sencillo porque le llevó varios años borrar mi acento italiano del árabe fluido y límpido que hablaba él y que se empeñó en que aprendiera yo. Si notas alguna imperfección en mi vocabulario no culpes a tu abuelo… Es que llevo muchos años que no entablo una conversación decente con un Magrib educado como tú.

La mención del nombre de su verdadero abuelo le ensombreció el rostro a K’bar y la venezolana aprovechó el compás de aquel silencio para intervenir.

.- Holaaaaaaa ¿Se acuerdan los dos que yo existo? A ver si dejan de hablar entre ustedes en esa lengua y tienen la cortesía de tomarme en cuenta.

.- Disculpa, hija -reaccionó don Franco- Disculpa nuestra mala educación. -y dirigiéndole la mirada al marroquí, ratificó: ¿No te parece que hemos sido descorteses con Bianca?

.- ¿Descorteses? - Respondió K’bar en italiano

Pero Bianca terció:

.- ¿Y no te parece una descortesía que me hayan ignorado los dos, mientras se contaban sus secretos delante de mí en otro idioma?

.- De ninguna manera conversábamos en secreto y por eso no es una descortesía -replicó K’bar, ahora en español- Es un honor que nuestro abuelo me haya saludado en árabe, como un homenaje a mi verdadero abuelo. Descortesía es, en todo caso, tu reclamo, porque en mi país no permitimos que…

.- Si, si, si, si ya lo sé. No me lo volváis a repetir que me produce inquina. Mejor me voy para que los dos sigan hablándose en el idioma ese. -Y acercándose a K’bar levantó el rostro para marcar su disgusto y le dijo en ‘maracucho’- ¡Tan bien que venías vos, para cagarla al final!

Pero antes de subir a sus habitaciones y con la intención de herir el orgullo masculino del marroquí, le dijo a don Franco:

.- Y de paso, tendré que enseñarle a besar, porque hasta en eso es egoísta.

Pasó entre los dos como un siroco sahariano, con la cabellera negra flotando y el caminar remarcado y bamboleante de las modelos de pasarela, y no fue sino hasta ese momento que don Franco cayó en cuenta que su nieta no llevaba pantalones, sino un breve trajecito beige con estampas, de falda corta que dejaba a la vista sus muy bien contorneadas piernas. Para su sorpresa, la guerrillera venezolana se había transformado en una voluptuosa y elegante ragazza romana, en una Sofía Loren remozada. Los dos hombres quedaron demudados, especialmente el marroquí, poco acostumbrado al desparpajo, la soltura y los desplantes novelescos de las mujeres venezolanas. Don Franco arqueó una ceja encanecida e inclinó la cabeza para detallar a K’bar por sobre los espejuelos. El marroquí se escondió tras un silencio y el incómodo momento se disolvió con la llegada de Giovannotto y las cocineras. Un manto de luz dorada se contrastó con el gris opaco del empedrado de la calzada y la fresca brisa de la mañana se arremolinó entre la arboleda del parque aledaño.

Con la llegada del socio y del personal de la cocina se aceleró la disposición de las mesas y las sillas en la acera y la trattoría retomó la vida de negocio próspero, que amanece con los primeros rayos de luz. Mientras esperaban por el arribo de los primeros clientes del día, las dos cocineras llamaban a Bianca desde la cocina, Giovannotto calentaba la cafetera y don Franco se quedaba con K’bar en una de las mesas exteriores. El encendido del segundo cigarrillo matinal de don Franco dio por olvidada la escena de Bianca y comenzó el interrogatorio a K’bar, esta vez en tifinagh, para mayor asombro del marroquí y ahora sí, con el deliberado propósito del secreto, encubriendo la conversación en una lengua que no sería entendida por nadie que los escuchase.

.- Ya sé quién eres, por lo que me has dicho y por lo que te has callado; aún así, debes saber que ya lo sé, pero lo que aún ignoro es el por qué estás aquí ¿Me lo dices tú, o debo averiguarlo por mi cuenta?

.- Puedes preguntarme todo lo que desees, pero antes…

.- Pero antes me permitirás que te ofrezca té.

Don Franco no esperó por el consentimiento de K’bar. Se levantó, fue hasta la despensa detrás del mostrador de los dulces y de allí extrajo una auténtica tetera tuareg, fabricada en cobre, con bellísimos arabescos repujados a bajorrelieve por toda la circunferencia y con apliques de jade y esmeralda en el asa. Hasta Giovannotto quedó deslumbrado con la vasija y los demás elementos: un plafón de cobre en cuyo borde el artesano grabó escenas típicas del desierto, media docena de tazas fabricadas con barro del Magreb, con el vientre abombillado y con tapas de bronce, por las que se puede encajar un pequeño sorbete del mismo material, cuyo extremo interior tiene un minúsculo filtro para tamizar las hojas del té y las esencias vertidas en el interior. Se trataba del regalo de bodas que el gigante Suleiman le había dado a don Franco y a Lea sesenta años atrás. Vertió agua hirviente en la tetera y en dos de las tazas las hojas de té verde, hojas de menta y esencia de sándalo para dar oficialmente la bienvenida al nieto de su amigo con el rito milenario de los tuaregs, y la oferta de acogimiento que se estila entre los musulmanes del desierto:

.- Mi casa es tu casa. Mi camello es ahora tuyo. Hónrame con tu presencia todo el tiempo que desees.

K’bar dejó que don Franco dijera e hiciese según la costumbre de los hijos del velo, mientras mentalmente decidía hasta dónde y hasta cuál nivel de información le permitiría indagar. Arriba, en la segunda planta de la trattoría, Bianca hacía lo imposible por convertir su cansancio en sueño; se había dado una ducha, se había acostado desnuda, con tan sólo el bikini de su ropa interior y había graduado el ventilador Olivetti para funcionar a máxima velocidad. Pero no podía dormir. La intensidad de los momentos vividos durante las últimas cuarenta y ocho horas transcurridas desde que apareció K’bar en la Trattoría Da Franco, hasta este amanecer eran todo menos que apacibles. Violentas y peligrosas inicialmente. Virulentas y rabiosas después, pero supremamente ardientes y apasionadas al final, no obstante la pequeña discusión y de sus arrebatos de niña consentida que había exhibido delante de su abuelo, porque para ella, por más explicaciones, cartas e historias de K’bar, don Franco era su abuelo y solamente de ella, un hecho en el que no estaba dispuesta a ceder ni un milímetro… ‘Patria o Muerte con mi tío’, pensó Bianca y al evocar el eslogan de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar también vino a su mente la imagen y los sentimientos aún vigentes que guardaba en su corazón por Juan Del Rey. No pudo evitarlo. Se sintió culpable, no tanto por sentirse traicionera de su fidelidad hacia Juan, con el sexo y la poderosa atracción que sentía por K’bar, sino porque desde su llegada a Roma no había hecho más que medrar como una holgazana ¿Y sus convicciones políticas? ¿Y la promesa de regresar a la actividad guerrillera en Venezuela? ¿Así de sólidas eran sus convicciones y su voluntad? Al final de todo este proceso, que comenzó con su liberación en Caracas y que había terminado con una residencia permanente en Roma, se sentía vacía, inútil, desubicada y lo que más le molestaba, manipulada por su padre.

No le quedaban dudas. El éxito de su rescate tenía la impronta política que Pablo Alberto Juan Figarullo imponía en sus ejecutorias, y el silencio de Juan Del Rey y del resto de sus camaradas no le dejaban mucho campo de conclusión: o había sido separada del movimiento como resultado de una negociación entre la directiva de la Coordinadora y el promotor financiero, o aquel vacío y la distancia tendrían que estar relacionados con la clave que le enviara Juan en la única encomienda que le llegó desde Venezuela. ‘El Cuarto Rey Mago’. En aquella ocasión, cuando descifró el mensaje le vino un acceso de risa, porque recordó las intensas pero agradables discusiones que se armaron en su apartamento de Maracaibo a propósito de la leyenda de Artabán, el que fuera considerado el cuarto Rey Mago… Que si en la Biblia no aparece mencionado, argumentaba Juan… Que si aquellos fulanos no eran tres, ni reyes, ni magos sino muchos, astrólogos y augures que habían descifrado el nacimiento de un gran rey a partir de la alineación de los astros en la bóveda celeste, replicaba Sonia… En fin, cientos de conjeturas, historias y leyendas, unas más fabulosa que las otras que inevitablemente terminaban cuando todos le pedían al poeta Simón, un maestro de escuela y cuenta cuentos que se había incorporado al movimiento desde sus inicios, que les narrase la leyenda de Artabán, el cuarto Rey Mago, el mesopotámico que se perdió en el desierto por haber llegado tarde al encuentro con Melchor, Gaspar y Baltasar. La historia del poeta Simón narraba las vicisitudes del mago perdido y de cómo, 33 años después, pudo encontrarse con Jesús de Nazareth en la ruta hacia el monte de El Calvario, horas antes de que lo crucificasen. Pero el significado que Juan Del Rey daba al cuarto rey mago era muy distinto, pues para él, Artabán era el símbolo de la perseverancia, de la templanza del espíritu, de la constancia en los ideales por sobre los inconvenientes y la adversidad. De modo que ¿Qué pudo decirle Juan con aquel mensaje? Bianca lo meditó abrazada a la almohada y entonces no le quedaron dudas. Ella sería el cuarto rey mago de la revolución. Al igual que Artabán, ella también llegaría al proceso cuando éste estuviese por concluir, para ser testigo de la muerte de las injusticias y la resurrección de la esperanza y la igualdad. Estaría allí, como Artabán, para ver los hechos consumados y mientras tanto, como al cuarto rey mago, a ella también le esperaban pruebas de templanza para su espíritu, jornadas de extravío y búsqueda de esa verdad, tiempos de oscuridad y tormenta, momentos de alegría, breves instantes de paz y serenidad. Ella, como aquel, también poseía tres joyas. El zafiro de Artabán correspondía en ella a la honestidad de sus sentimientos. El rubí del astrólogo se condensaba en la pasión y el empeño que prodigaba Bianca a manos llenas cuando abría las puertas de su corazón a una persona o a una causa y la esmeralda, que según la leyenda el cuarto rey mago dio para salvar de la esclavitud a una viuda y sus hijos, estaba reflejada en la mirada franca y límpida de sus hermosísimos ojos verdes. Honestidad, pasión, transparencia, las tres joyas de Bianca ¿Cómo las habría de administrar? ¿Con qué objeto y para cuál causa? Mientras tanto, el gajito de la trinitaria blanca se negaba a reverdecer, aunque la esperanza no estaba perdida del todo, porque el tallo espinoso y renegrido jamás se descompuso. Se hallaba en una misteriosa animación suspendida, como la vida y los acontecimientos que rodeaban a la Comandante Claudia desde que llegó a Roma.

A media mañana, K’bar y don Franco se tomaron un receso. El anciano para ocuparse del negocio y el marroquí para seguir la sugerencia que le aconsejó don Franco: borrar todas las huellas de su presencia en Roma para intentar despistar a Bin Faden. Después de un par de llamadas telefónicas de don Franco, K’bar debió encontrarse con un enviado de Calogero Salvo, el cliente de la trattoría, en la Fontana di Trevi. Allí, confirmado el contacto, se desplazaron hasta los alrededores de la Vía Giulia, el peligrosísimo barrio romano, centro de distribución de drogas y guarida de los más peligrosos asaltantes de la capital italiana. Contactaron a la mafia, y previo pago de cinco mil euros, éstos contratarían a quien asesinaría esa noche al que sería ‘su cadáver’, un cadáver que vestirían con sus ropas, le desfigurarían el rostro y le quemarían las manos, como si se tratase de una tortura. Le sembrarían al muerto el pasaporte falso con el que K’bar entró a Europa y lo lanzarían al Tíber a media noche para que amaneciera flotando a la mañana siguiente por los meandros que forma el río, irónicamente cerca del Ministerio de Asuntos Anti-mafia, entre ponte Fabricio y la ínsula Tiberina. K’bar llegaría, luego del contacto y del acuerdo con la mafia, hasta el café San Eustaquio, un local que se mantiene siempre lleno y donde se saborea el mejor café de Roma, según los entendidos y los mentideros de la fama. De acuerdo con lo planeado por don Franco, K’bar pasaría la noche con la familia Massimo, los mismos que viven en el tercer piso del palazo Massimo della Columnata, por la Vía Vittorio Emanuele, y al día siguiente cambiaría de lugar. Don Franco tenía en mente otra guarida, una lo suficientemente sólida e inexpugnable como para disuadir al terrorista más arriesgado: El Vaticano. Pero para conseguirle esa protección en la Santa Sede necesitaba esconderlo por 24 horas, tiempo suficiente para sostener una conversación con sus contactos y un amigo suyo, uno a quien se le consideraba un poder dentro y fuera de los límites de la Iglesia Católica: Peter Hans Kolvenbach, el prepósito de la Compañía de Jesús.

Con el padre Peter conversaba don Franco todos los miércoles, usualmente en las mañanas, cuando el sacerdote hacía un alto en sus agotadoras jornadas de la semana y conversaba un par de horas con aquel anciano, vecino del Vaticano, a quien le sabía bien conectado con los otros poderes que subyacen bajo la fina y delicada capa de la justicia. Después de la conversación informal de siempre continuarían con la partida de ajedrez iniciada meses atrás y como ya era costumbre, se despedirían hacia el mediodía, pero para el siguiente encuentro, el itinerario y la costumbre sufrirían la primera modificación en diez años, porque sería don Franco quien solicitase el favor, favor que hasta ahora nunca había necesitado y que esperaba le pudiese complacer el padre Peter: ocultar a K’bar en el Vaticano y conseguirle un salvoconducto de la Santa Sede para una extradición segura hacia otro país. Lo llamó por teléfono como todos los martes para reconfirmar la visita, pero en esta ocasión le respondió su secretario, el padre Jorge Roberto Seobold, un jesuita argentino, seleccionado por el general de la Compañía para su servicio secretarial por sus extraordinarias cualidades de lealtad a toda prueba, amén de poseer una característica poco común: una Licenciatura de Ingeniaría en la Universidad de Westminster, de Londres, y un doctorado de Oxford, en Física Solar.

.- Don Franco, me da mucho gusto escucharle.

.- ¿Cómo está usted, padre Jorge? Llamo para confirmar mi reunión de los miércoles con el padre Meter.

.- No hay problema, don Franco. En estos momentos lo anoto en su agenda personal.

.- ¿Y el padre Peter? Me extraña que no sea él quien responda el telefonino.

.- El General Kolvenbach fue convocado con urgencia al secretariado de las órdenes en el Sacro Colegio para la Defensa de la Fe y me temo que hoy no tiene hora de salida, sin embargo me pidió estuviese pendiente de su llamada para reconfirmarle que si se reunirán mañana, como todos los miércoles.

.- En verdad me tranquiliza lo que usted me dice. Además, estoy seguro que mañana podré darle jaque-mate en nuestra partida de ajedrez.

.- No lo dudo -convino cortésmente el jesuita argentino- El General Kolvenbach ha tenido una semana muy agitada y no ha dedicado tiempo para estudiar una respuesta a su último movimiento. Ah, y antes que lo olvide, el General Kolvenbach no lo esperará en el sitio acostumbrado, sino en las columnatas de la Plaza San Pedro.

.- Y antes que también lo olvide yo, dígale al padre Peter que iré acompañado con mi nieta. Ella es de Venezuela y quisiera que conociera algo del Vaticano mientras él y yo conversamos.

.- Así se lo diré al Prepósito, don Franco y personalmente me encargaré de organizarle la visita a su nieta.

Bianca bajó de su habitación después del mediodía y al pasar frente a la cocina fue literalmente secuestrada por Lucía y las otras cocineras. Un tropel de murmullos y de risas envolvió a las cuatro mujeres, pero fue Lucía la que inició el interrogatorio.

.- ¡Bianca!… ¡Bianca! … ¡Bianca! Ven acá y cuéntanoslo todo ¿Lo conocías con anterioridad?

.- ¿Para dónde fueron? ¿Te besó? -intervino Giannetta.

.- ¡Lo hicieron! ¿Verdad que lo hicieron? ¿Es sensual? ¿Fue tierno? -terció Catella, la más juvenil e impulsiva de las tres.

.- ¿A dónde te llevó? ¿Está bien dotado? -participó Gianlucca, el mesonero.

Ante tal bombardeo de preguntas hechas así, a bocajarro y en tropel, Bianca no sabía cuál responder primero. De hecho, no estaba segura de querer responderlas todas y fue Giovannotto quien la rescató de aquel interrogatorio inquisitorial.

.- Ma ¿Que fa, Lucía? ¿Desde cuándo mi cocina es un mercado? Giannetta ¿Tienes listas las cinco comandas de la mesa 7? Y tú, Catella, apura… Apura… No te veo lavando platos ni ordenando cubiertos. Y tú signorina -se refería a Gianlucca- ¡Muove il culo! … ¡Súbito!

Luego de despejar la convención de chismes que se armó en el pasillo frente a la cocina, tomó amorosamente a Bianca por el brazo y se dirigió con ella hacia el comedor de la trattoría.

.- Y tú, principessa, siéntate aquí y espera a tu Romeo. Tu nonno tampoco tardará en sentarse contigo.

Bianca sonrió agradecida por la gentileza de Giovannotto al rescatarle y por decirle principessa, el apelativo que siempre utilizó con ella su abuela de Venezuela, un apodo con el que fue bautizada desde el día que nació y que le recordaba aquellos años infantiles en la mansión de los Figarullo en Maracaibo, con aquel jardín perfectamente cubierto de grama siempre verde y los tres árboles gigantes, en cuyas ramas hizo malabares para terror de sus padres y angustia del fiel y silencioso Victorio, el mayordomo de la mansión. No transcurrieron ni diez minutos cuando Gianlucca se le acercó a la mesa con la carta del almuerzo y una comanda de pedidos en la mano. Llegó pálido como una reina ofendida y derrochando feminidad hasta en sus gestos más insignificantes.

.- Ciao, Bianca ¿Te provoca comer algo?

Bianca le sonrió y desde sus ojazos verde mar percibió en Gianlucca a una dulce dama encerrada dentro de aquel hermoso y estilizado cuerpo masculino, pero también se dio cuenta del resentimiento del mesonero y lo asoció con lo que le dijo Giovannotto frente a todos en la cocina y se lo hizo saber… con muchísimo tacto:

.- Molto grazie, Gianni, pero no me provoca comer. ¿Por qué estás tan disgustado? No lo niegues… Se te nota ¿Será por lo que te dijo don Giovanotto? No te lo tomes a pecho. Tú más que nadie, que eres el empleado más antiguo de la trattoría, deberías conocer a don Giovannotto y saber que lo que dice y hace no es para ofender sino… Sino que... Ya sabes, él es así.

.- ¿Qué si lo conozco bien? Principessa, lo conozco mejor que nadie en el mundo.

.- ¿Ah… Si? -le respondió con exagerada incredulidad.

.- ¿Lo dudas? Tal vez será porque aún no te has enterado que somos amantes. Si. ¿Sorprendida? Por eso me molesta cuando hace ese tipo de comentario sobre mí en público. Me molesta que se comporte como un macho chauvinista delante de todos y me trate como a un maricón barato, mientras que en privado, él es quien se traviste de mujer y siempre insiste que sea yo quien asuma el rol de macho y lo penetre. Pero cuando quiere, Giove es el más dulce y comprensivo de los esposos. En fin, querida, como verás hasta nuestros matrimonios tiene su cuota de sacrificio y dolor.

Más que sorprendida, Bianca quedó anonadada. Literalmente aniquilada y boquiabierta ante aquel secreto insospechado, ante aquella confidencia cruda e inimaginable que le revelaba el mesonero y por eso, antes de abandonar su mesa, Gianlucca se inclinó como las chicas de Play Boy, flexionando ambas rodillas y con el torso erguido, para cerrarle la boca delicadamente con el índice y concluyó la confidencia como cualquier mujer que comparte sus secretos con otra:

.-Lo dicho queda entre nosotras dos ¿Si?

Cinco minutos después, o una hora, Bianca no tenía noción del tiempo, se sentó don Franco junto a ella para conversarle sobre K’bar y lo que ambos estaban fraguando. Bianca pestañó tres veces y suspiró hondo para recobrarse de la sorpresa, esperando en secreto que don Franco no se diera cuenta de su ensimismamiento, pero sí se dio cuenta.

.- Bianca, hija ¿Te preocupa no ver a K’bar por aquí? Tranquila, está en buenas manos.

.- Si, si, estaba pensando en él. -mintió Bianca.- ¿Dónde está?

.- Seguro y bien.

.- ¿Cómo es eso? ¿Por qué ‘seguro-y-bien’?

.- Tranquila, ragazza. No te preocupes más de la cuenta. Está con personas de mi confianza, porque necesitamos sacarlo de Roma… tal vez de Italia.

.- ¿Qué sucede?

.- Nada. Por ahora nada y no queremos que le suceda nada.

.- Imagino que su presencia acá no es una simple coincidencia y que algo o mucho tiene que ver con su última misión.

.- Me tranquiliza que él se haya sincerado contigo. Si, su presencia aquí tiene que ver con su última misión y con su deseo de abandonar esa actividad.

.- ¿Dejar el terrorismo? Abuelo, eso no es como pertenecer a un club del que te puedes retirar. A mí me consta que escapar de la violencia es casi imposible.

.- Lo se, hija mía. Sé que lo sabes y sé por qué lo sabes.

.- Entonces… -le miró sorprendida y asustada.

.- ¿Tu crees que tu padre o tu ex novio, el jesuita, podían planificar tu liberación tal y como se ejecutó?

.- Pe... pero... Ya va, abuelo. Esteeee… No sé qué decirte. Te confieso que me tienes sorprendida y ahora muy asustada Por vida de Cristo, ¿Qué eres o quién eres?

.- ¿Ahora? Ahora soy tu abuelo ¿Antes? Bueno, esa es una historia muy larga y complicada que estoy seguro quisieras escuchar en toda su extensión y sin interrupciones.

.- Pues si, claro que si. Adelante.

.- Pero tendrás que aguardar con paciencia por el momento y lugar adecuados. Por ahora, espera a K’bar y mientras tanto, no me vayas a despreciar un rissoto que he ordenado preparar especialmente para ti.

Cuando don Franco se levantó de la mesa para ir a la cocina, Bianca lo retuvo por el brazo. El tono opaco en su voz y el encapotamiento de sus ojos le hicieron comprender al anciano que la joven necesitaba urgentemente algunas respuestas.

.- ¿Qué sabes de Juan?

.- Casi todo desde que colgó los hábitos, hace como 25 años.

.- ¿Qué tienes tú que ver con la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar?

.- ¿Operativamente? Nada, pero fui el contacto entre ellos y los invitados que participaron en el primer congreso que se celebró en Bogotá, en el que tuve la agradable noticia que fuiste seleccionada como secretaria y coordinadora.

.- ¿Siempre supiste de mi… actividad?” -Preguntó con lágrimas de susto y asombro.

.- Siempre y en todo momento, Principessa ¿Me disculpas un instante? Tu risotto espera en la cocina.

.- Que espere y que se enfríe. -respondió Bianca con un puchero infantil incontenible- No quiero que te vayas ahora. Necesito muchas respuestas.

.- Más tarde.

.- No, ahora. -insistió la muchacha con el corazón latiéndole como una ‘batucada brasileña’ dentro del pecho y apretándole el brazo mientras dos lágrimas cristalinas y saladas le recorrían los pómulos.

Pero don Franco le apartó su mano cariñosamente y le dio un beso tan cálido en la frente que la desarmó por completo. Sin embargo, si pensaba que con ese gesto iba a aplacar las ansias y la curiosidad de la venezolana, se equivocó porque ella siguió tras él.

.- Una última pregunta, nonno -Deliberadamente lo llamó así para ablandarle el corazón.

.- No.

.- ¿Qué sabes de Juan? -Ignoró la negativa.

.- Te lo digo después.

.- ¿Por qué no me ha enviado más mensajes? Insistió.

.- No lo se.

.- Si que lo sabes.

.- Te lo diré después.

.- ¡No, ahora! ¡Quiero saberlo ahora mismo! -Le gritó por primera vez y frente a todos en la cocina. Lo hizo zapateando el piso y llorando como una niña a quien se castiga sin razón.

.- ¿Per que no me parla di lei, nonno? -Exigió en un italiano puro, perfecto, romano, sin afectaciones ni acento extranjero, con la voz entrecortada y con el corazón en la mano.

Todo se detuvo en la cocina, hasta la cocción de los alimentos. Don Franco volteó lentamente y dudó breves instantes, pero decidió responderle.

.- ¡E morto! - Sentenció don Franco con su voz grave de barítono, mientras miraba hacia el piso.

.- ¿Cuándo? ¿Dónde? - Bianca le increpó desesperada.

.- ¿Qué? ¿Morto il marroquino? -Balbuceó Lucía desde el fondo de la cocina.

.- ¡Mamma mía… la mafia! - Sentenció Giannetta abrazándose con Catella.

.- ¿Cuándo, nono? - Insistió Bianca, apartándose las lágrimas con los antebrazos.

Pero don Franco, viendo que la confusión de personajes que se creó convenía a sus planes con K’bar no aclaró nada, tomó a Bianca por el brazo y la llevó casi a rastras hacia su oficina, al final del corredor. No salieron de allí sino bien entrada la tarde, lapso durante el cual el silencio y el recogimiento se hizo presentes en el ánimo de todas las cocineras, y en la mesa diecisiete se sentaron dos turistas de apariencia mediterránea a los que atendió Gianlucca no muy a gusto, porque a pesar que se trataba de un par de hombres muy atractivos, uno en sus veinte y el otro bordeando los cuarenta, tenían dos características que Gianni rechazaba de plano: las manos, y especialmente las uñas, descuidadas y sucias y no eran muy estrictos con el aseo personal porque olían muy mal.

.- ¡Mamma mía, qué desperdicio de hombres! -Le comentó Gianlucca a Petronio, el otro de los mesoneros- Tan bellos pero tan sucios.

.- Si te desagradan tanto, los atiendo yo. A mí la suciedad no me importa siempre que la propina sea generosa.

.- No, déjamelos a mí. Además ¿Qué pensarán de mí si después de recibirles yo la orden de pedido los atiendes tú? Creerán que los rechazo, se quejarán con Giovannotto y ya sabes, Giove sentirá celos y la verdad es que no quiero tener nada que hablar con él… Lo que me hizo hoy me lo pagará bien caro.

La Bianca que salió de la oficina de don Franco era otra mujer. La muerte de Juan Del Rey, el desmantelamiento parcial de los urbanos en Caracas y en Valencia y las revelaciones de don Franco acerca de los verdaderos intereses de poder que se esconden detrás de todos los movimientos insurgentes latinoamericanos desmontaron el soporte ideológico de sus aventuras revolucionarias y quedó literalmente vacía. Tres horas de argumentos y razones, de pruebas y evidencias, de hechos, consecuencias y actores acabaron con diez años de convicciones basadas en los ideales de una causa a favor de los desposeídos y en pos de la justicia social. Todas las cocineras la vieron pasar hacia la escalera, pero sólo Lucía se atrevió a mancillar su silencio con un abrazo solidario y mientras la cocinera lloraba por «il marroquino», Bianca lo hacía por la muerte de Juan y su loca revolución.

A las seis de la tarde, K’bar estaba ubicado en su primera concha italiana, una gigantesca y cómoda habitación del tercer piso del palazo Massimo della Columnatta, por uno de cuyos ventanales entraba una brisa cargada de aromas y del fragor gallináceo de las discusiones y la vocinglería de las matronas romanas. Cuando el sol comenzó a ocultarse por la línea del horizonte extrañó el canto del almuecín; entonces se inclinó con la cara hacia La Meca y no sólo oró… Pidió perdón a Alá, bendito sea su nombre, por el descuido reciente de sus obligaciones religiosas y por haber fornicado con una infiel grosera y altanera, nada piadosa y de lengua terrible; por haber tenido contacto carnal con una mujer de la que se estaba enamorando y con la que no podría tener un hijo bendito por el Islam, porque peor que cualquier infiel, aquella mujer era una cristiana.

La Vía dei Chavari, sobre la que estaba construido el palacio, se fue silenciando poco a poco y con la calma llegaron tres toques a la puerta de la habitación de K’bar. Inmediatamente el marroquí echó mano a la pistola Beretta que le facilitaron en la tarde y se guareció tras la pared de la puerta, con el percutor montado y el silenciador enroscado en la boca del arma. Otros tres toques y una voz chillona de mujer:

.- Buona sera, signore, questo é linguini e rucolli alla parmesana… E un botellino di limoncello

Aquella cena no estaba prevista en las conversaciones iniciales con don Franco, ni en los acuerdos y convenios que sostuvieron él y el anciano con los miembros de la mafia. Se le dispararon las alarmas y la resequedad de la boca le indicó que una buena cantidad de endorfinas ya estaban en su torrente sanguíneo. Un silencio peculiarmente sordo y cargado de tensión le indicó que la mujer seguía del otro lado de la puerta y la despidió con un molto grazie turístico.

.- Pero signore

.- Molto grazie - repitió de nuevo.

Pero antes que la conversación continuase, la puerta fue derribada con un estruendo de madera astillada y platos rotos. Tres cuerpos entraron a saco: Dos de hombre y una mujer, esgrimiendo las peligrosísimas mini Uzi con silenciador incorporado, capaces de escupir las 20 balas de la cacerina en 9 décimas de segundo. Entraron en formación delta, peinando cada uno de los tres flancos de ataque, pero K’bar los esperó encaramado en el dintel de mampostería, justo sobre la puerta derribada. Le bastaron cuatro disparos: Uno a la falsa camarera, por la espalda, en la tercera vértebra. Uno en el temporal derecho del más joven y dos tiros al más fornido de los mercenarios que Osama Bin Faden envió para cobrarle la deuda de la muerte del reclutador sudanés. Era más que evidente que el plan de ocultamiento de don Franco había fallado. Existía una fisura por donde se había develado su ubicación y a partir de ahora, K’bar no confiaría en nada ni en nadie… Tal vez sólo en el viejo amigo de su abuelo y quizás en la voluptuosa venezolana. Arrastró los tres cadáveres aún calientes y los escondió bajo la cama. Con las cortinas del cuarto, las sábanas y todo lo que pudo encontrar inflamable hizo una pira y comenzó un fuego intencional, y para cuando la habitación se incendió por completo salió al pasillo gritando ¡fuego… fuego! no sin antes tomar una de aquellas mini Uzi y todas las cacerinas dobles.

La conmoción que generó su alarma de fuego pronto se transformó en un pánico generalizado por toda la Vía dei Chavari, con escenas dantescas de quienes se vieron atrapados por el incendio en los pisos superiores. En pocos minutos se hizo un tumulto de vecinos, paseantes y turistas que no sólo impidió el acceso expedito de los bomberos y los carabineri, sino que cubrió la retirada de K’bar, que se perdió por el intrincado laberinto de callejas, pasadizos y accesos truncados de calles ciegas que rodean la Vía y que conectan entre sí casas de vecindad, tugurios de juegos ilegales y prostíbulos, cuyos desechos cloacales se vierten a cielo abierto hacia una alcantarilla de plomo, en uso desde el Imperio Romano, que desemboca en el Tíber y contamina todo a su paso, hasta más allá del Mar Tirreno, en el Mediterráneo Occidental.

El vaho fétido y caliente envolvió a K’bar en su huida y lo acompañó sobre sus ropas hasta que tres horas después encontró la entrada al Trastévere por el Ponte Cisto, donde el ambiente sofisticado se mezcla con lo más popular y representativo del gentilicio romano. Detuvo su correría y tomó un paso más lento, como de turista. En una de las boutiques de la ruta compró ropa nueva para no desentonar con la vestimenta de uso en el entorno: Una camisa de algodón, un par de zapatos Rossi, un traje liviano de la firma Hermenegildo Zegna y seleccionó un gabán a media pierna, bastante económico no obstante ser de piel de napa porque se trataba de una pieza de la colezzione otoño-invierno pasada. Vestido elegantemente y con las dos armas sobriamente ocultas, salió de la tienda a planificar una estrategia de emergencia. De momento se movería a contracorriente de la gran masa humana de noctámbulos y turistas, procurando alejarse cada vez más de la trattoría, de don Franco y de Bianca, como una medida de protección hacia ellos. Si le volvían a encontrar no quería que ellos murieran con él.

Mientras caminaba hizo un balance de sus haberes, sus fortalezas, sus debilidades y de su posición táctica en ese momento y en ese lugar. No existía en el mundo computadora capaz de igualar a un cerebro bien entrenado para manejar opciones en momentos de crisis, y de esos cerebros bien entrenados, pocos como el de K’bar. En sus haberes disponía de una pistola Beretta con una recarga adicional y una mini Uzi con tres cacerinas dobles. Un teléfono celular, que a estas horas estaría intervenido y un puñado de Euros, tal vez unos tres mil. Sus fortalezas se concentraban en su habilidad para manejar situaciones como ésta. Tendría, además, como dos horas para moverse y actuar antes que Bin Faden se enterase del fracaso en el intento de asesinato. Dos horas a partir de las siete de la noche. En sus debilidades destacaba el desconocimiento geográfico y operativo de la ciudad. Bianca y don Franco eran su talón de Aquiles así como de carecer de un plan «B», sin documentación ni forma o contactos para agenciarse papeles falsos de inmediato. De este análisis surgió en la mente de K’bar una palabra, un nombre, una posibilidad y como un ser místico, lo visualizó todo: Aytor. Aytor Exkerra era su salvación. A menos de dos calles entró a un cyber café y cambió el telefonino StarTac que le suministró el contacto de don Franco por un digital satelital TIM para hacer dos llamadas. A la primera, no le extrañó que Aytor no respondiera su número desconocido y le dejó un mensaje urgente con la clave convenida para casos como éste:

.- El Ebro desemboca en el Atlántico.

Cinco minutos después, la voz de un asombrado Aytor le respondía desde Madrid y para reconfirmar que del otro lado de la línea estaba K’bar y que de ser así podían hablar sin limitación alguna. Aytor le pidió la contra clave repitiéndole su mensaje:

.- El Ebro desemboca en el Atlántico…

.-… como el Sahara en el Índico. Le respondió K’bar.

.- ¿Es grave?

.- Y mucho. Te necesito ahora y aquí.

.- ¿Dónde estás?

.- En alguna de las esquinas del Trastévere, en Roma.

.- ¿Cuál es la situación? ¿Cuánto tiempo puedes aguantar?

.- Por ahora controlada durante las próximas cuatro horas… No más.

.- ¿Bastimento?

.- Suficiente. Avísame a este número cuando llegues a Roma. Por ahora es seguro.

.- ¿Necesitamos a Cao?

.- Si, pero no la traigas. La necesitaremos allá.

.- Imagino que hay extracción.

.- Si. Dos. Un anciano y una mujer joven.

.- Entiendo ¿Te busca quien imagino?

.- Si. Me localizó en una guarida que me facilitó el anciano. Además, tenemos un trabajo de limpieza aquí.

.- ¿Cómo el de Dakar o más sencillo?

.- Igual de complejo, pero no tenemos tanto tiempo.

.- ¿Ya tienes algún plan?

.- No, pero lo tendré en los próximos minutos. En el aeropuerto de Roma hay un alquiler de autos, Avis… No lo uses. Toma un taxi.

.- Convenido ¿Dónde estarás?

.- Moviéndome. Llámame a este número cuando llegues.

A esa misma hora, las siete de la tarde, don Franco recibió dos noticias desconcertantes. Una, el incendio en el Palazo Massimo della Columnatta y por las informaciones preliminares que obtuvo, el fuego se inició en la habitación donde estaba oculto K’bar. Le hablaron de un confuso enfrentamiento y de tres cadáveres calcinados. Dos de hombre y uno de mujer. La segunda noticia provino de la mafia. Dos hombres fuertemente armados, árabes o libios, habían eliminado a cuatro de los matones de la familia Undizi, recientemente contratados para maquillar con un asesinato la presunta desaparición física de K’bar. Dejaron vivo al menor de los sicarios como mensajero, pero falleció a los pocos minutos de llegar la ambulancia. Don Franco palideció y entró en la primera fase del miedo: la visión de túnel, el ofuscamiento y la falta de orientación. Con K’bar desaparecido y cuatro muertos de la familia Undizi, la más sanguinaria de la mafia siciliana en Roma, su situación era supremamente delicada. Giovannotto supo de inmediato que había problemas serios, muy serios, al ver palidecer así a don Franco. Se le acercó en la barra con un vaso que estaba secando, y sin quitarle la vista al jarro de vidrio, rompió el hielo que congeló el rostro de su socio con indiferencia, con el mismo tono de voz que utiliza siempre para conversar cualquier tontería:

.- No me lo vas a creer Franco, pero me he dado cuenta que este vaso es mágico.

Don Franco ni siquiera le contestó.

.- Y no sólo es mágico, sino que es un gran mentiroso ¿Sabes qué me ha dicho? Que tú estás en serios problemas. Pero eso no es todo, me ha sugerido te diga que lo mejor para los problemas es hablar. Que tienes que conversar sobre lo que te preocupa tanto porque si no lo haces te dará un infarto ¿Puedes creer las cosas que se le ocurren a este vaso parlanchín? Y además de mentiroso es un presuntuoso ¡Mira que dárselas de médico cardiólogo!

Y como don Franco no sólo que no le respondía, sino que tampoco reaccionaba, dijo en voz alta, como para sí mismo:

.- Giovannotto, Giovannotto ¿Por qué te metes en lo que no te importa?

.- Sí que te importa, querido amigo. Le respondió don Franco - Pero es algo tan terrible que aquí donde me ves, estoy haciendo esfuerzos para no caer en el pánico y trato de pensar con claridad.

Antes que Giovannotto le respondiera, sonó el teléfono de la trattoría y lo respondió Petronio:

.- Buona sera… Trattoría Da Franco

.- Franco Di Donato, per favore… Questa è larga distanza. Respondió una voz femenina al otro lado de la línea.

.- Va bene. Don Franco ¡Don Franco! Llamada per te - y a soto voce - ¡Larga distanza!

.- Aquí Franco Di Donatto.

.- Un instante, per favore… Parla alora.

.- ¿Si? ¿Hablo con el señor Franco Di Donatto? - increpó directamente una voz femenina con fuerte acento ibérico.

.- Si, soy yo ¿Quién me habla?

.- Soy una amiga de K’bar - le informó Cao Cao- El mensaje es que está bien y pronto se comunicará con usted.

La mujer colgó y de inmediato don Franco llamó a la central telefónica para que le dieran el número de la persona que le había llamado, con la excusa que se les había cortado la comunicación y que era de suma importancia. Le comunicaron directamente y a los dos repiques le contestaron en un idioma ininteligible desde un cyber café ¡En Camboya!

Entre él y Giovannotto tomaron la decisión de cerrar la trattoría más temprano que de costumbre. Convinieron en abrirla al día siguiente como de costumbre, pero con la posibilidad de cerrarla antes de las diez de la noche, como en este martes. Pero no todas las sorpresas del día tenían a K’bar de epicentro. Como si no fueran ya suficientes las mortificaciones para Giovannotto, Gianlucca había vuelto a “la vida loca” y se había desaparecido con los dos clientes de la mesa 17 que levantó en las narices de su amante. Sin embargo, la juerga de drogas y placer sexual que pensó tener con aquellos dos desconocidos no fue lo que esperaba y no duró las 48 horas que planificó. Antes de cerrar la trattoría, dos carabineri se presentaron en la puerta, preguntando por Giovannotto. A la distancia, don Franco les vio conversar y de repente su socio rompió en llanto y se desplomó sobre una de las sillas con la cara encajada entre las manos. La razón: Gianlucca, su amado Gianni, fue encontrado desnudo y muerto entre la vegetación y la arboleda que están cerca del río, como a quinientos metros de la trattoría, con los genitales horriblemente mutilados y empalado con una estaca por el ano. Otras evidencias de aquella tortura convencieron a las autoridades que quien la aplicó conoce muy bien las técnicas del suplicio y el tormento a seres humanos, en niveles nunca vistos. Para los detectives se trataba de un profesional o de un enfermo sexual, o de una vindicta de la mafia, célebre por su desprecio hacia los homosexuales.

.-… o ambas posibilidades - concluyó el carabineri a don Franco- Los detectives están haciendo todas las averiguaciones, pero necesitamos que alguien haga un reconocimiento oficial del cadáver en la morgue, y como tenemos informado que el difunto tenía vida en común con el señor Giovannotto, nos tendrá que acompañar. Además... - dijo para concluir – es necesario que todo el personal de la trattoría vaya a declarar. Aquí tiene la boleta de citación. Tienen hasta mañana a esta misma hora para presentarse.

Bianca lo observó todo desde la puerta de la cocina y mientras Giovannotto se iba con los dos carabineri, don Franco junto a Petronio y Lucía comenzó a pasar las cuentas de las mesas disculpando el cierre tan temprano y haciéndoles una invitación para el día siguiente, con el primer cappuccino por cuenta de la casa. Poco a poco, el ristorante y la barra de la trattoría se vistieron con el silencio y la media luz. Bianca se abrazó con don Franco y juntos subieron a los altos del negocio. Don Franco se llevó el teléfono para conectarlo en su cuarto y Bianca subió con la angustia secreta de una pregunta que no se atrevía a formular, pero que de todos modos don Franco le respondió:

.- El está bien. Está vivo, pero ahora no sabemos dónde.

.- Grazie, nonno. No quería preguntarlo, pero sí saberlo.

.- Ven a mi cuarto. Tengo que darte algo.

Subieron las incómodas escaleras de caracol lentamente, con el cansancio que genera un día intenso y de sobresaltos, de angustias y malas noticias, un día de esos en los que provoca dormir desde temprano para que se acabe cuanto antes. Don Franco abrió la puerta de su habitación y se dirigió al fondo, justo al lado de la puerta del su baño. Allí descolgó una foto de su amada Lea, dio un golpe seco contra el friso de yeso y dejó al descubierto la sólida puerta de acero de una caja fuerte, de unos cuarenta centímetros por lado, empotrada en el muro de concreto sólido que ocultaba la pared falsa. Movió el selector de clave a derecha e izquierda, luego metió la llave que llevaba colgando del cuello, la abrió y se apartó. Cinco segundos después, una saeta salió disparada del interior de la bóveda y se clavó en la pared opuesta. Entonces sí asomó don Franco hacia adentro y extrajo parte de su contenido: Cuatro paquetes grandes de billetes, la mitad en dólares y el resto en euros. Una caja de madera con una pistola Pietro Beretta, modelo P-92 más tres cacerinas de 15 tiros cada una y una carpeta con cientos de acciones al portador y títulos de rescate de inversiones de al menos veinte de las más importantes empresas de Italia, Francia, Alemania e Inglaterra. Todo lo colocó cuidadosamente sobre su cama y se los ofreció a la muchacha.

.- Toma. Esto es para ti.

.- No.

.- ¿Cómo que no? Te lo estoy regalando.

.- No quiero.

.- ¿Por qué? No le veo nada de malo ni de extraño.

.- No se. Pero no es bueno tomar una decisión así, después de un día como el de hoy. Guárdelo todo y hablamos mañana… Mejor la semana entrante.

.- Hija ¿Crees que estoy loco… que no sé lo que hago?

.- No… no. No es eso, pero ¿Por qué? ¿Por qué, nonno, te vas a desprender de tus bienes y me los regalas?

.- Porque todo esto lo vas a necesitar a partir de ahora.

.- ¿Y tú? ¿Te vas a quedar sin nada?

Don Franco le regaló una sonrisa de fotografía y se le acercó con las dos manos extendidas hacia ella. Al principio Bianca se resistía a moverse de donde estaba, en el dintel de la puerta, pero una suave presión de las manos de su amado nonno y otra sonrisa más le ablandaron la resistencia.

.- Ven, asómate a la bóveda y comprueba por ti misma si estoy loco o no.

.- ¿Seguro que no habrá otra sorpresita como la de esa flecha?

Don Franco rió de buena gana. La chica era suspicaz y no tenía un pelo de tonta.

.- Claro que no. Te lo prometo.

Aún con la aclaratoria de don Franco, Bianca asomó a la bóveda, atisbó con una mirada relampagueante pero no vio nada con claridad.

.- ¿Qué hay allí? Sólo veo unos bultos.

.- Ah… Disculpa, principesca.

Y don Franco metió la mano dentro de la bóveda para encender la luz interior. Acercó a la muchacha junto a él y Bianca percibió experimentó la visión de Aladino al entrar a la cueva de los cuarenta ladrones. Por dentro, la bóveda era más grande, como de dos metros cúbicos. El piso estaba tachonado con lingotes de oro. Sobre ellos, diez o doce pilas de billetes, unas veinte cajas con el logotipo de la casa Beretta y además de las tres escopetas que se hallaban próximas a la puerta de acero, en el fondo de aquella formidable cámara acorazada estaba la ballesta apuntando hacia el exterior, ahora sin la saeta montada.

.- Hace más de cincuenta años que estoy en ‘en el ambiente’, como le dices tú. Supondrás que no puedo justificar en ningún banco la procedencia de esta clase de bienes ni su cantidad, así que fabriqué mi propia caja fuerte. Como has podido ver, lo que te estoy regalando es sólo una pequeña parte de lo que poseo. Ahora ¿Estás más tranquila con tu conciencia?

Bianca se sonrojó y se lanzó a los brazos de don Franco. Pasado el instante de la euforia, se encaramó en la cama del anciano como suelen hacer las niñas cuando van a jugar con su muñeca nueva y con la experticia del conocedor, desarmó y rearmó de nuevo la pistola, cargó las tres cacerinas con las municiones y montó el arma.

.- ¿Estás segura que no te falta nada?

.- Si. Segura.

.- Revisa bien la caja.

Pues sí, para sorpresa de la veterana insurgente, al arma le faltaban cuatro piezas poco comunes. Dentro de la caja y para asombro de la muchacha había una cacha anatómica de madera, tipo Nill, un silenciador Steyr con base enroscable al cañón de la pistola, un medidor de distancias Tasco con puntero láser adaptable al guardamonte del arma y un visor telescópico Leuopold de 3 pulgadas con visión nocturna incorporada.

.- Abuelo... ¡Eres un genio!

.- Y tú eres una bella ragazza. Anda, recógelo todo y ve a dormir.

Bianca improvisó una bolsa con su blusa, empujó la puerta de su habitación con las caderas y se despidió de su abuelo con un beso al aire. Iba radiante y presurosa. Con la alegría a flor de piel como la de una niña el día de Navidad. No habían transcurrido quince minutos cuando desde la habitación de la muchacha salió un alarido y luego otro y después comenzó a llamar a don Franco dando voces. Sobresaltado, el anciano salió de su habitación armado con su pistola e irrumpió en el cuarto de Bianca con el arma en ristre y peinando la escena, como en sus buenos tiempos de militar activo, durante las incursiones italianas al Norte de África.

.- Bianca ¿Qué sucede?

.- Acá, abuelo… En la ventana.

.- ¡Apártate de la ventana! Estoy armado. ¿Qué hay allí?

.- Ahí, ahí ¿No la ves?

.- ¿Ver a quién?… ¿Quién está allí?

.- Ven abuelo. Acércate y mírala.

Sin saber a qué se refería la muchacha, don Franco se acercó cautelosamente a la ventana, con la pistola en posición «prevenida» y todo el cuerpo tenso, pero no pudo distinguir nada hasta que Bianca puso frente a sus ojos el tiesto con tierra donde había trasplantado el palito de trinitaria blanca que se trajo de Venezuela.

.-Mira, abuelo. Mírala. Le está saliendo una ramita.

Don Franco aflojó la tensión del momento, se guardó el arma y desencajó los hombros.

.- Bianca… Bianca, figlia mia ¿Todo este escándalo a media noche porque ese palito reverdeció?

.- ¿No lo entiendes, abuelo?

.- No, no lo entiendo y no le encuentro ninguna justificación a tus gritos. Si reverdeció es porque podía hacerlo algún día. Además ¿Qué tiene de especial ese palito en particular?

.- No lo entiendes. Esperé años para verlo reverdecer y sucedió y aquí, lo cual significa que...”

.-…que tenemos que dormir -le atajó don Franco con dulzura, pero con firmeza – Mira hija, estamos cansados. El día ha sido muy duro y en verdad me alegro por ti porque has sido muy perseverante con ese palito espinoso. Sé que te alegra que haya renacido pero ¿No te parece que tus exclamaciones son desproporcionadas? Ahora vas a complacer a tu nonno y te vas a acostar ¿De acuerdo?

.- Si, nonno.

.- ¿No vas a gritar más?

.- No, abuelo, no voy a gritar más - Lo dijo apenada pero inmensamente feliz, metida en la cama y arropada hasta la nariz, como si todavía fuera aquella niña consentida de su nonna Emiliana.

.- ¿Y las buenas noches?

.- Buona note, nonno.

.- Buona note, principessa.

Al salir don Franco se sonrió. Si Lea estuviera viva tal vez le podría explicar el por qué de tanta conmoción por el retoño de un gajito de bungavilia. Adentro quedó Bianca, con el sueño espantado por la emoción, preguntándose en qué consistirá la profecía de este primer presagio de la trinitaria blanca.

A las dos de la madrugada del miércoles K’bar continuaba deambulando por el Trastévere, a contracorriente de la marejada de turistas que desbordan las aceras y se lanzan temerariamente a la calzada de la vía, expuestos a que cualquier conductor romano les arrolle con total impunidad. Observó cómo abunda el comercio de la droga en aquel sector de la capital romana, especialmente en las proximidades de la Iglesia Santa Cecilia, con su claustro en reparación y sus monjas desconfiadas y temerosas. K’bar ya se encontraba próximo al rosedal del Aventino cuando su teléfono, el que recién adquirió, sonó dos veces.

.- El Ebro desemboca en el Atlántico…

.-… como el Sahara en el Indico.

.- ¿Dónde? - preguntó Aytor.

.- Al pie del Aventino ¿Qué has averiguado?

.- Osama soltó a los perros. Definitivamente te quiere muerto ¿Tienes idea a quiénes liquidaste?

.- A tres ratas.

.- Si, pero una de esas ‘ratas’ era su primogénito.

.- ¿El menor de los dos hombres?

.- Correcto. Estamos en un aprieto grave. La situación es complicada y lo mejor será sacarte de allí ahora mismo.

.- Espera. Tenemos que llevarnos al viejo y a la muchacha.

.- Olvídalo.

.- Tenemos que hacerlo. Lo prometí.

.- Mientes. Y sabes que con los perros de Osama tras de ti se reducirán las probabilidades de éxito si te sacamos con lastre.

.- Aún así, no los voy a dejar.

.- Ya te veo.

.- ¿Qué dices?

.- Que ya te estoy viendo. No te muevas. Estoy como a 250 metros de ti y según estoy observando, parece que tienes a un ‘bandido’ escalones arriba. Si, es uno de tus paisanos y si no me equivoco es... A ver... Pues sí, es el mismo que te organizó la seguridad el día de tu boda con May Lin.

.- ¿Dónde? ¿Dónde está ese olvidado de Alá?

.- Tranquilo… Déjamelo a mí. Traje uno de mis juguetes para una situación como ésta.

K’bar ni se movió, guardó su teléfono celular y veinte segundos después el sonido sordo de un cuerpo rodando escalinatas abajo y los gritos de los paseantes le indicaron que el peligro se había disipado y que Aytor traía su arma predilecta: Una carabina De Lisle, calibre 30-06 Springfield, con telescopio ProPoint, visión nocturna y silenciador Stern. El cadáver quedó a cinco metros de sus pies y no le extrañó corroborar la apreciación de Aytor: era una cara conocida, la de Mourad Oussedik, uno de los iraquíes que integran la nueva generación de terroristas y mártires de Osama bin Faden y con quien realizó varias misiones para la O.L.P. en Europa. Fue su asistente preferido en aquel entonces. Un alumno aventajado. Un cadáver hace menos de diez segundos. Bajó las escalinatas cobijado por el tumulto de turistas e instintivamente, siguiendo una línea imaginaria entre la ubicación de Mourad con la de su asesino, caminó hacia los arbustos que rodean el Trastévere y que se abren en abanico alrededor del Monte Aventino. En efecto, cerca de allí estaba cómodamente sentado Aytor en uno de los bancos, con una caja negra con forma de guitarra española. A K’bar le sorprendió que la tuviera abierta y que, en efecto, hubiera una guitarra en su interior. Se sentó en un extremo de la banca, con la pulidísima guitarra y su contenedor negro de por medio y dirigiendo la vista hacia las patrullas y la ambulancia que llegaban con el estrépito de cornetas y el rechinar innecesario de cauchos, le comentó en tifinag y con ironía:

.- De modo que ahora eres músico ¿Dónde escondiste tu juguete?

.- Lo estás viendo - Le respondió el vasco en su idioma materno.

.- No me digas que disparaste con esa guitarra.

.- No -convino Aytor, levantó suavemente el instrumento como quien asume el apresto para tocarla y le señaló la caja de resonancia- Todo lo neceario está aquí adentro.

.- ¡Increíble! ¿Lo está de veras?

.- ¿Lo dudas?

.- No, amigo mío. Te lo creo.

.- Será mejor que te deshagas del que recogiste en tu habitación. Lánzalo por ahí para que lo encuentren y se queden tranquilos por ahora. De todos modos no les servirá porque no es del mismo calibre y al compararlo con las armas de los muertos de esta tarde, no me extraña que lleguen a la conclusión que todo esto se trata de una vendetta entre paisanos.

.- Prefiero conservar las mini Uzi. Además, no son tan voluminosas como tu guitarra.

Los dos se sonrieron y se alejaron de aquellos alrededores caminando lentamente. Correr o escabullirse con prisa era peligroso porque ‘el apuntador’ (así se identificaba al asistente del sicario) identificaría el movimiento de inmediato y los seguiría hasta ubicarles de nuevo, para pasar la novedad a bin Faden y esperar la llegada del siguiente ejecutor. Por eso prefirieron caminar despacio, mezclándose con la riada de personas con rumbo a una tasca o a un ristorante bien concurrido y bullicioso donde podrían planificar en relativa seguridad los próximos pasos a seguir.

Eran las cinco de la madrugada de aquel miércoles de sangre cuando don Franco bajó a la trattoría. Bianca lo sintió descender por las escaleras de madera en medio del sopor de su somnolencia y aquel día que sería tan distinto a todos los demás comenzó engañosamente como siempre: con la bajada de las sillas, con la llegada de Giovannotto, que esta vez venía con el rostro desencajado y ojeroso desde la comisaría policial y el arribo de las cocineras junto con Petronio, el mesonero sobreviviente. A las nueve llegaron dos de los hermanos Undizi. No vestían de negro. No llevaban lentes oscuros. No portaban ninguna flor en el ojal de sus chaquetas americanas. No eran el prototipo del mafioso siciliano popularizado por Mario Puzzo, pero traían consigo una aureola de peligro. Calogero Salvo tragó grueso y palideció al verlos llegar sin siquiera saludarle. Giovannotto quedó petrificado, pero don Franco resolvió la tensión atendiéndoles personalmente como a dos clientes especialísimos y queridos.

.- Buon giorno, cavallieri

.- Buon giorno Franco amicci… Debemos conversar. El padrino Lucca opina que hay muchos detalles que omitiste cuando solicitaste la protección y el trabajo para il marroquino.

.- Allora no.

.- ¡Hablemos ahora! -terció el más grande y joven de los hermanos.

.- Hablaremos más tarde y en otro lugar. - Respondió don Franco- Tengo ahora una entrevista en el Vaticano y debo hallar al hombre que ciertos ineptos que estoy viendo no pudieron proteger ¿Capicci?

La referencia de la entrevista en el Vaticano fue un alarde calculado, pero decirles ‘ineptos’ a los más peligrosos y eficaces matones de la mafia en Roma fue más que una osadía. Sólo quien tuviera poder o acceso al poder político o religioso podría expresarse en esos términos y así lo entendieron Humberto y Carlo Undizi.

.- Va bene, don Franco - convino Humberto, el mayor – pero que sea hoy mismo. Aún así, nosotros también estaremos buscando a tu nieto para asegurarnos que está bien.

Los dos gigantes se levantaron de la mesa sin consumir, pero antes de retirarse de la trattoría pasaron por la mesa de Calogero Salvo y le pusieron tres monedas de a una Lira cada una. El mensaje era claro: le daban tres días de vida.

Apenas despertó, Bianca dirigió la vista hacia su reverdecida trinitaria. Durante la noche, el borde lateral del tallo dejó de crecer como una rama y se transformó en una espina, con la punta verde y púrpura.

.- Una espina -se dijo en silencio- Una espina sólo puede significar sangre y dolor. -y tras ese razonamiento hecho entre sábanas y despertares dio un salto felino que la sacó de la cama y un nombre se le dibujó en los labios:

.- K’bar ¡Coño, K’bar es la clave!

Se bañó y se vistió apresuradamente. Bajó las escaleras a trancos de a tres y se abalanzó hacia las puertas batientes que separan la cocina del comedor. Una voz gruesa la detuvo en seco.

.- Buon giorno, principessa.

.- ¡Abuelo…La trinitaria!

.- Si, ya se que retoñó. Me lo hiciste saber anoche.

.- No… No retoñó.

.- ¿Cómo que no retoñó? Y el escándalo de anoche ¿Por qué fue?”

.- Bueno… Si pero no. Le brotó una espina. Una espina, abuelo ¿Sabes lo que eso significa?

El viejo no quiso polemizar con Bianca de nuevo. Era evidente que ante un mismo suceso tenían apreciaciones y puntos de vista diferentes, a veces enfrentados, como ahora y por eso desvió la conversación. Le informó que tenía una reunión importante y que deseaba su compañía. Le prometió una gira privada por los mejores museos del mundo y ella accedió, más para complacerle que por interés o curiosidad cultural. Pero lo que la terminó de convencer fue el motivo que don Franco tenía para esa visita.

.- Además, me voy a reunir con el prepósito de la Compañía de Jesús en su oficina. Voy a plantearle la situación de K’bar porque si alguien en el mundo tiene un poder más grande y más contundente que el de los terroristas islámicos es la Iglesia Católica. Así que ¿Me acompañarás?

.- Siendo así y si mi presencia cuenta para algo, pues si, ¡Claro que voy! Pero ¿Qué sabes de K’bar? Abuelo, te informo que si no aparece para esta tarde saldré a buscarlo por toda Roma. Y no me mires así. Sabes que lo haré.

El viejo calló. Sabía perfectamente que cuando el amor llega así, de esa manera tan intensa y explosiva, no se tiene culpa alguna. Terminó de dar las órdenes y las indicaciones necesarias en la cocina y tomó a su nieta por el brazo.

.- Ve y alístate, ya es hora de irnos.

.- Pero abuelo, ya estoy más que lista ¿No estoy bien así?

.- No, hija… Vístete más… Menos… eh… No me lo pongas tan difícil Ya sabes… Vístete como si fueras a misa.

.- Ah… La reunión es en un templo ¿A cuál iglesia iremos?

.- A una que queda cerca. ¡Al Vaticano!

.- Veeeerrrrga… ¡Qué molleja! Haberlo dicho desde un principio.

Don Franco no entendió muy bien lo que ella le quiso expresar con lo que le dijo en aquella jerga de español latinoamericano. Lo que sí sabía era que cuando Bianca le hablaba de ese modo, con aquel sonsonete medio cantado tan común en los maracuchos de Venezuela, la muchacha se sentía exultante o sorprendida. Evitó cualquier comentario al margen que pudiera herirla y ya en el piso superior de la tratoría le recordó el detalle de la vestimenta.

.- Ya sabes, hija. Como si fueras a hacer la Primera Comunión.

.- Miarma ¿Y a quién vamos a ver? ¿Al Papa?

.- Más o menos, hija. Más o menos.

Salieron de la trattoría con rumbo a la parada Porta Angélica; los separaban del Estado Vaticano apenas tres bloques de casas y edificios más viejos que don Franco y para orientarse, Bianca volteó hacia la trattoría y divisó en el ventanuco lateral de su habitación el gajito de trinitaria con el espolón púrpura de la espina nueva. Caminaron en silencio, inmersos en el torrente de turistas y visitantes, esquivando los peligrosísimos avances de los vehículos romanos y tomados de la mano arribaron a la inmensa Plaza de San Pedro. Don Franco divisó en la distancia a su amigo, que como él, también estaba atento a su llegada y acompañado. Se saludaron como dos marinos de alta mar, cuyos buques que navegan en la misma derrota pero fue don Franco el que emprendió la ruta del encuentro, remolcando a la muchacha que a duras penas batallaba contra el viento que amenazaba poner a volar en bandolera su livianísimo vestido de algodón; una lucha que se le hacía más difícil porque simultáneamente debía mantener el equilibrio corporal sobre dos tacones altos, mientras sostenía con la otra mano un sombrero primaveral que Lucía le regaló y que completaba su atuendo con un toque de glamur europeo. Parecía una reproducción de la escena de la película ‘Una jornada particular’, en la que Sofía Loren llega a la iglesia del pueblo, jalonada por Marcelo Mastroianni.

Al fin llegaron a las columnatas del Este y después de las presentaciones de rigor, don Franco y el padre Peter se distanciaron prudentemente para conversar en privado, mientras Bianca y su atachè, un monje venezolano, hablaban sobre lo primero que conversan dos venezolanos en el exterior y uno de los pocos temas que podrían tener en común dos seres tan opuestos física y espiritualmente: Ella, una ex guerrillera con porte de Miss Universo. El, un hombre menudo recién ordenado como Capuchino: las «arepas» y las «hallacas», dos de los manjares más típicos y representativos de la gastronomía venezolana. Delante de ellos, don Franco y el padre Peter estaban trenzados en una conversación que evidentemente les apasionaba y en uno de los pocos silencios que se hicieron, los venezolanos alcanzaron a escuchar parte del diálogo entre los dos viejos amigos:

.- Amigo mío, el padre Arrupe gobernó a la Compañía con el ejemplo y concedió una confianza ilimitada a sus colaboradores. A mi manera de ver, esa es una manera de gobernar, si bien más evangélica que la coerción, sin duda más exigente.

.- Y tú ¿Vas a seguir ese método?

Peter Hans Kolvenbach, el sucesor del padre Arrupe como Prepósito de la Compañía de Jesús y amigo de vieja data de don Franco, acusó el golpe de la pregunta con estoicidad, y le respondió después de una inspiración profunda, más por amor y confianza al amigo que por deseo propio. En ese momento caminaban asidos por el brazo frente a las columnatas que rodean la Plaza de San Pedro y que conducen a la Basílica. La nieta de Venezuela, como presentó a Bianca al discretísimo y distante jesuita, se había alejado de ellos y se dirigía hacia los museos, acompañada por el monje venezolano, fray Nélsido, seleccionado para esa actividad de relaciones públicas por el secretario privado del padre Meter, precisamente por ser paisano de la chica. Por un instante casi imperceptible, el ritmo lento y acompasado de los pasos del padre Peter se descompuso, como también se desordenó el cuidadoso peinado de su pelo gris con la brisa primaveral que circula por toda Roma entre mayo y junio y que desconoce las fronteras de los Estados, del mismo modo en que ignora la dignidad de sus habitantes.

.- No. No lo voy a seguir. Al menos no en su totalidad. Cada uno de nosotros tiene un estilo propio y yo desplegaré el mío. En todo caso y a pesar de no haber sido uno de sus colaboradores más próximos, tampoco participé en el conflicto que se incubó aquí, en la Santa Sede, desde su elección en 1965. Siempre me opuse a la odiosa clasificación de Papa Negro que le endilgaron los íntimos de Paulo VI, como también me opongo a ser considerado el brazo ejecutor que El Vaticano necesita para un presunto ‘enderezamiento’ de la Compañía.

.- Pero no me negarás que Su Santidad mostró en varias oportunidades su determinación de abrogar temporalmente la legislación interna de la Compañía para imponer sus puntos de vista.

.- Tal vez sí. Tal vez no, pero esa intromisión de la que hablas fue en otro papado, no en Juan Pablo II. Karol Wöjtyla fue el Papa el menos inquisidor de los últimos 50 años y ahora que tenemos un nuevo Papa, tan próximo en el pensamiento con Juan Pablo, es posible que prosigamos igual.

.- No te voy a discutir ese punto, pero debes reconocer que entre los tres candidatos a suceder al vasco Arrupe, siempre se destacó tu condición de ‘orientalista’. Desde mi punto de vista, además de tus innegables condiciones y méritos personales y espirituales, tu selección durante el primer escrutinio, demostró ser una salida. ¿Jesuítica?

El padre Kolvenbach enrojeció como una quinceañera y detalló de hito en hito a su amigo antes de explotar serenamente, como era su costumbre.

.- Si hubiera imaginado que vendrías para reeditar la discusión de la semana pasada, te hubiese pedido que lo hicieras fuera del Vaticano. Creí que hablaríamos de tu nieta y de su misterioso amigo, pero ya veo que eres un viejo testarudo e insistente y algo imprudente, si me permites la crítica.

.- Tienes razón, amigo mío. Discúlpame si herí de nuevo tus sentimientos. Te aseguro que esa nunca es mi intención y creo que me estoy poniendo cada vez más viejo de lo que supongo, porque hasta yo mismo me sorprendo al oírme refunfuñando a solas, o regañando en vez de conversar amigablemente. Te pido disculpas de nuevo. Y si, vengo a pedirte un favor relacionado con mi nieta y con K’bar, su amigo, el nieto que me endosó nuestro amigo Suleiman-el-Kébir.

.- ¿Suleiman? ¿Te refieres a ‘nuestro’ amigo Suleiman, el marroquí? ¿Dónde está ese viejo tahúr? ¡Qué grata noticia! Hace tiempo que no sé de la vida de ese gigante ¿Lo tienes hospedado en tu trattoría?

.- No, no está conmigo y me temo que en vez de una, te tengo dos noticias desagradables.

Ante el inesperado giro que tomó la conversación, Kolvenbach tomó del brazo al anciano don Franco para proseguir la lenta caminata, pues le pareció que su amigo palideció y temió que desfalleciera allí, a medio arco de las columnatas del Norte, justo bajo la estatua de San Augusto. Le asió fuertemente y ambos se dirigieron hacia las escalinatas. Un silencio igual de breve antecedió a las explicaciones de don Franco:

.- La primera de las malas noticias es que Suleiman desapareció en el erg del Sahara y lo último que se supo de él fue que hace treinta años los traficantes de esclavos de Argelia secuestraron a su único nieto, del que hablaré de seguidas, y tan sólo hallaron los restos del vehículo de Suleiman. Me he enterado por el muchacho en estos días que…

.- Disculpa que te interrumpa, pero ¿Es un hecho? ¿Está muerto o desaparecido?

.- Como lo quieras interpretar es igual. Han pasado treinta años y si viviera ya tendríamos noticias de él, pero ni siquiera un gigante como ese marroquí puede sobrevivir a lo peor del Sahara. A la nada del erg. Y como te venía diciendo, Suleiman me ha endosado a su nieto, de quien te adelanto, ni es cristiano, ni mucho menos un hombre piadoso.

.- No me extraña… Educado por Suleiman debe ser un ‘muslim’ practicante y devoto.

.- Otra vez equivocas el juicio. El muchacho es ¿Podríamos conversar en un lugar más privado?

.- ¿Acá en El Vaticano? Bromeas. Aquí hasta las estatuas tienen vida propia y más de un guijarro del empedrado es una cámara o un micrófono. Ven, acompáñame hasta el Palacio de Gobierno, me cambio la sotana para que continuemos la conversación en el sitio más seguro de toda Roma.

.- ¿Muy lejos?

.- No, pero sé que te agradará.

Los dos viejos amigos se embarcaron en uno de los autopullman de turismo que realizan una circunvalación por el Vaticano y que bordean la basílica de San Pedro por el lado opuesto a la Capilla Sixtina. En menos de siete minutos bajaron frente al Palacio de Gobierno Vaticano y se dirigieron a pie y en silencio hacia el edificio del frente, diagonal con las viejas murallas. Mientras tanto, fray Nélsido y Bianca se internaban dentro de los museos vaticanos en una gira única y absorbente y que hubiera sido aleccionadora para K’bar, quien siempre consideró al cristianismo una secta del judaísmo, idólatra y mercantilista. A los pocos minutos, los dos amigos tomaron un taxi que los llevó hasta la fuente Bernini, en la Piazza Barberini y de allí, a pie, se internaron por la Vía Vittorio Véneto, que sin el lustre ni el bullicio del frenesí romanos de los años cincuenta, todavía es una de las calles más concurridas, y por lo tanto más anónimas para conversar en la ciudad de las siete colinas. A pocos pasos de la piazza y más allá de los hoteles de renombre y del Palazo Ludovisi, una porta rusticana se le dibujó en la pupila a don Franco: es la entrada del viejo ristorante donde de joven practicó el salvaje rito de ‘Il Sotto Forte’ y por cuyas ventanas asomó la delicada figura de la menuda Lea para admirarle y enamorarle.

.- La vejez no viene sola. -pensó calladamente el padre Peter al ver una lágrima de nostalgia en los ojos de su querido y viejo amigo.

Entraron en silencio y se acomodaron en una de las mesas más apartadas de la barra del Café. Enseguida, una hermosa y rotunda mesera romana se les acercó para tomarles el pedido:

.- Dúe grappa, per favore.

Pidió el sacerdote con el tono y el desparpajo típico romano que secundó don Franco y allí mismo prosiguió la conversación interrumpida media hora antes, como si tan sólo hubiesen transcurrido breves instantes:

.- Entonces, el joven es o no es un musulmán, devoto y practicante.

.- Algo más, tal vez peor. Depende de cómo lo mires.

.- ¿Lleva consigo una fatwa?

.- Aún peor. Las ejecuta.

.- ¡Dios santo! ¡Un muyahidín!

.- No. Un soldado.

.- ¿Y te arriesgas a dejar a tu sobrina con un mercenario?

.- Nuevamente te equivocas… Ella no es mi sobrina, es mi sobrina-nieta y él no es un mercenario. Bueno, ahora no lo es.

.- Amigo mío ¿Escuchas lo que dices? Sabes igual que yo que esa gente es fanática, que nunca cambia sino para empeorar. Como prueba ahí tienes a Alí Agka. Convicto y confeso del atentado al Santo Padre hace ya más de 15 años y no sólo que se ha negado a delatar a sus secuaces, sino que tampoco le ha pedido perdón al Papa.

.- ¿Me quieres escuchar primero y juzgarlo después?

Con el silencio del jesuita llegaron las bebidas.

.- Adelante y doy gracias al cielo porque no está viva mi prima Lea. No sé cómo reaccionaría si supiera que tienes bajo tu protección a un terrorista.

.- Ex terrorista. Bebe ahora tú, que mucha falta te hace para que me escuches sin interrupción. Los casi treinta años que te llevo en edad me dan la autoridad suficiente para pedírtelo así.

.- No solamente los años, querido amigo, sino el cariño y la confianza que sabes te profeso. Adelante. Dímelo todo.

Don Franco comenzó su relato de la historia de K’bar de final a principio, vale decir que comenzó con los hechos que desencadenaron su extravío de hace horas en Roma, hasta su rapto en Jemma el Fna, detallando algunos pasajes de aquella atormentada vida y obviando para futuros encuentros, los aspectos más urticantes de sus misiones terroristas. Sin embargo, hizo hincapié y se explayó en las actividades mercenarias de K’bar, no sólo las versiones del marroquí sino también las que completó con sus indagaciones y otras labores de inteligencia que desplegó durante los últimos días de la breve presencia del nieto de Suleiman en Roma. Para cuando don Franco hizo una pausa ya habían transcurrido más de dos horas. La cara sombría y el rostro severo del jesuita no le presagiaron buenos augurios a don Franco, pero se dispuso a someterse a todas sus preguntas, tanto las indagatorias como las de control, así como las tangenciales que sabía de antemano le iba a lanzar su amigo. Para su sorpresa, Peter Kolvenbach se le quedó mirando a los ojos y en silencio. Luego de un largo minuto y de dos sorbos discretos a su tercer grappa inició el interrogatorio. Una investigación que lejos de comenzar como una inquisición la empezó con el manejo de temas puntuales, seleccionados en el instante por el sacerdote de manera aleatoria, como quien intenta atar los cabos de varias situaciones, en escenarios distintos pero con el mismo personaje.

Ya era la una de la tarde y Bianca estaba finalizando la gira cultural por los museos del Vaticano, en compañía de fray Nélsido cuando sintió a sus espaldas el peso de una mirada. Se detuvo un instante para corroborar su ansiedad y entonces agarró al monje por su vestido talar y lo arrastró consigo mientras caminaba hacia un lugar seguro, a trancos largos, casi al trote. En su asombro, fray Nélsido quedó demudado y antes que pudiera articular palabra alguna, sus ojos se desorbitaron al ver que en la otra mano, la dulce y angelical venezolana esgrimía una imponente pistola, salida de no sabía dónde. Entró en pánico y comenzó a reír mientras era remolcado por la chica. Un vistazo fugaz a su rostro y una breve pregunta fueron suficientes.

.- ¿Qué pasa?

.- Nos están siguiendo. Continúa caminando a mi paso porque están muy cerca de nosotros. Pero dime ¿dónde podemos encontrar mucha gente? Tenemos que escondernos dentro de una multitud.

El fraile no atinaba a responder. Sólo reía y reía mientras sus ojos se paseaban de manera histérica entre la pistola y el rostro de Bianca. La pareja dispareja se detuvo por un momento. Bianca ocultó momentáneamente el arma en los pliegues del traje talar del monje y lo sacudió levemente para hacerlo reaccionar.

.- Mírame. ¡Coño, mírame a los ojos y respira hondo! Nos están siguiendo para matarme. Necesito, corrijo, necesitamos ocultarnos dentro de una multitud. Multitud. Gente. Mucha gente. ¡Coño, dime dónde hay verguero de gente. ¡Ahora!

Fray Nélsido paró de reír y reaccionó justo a tiempo.

.- San Pedro. En la Plaza de San Pedro.

.- ¿Lejos de aquí?

.- No. Está al final del corredor, después de la Capilla Sixtina.

.- ¡Vámonos para allá!

De inmediato Bianca extrajo el arma y sin detenerse para apuntar, percutó un primer disparo que detuvo en seco a los dos perseguidores, quienes se ocultaron tras los pilares del extenso pasillo que comunica los museos vaticanos con la Basílica de San Pedro. Fray Nélsido declararía a los funcionarios de Interpol, meses después, que jamás escuchó el disparo que se le atribuyó al arma de Bianca. Ni siquiera recordó que ella apuntó con la pistola a nada ni a nadie. Era tal su estado de pánico que no pudo describirles el tipo de armamento de la terrorista venezolana, por supuesto que tampoco pudo decirles que el arma de Bianca tenía un silenciador.

Arribaron a la Plaza de San Pedro a toda carrera, abriéndose paso entre la multitud a empellones y golpes. Bianca iba adelante. Fray Nélsido atrás, arrastrado por una manga, pálido y sonriente, dando tumbos como un cubilete de cartón arrastrado por un camión desbocado y sin frenos. Vista la Plaza de San Pedro desde un helicóptero que la sobrevolase en ese instante, se podría observar cómo la pareja de venezolanos abría un surco en el mar de gentes, desde la Capilla Sixtina hacia las columnatas. Tras ellos venían dos hombres y tras éstos, la marejada humana se compactaba de nuevo. Bianca les vio venir como a cincuenta metros. Mantenían una distancia prudente pero no les permitía alejarse demasiado e instintivamente se dirigió a las columnatas y mientras se dirigía hacia la protección y el cobijo del amplio pasillo de columnas percibió dos destellos, justo frente a ella. Uno plateado y refulgente que era el reflejo de alguna lente. El segundo, rojizo y gris, el típico resplandor de un fusil. Creyó morir y por alguna razón interpuso su cuerpo al del fraile para salvarle, pero el disparo le pasó a medio metro de su cara y se estrelló en la frente de uno de sus perseguidores, que cayó al suelo de inmediato. Un segundo disparo segó la vida del otro acosador y tras uno de los pilares asomó la figura de K’bar, quien le hizo señas con disimulo para que se acercasen ambos sin correr. Mientras Bianca y fray Nélsido subían por las escalinatas, un corrillo de turistas, religiosos y pasantes se agolpaban en círculo alrededor de los dos cadáveres.

.- ¡Gracias a Dios…Apareciste de la nada! ¿Dónde estabas? Me tenías preocupada.

Los dos se abrazaron tiernamente y celestineados por la sombra del pasillo y guarecidos por las inmensas columnas, K’bar la besó en la boca para contener su alegría y callarla de algún modo.

.- Yo también me alegro de verte. -le respondió el marroquí.

.- ¿Qué está pasando? ¿Quién es él? - Se refería a Aytor – ¿Dónde está nuestro abuelo?

.- No puedo explicártelo ahora pero me tienes que prometer una cosa. Algo esencial para que podamos salir con vida de esto.

.- Está bien ¿Qué es?

La insurgente latinoamericana surgió desde lo más profundo del alma de Bianca. En ese instante reconoció en K’bar a un superior militar y automáticamente se sometió a sus órdenes, del mismo modo que un soldado reconoce y obedece a un Sargento en medio del fragor de una batalla. Fray Nélsido continuaba pálido y sonriente. Aytor Eskerra, que al lado del religioso parecía un Goliat, lo tenía asido por la caperuza del traje y lo bamboleaba en el aire suavemente.

.- ¿Qué hacemos con éste? ¿Lo despachamos ahora y aquí?

.- ¡No! -intervino Bianca, y mirando a K’bar exclamó- Es mi amigo… Viene conmigo.

.- No hay problema… Déjalo ir. - le respondió el marroquí al vasco.

.- ¿Vamos a dejar testigos? No me parece. Es muy riesgoso. Si le tienen aprecio, caminen hacia fuera de la plaza. Prometo que no se enterará cuando le vuele la tapa de los sesos.

.- ¡No! He dicho que es mi amigo y si le tocas un pelo te haré comer tus genitales ¿Lo tienes bien claro? -y dirigiéndose de nuevo a K’bar- ¿Quién es este salvaje con cara de vikingo trasnochado?

.- ¡Se callan los dos! No vamos a discutir aquí. Aytor tiene razón. No podemos dejar testigos. -explicó a la venezolana, haciendo hincapié en la palabra ‘testigos’- Pero por otro lado, ella ha dicho que es su amigo y eso es sagrado. No Aytor, no pongas esa cara. Si ella dice que es su amigo es porque responderá con su vida los disparates que pueda cometer este mequetrefe - y dirigiéndole una poderosa y fulminante mirada a fray Nélsido- Y tú, estás de suerte que ella ponga en juego su vida para salvar la tuya. No nos has visto. No has estado aquí. No la conoces y jamás estuviste con ella, donde sea que hayan estado hoy ¿Me entiendes claramente?

El fraile entró en shock y se desvaneció en los brazos del vasco como una doncella medieval. Los tres quedaron perplejos con la reacción del religioso y a una orden gestual de K’bar, Aytor lo colocó suavemente en el piso, recostado con la espalda contra la pared, mientras Bianca se inclinaba para tomarle el pulso, mirando fieramente al vasco, como una leona que protege a su cachorro.

.- Vamos a dejarlo aquí - le dijo K’bar a Bianca- Y recuerda que siempre serás responsable de lo que haga o diga ¿De acuerdo?

.- De acuerdo -convino la venezolana- Y tú, -le reclamó al vasco- ¡Quítale las manos de encima!. ¿No ves que es un ser inofensivo? Ya tendremos tiempo de conocernos mejor, pero mientras tanto, tú no lo tocas ¿Estamos?

Impactado con la arrogancia y la prepotencia de la venezolana, Aytor sólo atinó a arquear sus excesivamente pobladas cejas y K’bar les apremió.

.- No vamos a discutir ni a generar un conflicto innecesario entre nosotros. No ahora. No aquí ¿Me oyen los dos? Si no te has dado cuenta, Bianca, estamos en medio de un procedimiento de extracción. Para ti y para el abuelo.

.- Comprendido. ¿Me puedes decir por qué, para qué y cuál es el papel de tu ‘amigo’ aquí presente?

.- Si, puedo responder todas esas interrogantes, pero no aquí ni ahora. El es Aytor Eskerra y no es un vikingo trasnochado -no pudo contener la risa de burla para con su amigo del alma. Y dirigiéndose a Aytor- Y ella es Bianca… Si, la misma de la que te he hablado todas estas horas y como puedes observar, no es ninguna sanguijuela suramericana.

Mientras salían de la Plaza de San Pedro, K’bar disfrutó a mares con la cara de sorpresa de sus amigos al saber qué pensaban uno del otro, y no paró de reír burlonamente con las miradas oblicuas que se lanzaban entre sí Aytor y Bianca. Ya en la calzada de la Vía Conciliazione, abordaron el Fiat que alquiló Aytor en el aeropuerto y se dirigieron con rumbo desconocido para Bianca. Quince minutos después, la venezolana no se contuvo y rompió el silencio dentro del vehículo.

.- Ya va. Ya va. ¿Para dónde vamos? ¿Dónde está mi abuelo? ¿Por qué sucedió lo que sucedió en el Vaticano? Vamos K’bar, sabes que me merezco ésas y otras dos docenas de respuestas más.

.- Permite que sea yo quien te las dé, si con eso puedo rehacer la mala imagen que nos tenemos mutuamente.

La intervención de Aytor fue en tono conciliador y luego de una mirada de Bianca a K’bar y de éste a la venezolana, la muchacha accedió secamente.

.- Está bien… Escupe todo lo que tengas que decir, gigante verde.

Mientras los tres se alejaban de la escena del crimen, Radio Vaticano y otras emisoras radiales locales y cadenas de Televisión anunciaban al mundo el asesinato de dos terroristas asociados a la red Al Qaeda en medio de la Plaza de San Pedro. Las autoridades de la Guardia Suiza y los carabineri de Roma acordonaron por dentro y por fuera toda la Santa Sede, mientras el Santo Padre era sacado de sus oficinas, muy contra su voluntad, por un escuadrón anti secuestro, con rumbo desconocido. La Plaza fue evacuada en menos de treinta minutos y por todo el Vaticano piquetes de policías acompañados por perros entrenados ejecutaban una batida fenomenal tras la pista de los asesinos, a quienes consideraban atrincherados en cualquiera de los innumerables pasadizos y oficinas de la Santa Sede. La noticia se esparció por el mundo en cosa de minutos y en toda Roma causó una conmoción por la desinformación inicial. Los primeros boletines de prensa transmitidos informaron sobre un atentado fallido contra el Papa, noticia que fue modificada casi inmediatamente con la versión de un enfrentamiento a tiros entre miembros de bandas narcotraficantes en la Plaza de San Pedro. Pero de seguidas, esta segunda versión también fue desmentida por las autoridades policiales y se filtró la información que vinculaba a los dos iraquíes asesinados con Alí Agka y un comando de mártires musulmanes que pretendía liberarle pero que, según esta última versión de los hechos, fueron interceptados por miembros del Mossad israelí.

En el atiborrado ristorante donde conversaban don Franco y el Padre Peter se hizo un silencio precedido por un murmullo de voces apagadas y todos quedaron atónitos y clavados en sus sillas, mirando las noticias en los televisores de la barra y en los que se hallaban dispersos en las esquinas y paredes del amplio local. Don Franco y el prepósito de la Compañía de Jesús cruzaron una mirada y mencionaron al unísono el mismo nombre: K’bar. Impulsados por un resorte invisible, los dos saltaron de sus sillas, se lanzaron a la carrera hacia la Vía Vittorio Véneto a la caza del primer taxi y como sucede siempre en estos casos, los taxis que a cada instante parece que salen de la nada intentando atropellar a los desprevenidos peatones, desaparecieron de la faz de la tierra y no les quedó más que continuar caminando, a contracorriente del tráfico, con la esperanza de tropezar con uno disponible. Iban caminando asidos por el brazo y a cada paso que daban, podían ver en los televisores de los escaparates de las tiendas, las escenas de la Plaza de San Pedro, transmitidas por todas las cadenas noticiosas. De tanto en tanto, se detenían para mirar las noticias y enterarse de lo que estaba sucediendo por el generador de caracteres al pie de las pantallas, hasta que al fin apareció un taxi disponible. Lo abordaron y cada uno le dio al conductor una dirección diferente.

.- ¡Alla cittá del Vaticano! - ordenó don Franco.

.- ¡A Castell Gandolfo! -replicó Peter Kolvenbach.

.- A Castell Gandolfo habrán levado al Santo Padre en un caso así y es mi deber y obligación estar a su lado. - explicó serenamente el General de la Compañía de Jesús.

.- De acuerdo, pero primero pasamos por Bianca, que debe estar en mi trattoría… ¡Vía Conciliazione, súbito! Dopo, Castell Gandolfo!

La red de telefonía celular colapsó en Roma. Las rutas normales de acceso al Vaticano estaban atestadas de vehículos en largas filas que se iniciaban en la periferia de la Santa Sede por las barricadas y los controles que se montaron inmediatamente después del acordonamiento, pero el conductor del taxi, estimulado con los tres billetes de cien dólares que le hizo olfatear don Franco, lanzó su mini bólido por entre las callejuelas más estrechas e intrincadas de la capital italiana, atravesando patios de casas comunales, pequeñas plazuelas interiores y corredores peatonales hasta desembocar en la ribera Este del río Tíber, a cinco bloques de la trattoría. Bien que se había ganado los trescientos dólares americanos aquel frustrado conductor de Fórmula Uno, porque en menos de veinte minutos los había colocado cerca del Vaticano y se preguntaba mentalmente cuánto le pagarían de allí hasta Castell Gandolfo, pero la ilusión le duró muy poco. El Padre Kolvenbach le dijo se detuviera antes de cruzar el puente y convenció a don Franco para atravesarlo a pie.

.- Llegaremos primero a tu trattoría. Mientras ubicas a tu nieta yo busco mi carro en el Palazzo di Governo y dentro de media hora estamos juntos.

Don Franco asintió en silencio, pagó al conductor los billetes ofrecidos y juntos caminaron lentamente hacia el puente, dejando atrás la vocinglería romana del conductor, quien se quejaba de que la Iglesia le había llevado allí bajo el engaño de un presunto contrato de transportación hasta Castell Gandolfo. Toda aquella perorata aderezada con gesticulaciones, voces al cuello y aceleraciones inútiles al motor del pequeño bólido, mientras los dos ancianos, entre risas y preocupaciones cruzaban el puente y tomaban la Vía Conciliazione, con los ojos puestos en las mesas frente a la Trattoría Da Franco, esperando encontrar a Bianca sentada allí.

Pero la nieta de don Franco ya no estaba en allí. Luego del escape de la Santa Sede, insistió en ir hasta la trattoría antes de salir de Italia junto con Aytor y K’bar, no para despedirse de Lucía ni de Giovannotto, sino para llevarse consigo el objeto más preciado por ella: El tiesto con el gajito de trinitaria blanca, reverdecido con un inmenso espolón de espina verde y grana. Subió a los altos del negocio como siempre, corriendo y a trancos. Tomó el tiesto, lo envolvió tiernamente con un paño y lo metió en un pequeño morral junto con algo de ropa, los dólares, los euros y las acciones que le regaló don Franco la noche anterior. Lloraba. Nunca como ahora le había dado por llorar tanto y se preguntaba mentalmente si aquella fragilidad lagrimal no sería consecuencia de un envejecimiento prematuro. Entre tanto, K’bar la apuraba desde el primer peldaño, escaleras abajo y Aytor hacía otro tanto pero desde la puerta de la trattoría, bajo la mirada sensual e inquisitiva de Lucía a quien el vasco había flechado con su pelo rojizo y ensortijado, su barba de tres días entrecana y gualda, su camisa kaki arrollada a los codos que dejaban a la vista dos poderosos antebrazos, musculosos y extremamente velludos y una inmensa corpulencia que literalmente copaba los dos metros por uno de la entrada del negocio.

.- ¡Por las barbas del Profeta! Bianca, déjalo todo y larguémonos de una vez.

.- Ya va. Ya va. No me apresuréis más de lo necesario.

.- Te lo dije -le rugía Aytor a K’bar desde la puerta- Esto no va a funcionar bien con tanto lastre. ¿Y todavía tenemos que esperar al viejo?

.- ¡Calla! ¡Y tú, apura! -exclamó K’bar a uno y a la otra.

.- ¿Qué sucede aquí? - intervino el menudo y regordete Giovannotto, que había salido de la barra para ver quien obstruía la puerta de acceso de su negocio e increpar al inmenso vasco desde la altura de sus pantalones.

.- ¿Qué haces en la puerta de mi negocio? Vamos, muévete o llamo a los carabineri.

Aytor se inclinó levemente para ver quién le ladraba en los tobillos. Con una de sus gigantescas manos asió por la pechera a Giovannotto y cargándole en vilo acercó su rostro regordete y colorado hacia su cara dura y rectilínea. Le enterró una puñalada con sus ojos que lo petrificó y se lo llevó a K’bar, bamboleándolo en el aire como una marioneta sin hilos.

.- ¿Es éste? -preguntó Aytor en tifinagh.

.- No. No es el que buscamos.

K’bar le respondió al vasco en la lengua de los tuaregs, pidiéndole que pusiera en el piso a un pálido y aterrado Giovannotto, y dirigiéndose en italiano le pidió disculpas en nombre de los dos y le preguntó por don Franco, tratando de impostar en su voz un tono amigable y sereno para insuflarle confianza al viejo, que se derramó sobre una silla con la entrepierna mojada, los ojos desorbitados y el rostro desnudo de color. Jamás se había topado con alguien como Aytor, cuya fortaleza corporal y frialdad en la mirada es capaz de producir un miedo tan profundo e incontrolable como el que experimentó allí. Ni siquiera los hermanos Undizi tal vez tan grandes como Aytor, ni nadie que hubiera conocido en sus sesenta años de vida podían producir un espanto tan escalofriante y paralizador. No tuvo aliento para responderle a K’bar pero le asintió con un leve movimiento de su cabeza. Lucía se les acercó en medio de un orgasmo a la distancia, casi flotando y exultante, y le respondió a K’bar todo lo que le preguntó sin apartar sus ojos del formidable vasco, quien por primera vez se sintió turbado e incómodo por la insistente mirada de la cocinera.

.- Dime dónde está don Franco.

.- Salió desde la mañana, no sabemos dónde estará a esta hora, pero como todos los miércoles, seguro fue a su reunión matinal con el Padre Peter, en El Vaticano.

.- ¿Sabes si regresará pronto? ¿Los llamó por teléfono durante el día?

.- No lo creo. -le respondió Bianca a su lado- Y será mejor que lo busquemos ya.

.- ¡Imposible! -terció Aytor.

.- Entonces olvídense de mí - le respondió Bianca, altiva y retrechera. Si ustedes no pueden, o no quieren, entonces lo buscaré yo misma y me lo llevo lejos de aquí.

.- ¿Van a comenzar de nuevo ustedes dos? -los acalló K’bar- Nos iremos ahora

Aytor le sonrió burlonamente a Bianca-

.- Pero lo buscaremos después

Y Bianca le sacó la lengua al vasco a espaldas del marroquí, en una actitud muy poco femenina pero bastante escolar.

Lucía estaba fascinada. Drogada por el fragor de los acontecimientos y por la belleza brutal y sobrecogedora del gigante de los pirineos. Se fueron sin ella pero le encomendaron decirle a don Franco que lo esperarían en la estación del Metro, en la Vía Ottaviano, a la media noche.

Una hora después llegaron los dos amigos. Don Franco preguntando por Bianca y el Padre Peter por un vaso de agua para calmar la sed que le produjo la intensa caminata desde el otro lado del Tíber hasta la trattoría. Lucía le pormenorizó todos los detalles de lo que había sucedido apenas sesenta minutos antes y en relación con la cita para esa media noche en la estación Ottaviano del Metro, le dijo que ‘los’ esperarían a ‘los tres’, incluyéndose con la secreta esperanza de conquistar al vasco y huir con ellos, como en uno de los finales felices de las novelas rosa a las que era tan adicta.

.- ¿No te dijeron por qué se fueron, cómo se fueron o qué sucedió en El Vaticano?

.- No, pero Bianca estaba muy nerviosa. La vi con los ojos inyectados de sangre y creo que no regresará porque se llevó la maceta de barro con la trinitaria blanca que trajo desde Venezuela.

.- ¿Qué sucedió aquí? ¿Dónde está tu nieta? - intervino el padre Peter Kolvenbach, más sosegado y con el aliento recobrado.

.- Estuvieron aquí hace una hora, más o menos. Me temo que algo tienen que ver ellos con lo sucedido en la Plaza de San Pedro. Espera aquí. Voy a hacer un par de llamadas. No me mires así, sabes que lo tengo que hacer, así que siéntate cómodamente por ahí… Lucía, tráele el periódico al padre Meter. Y tú, no te muevas de aquí. Ya vengo.

Entre tanto, la noticia oficial y medio verdadera dio la vuelta al mundo: Se confirmó que los dos terroristas abaleados en medio de la Plaza de San Pedro integraban una de las falanges de la red Al Qaeda en Italia y que sus matadores lo hicieron con municiones y armamento sofisticado. También se corroboró la teoría de la persecución a partir de las declaraciones de miles de testigos que les vieron perseguir a una pareja, una muchacha joven y un sacerdote, un hecho que agregaba más confusión y misterio al asesinato y que en nada ayudaba a las autoridades pues ambos, muchacha y religioso, desaparecieron de la escena y tan sólo uno de los veinte detectives de la Interpol, el Teniente Smiley, sospechaba levemente, que en algo estaba relacionado aquel fraile a quien consiguieron desmayado en los pasillos de las columnatas del Sur. Pero después de los interrogatorios concluyeron que se había desvanecido como consecuencia de la conmoción y que la persona a quien estaba acompañando en un tour por los museos vaticanos, una sobrina-nieta del prepósito de la Compañía de Jesús, el padre Peter Kolvenbach, la había despedido minutos antes en las escalinatas.

Mientras don Franco hacía sus llamadas desde su oficina y con un teléfono satelital, dos carabineri y un detective de la Interpol se presentaron en la trattoría. Hallaron al General de la Compañía de Jesús sentado solo y lo abordaron sin más preámbulos que un par de «buona sera» a entre dientes.

.- Disculpe si le importuno -rompió el hielo el detective Smiley, un británico cuarentón y con sobrepeso evidente- ¿Es usted el padre Peter Kolvenbach?

.- Correcto. Yo soy. ¿En qué puedo ayudarle?

.- ¿Por casualidad conocerá, de entre tantos sacerdotes, monjes y frailes del Vaticano, a uno llamado Nélsido Chacín?

.- Por supuesto. Es un fraile dominico venezolano que está asignado a la Dirección del Acervo Cultural del Vaticano y forma parte del equipo de religiosos que conducen giras turísticas y privadas por los museos de la Santa Sede. ¿Por qué?

Don Franco les vio conversar desde la puerta batiente de la cocina y se detuvo. Prefirió leer los labios de su cuñado y del policía a la distancia.

.- ¿Sabe quién es la persona con quien el fraile Nélsido estaba de gira, hoy al mediodía?

.- Si, por supuesto. Es la nieta de mi cuñado, Bianca. Acá está su abuelo ¿Desea hablar con él también?

.- Si. ¿Está aquí? ¿Puede llamarlo?

.- Lucía ¡Lucía! Llama a Franco, súbito! –y volteando hacia el voluminoso detective- ¿Hay algún problema con la chica? Pero qué descortesía la mía ¿Me acompaña en la mesa, por favor? Aún no me ha dicho para qué desea contactar a fray Nélsido.

.- Gracias, padre, pero me interesan más sus respuestas que su cortesía.

.- ¿Por qué, mi estimado detective? Sabe quién soy. Sabe dónde está el fraile. Esto no es la fría y distante Londres y yo tengo inmunidad diplomática fuera de los límites de la Santa Sede. Supongo que no es su intención menospreciar a un prelado de Su Santidad con rango ministerial.

Contra su voluntad y contra el escasísimo tiempo que disponía, el detective Smiley se sentó con el padre Kolvenbach, a sabiendas que le estaba haciendo perder tiempo, pero ya había sido advertido sobre el carácter distendido y poco práctico de la mayoría de los prelados y purpurados del Vaticano, así como también de las fatídicas consecuencias para su carrera policial si llegase a importunar o a contradecir a cualquiera de esos religiosos, uno de los cuales tenía ahora frente a sí. De modo que contra su voluntad y sus deseos, despachó a los dos carabineri y se dejó caer pesadamente sobre una de las recias sillas de cedro y nogal para rendirle la pleitesía de su tiempo al sacerdote y hacer quedar lo mejor posible al Gobierno de Su Majestad.

El padre Peter se arrellanó en su silla y de dispuso a hacerle perder el mayor tiempo posible a aquel flemático teniente inglés, con la parsimonia y los rodeos que sólo un jesuita puede desarrollar en cualquier conversación, pero sin darle al interlocutor la oportunidad de pescarle en el intento, y para entrar en el combate de preguntas y repreguntas, comenzó por indagar acerca de su fe religiosa, acentuando su inglés con la entonación galesa y adoptando una actitud de sincera y honesta curiosidad.

.- ¿Me dijo usted que era calvinista?

.- No, su excelencia - el rango se lo recalcó- No le he dado a usted esa información ¿Por qué no nos concentramos en sus actividades durante el día de hoy?

.- ¡Ah, el día de hoy! Ha sido un día muy hermoso ¿No le parece a usted lo mismo?

.- Si, hermoso en verdad. Primaveral para ser exactos. Quizás no tan primaveral para los dos cadáveres que levantamos de la Plaza de San Pedro, que resultaron ser de dos de los chicos de Osama bin Faden, y que según mis deducciones, perseguían a un sacerdote acompañado por una muchacha, que desaparecieron de la escena. Una muchacha y un sacerdote cuyas descripciones hechas por unas tres docenas de testigos se ajustan a ‘su’ sacerdote venezolano y a ‘su’ sobrina-nieta.

.- ¿Le parece a usted? Hay tantas ragazza blancas de pelo negro y tantos sacerdotes jóvenes, bajitos y latinos en el Vaticano que sería una temeridad concluir que específicamente ellos dos, en un mar de cientos de miles, pudieran ser los perseguidos de la Plaza de San Pedro.

.- ¿Y cómo está Su Excelencia tan seguro que, no son ‘específicamente’ ellos los dos perseguidos de la Plaza de San Pedro, dentro de ese ‘mar de cientos de miles’?

.- Por una simple y contundente razón Mr. Watson… Porque para que fray Nélsido fuera uno de los perseguidos tendría que estar acompañado por la mujer que dicen ustedes que le acompañaba, y según todas las noticias y evidencias, a fray Nélsido ustedes lo encontraron solo y sentado en uno de los pasillos de La Columnatta.

.- Sentado no… Desmayado.

.- Da igual si estaba con los ojos abiertos o cerrados. Y para que mi sobrina-nieta fuera la perseguida debió estar en el lugar de los hechos, pero estuvo desde esta mañana conmigo y con su abuelo, mi cuñado, paseando con nosotros por el centro de Roma. Así que aclarada la situación de ambos personajes espero que usted y sus superiores se dediquen de lleno a descubrir quiénes mancillaron la Plaza de San Pedro con esos dos asesinatos y dejen tranquila y en paz a mi sobrina nieta y a mi asistente personal, o me veré en la imperiosa necesidad de elevar una queja formal ante el Ministro Plenipotenciario del Reino Unido ante la Santa Sede, Sir Henry Chesterton III, con quien casualmente cenaré mañana. ¿Alguna otra pregunta?

El Teniente Smiley había enrojecido y en un acto reflejo involuntario se acicalaba el profuso bigote haciéndose molinillos en las puntas, mientras su voluminoso vientre ascendía y descendía al ritmo de su dificultosa respiración. El Padre Peter dio por concluida la conversación y para hacer más incómoda la situación, se levantó del mismo modo que lo hace en su amplia oficina del Vaticano, colocándose de pie detrás del respaldar de la silla y despidiendo a su interlocutor con una sonrisa digna del más hábil de los Tories ingleses.

.- Eres un tahúr más grande que el mismísimo Suleiman el-Kébir. Le dijo a sus espaldas don Franco cuando el detective Smiley salió de la trattoría.

.- Y a partir de ahora, tan mentiroso como él y sus fabulosas historias de los inmouchar del desierto. Si esperabas una ayuda para tu nieta, hela aquí y espero que valga la pena. Creo que le he dado unas 48 horas para que pueda salir de Roma y de Italia sin que la Interpol la detenga. En relación con el marroquí, lo siento. Que se cuide solo como lo ha hecho hasta ahora.

.- ¿Te traerá problemas con la justicia si al develarse toda la verdad se comprueba la participación de Bianca en el asesinato de los dos iraquíes en el Vaticano?

.- Con la de los hombres no, pero con la de Dios ya tengo otra cuenta por saldar.

No muy lejos de allí, los dos terroristas y la insurgente latinoamericana discutían y trazaban un plan de huida, pero bastante lejos de la trattoría, un Osama bin Faden perdía la serenidad y la compostura y su larguirucha figura de faquir se tensaba y se comprimía mientras, incontenible como un león enjaulado, ululaba maldiciones en pashto sobre K’bar, sobre sus amigos y sobre los estúpidos que murieron en el intento de matarle, excluyendo a su primogénito, para quien pedía el reconocimiento de ‘mártir’ del Islam. El pasadizo de las cuevas que le servía de escondite no era suficientemente alto para su estatura, lo cual le obligaba a permanecer ligeramente encorvado, pero era tan espacioso horizontalmente que en el recodo donde se hallaba, le acompañaban 30 de sus más fieles soldados y una dotación de armamento y municiones para todo calibre, desde los populares rifles de asalto Kalashnikov AK-47, hasta morteros de 105 milímetros, obuses para tanques T-62 de fabricación soviética y varias docenas de misiles Katia de mediano alcance alineados unos sobre los otros en un improvisado depósito, en la caverna contigua.

Un destello de inspiración divina le iluminó el alma y la mirada. Detuvo su medrar cadencioso y entró en éxtasis. Serenamente, como poseído por el espíritu del mismísimo Profeta Mahoma, Osama bin Faden se sentó sobre su al-jumbra, cerró sus ojos bordeados con profundas y lúgubres ojeras y todos los presentes guardaron silencio hasta que su líder regresó del trance.

.- Omar, Malik, voy a enviar una declaración al mundo.

Inmediatamente, los dos mercenarios de Al Qaeda corrieron hacia el fondo del refugio y regresaron casi de inmediato con los trípodes, la videocámara, las luces y un pequeño baúl con la utilería para estos casos: Almohadones para el confort del declarante y una tela para ocultar el respaldo.

.- Aselam aleikum y las bendiciones de Allah, bendito sea su nombre para todos los fieles y creyentes del Islam en todo el mundo. Hoy hemos sido bendecidos por Alá, bendito sea su nombre, porque nos ha abierto las puertas del entendimiento para comprender y transmitir a todo su pueblo la verdad sobre el verdadero enemigo de quienes profesamos la Fe única. Ha sido el deseo de Alá, el misericordioso, el único, que el Profeta me hablara junto con el Arcángel Gabriel para señalar los peligros y el camino de la liberación de nuestro pueblo.”

Hizo una breve pausa, inspiró una bocanada del aire caliente y húmedo que se respira en las cuevas de las montañas del Hindu Küs y prosiguió, ahora con menos religiosidad y más pragmatismo político.

.- El imperio de Norteamérica ha sido el gran invasor de nuestros pueblos. Ha sido el demonio que desnuda a sus mujeres y nos droga con sus bebidas negras y su comida rápida. Aún está viva la fatwa contra ese Estado que gobierna y subyuga no sólo al pueblo estadounidense, sino a la humanidad entera. El derribamiento de las torres emblemáticas de su poderío económico fue el comienzo de nuestra liberación y los héroes que las derribaron son los mártires genuinos del Islam. Ahora bien, no hay que menospreciar ni subestimar su capacidad de acción, porque ese es el señuelo del demonio para que los fieles elegidos del Islam bajemos la guardia y sucumbamos a sus terribles designios.

Aunque la religión de Mahoma no puede ser interpretada ni tampoco está agrupada en una entidad específica, Osama bin Faden dio un paso más que audaz en estas declaraciones al asumirse a sí mismo como un Imán, o más aún, un Ayatolá capaz de establecer un contacto directo con el mismísimo profeta. Hasta ahora, sus declaraciones fueron eminentemente políticas, pero como buen ‘integrista’ vuelve la mirada al pasado y desea establecer el viejo ordenamiento a través de una interpretación propia basada en una lectura estricta del Corán, para establecer la Sharia, la ley islámica basada en el texto sagrado, como ley suprema de Estado.

.- Mientras el imperio de Norteamérica pone su sandalia tecnológica sobre Afganistán, Irak y Palestina, engaña a las tribus de Israel con la posibilidad de continuar dominando los territorios ocupados… Mientras su voto se una al suyo en la comunidad internacional de naciones occidentales, los Estados Unidos, validos de su poder económico mundial impulsan en la ONU resoluciones indignantes contra nuestros gobiernos. Mientras eso sucede, continúan los genocidios del estado sionista de Israel contra el noble pueblo palestino y se ignora la resolución por la cual el Estado de Israel está obligado a devolver los territorios ocupados y a desmantelar sus bases militares y sus colonias de civiles de las fronteras con Jordania y la Palestina.

A una señal de Osama, el camarógrafo apagó la video cámara y le fue acercado al delgadísimo líder un hermoso narguillé persa con bordados acolchados en la boquilla, repleto con tabaco y hachís y agua de rosas en la bombilla del filtro. Dio un par de profundas succiones y el pecho se le hundió. Cayó de espaldas y en un instante la droga se irrigó en su torrente sanguíneo y le excitó. Se incorporó a los dos minutos para continuar.

.- Junto a sus mentiras, el gobierno de Norteamérica se pasea por el medio oriente reclutando a ciudadanos de nuestras naciones, gente débil y poco temerosa de Dios, que sucumben a sus ofertas groseras para luchar contra su propia gente. Alerto al pueblo de nuestro profeta Mahoma, que entre nosotros se encuentra el pecado de la traición y un ejemplo de ello es este proscrito de la misericordia de Alá, K’bar el-Kébir, un marroquí criado dentro de nuestras costumbres en el corazón de Marrakech, bajo la sombra amorosa de La Kotoubia en Jemma el-Fna, hijo amado de Suleiman el-Kébir y fiel devoto que fue comprado por un puñado de dólares por el gobierno de los Estados Unidos.

Ante tal declaración y a una seña oportuna de Osama, el bisoño camarógrafo realizó un torpe acercamiento óptico del lente de la cámara a una composición gráfica que esgrimió Osama bin Faden, con varias fotografías de K’bar en distintas épocas de su vida. Unas eran fotografías familiares. Otras, fotogramas tomados de grabaciones de videos aficionados o de cámaras de seguridad bastante borrosos. De seguidas, la voz de Osama, fuera de cámara, continuó:

.- Este olvidado de Alá es quien realiza el trabajo sucio para el Imperio del Dólar. Este es el mercenario que colocó las bombas en el edificio de la Asociación Israelí en Buenos Aires, Argentina, que sirvió de excusa para que los sionistas de Israel mataran a cientos de inocentes palestinos, con las armas nuevas que les vendió la administración estadounidense de Mr. Clinton, el más impuro de todos los impuros, el fornicador de la Casa Blanca, el que le mintió descaradamente a su pueblo cuando fue acusado por sus actos lascivos y que al igual que sus antecesores y los siguientes presidentes que se sientan en La Casa Blanca, secuestran ideológicamente a nuestros jóvenes y niños con el cebo de la Coca Cola, el rock and roll y las hamburguesas y los reclutan y entrenan para no levantar sospecha entre nosotros y luego ejecutar sus propósitos en el triste papel de traidores y mercenarios, como este K’bar el-Kébir.

Una segunda interrupción para dos aspiraciones del tabaco negro y dos inhalaciones de hachís y Osama bin Faden terminó sus declaraciones con la lectura de una fatwa en contra de K’bar. El video fue enviado inmediatamente a la estación Al-Jazhira de Siria, transmitido de inmediato a todo el mundo islámico y de allí a Occidente a través de las cadenas televisivas francesas y españolas.

De acuerdo con el archivo fotográfico mostrado por Osama, K’bar era acusado de tres crímenes y de coparticipar en un magnicidio, hechos específicos e inolvidables para judíos y palestinos y que en su debida oportunidad sirvieron para insuflar el odio entre los dos pueblos porque atizaron de parte y parte respuestas brutales que profundizaron la división entre ambos. El primer grupo de cuatro fotogramas estaba enmarcado con la leyenda «Hebrón 1980» clara asociación de K’bar con el pistolero que mató a seis judíos que regresaban a casa tras haber estado en una sinagoga. El crimen que Osama le imputaba a K’bar en esta primera acusación cobraba relevancia por la importancia religiosa de esta ciudad, también llamada la ciudad de los dos nombres: ‘Hebrón’ para los judíos, que es una derivación de la palabra hebrea haver – amigo- y ‘Al-Halil’ para los palestinos que quiere decir ‘el amado’. Y es que allí, en Hebrón - o Al-Halil- yacen los restos de Abraham, quien engendró de su esclava Agar a Ismael, el padre de los árabes, y de su esposa Sarah a Isaac, patriarca de los judíos.

En el segundo grupo de fotografías se ve a K’bar en un café entregándole un rifle AK-47 al profesor Baruch Arba Goldstein, el colono judío que masacró en febrero de 1994 a 29 palestinos que estaban arrodillados en la mezquita de Kiryat, el santuario de los patriarcas y debajo de estos dos grupos de fotografías, una leyenda en árabe que traduce «El carnicero del Ramadán» y bajo este título, fotografías de K’bar sobre impuestas a otras fotografías que correspondían al asesinato del líder sindical argelino Abdelhak Benhamuda, en el barrio Belcourt de Argelia y junto al cadáver de Abdelhak, una secuencia fotográfica del atentado en Bufarik, a 40 kilómetros al Sur de la capital, donde una bomba provocó 8 muertos y 28 heridos durante el Ramadán del año 1991.

Para completar el collage acusatorio, en la esquina inferior derecha del montaje se colocó una foto, tal vez más destacada que las demás porque Osama la resaltó con un doble recuadro con tinta roja. En ella se ve a un K’bar sin barba, algo grueso, abrazado con un joven, brindado ambos en un innegable ambiente de fiesta familiar. La foto, tomada en 1993, pasaría desapercibida para cualquier occidental, menos para los judíos ortodoxos y los israelitas más contumaces, porque quien abraza y brinda con K’bar en la foto es Yigal Amir el asesino del primer ministro Israelí Yitzhak Rabin.

El video de Osama bin Faden se convirtió en la gran noticia del día a nivel mundial y K’bar en el hombre más buscado por los organismos de seguridad de occidente y por fundamentalistas islámicos de todo el planeta. El rostro de K’bar apareció en la pantalla de 189 noticieros alrededor de todo el mundo y de inmediato se creó una falsa leyenda en torno suyo, leyenda sazonada con falsas informaciones filtradas desde la televisora Al-Jazhira, en las que se presentaba a K’bar como uno de los mercenarios más peligrosos y despiadados del mundo, más sanguinario que ‘Carlos’, el célebre y apresado venezolano Ilich Ramírez Sánchez, tan escurridizo como el mismo Osama bin Faden, un ángel de la muerte que de alguna manera tuvo que ver con el ataque con gas nervioso en el metro de Tokio, las bombas colocadas en el metro de París, y los atentados con carros-bomba en Nueva Delhi, Bombay y Karachi.

Mientras Aytor y K’bar terminaban de planificar el rescate de don Franco y la huida hacia Los Pirineos, Bianca estaba paralizada frente al televisor, en la minúscula sala del Apart-hotel. Llevaba así 7 minutos, tiempo durante el cual la televisora local retransmitió el vídeo de Osama bin Faden. Desde el comedor contiguo la llamaban K’bar y Aytor, con quien -por fin- pudo establecer una relación más madura y más amistosa, pero Bianca perdió el sentido de audición perimetral y todos sus sentidos se concentraron en el televisor y en la noticia. Cuando los dos amigos vinieron a ver por qué Bianca tardaba tanto con el vino y los tres vasos, también quedaron anclados de pie, frente al aparato, con un frío helado recorriéndoles la espalda y sus corazones latiendo a ritmo de atentado. El silencio se apoderó del ambiente de camaradería que reinaba entre los tres apenas minutos antes y luego de la transmisión K’bar tomó el control remoto del aparato y lo apagó.

Bianca le miró de soslayo, con los vasos y la botella de vino aún en sus manos. Aytor se le acercó y con una delicadeza que jamás imaginó existiera en un gigante como aquél, la condujo hasta la mesa, la sentó, le quitó los tres vasos, la botella y en un arranque de suprema dulzura, levó su rostro colocando el índice en su barbilla.

.- Te aseguro que nada de lo que se dijo allí es cierto. Todo eso que vistes no es más que una vileza, un montaje fotográfico, una estrategia mediática para lanzarlo como carroña a los verdaderos perros del terrorismo, con el fin de atraparle o de matarle, que para ellos da lo mismo. K’bar no es un santo, ni un héroe infantil. Ha organizado actividades terroristas en las que hemos participado ambos, pero siempre en defensa del Islam y de su pueblo. Yo, que he estado con él hace más de veinte años, te puedo asegurar la falsedad de esas acusaciones, pero en este momento lo mejor que podemos hacer es no interrogarle para evitar contribuir con su frustración. Si, ahí donde lo ves, aparentemente sereno y confiado, está viviendo su peor infierno: ha sido traicionado por su mentor y entregado a los leones de la opinión pública por ser independiente y no someterse a los designios ni las directrices de Osama bin Faden. Cualquier cosa que desees saber de él en los próximos días, pregúntamela a mí. Juro que no te ocultaré nada, y lo podrás corroborar por ti misma con él luego que estemos a salvo. Por el momento, debe concentrarse en las estrategias y las tácticas del plan de huida para los cuatro. .- ¿Los cuatro? ¿Cuáles cuatro?

.- El anciano de la trattoría es el cuarto pasajero.

.- ¿Qué? ¿El abuelo? No, esto no puede ser. K’bar…

Pero el gigante vasco la detuvo y con una mirada infinitamente triste le suplicó en silencio que desistiera de su reclamo.

.- Déjalo tranquilo por el momento para que lo planifique todo. Necesita estar en absoluto aislamiento las próximas horas, porque antes de la media noche se deben activar los dos operativos.

.- ¿Cuáles operativos?

.- El de nuestra extracción y el de limpieza. Y se deben ejecutar simultáneamente.

.- ¿’Extracción’ ‘limpieza’? Mira ‘catirote’, váis a tener que explicármelo y todo con lujo de detalles, empezando por el por qué son dos operativos y por qué simultáneos, y terminando por el por qué se deben ejecutar antes de la media noche de hoy… ¿O prefieres que le interrumpa las ‘meditaciones’ a nuestro gurú particular?

Para Aytor, el vasco que entre los suyos se jactaba de hablar y pronunciar el castellano tan bien como el francés y su lengua materna, el euskera, escuchar a esta suramericana con sus giros idiomáticos y su pronunciación cantarina y con ciertos aires de castellano antiguo, le producía risa, pero no una risa burlona ni de desdén, sino una alegría franca al comprobar la existencia de formas distintas de decir lo mismo en la misma lengua.

.- Entonces ¿Váis a contármelo todo, o te váis a echar a reír, no sé de qué?

El vasco comenzó a explicarle lo básico, el procedimiento elemental de la extracción y algunas causas que ameritaban la limpieza del lugar. Le habló del cómo y del por qué K’bar decidió retirarse, de los ‘últimos favores’ a los que lo sometió Hamid ben Koufra y de cómo su venganza del sudanés ben Koufra, también conocido como ‘el reclutador’, le había producido indignidad a Osama bin Faden. Le refirió sin mucho detalle la muerte de los tres mercenarios en el palazo Della Columnatta, el lugar protegido al que lo envió su abuelo, don Franco, y le explicó cómo y por qué, a partir de ahora, don Franco era un objetivo para la jihad islámica, razón por la cual se convertía en el cuarto integrante de la extracción.

.- Ahora, con esto que ha lanzado bin Faden los planes tienen que cambiar, pero sin modificar el itinerario, he ahí lo difícil. Las mismas personas, el mismo itinerario pero con otra táctica y la logística a inventarse sobre la marcha. Nunca como antes las estrategias de K’bar habían sido sometidas a una prueba tan rigurosa de efectividad, control y creatividad. Por eso te pido no lo interrumpas. Ahí donde lo ves está procesando más información y en más escenarios simultáneos que la mejor de las computadoras con el más efectivo de los programas.

.- De modo que en este equipo, él es el que piensa la estrategia y tú…

Dejó la incógnita flotando para que fuera más insidiosa, pero el vasco se negó a recogerle el pañuelo de la bofetada y con más paciencia que sarcasmo le respondió:

.-…el que piensa la táctica y el ‘con qué’ se va a ejecutar la estrategia de la misión. Él es el ‘creativo’ y yo el ‘ejecutivo’, somos cara y envés de la misma moneda, música y letra de la misma canción, alfa y omega de un mismo abecedario.

Al ver que el vasco no cayó en el reto de su desplante, Bianca se sintió culpable. Se levantó de su asiento y se fue hasta Aytor para darle un abrazo al gigante.

.- Disculpáme ¿Si? Es que en el fondo, me siento celosa de ti. Cada vez que K’bar habla contigo o de ti me pongo celosa. ¿Sabes? Es que soy un poco posesiva y se me ha metido en la cabeza que ese marroquí es solamente mío.

.- Estás disculpada. -Le respondió el vasco abrazándola por la cintura y mirándola a los ojos, no obstante que él estuviera sentado y ella de pie.

.- ¿Me perdonarás todas las veces que me porte grosera contigo? No creo que sea una buena táctica ni que siempre tenga “el con qué”, pero...

Ambos rieron a gusto. Como dos camaradas, hasta que la risa fue interrumpida por la voz en neutro de K’bar.

.- Siento interrumpir la fiesta, pero ¿Qué les parece si nos ponemos al día con la nueva estrategia?

.- Por mí, encantada.

.- Adelante. ¿Tiene muchos cambios con respecto al plan original?

Y con un estado de ánimo balanceado y los bríos recargados, se enfrascaron en el rediseño de la estrategia para ambos procedimientos, ahora con el aporte fresco y novedoso de Bianca, quien echó mano a sus amplios conocimientos de insurgencia guerrillera para complementar, ampliar y hasta modificar algunos medios tácticos, especialmente en el arte de la retirada, donde sus conocimientos se pusieron de manifiesto con la aplicación las reglas estratégicas de Mao Tsé Tung en la que se preconizaba la táctica de utilizar el potencial revolucionario de las masas campesinas.

.- El asunto es tan sencillo como letal -pontificaba la guerrillera- Si el enemigo avanza, retrocedemos. Si el enemigo retrocede, avanzamos. Si el enemigo duerme, nosotros marchamos y si el enemigo marcha nosotros nos ocultamos.

.- Amiga, eso está bien en la selva suramericana o en las plantaciones de arroz de la china, donde se dispone de espacio y de tiempo, pero en este momento tenemos que actuar rápido y bien. - le corrigió Aytor

.- ’Amigo’ - le replicó irónicamente la venezolana- Si piensas así es porque no me has entendido suficientemente. Permíteme una explicación menos filosófica y más pragmática ¿Qué supones que piensan que haremos nosotros quienes nos persiguen?

.-“No te entiendo ese galimatías, le respondió Aytor ¿Qué estás preguntando?

.- ¡Ay, K’bar! ¿Cómo has podido soportar tantos años a este cabezota?

El marroquí explotó en una sonora carcajada y la cara de incredulidad de su amigo le azuzó más la risa, hasta que el vasco, visiblemente molesto, comenzó a dar de puñetazos sobre la mesa.

.- Está bien. Está bien, amigo mío. No me reiré más, pero eso de llamarte ‘cabezotas?... La verdad es que…

Pero al marroquí le volvió otro ataque de risa, sólo que esta vez, rieron de buena gana los tres. Pasada la euforia colectiva, se sentaron alrededor de la mesa y K’bar redondeó el plan, tomando las ejecutorias de Aytor y adaptándole algunas tácticas de la guerrillera, que serían, sin lugar a dudas, desconcertantes e inesperadas. Al final, los tres quedaron conformes, el plan trazado y tres horas para compartir antes de la medianoche.

Por segundo día consecutivo, la trattoría Da Franco cerró sus puertas antes de las ocho de la tarde, bajo la protesta de clientes habituales y de turistas, especialmente estos últimos, quienes tendrían que alejarse aún más de la Parada Porta Angélica, por la Vía Conciliazione, para continuar la noche romana en Il Fogolar, casi tres bloques más lejos hacia el Oeste, a orillas del río Tíber. Giovannotto no estuvo de acuerdo pero cedió, como siempre, ante las decisiones inconsultas de su socio. Las cocineras se escuchaban parlotear felices por la salida tempranera y desde la acera de la trattoría se escuchaba el fragor de pasos que se alejaban y el estruendo opaco de una ciudad, como Roma, intensa y vibrante especialmente de noche. Cuando la cocina estuvo limpia y recogida y los alimentos convenientemente refrigerados para el otro día, el personal salió a la calle por la entrada de servicio, excepto Lucía, que entró al ristorante y se dirigió hacia la barra donde estaban don Franco y Giovannotto limpiando vasos y acomodando bebidas uno y contando el efectivo y los vouchers de las tarjetas de crédito el otro. Soñó despierta toda la tarde con la posibilidad de integrarse a la aventura de esa noche y volver a ver al gigante de los Pirineos, pero una mirada fulminante de don Franco la paró en seco.

.- ¿Qué haces aquí? Tienes la noche libre. Anda, vete con los demás.

.- Pero… Don Franco ¿No recuerda? K’bar dijo que los tres…

.- Si, si, si, claro que recuerdo lo que dijiste que dijo K’bar, pero ¿Sabes una cosa? No creo que K’bar dijera ‘ex-pre-sa-men-te’ que vinieras. Tal vez le entendiste mal. Ya sabes, es un marroquino que no se expresa muy bien. Así que anda, ve a disfrutar tu noche libre.

A la rotunda cocinera se le cayó el alma al piso. Se le inundaron de lágrimas sus transparentes ojos azules y no teniendo más argumentos que su mentira frente a la negativa del viejo, no dijo más nada y se retiró en silencio, sin despedirse, pero dispuesta a hacer lo que fuera por encontrarse de nuevo con aquel vasco que le había secuestrado el corazón. Mientras cerraba los candados exteriores de la entrada de servicio de la trattoría, recordaba la dirección una y mil veces y planificaba un encuentro romántico y novelesco, con una buena dosis de besos y de sexo como jamás lo tuvo en sus 33 años de insistente soltería y desajustes hormonales. Afuera le esperaban Petronio y Catella para irse de farra al centro de Roma o a la zona cosmopolita de la ciudad en la margen derecha del Tíber, donde podrían tropezarse con todo tipo de personajes, tomar algo en algún club de moda, bailar un poco y tener una noche diferente, lejos de las pailas, las comandas, los platos y las órdenes de Giovannotto, pero Lucía no fue con ellos. Se quejó de fuertes dolores premenstruales y les instó a partir para que se divirtieran en nombre de ella. Hasta hizo algo desacostumbrado: Les paró un taxi y se lo canceló con un billete de cinco mil liras, con tal de quedar sola para ir al encuentro de la aventura de esa noche.

Don Franco terminó de cuadrar la caja, agrupó los billetes separando los euros de los dólares y las libras esterlinas para el depósito en el banco y asentó en una planilla la lista de los vouchers de las tarjetas de crédito para redimirlas al día siguiente. Su socio, molesto pero resignado, terminaba el inventario de licores, vasos y copas en un inusual silencio que no se compaginaba con su conducta conversadora de toda la vida. Con la salida del último cliente se rompió el hielo entre ellos, pero fue don Franco el que inició la conversación.

.- ¿Sabes quién no vino hoy, Giove?

.- Non lo so. No me diste tiempo para recorrer las mesas. -Era su manera de unir una protesta a su comentario.

.- Calogero. Creo que es la primera vez que falta en quince años ¿Habrá enfermado?

.- ¿Enfermo? ¿Acaso no recuerdas el gesto de los hermanos Undizi cuando vinieron la última vez? Creo que debe estar más que enfermo.

.- ¿A qué te refieres?

.- A las tres monedas que le lanzaron sobre la mesa antes de salir de aquí. O está escondido o ya está bajo tierra.

Por primera vez en muchos años, la última palabra fue de Giovannotto y don Franco quedó callado. Guardando un silencio de culpabilidad por haber involucrado a su cliente en el fallido proyecto de protección para K’bar. Si, tal vez su ausencia se debía al miedo, o a que los hermanos Undizi ya le hubieran cobrado su deuda con la vida del amigo. En cualquiera de los casos aquella ausencia no presagiaba nada bueno.

A las 9:59 de la noche cerraron el negocio y a esa misma hora, pero en la margen derecha del Tíber, en la zona residencial, Aytor Eskerra regresaba de la calle con un sobre amarillo y abultado de papeles en una mano, y en la otra una bolsa con cuatro hogazas redondas de pan recién horneado, medio kilo de jamón serrano, otro kilo de queso amarillo rebanado, un frasco grande de aceitunas negras y una cantidad indefinida de chorizo español. Interrumpió un beso ardiente con su llegada y se sonrojó con la incómoda situación, pero fue Bianca la que distendió la tirantez del momento, pues como una quinceañera cualquiera, le saltó encima al recién llegado para averiguar, curiosa y hambrienta, qué traía en la bolsa marrón.

.- Mira todo lo que trajo nuestro ‘gigante verde’ - pero ante el entrecejo apretado del vasco, la venezolana aclaró- No es que seáis verde, es que… Nada, olvídalo. Cuando te vi así, con los brazos cruzados y cargado de paquetes me recordaste a la imagen de marca de unos vegetales que mi nonna solía comprar en De Cándido, allá en mi Maracaibo natal. A ver, ¿Qué nos trajiste?

El vasco le lanzó el sobre de documentos y papeles a K’bar y colocó la bolsa con las viandas sobre la mesa. Dejó que Bianca se encargara de ellas y se acercó a su amigo para conversar de las diligencias que le encargó.

.- Hice lo que me pediste, pero aún sigo sin entender para qué compramos tres tiquetes de avión para cada uno de nosotros, a tres destinos distintos, en líneas diferentes y a la misma hora. Hice las reservaciones y la compra de los boletos en agencias distintas. No hubo problemas con nosotros dos, pero con la chica sí.

.- ¿Qué tipo de problemas?

.- Utilicé su pasaporte en las tres compras. En la primera y en la segunda no hubo novedad, pero en la tercera agencia de viajes reportaron su nombre con una reservación para la misma hora en Swiss Airlane, la que hice yo mismo minutos antes en la otra agencia. Me hice el desentendido y alegué que quizás se trataba de una homónima…

.- ¿Una qué?

.- Ho-mó-ni-ma. Ya sabes, una persona que por coincidencia tiene idéntico nombre que otra.

.- ¿Y qué hiciste? ¿Me cambiaste el nombre? -intervino Bianca desde la coccinelle.

.- No fue necesario. Como en tu pasaporte no se ve nítida la ‘i’ de tu apellido Di Donatto, le alegué a la chica de la agencia que se trataba de la inicial de tu segundo nombre.

.- El cual es… - le completó Bianca.

.- Doménica.

.- ¡Coño! ¿Ahora me llamo Bianca Doménica? Eso no pega ni con cola de zapatero ¿No se te ocurrió otra combinación de nombres más elegante?

Y ante la risa de los dos amigos se vino hasta la sala para arremeter contra el vasco.

.- Mirá, K’bar. Te lo vengo diciendo hace horas. Este carajo es un cabezota. ¡Ponerme Doménica como segundo nombre! Es que no pega. No combina. Ah, ya sé por qué lo hiciste. Te vengaste de mi por llamarte ‘cabezotas’ hace rato ¿Es eso? Anda, contéstame ‘gigante verde’.

Se burlaron de ella como dos adolescentes ante la llegada de una compañerita tímida con espejuelos, y entonces Bianca comprendió que lamentarse por su inédito segundo nombre atizaría la burla y la chacota y se incorporó a ellos con las hogazas de pan abiertas, la charcutería de emergencia que compró Aytor dispuesta en una fuente, con el queso y las aceitunas en el medio y un par de botellas de vino tinto de La Rioja, para rodar el rústico banquete. Comieron con voracidad y en silencio. Tan cerca de la media noche y esa era la primera ingesta del día. Para Bianca fue todo un espectáculo ver comer al vasco una hogaza completa, generosamente rellena, en cuatro mordiscos y tragarse él solo, entre mascada y mascada, una botella de vino.

.- ¡Míralo! -alertó a K’bar con un codazo solidario- ¿Este, come o traga? - y dirigiéndose al vasco- Me hacéis el favor de avisarme cuando andéis hambriento pa’ alejarme de vos. No vaya a ser que con una de esas dentelladas me traguéis sin darte cuenta.”

.- Imposible. - le respondió Aytor con media hogaza en la boca que le abultaba los cachetes- No me gusta ingerir comida chatarra.

Y nuevamente se encendió el pleito colegial, esta vez con una batalla de jamones y chorizos. Pasado el momento de diversión, en el que también participó K’bar contagiado por el talante amistoso de sus compañeros, terminaron la cena y se abocaron al repaso de la estrategia, las tácticas y de la logística disponible.

Don Franco despachó a su socio que se empeñaba en acompañarle a la cita con K’bar. Quedó solo en la acera frente a su trattoría, al lado de uno de los viejos cedros que sembró su amada Lea hace más de 40 años, fumando su décimo cigarrillo del día, una cantidad alarmantemente superior al promedio diario de tres, que fue su límite hasta hoy. Aún faltaban dos horas hasta la media noche y decidió caminar hasta el Tíber, cruzarlo y en la otra ribera tomar el bus de la Ruta 62, que lo dejaría a menos de dos bloques del Apart-Hotel Astoria donde se hospedaba K’bar. Pensaba en Bianca, en los acontecimientos de las últimas sesenta horas y para cuando cruzaba el puente, le pareció que la muchacha tenía razón cuando se alarmó al descubrir el espolón de una espina en el reverdecido tallo de su trinitaria blanca. Su lógica militar y su cultura europea no le facilitaban digerir ni aceptar la asociación de los acontecimientos de las últimas horas con el brote de una espina en un tallo leñoso y renegrido, pero desde la noche de los gritos de Bianca hasta el presente, se habían desencadenado hechos insólitos y en todos ellos, la muerte, el dolor y la aflicción estaban presentes.

.- Una espina, nonno. Una espina ¿Sabes lo que eso significa?

Las palabras de su nieta se reproducían en su mente como un viejo disco de acetato rayado y poco a poco fue aceptando el hecho que tanta casualidad no era posible. Además, ella trajo esa rama desde Suramérica, un sub continente de chamanes y de brujería amazónica, de altares para sacrificios humanos y cabezas reducidas en el Perú, de vudú y de magia negra caribeñas, la tierra nueva de Shangó, Odoshá y de los Babalawos, así que nada tendría de extraño que aquel gajito de trinitaria blanca que trajo convertido en un palito leñoso y renegrido, estuviera lanzándole profecías de dolor y muerte a todos ellos con el brote de su primera espina. Llegó jadeante a la parada de la Ruta 62 y contrastó la hora de llegada del próximo ómnibus con su reloj. Hacía cinco minutos había pasado por allí el penúltimo del día y tendría que esperar 40 más para la llegada del próximo, pero no se preocupó, tenía tiempo de sobra.

Un tiempo del que no disponían los miembros djazaristas del Grupo Islámico Armado G.I.A., creado por militantes extremistas del Frente Islámico de Salvación F.I.S., especialistas en el asesinato por encargo y la toma de rehenes; financiados y entrenados en Kabul por Osama bin Faden. Habían recibido la orden de reemplazar a los dos comandos que fallaron en el intento de asesinar a K’bar en el barrio Eucaliptos, en las afueras de Argelia, apenas ocho horas antes y su misión era la misma, aunque en esta oportunidad, si ellos fracasaban, pagarían con sus vidas y las de sus familiares, desde la de sus abuelos, tíos y primos, hasta la de sus mujeres, hijos y nietos. Pero por otra parte, si tenían éxito y borraban de la faz de la tierra al marroquí más buscado del planeta, la recompensa sería brutalmente generosa para cada uno de ellos: Diez millones de dólares y la posibilidad de seleccionar uno cualquiera de los veinticinco Mercedes Benz blindado, tipo limusina, de la flotilla que el Rey Fahd Ibn ‘Ab Al-‘Aziz recién había donado al Frente Islámico.

A medio día llegaron al aeropuerto Internacional de Fiumicino en Roma y con la información suministrada por Isaac ben Abecasis desde su bunker computarizado en la judería El Melaj, en Tánger, se lanzaron en pos de K’bar y sus amigos. La compra de los tiquetes de avión le permitió a Isaac localizarles rápidamente y las distintas líneas y destinos reservados le alertaron sobre una muy probable táctica de distracción. A las 10 de la noche, hora de Roma, se comunicó, vía teléfono satelital con el jefe de grupo para informar sobre la estrategia del marroquí y tras una rápida y breve consulta con bin Faden, al otro lado del mundo, se decidió tomar por asalto su guarida y eliminarles allí mismo. No haría falta equipo de limpieza. Les arrancarían la piel del rostro, las manos y los pies, requisito imprescindible para cobrar la recompensa ofrecida, les sembrarían drogas duras y con sus armas y una disposición efectiva de los cadáveres las autoridades policiales romanas concluirían que aquellos muertos despellejados estarían relacionados directamente con los muertos calcinados en el palazo della Columnatta dos días atrás. Toda una estratagema para montar un enfrentamiento por drogas y encubrir la verdadera razón del ajusticiamiento.

A las doce menos cuarto, Aytor, Bianca y K’bar estaban listos para salir de Italia con don Franco, en una especie de ‘secuestro light’. No era prudente alertar al anciano sobre la planificación, los detalles ni el por qué de su salida del país, para evitar otra filtración. K’bar había determinado cómo fue descubierta su guarida romana: A través del mesonero gay, a quien los esbirros de Osama aplicaron tormento hasta arrancarle toda la información. Esta vez no cometería el mismo error. Se llevarían al viejo, preferiblemente por las buenas, o en el peor de los casos lo alertarían sobre los peligros a que se enfrentaba en Roma si se quedaba y lo dejarían a su suerte si no cooperaba con su extracción.

A las doce en punto, la recepcionista les anunció la llegada de don Franco y Bianca no esperó órdenes ni sugerencias: de inmediato salió al pasillo con su Pietro Beretta convenientemente oculta en la cintura de su pantalón, tensa y excitada como hace tantos años, con el peligro derramándole dosis elevadas de adrenalina y endorfinas en su corriente sanguínea. Desistió del ascensor y prefirió bajar por las escaleras los tres pisos que la separaban de la Planta Baja y al llegar allí, se abalanzó a los brazos de su nonno y por enésima vez en el día se le aguaron os ojos, pero evitó llorar. No cruzaron sus miradas pero fue el anciano el que inició un breve diálogo, camino del ascensor:

.- ¿Estás bien, hija?

.- Si, nonno. Estoy bien.

.- ¿Y K’bar?

.- Arriba, esperándote. Mira, no me preguntes por qué, pero di que si a todo lo que te ofrezcamos.

.- ¿Por qué, principessa? ¿Qué me van a plantear a estas horas de la noche? ¿Necesitan dinero? ¿Contactos?

.- Calla, calla, por favor. Ya te enterarás, pero dime que dirás que si ¿Eh?

.- Hija ¿Cómo voy a decir ‘si’ a algo que no sé qué es?

.- No importa. Por esta vez, prométeme algo: que confiarás ciegamente en mí, sin saber por qué o para qué. Anda. Te juro que ambos, tú y yo, necesitamos de ese ‘si’ adelantado.

Mientras el vetusto elevador les conducía del segundo al tercer piso, don Franco vio en los ojos de su nieta que el terror había hecho presa de ella y para calmarla de alguna forma, aunque fuera momentáneamente, le dijo que si, que aceptaría todo cuanto K’bar le plantease, pero cuando el ascensor se abrió en el tercer piso, una figura se dibujó a contraluz y sobrecogió el espíritu del anciano.

.- ¿Don Franco? -preguntó la voz de ultratumba

.- Si -respondió Bianca con voz monocorde y de fastidio- Es don Franco, mi abuelo y no tienes que asustarlo así. No temas abuelo, - lo abrazó protectoramente, interponiéndose entre el anciano y el vasco y lo condujo hacia el apartamento, con Aytor a sus espaldas- Es Aytor, el gigante. Yo lo llamo ‘el gigante verde’ y te aseguro que es totalmente inofensivo. Bueno, inofensivo para nosotros. Y recuerda que prometiste decir que sí.

Adentro les esperaba K’bar, a quien don Franco abrazó y bendijo en árabe como si fuera su nieto de verdad, alisándole el cabello y besándolo una, dos y hasta tres veces en los carrillos. Animado por la conversación en su lengua materna, K’bar prosiguió la conversación en árabe.

.- Abuelo, tienes que venir con nosotros. -soltó K’bar sin más preámbulo que los saludos y las bendiciones mutuas iniciales.

Don Franco guardó silencio y se le quedó mirando fijamente a los ojos.

.- Debes saber que quien me quiere muerto es Osama bin Faden y está removiendo cielo y tierra para encontrarme. En el camino matará a todos los que de alguna forma u otra me tengan aprecio o hayan estado relacionados conmigo y la única forma de contrarrestarle es llevando la batalla al territorio que no ha podido llegar en veinticinco años: a las montañas navarras de Los Pirineos, en el País Vasco. Allí tengo una casa que nos cobijará cómodamente, un hijo que se sentirá honrado en decirte abuelo y cientos de personas como este amigo mío, Aytor Eskerra, que darán la vida por nosotros, si fuera necesario. No tenemos tiempo y ya está en marcha otro plan para matarnos en Roma. Disculpa si te coloco en un aprieto, pero debes decidirlo en este momento.

Don Franco los miró a los tres, uno a uno y luego de un breve silencio les dijo que no. Que no, por los momentos, y porque después de 82 años de vida intensa él no se iría de Roma, entre gallos y media noche, abandonando todo por lo que ha luchado y vivido, pero viendo palidecer a Bianca, le prometió:

.- Sin embargo, acepto tu invitación. Se cuidarme solo, mucho más de lo que ustedes tres se cuidan a sí mismos y como se lo prometí a esta principessa, te digo que sí, pero ahora no. A esta hora de hoy, no. Yo también tengo que velar y cuidar a mi gente, como ustedes lo están haciendo. Es una promesa, estaremos juntos en tu país vasco pronto, muy pronto.

Bianca no necesitó que le tradujeran la decisión de su abuelo. La leyó en los ojos de K’bar y de Aytor y se abrazó don Franco como si fuera a despedirse de él para siempre. Sin embargo, don Franco accedió acompañarles hasta el aeropuerto. Con sus contactos en las oficinas de la Interpol y sus relaciones con el Vaticano, podría servirles de ‘cortina’ en la huida que los tres sometieron a su consideración.

.- Me parece bastante simple, bien pensado y audaz. Las tres características del éxito de cualquier plan. Déjenme hacer el papel de ‘campanero’ en el aeropuerto y verán cómo les consigo más de media hora adicional para la huida.

Los dos terroristas sonrieron y aceptaron la propuesta, pero Bianca no estuvo de acuerdo.

.- ¿Y si lo detienen o lo matan los ‘amigotes’ de bin Faden? -le reclamó una airada y molesta Bianca a K’bar.

.- Tranquila, principessa. - terció el anciano - Yo sé lo que hago y ellos saben que nadie puede hacerlo mejor que yo. Ve con ellos y te prometo que pronto me reuniré con ustedes.

Antes de bajar a la calle, dejaron las luces de la sala y la cocina encendidas, el televisor en el canal de películas por cable y prepararon una jarra de café, que ni probaron, para colocar, aquí y allá un par tazas humeantes con la intención de hacerle creer a los intrusos que, en efecto, estaban allí y que su plan sorpresa estaba funcionando. También dejaron correr el agua caliente de la ducha del baño, ropa interior femenina regada en uno de los cuartos y en el otro, totalmente oscuro y con la puerta cerrada por dentro, un bulto como un cuerpo bajo la cobija, simulando a un Aytor durmiente. Salieron por la puerta principal del apart-hotel para encontrarse con Aytor y su vehículo alquilado en la esquina opuesta al Astoria, con las armas en la mano y el plan de huida con todos sus detalles memorizado hasta el cansancio.

Divisaron un carro estacionado a cincuenta metros al Oeste de la entrada del Astoria, con las luces apagadas y el motor funcionando. Otro carro en las mismas condiciones estaba en la calle contigua, una ‘posición-en-V’ de huida clásica que indicaba la presencia de mercenarios de la ortodoxia conservadora y tal vez alguno de ellos era un conocido de K’bar.

K’bar, Bianca y don Franco aguardaron en el lobby del Apart-Hotel mientras Aytor iba al estacionamiento a por el carro alquilado. Sobre la marcha modificaron el plan de huida: Aytor saldría del estacionamiento a máxima velocidad con rumbo al Aeropuerto que está en Ciampino para ‘arrastrar’ a uno de los vehículos, mientras K’bar y Bianca tomarían en una operación comando al segundo carro, eliminarían a su o a los tripulantes y se embarcarían con don Franco para poner rumbo al aeropuerto internacional ‘Leonardo Da Vinci’, en Fiumicino, donde esperarían por Aytor y desarrollarían la segunda parte del plan. Pero no todo lo que se planifica sale bien, por más que se tomen en cuenta las distintas variables que afectan los escenarios y el objetivo final. Ni necesariamente bien, ni siquiera parecido. Eso lo ratificaron esa noche los dos grupos que se enfrentaron.

La huida violenta de Aytor no fue lo que se planificó. Al salir a toda velocidad del estacionamiento, el carro patinó y estrelló su parte trasera con el poste de la esquina, quedando atascado momentáneamente entre el borde de la calzada y la acera. Esto lo aprovechó uno de los equipos mercenarios djazaristas para atropellar el vehículo de Aytor con el suyo, con tal suerte para el vasco que al hacerlo, lo destrabó y entonces comenzó la huida y la persecución, no sin antes un breve intercambio de disparos de parte y parte que dejaron a un peatón tendido en la acera. Inmediatamente, el otro auto arrancó tras ellos, pero al pasar frente al Apart-Hotel, fue literalmente acribillado por K’bar y Bianca y se estrelló justo en la misma esquina donde, instantes previos, se había atascado Aytor.

El primero en acercarse fue K’bar, con la mini Uzi en una mano y la Beretta P92 en la otra. Bianca lo seguía, espalda con espalda, ‘peinando’ el resto de la calle para prevenir y neutralizar cualquier sorpresa adicional, pero don Franco, que en un principio se guareció en el lobby del Apart-Hotel, salió a la calle y la cruzó en diagonal y a un costado de la acera del frente se agachó para ver quién era el inocente que había recibido aquellos disparos. Bianca se alarmó al advertirle en media calle y se acercó corriendo hasta él para sacarlo de la línea de tiro, pero se paralizó al verle acariciar los cabellos de la imprudente Lucía, que había recibido dos tiros mortales, uno en el pecho y otro en el costado izquierdo.

Como pudo lo levantó del suelo y lo arrastró hasta el carro que suponía ya asegurado por K’bar, pero uno de los mercenarios djazaristas, el más joven de la pareja que abalearon, disparó desde la superficie del pavimento y le arrancó a don Franco de las manos con un brutal tiro de su pistola Desert Eagle, calibre 445, que literalmente partió al viejo en dos por la cintura. Bianca reaccionó con un certero disparo en la frente del mercenario y con el rostro paralizado por el terror, se acercó hasta el moribundo, quien sólo atinó a darle la llave de su caja fuerte que colgaba de su cuello y a balbucear una bendición antes de expirar, en medio de un gran charco de sangre.

K’bar sacó el otro cadáver del asiento del conductor del potente BMW y cuando lo puso en marcha, retrocedió para recoger a Bianca y a don Franco, pero solo vio las piernas del anciano en la mitad de la calle. Bajó del auto para ver si la venezolana estaba caída, herida o muerta, pero no la ubicó entre todos los cadáveres y piezas humanas regados por toda la esquina del hotel y cuando se disponía a partir sin ella, dos gritos y un disparo lo detuvieron: Era Bianca, la loca e impredecible guerrillera venezolana que había regresado al Apart-Hotel para recoger el morral olvidado en la sala y el gajito de la trinitaria blanca, que en la carrera sacó del tiesto de barro y tal como hiciera años atrás en las selvas del Vichada, en la selvas orientales de Colombia, lo sacudió y se lo colocó en la oreja izquierda, como le indicó la hermana Rosi cuando capturaron la tanqueta y el armamento al ejército venezolano en la Alta Guajira. K’bar no podía creer lo que estaba viendo. En medio de una operación comando que había comenzado bastante mal, aquella insolente, despreocupada e irresponsable mujer se preocupaba por un viejo morral y una estúpida flor.

Arrancaron suavemente de la escena del crimen y K’bar, desconocedor de la geografía vial romana, decidió aparcar el vehículo baleado cinco kilómetros más adelante, donde se unen la Roma vieja de la zona turística, con las fábricas de la zona industrial del Norte. Borró sus huellas del volante y de las puertas, lanzó la mini Uzi a un contenedor de basura industrial que encontraron en el camino cuando iban a pie y ya habían perdido de vista el carro, cuando sin dirigirle palabra alguna a Bianca, le señaló una plazoleta iluminada, con un grupo de jóvenes de su edad y algunos vehículos de carrera estacionados frente a una pizzería.

.- Debes levantarte al dueño del carro verde ¿Ves bien al vehículo que me refiero?

.- ¿Cómo es eso que debo ‘levantarme’ a un tipo?

.- Calla, escucha con detenimiento y recuerda que debes hacerlo en menos de media hora. Necesitamos ese auto. Específicamente ‘ese’ porque tiene placas de la Unión Europea, es el menos llamativo de todos y porque es verde.

.- ¿Qué tiene de especial que sea verde? ¿Y si el dueño es una mujer?

.- Igual. No me importa que sea hombre o mujer. Le traes hasta este sitio de la carretera. Fíjate: hay huellas de carros que se estacionan aquí mismo. Es evidencia de que este sitio es utilizado para encuentros amorosos.

.- No me has explicado por qué el color verde es importante.

.- No es importante y no tengo que explicártelo -Pero recordó el carácter violento e independentista de la guerrillera venezolana y para suavizar sus palabras le inventó una excusa: .- Es que me gusta el verde. Recuerda que soy musulmán.

.- ¿Sabías que estás más loco que yo? ¿Qué vamos a hacer con el dueño o la dueña?

.- De eso me encargo yo.

Bianca no le contradijo más y marchó ladera abajo trashumándose en su nuevo papel de ragazza terrible. Como cualquiera, se acercó hasta el grupo, habló con algunos, se rió despreocupadamente con otros, aceptó un porro de marihuana de la dueña del carro verde y medio entonada por la droga, y por que de veras le cayó bien la muchacha, le propuso estar juntas un rato. Nada importante, sólo algunos besos y quizás ‘algo más’, que gustosamente le pagaría generosamente si se ponían de acuerdo entre las dos. A la dueña del carro aquello le pareció fantástico. Por primera vez en su vida era ‘levantada’ por otra mujer, así, con desparpajo, pero con clase. Y no se trataba de una chica más o de una lesbiana corriente, era una venezolana, una mujer alta, despampanante y muy hermosa. En el grupo les hicieron corro y hasta le animaron. Total, no se alejaría mucho, tal vez unos cincuenta metros, hasta el aparcadero de los camiones y los dólares que le ponía por delante Bianca bien valían unos cuantos besos y dos o tres apretujones en los senos. En menos de veinte minutos arribó el carro al descampado. Se estacionaron con las luces apagadas y el carro orientado hacia el Tíber, que esa noche parecía mágico y suave, con una pátina azul y plata sobre el oleaje tranquilo de aquella noche primaveral.

Bianca comenzó besándola suavemente en los labios pero antes de meter la mano dentro de su corpiño, sintió que ella se estremeció suavemente y dejó de responderle el beso con su lengua. La mano de K’bar le apartó de ella, ahora un cadáver, con la incisión que el marroquí le aplicó en la base del cráneo con un estilete. Suavemente, como si estuviera dormida, la sacó del carro, la colocó a la vera del camino, se metió a hurtadillas en el asiento que ocupaba la muchacha y puso el vehículo en marcha. Los amigos de Carmen, la audaz chica madrileña del carro verde, se acercaron para espiarlas, pero al ver marchar el carro creyeron haber sido descubiertos por el par de enamoradas y una montaña de recriminaciones fue el coro que acompañó la retirada del carro, hasta que una de las amigas de Carmen descubrió su cadáver y un alarido atravesó el descampado para los camiones, rebotando allende la plaza entre los frontis de las casas. Se dirigieron hacia el Sureste de la ciudad, siguiendo los letreros del Metro para llegar hasta la estación principal del tren que recorre Europa.

El presagio de la espina se había transformado en un baño de sangre que le había abotargado a Bianca el sentido de la realidad y de las circunstancias. Desde el atentado en la Plaza de San Pedro vivía en una alucinación de tensos acechos y largas esperas, seguidos por una vorágine de disparos y muerte. Había surgido desde su más remoto y profundo inconsciente la personalidad, las destrezas y el apresto militar de la Comandante Claudia, ahora dirigida con las órdenes escuetas y precisas del más peligroso y más buscado mercenario del medio oriente. Su melena azabache estaba tejida en una espesa trenza, atornillada en forma de caracol y unida en un moño con el espinoso tallo de la trinitaria blanca, cuyo espolón recién brotado le servía de retenedor. La brisa fresca le limpió el rostro y bebió de ella con una bocanada que se le metió en lo más profundo de sus pulmones. No estaba en ‘su’ selva suramericana pero se sentía cómoda y a gusto. De los siete muertos que dejaba tras de si, sólo uno le pesaba en el alma y le aguarapaba los ojos con una pátina de lágrimas saladas y mal contenidas: su abuelo don Franco. Mientras K’bar conducía hacia el manto de luces titilantes de la autopista, apretaba con su mano derecha la cadena con la llave que le entregara el anciano antes de expirar en sus brazos. De pronto vino a su mente el gigante de los Pirineos y se le quedó viendo a marroquí en silencio.

.- Sé lo que estás pensando, pero no debes preocuparte. Aytor nos encontrará en la estación ferroviaria.

.- De modo que todos esos pasajes aéreos son…

.- Eso mismo: una mascarada. Nos iremos en tren. No podía arriesgar la misión con un embarque aéreo, de modo que hice todas esas conexiones y compré todos esos pasajes para hacerles creer que nos iríamos por el aeropuerto. Para estas horas deben estar esperándonos en la puerta de embarque número seis del Aeropuerto Internacional Leonardo Da Vinci.

.- ¿Se puede saber por qué?

.- ¿Por qué la pregunta?

.- Ya deberías saberlo. No me gusta estar en una misión ‘a ciegas’. Todo lo planificaron Aytor y tú y a mí no me tomaron en cuenta.

.- ¿Algún problema con eso? -le replicó K’bar con ironía.

.- ¿Algún-problema-con-eso? Si, si hay un pequeño pero gran problema: Si voy a exponer mi pellejo quiero saberlo todo. No me gusta que me utilices como un peón de ajedrez. Además, de donde vengo, los camaradas compartimos la información, decidimos entre todos y nos comunicamos todo el procedimiento, para que en cualquier percance, los que sobrevivan no pierdan el objetivo de la misión y la ejecuten a pesar de las adversidades. Ese es el pequeño y gran problema que tengo con ustedes dos: Que vos me consideráis inferior por esa cultura tuya que se empeña en menospreciar a la mujer y que nos relega a un segundo o tercer plano, pero como te habrás dado cuenta, en ‘la chiquita’ soy un combatiente más. Tan efectivo como tú o el gigante este. Así que date por enterado: Sí... Hay un problema aquí y ese problema se llama desinformación. ¿Capicci?

El marroquí quedó abrumado con la respuesta de la venezolana. Era una respuesta que no se esperaba, porque desde siempre se acostumbró al silencio de las mujeres cuando el hombre las replicaba con una pregunta. Pero esta mujer era culturalmente diferente y desde el fondo de su corazón le daba la razón, porque si hubiera sido un hombre la hubieran involucrado en la planificación de aquella misión. Pero no. Era una mujer y automáticamente la relegaron. No fue un acto consciente ni premeditado. Fue una inocentada. Olvidaron que aquella mujer tiene la intrepidez de un muyahidín, la valentía de un mártir y el coraje de un tuareg. Secretamente, desde su silencio, le dio la razón y le explicó el por qué los estarían esperando en la puerta de embarque número seis, del Aeropuerto Internacional Leonardo Da Vinci, en Roma:

.- Por tres razones fundamentales, mi querida ‘amiga’ … Primero, porque por esa puerta embarca el vuelo 756 de British Airways, con escala en Frankfurt y destino final en Kuala Lumpur, la capital del reino de Malasia, el país musulmán no chiíta más alejado de Europa y con quien la comunidad europea no tiene tratado de extradición. Segundo, porque es el último de todos los vuelos en los que Aytor reservó y compró pasajes para cada uno de nosotros. Y tercero, porque es el único vuelo donde se reservó para los tres, con nombres falsos y con asientos contiguos en primera clase, mientras que en las reservaciones anteriores viajaríamos con nuestros nombres auténticos, en clase económica, en vuelos separados y por líneas diferentes a ciudades distintas, pero con conexiones a un destino común: Estambul. ¿Ahora te das cuenta del por qué los esbirros de Osama bin Faden y todos los miembros de la Interpol y del Mossad nos estarán esperando en la puerta de embarque número seis, del Aeropuerto Leonardo Da Vinci?

La guerrillera venezolana calló. Se sintió como una novata en su primera misión: Incapaz de concentrarse en el trabajo de equipo y dudando de la capacidad y la experticia de sus compañeros. Pero el silencio no duró más de treinta segundos.

.- Si nos vamos por tren, supongo que Aytor está enterado y ya nos estará esperando allí.

.- Si, lo sabe. Imagino que habrá despachado a los otros dos ‘amiguitos’ que lo siguieron y que lo encontraremos en la estación.

Era imprescindible para el éxito de la huida que no hubiera más muertos. La estela de cadáveres que dejaban tras de sí les delataba ante los perspicaces ojos de bin Faden y el olfato de los agentes del Mossad israelí. El baño de sangre estaba pronto a terminar, pero lo que no intuía K’bar es que involucraba a su mejor amigo. Sabiéndose perseguido, Aytor condujo velozmente hasta el otro aeropuerto y ya en el playón del estacionamiento se preparó para el enfrentamiento. Llevaba consigo la guitarra, dentro de la cual estaba oculta la carabina monotiro De Lisle calibre .30-06 Springfield, con telescopio ProPoint y visión nocturna, además del silenciador Stern. Sin embargo eran dos sus perseguidores, de modo que tendría que acertar con el primer disparo al primero de los dos que saliera del carro, recargar el arma inmediatamente y eliminar al segundo oponente, o se vería expuesto al poderío de fuego de las pistolas Glock de 18 tiros 9mm. Condujo hasta la última fila del estacionamiento y escondió su auto detrás de los ómnibus de turismo de dos pisos. Sus perseguidores se detuvieron a menos de cincuenta metros y tuvo el tiempo necesario para sacar el arma, apuntar hacia el parabrisas del carro y efectuar el primer disparo.

Una fracción de segundo después, mientras introducía el otro proyectil escuchó la primera ráfaga de seis tiros que impactaron la banda lateral del ómnibus. No le alcanzó el tiempo y al divisar hacia el carro vio un hilillo de sangre que se deslizaba desde el interior por la puerta del copiloto y la puerta del conductor abierta. Ahora vendría lo peor. Cazar o ser cazado y en circunstancias como ésta, la corpulencia y la lentitud obraban en su contra, así que se parapetó entre los buses, dispuesto a dar su vida por el amigo marroquí y la guerrillera venezolana, pero con el objetivo de llevarse consigo a su oponente. Entonces vino la expectación, la tensa y desequilibrante espera. Junto con la expectativa le sobrevino una somnolencia inesperada. Estaba cogido. Tenía un tiro en su cuerpo que no pudo identificar por el dolor sino por el calor de la sangre que se le escapaba como una ría desde el bajo vientre. Se supo muerto en vida, detuvo cuanto pudo la salida de sus intestinos y se colocó boca abajo, en el pavimento, rogando a Dios por un hálito de vida suficiente para esperar a su matador y liquidarle en cuando voltease su cuerpo. Diez minutos después el mercenario sobreviviente se le acercaba con extrema prudencia, sin dejar de apuntarle, a pesar que el inmenso charco de sangre que derramaba el vasco por la herida cubría ya una buena extensión del pavimento. Aún así, cuando le tuvo indefenso y boca abajo, a menos de dos metros, le disparó a quemarropa. Le apuntó a la cabeza, pero el tiro le destrozó el omóplato y el músculo esternocleidomastoideo izquierdos. Un tiro de gracia necesario ante la corpulencia del vasco pero que no fue suficiente para eliminarlo pues al voltear el cuerpo sólo atinó a ver el fogonazo que salió por la bocacha de la carabina de Aytor.

K’bar y Bianca llegaron a la estación central de trenes de Roma justo cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada y los noticieros locales e internacionales daban cuenta de la matanza en el Apart Hotel Astoria. Un periodista de la cadena televisiva R.A.I. International, entrevistaba a Sirob Forlak ex comandante de la Polizei de Frankfurt y experto antiterrorista, cuando declaraba que los sangrientos acontecimientos sucedidos apenas dos horas antes tenían, a su juicio, relación directa con los dos asesinatos en la Plaza de San Pedro, diez horas antes de este incidente. K’bar se quejaba a entre dientes por el retraso, pues el último tren español, el AVE Madrid, había salido apenas quince minutos antes y la espaciosa estación estaba semidesértica, nada bueno para quienes desean pasar inadvertidos. Habían dejado el auto verde a cinco cuadras, en el estacionamiento de un Mall de la cadena italiana Sambil recién inaugurado y desde allí había tomado un taxi hasta la estación. Aytor no aparecía y mientras K’bar se dirigía al baño de caballeros para aplicarse los afeites, los implantes capilares y los faciales que transformarían su porte de moro marroquí en un caucásico y recio marinero ucraniano de Bakú, en la costa Oeste del Mar Caspio, Bianca compraba tres tiquetes para el tren Simplon Express con destino a Turín, para de allí hacer la conexión con Lyon a través de la red Nacional de Ferrocarriles Franceses y luego embarcar en el AVE español que hace el recorrido de retorno Londres – París – Toulouse – Madrid. Desembarcar en Toulouse y contactar a Cao Cao para el trayecto final a Bayona, desde donde emprenderían el ascenso hacia las escarpadas y magníficas montañas de Los Pirineos.

Mientras aguardaba por K’bar, un extraño se sentó al lado de Bianca. Le ignoró olímpicamente, hasta que advirtió con extrañeza que aquel hombre de fornidos brazos cubiertos por una fina capa de vellos dorados, de pelo rubio y de agradables facciones calzaba unos zapatos demasiado finos para su tosca vestimenta. Unos zapatos de piel de cabritilla que no concordaban con sus pantalones de paño barato ni con su chaqueta de piel. Una alarma se le encendió pues imaginó que podría tratarse de un agente del Mossad disfrazado de marino nórdico y cuando decidió alejarse de aquel extraño, una voz inconfundible le paralizó. Era la voz de K’bar que salía de los labios de aquel hombre:

.- Creo que así no me reconocerán ¿Qué te parece?

Bianca palideció pero instantáneamente recobró el aliento. Lo detalló de pies a cabeza y hasta se acercó indiscretamente para ver cómo se había transformado.

.- ¡Coño, K’bar, eres un genio! ¿Cómo lo hiciste?

.- Si te asombra mi apariencia, tienes que esperar para oírme hablar inglés con acento ucraniano. ¿No está mal, eh?

No. No estaba nada mal. La transformación era total. Aún así, Bianca le dijo que lo que le llamó la atención fueron sus zapatos. Demasiado finos y elegantes para la vestimenta. Entonces, K’bar se paró, fue hasta la salida Sur de la estación, donde los mendigos se reúnen a la espera de la entrega de las sobras de los restaurantes de comida rápida del lugar, y le intercambió sus costosos zapatos Rossi a un viejo que casualmente calzaba un par de raídas botas de cuero de foca y suela de goma de su misma talla, como las que usan los pescadores septentrionales. Resuelto el detalle del atuendo regresó al banco donde le esperaba Bianca. Diez minutos después, los altavoces anunciaron a los pasajeros la llegada del último tren y ambos se acercaron hasta la zona de embarque, con sus tickets y sus documentos de información a mano. Iban separados para evitar les arrestasen juntos y para que una vez capturado uno, el otro pudiera escapar. Lentamente, el grupo de pasajeros entró y al cerrarse las puertas se dirigieron a sus puestos en cabinas separadas. Para Bianca fue como si una oleada de paz y tranquilidad la arropase. Para K’bar, la oleada fue de tristeza. Por primera vez en veinte años Aytor fallaba en un encuentro y eso sólo podía pasar por alguna causa de fuerza mayor. Le imaginaba herido. Le imaginaba preso. Le imaginaba retenido en alguna tranca del inexplicable y obtuso tránsito romano pero se resistía a imaginar, ni tan siquiera a considerar que estuviera muerto. Eso no se lo aceptaba pensar porque para K’bar, un hombre como Aytor Eskerra no puede morir en una estúpida persecución.

El amanecer que se filtró por la hendija del cortinaje tenía el especialísimo dorado de los amaneceres primaverales de Firenze, cargado de infinidad de esporas que fungían como micro filtros que le dan al aire un re luz distinto y maravilloso. Junto con las angustias por el amigo extraviado, habían dispersado en Roma todo vestigio de huellas que les comprometiese la huida. El auto verde robado ya habría explotado con el remanente de C-4 que le quedaba a K’bar, incendiando las evidencias y las armas utilizadas hasta entonces, que el marroquí depositó totalmente desmontadas dentro del tanque de gasolina, en cuya boca de llenado colocó el explosivo plástico y el mecanismo de relojería con tres horas y media de lapso para detonar la carga. Después de Firenze el tren paró en Verona y pasado el mediodía cruzó la frontera italiana con Austria y se detuvo en Liechtenstein para el primer control formal de documentos. Una veintena de oficiales austríacos, de sonrisa cinematográfica y un hermoso color dorado en la piel revisó todo el tren, constatando al azar la identificación de unos pocos y chequeando en otros que la ruta marcada en el tiquete de abordo estuviera correcta y contemplara esa parada. En el vagón seis, Bianca fue de las seleccionadas por uno de los oficiales para el chequeo de la boletería, mientras que K’bar, ahora cobijado tras su falsa identificación como Leonid Jmelnitski, no fue molestado, tal vez por la fama de pendencieros y rebeldes que tenían los marineros ucranianos en todo el Sur de Europa, o quizás porque aquel apestoso marino no levantó sospecha alguna en las autoridades italianas, allá en Roma. El caso es que la simpática oficial de la policía austríaca, la Sargento Helga Kokoschka, pasó por alto al tosco ucraniano de sucia cabellera color miel y seleccionó para el chequeo de los documentos a una gitana española, a quien hizo bajar del tren bajo un escándalo mayúsculo de palabrotas y manoteos que en nada turbaron al indiferente K’bar en su rol de marinero.

A las cinco menos cuarto, K’bar y Bianca se encontraron en el vagón-comedor del tren expreso. El estaba sentado en una de las mesas, saboreando una copa de Udmurtia, un fortísimo licor blanco que se fabrica en Sebastopol y que es muy difundido en toda la colonia de pescadores en la península de Crimea y en el estrecho del Kerch, al Sur de Ucrania. Ella prefirió sentarse en la barra, coquetear un poco con el barman español y disfrutar del viaje mientras dejaba perder la mirada por el soberbio paisaje austríaco que divisaba a través de los amplios ventanales del vagón-comedor. Por momentos extrañó el bamboleo típico y el ronroneo de las ruedas metálicas sobre los rieles, pero inmediatamente recordó que viajaba en el AVE español, uno de los trenes supersónicos más modernos y silenciosos de toda Europa. K’bar se acercó a la barra y en un inglés terrible, con la lengua enrevesada por los efectos de la bebida alcohólica, le pidió al barman otro Udmurtia doble y se quejó del mal servicio. Un guiño a Bianca fue más que suficiente para que la venezolana estuviera alerta.

.- ¿Esto es un Udmurtia doble? Tendré que quejarme con tu supervisor - Fue la protesta de K’bar, en el papel del marinero ucraniano Leonid Jmelnitski, en viaje de vacaciones estivales hacia Alemania.

Aprovechó que el barman se volteó para tomar la botella y completarle el trago, para pasarle a Bianca un papel que le lanzó a los pies. Completada la ración, se devolvió a la mesa, tropezando por la borrachera fingida, mientras Bianca, papel en mano, le lanzó una sonrisa al barman para burlarse del insolente ucraniano.

.- Ellos son la bazofia del continente. Te aconsejo que ni te le acerque. Lo peor de lo peor es un marinero ucraniano. En mala hora se vino a caer la famosa cortina de hierro que los confinaba al cubil de donde nunca debieron salir. Pero no vamos a perder nuestro tiempo hablando de ese borracho ¿verdad? A ver ¿De dónde sois?

Si un barman como aquel, que además de locuaz conocía al dedillo las características más sobresalientes de los pasajeros se había tragado el disfraz de K’bar, seguramente el marroquí no tendría problemas con ninguna autoridad europea. Y eso la tranquilizó. En cambio ella, que viajaba con nombre impostado por primera vez por Europa, se sentía insegura y tan sólo la presencia de K’bar la tranquilizaba. Simuló necesidad de ir al baño, preguntó al madrileño por el retrete para damas y allí leyó la nota que le lanzara el marroquí minutos antes.

Si te arreglas el pelo notarás una sorpresa

Inmediatamente se miró en el espejo. Nada. No vio nada. Su pelo continuaba tejido en trenza y mientras no encontrara un baño decente y el tiempo suficiente, no se lo iba a soltar, porque para ello necesitaría lavárselo. Siguió mirándose al espejo. ¿Será que K’bar le descubrió alguna cana? ¡No! Eso no podía ser. Sin embargo se hurgó la capa de pelos en la frente y en las sienes, pero nada. Su pelo estaba tan renegrido como siempre. Entonces, en contra de su coquetería femenina que le imponía esperar por una mejor oportunidad para deshacer la trenza, decidió soltarse el moño para rehacerse la crizneja y al colocar sobre el lavamanos el gajito de la trinitaria blanca con el espolón que le sirvió de gancho, notó que un brote asomaba entre el tallo y el espolón de la espina. Las raíces del tallo estaban resecas. El tallo mismo era más nudoso que de costumbre. El espolón de la espina había perdido el color carmesí en la punta y se había vuelto amarillo, pero aún así y contra todo pronóstico, el gajito de aquella trinitaria blanca comenzó a reverdecer tímidamente.

Creyó que se trataba de un celaje. De un espejismo cruel. Pero no. Por fin el gajito de la trinitaria blanca estaba reverdeciendo. Sacó la cuenta mentalmente del tiempo transcurrido desde que perdió todas sus hojas en las selvas del Vichada hasta el presente, pero la emoción le restaba la serenidad necesaria para aquella simple operación matemática. De tanto ver y detallar el brote no lo veía con nitidez y entonces se dio cuenta que estaba llorando. Por primera vez en mucho tiempo vino a su mente la imagen de Rosa, la monja del convento en la Alta Guajira de la Península Colombo venezolana y las palabras que tanto la perturbaron en aquel entonces, ahora le encontraba sentido.

.- Úsala siempre con cariño y ella te perfumará con amor, pero cuando se seque, tendrás que esperar 33 meses por los tres presagios que te dará. Cada uno de ellos marcará tu vida para siempre y entonces volverá a reverdecer para que tú, algún día, tomes de ella un gajito y se lo entregues a un ser querido, con el mismo amor con que te lo he entregado yo a ti y con la promesa de tres vaticinios que sellarán su destino, del mismo modo que los tres augurios de este racimo han de sellar el tuyo.

Dos toques a la puerta del lavabo le sustrajeron de sus pensamientos. Habían pasado más de veinte minutos desde que se vino desde la barra y el barman ya se estaba preocupando por ella. No porque le estuviera pasando nada ni porque se sintiera mal, sino porque temía que aquella hermosa mujer fuera una yonqui drogándose en el baño. Al último que capturaron mientras estaba de guardia en la barra lo bajaron en la estación siguiente y a él lo amenazaron con ponerlo de patitas en la calle por no detectarles a tiempo. No iba a permitir que sucediera de nuevo. Al menos no ahora.

.- A ver, niña ¿Se puede saber qué os pasa? Lleváis casi media hora ahí metida y si os sentís mal decídmelo, que llamo al médico de inmediato.

.- Tranquilo… Gracias por preocuparte. No me siento mal. -Y para calmarle, Bianca abrió la puerta- ¿Algún problema?

El veterano dependiente se fijó de inmediato en sus brazos en busca de señales de pinchazos. Luego enterró sus ojazos negros en los verde aqua de Bianca, pero tampoco vio señales de drogadicción. Ni siquiera el tic nasal de los que inhalan coca o queman crack. La repasó de arriba abajo y entonces se dio cuenta del cambio.

.- ¡Joder! ¡Pero es que tenéis un pelo hermosísimo!

Bianca se sonrojó e inmediatamente se dispuso a arrollarse el pelo en una crizneja, pero una caricia tierna y suave en su rostro le paralizó. Tal vez el acercamiento hubiera llegado a algo más que un inocente mimo, de no ser por la presencia inoportuna y beligerante del marinero ucraniano que se interpuso entre ambos al pasar hacia el retrete de caballeros. La magia del momento se esfumó y el coctelero se disculpó por su atrevimiento con Bianca y se dirigió hacia la barra. Otros clientes le esperaban. Sin embargo tuvo para con la venezolana unas breves y gentiles palabras.

.- Disculpa, el trabajo me llama. Y no olvides tu peineta.

Bianca volteó hacia el lavabo y tomó el gajito de la trinitaria blanca, con la espina y el brote. Camino hacia la barra se sacudió el pelo permitiéndole flotar y caer suavemente sobre sus hombros y se la colocó en la oreja izquierda. Tras ella, K’bar carraspeó la garganta, le hizo voltear la cara y le lanzó otro guiño que ella no supo descifrar.

Antes del anochecer habían atravesado dos fronteras nacionales y llegaron a la estación de Lyon. El rostro transmutado de K’bar se tensó bajo los implantes pues sabía que las autoridades francesas eran muy estrictas en el cotejo de las identificaciones, especialmente allí, en Lyon, donde está una de las refinerías de petróleo más importantes del país galo y es un primordial nudo de comunicaciones para la comunidad europea, con un puerto fluvial en el río Saona, aeropuertos nacionales e internacionales y la más grande y variada zona industrial de Francia. Decidió conversar con Bianca en privado para extremar las medidas de seguridad.

.- Al bajar presenta tu documentación con insolencia y desparpajo. No debes sonreír ni comportarte demasiado cortés, porque esa es una conducta poco común en las personas de tu edad. Al descender te diriges inmediatamente al nivel del subterráneo 3 y te embarcas en el AVE después de mí. No antes ¿Comprendido?

.- Si, pero… ¿Por qué?

.- Ahora sí que no hay tiempo para explicaciones. Haz lo que te digo y ten en cuenta que es fundamental - y recordando el incidente que tuvo con ella a propósito de los acontecimientos en Roma, le aclaró – Te prometo que en cuanto tengamos el tiempo y el lugar convenientes, te lo explico todo y discutimos los siguientes pasos ¿Capicci?

El ‘reforzamiento’ de la promesa en italiano, con la misma palabra que utilizó Bianca en su último reclamo tenía un doble propósito: decirle que la última vez que ella la utilizó a él no le gustó y recordarle Roma, con todos los acontecimientos que se sucedieron allá, en los que él la dirigió... ¡Eficazmente!

A esa misma hora les esperaba Cao Cao en la estación de Toulouse. Ya sabía de la desaparición de Aytor y aunque se alarmó, una voz desde su interior le dijo que preocuparse no serviría de nada. Manejó desde Madrid todo el día anterior y las diez horas de éste y estaba verdaderamente agotada, más por las intranquilidades y las angustias vividas en las últimas setenta y dos horas que por cansancio físico. Aún así, decidió recorrer a pie los alrededores de la estación. Caminar la desembarazaría de la tensión, tenía tiempo suficiente y en verdad que muy dentro de sí deseaba conocer la ciudad que tanto mencionó a sus alumnos de la escuela rural en Hou Phanh, en las montañas de Laos, durante sus clases de historia y geografía universal, bajo un torrente de lluvia monzónica y apoyada con unas magníficas láminas multicolores estampadas en China, que en nada se comparaban con la majestuosidad de la realidad que se le aventaba a sus ojos rasgados, como esta Toulouse que contrastaba sus magníficas edificaciones históricas románicas con la industria aeronáutica; la «Tolosa» galorromana con calles que aún mantienen el empedrado que construyó Servilius Cepión en el siglo 100 a. de C. y sobre las que la modernidad construyó una de las universidades más importantes del mundo, en 1929. Al igual que K’bar, Cao Cao se sintió siempre intrigada por la arquitectura exuberante y la adoración de imágenes de los templos cristianos. La idea de una religión monoteísta que simultáneamente adorara imágenes sorprendía a la maestra de escuela y avivaba la curiosidad de la especialista que poseía dos postgrados, en Historia y Geografía Universal, en Ciencias Políticas y un doctorado en Museología.

Cuidando las apariencias y con sumo respeto se adentró en la basílica románica de Saint-Sernin y ya adentro se sentó en un banco de la nave central del edificio, desde donde pudo admirar e identificar los aspectos arquitectónicos y religiosos más relevantes del monumento. Las dos horas y media que pasó allí fueron como si estuviese de nuevo en la escuela pública de Hou Phanh, con tres decenas de alumnos a su derredor, curiosos e inquietos, haciéndole miles de preguntas en tropel, con sus risas y con aquella expresión de sorpresa e ingenuidad en sus rostros que jamás podrá olvidar. Tal vez fue por esa evocación de su amada escuela, o quizás porque ya estaba comenzando a envejecer que se descubrió a sí misma hablando sola y señalando hacia las paredes, los artesonados y las bóvedas del monumento, en un tono de voz in crescendo que obligó a uno de los monjes benedictinos acercarse a ella y susurrarle que moderara el tono de su voz. Como esperaba, el tiempo transcurrió rápidamente y al salir del templo se sintió renovada y descansada. Ya en la calle, la maestra Cao Cao se desvaneció y dio paso a la activista política. Faltaba apenas cuarenta minutos para la hora del encuentro con K’bar y la suramericana y caminó hacia el estacionamiento de la estación. Cuando vio que el tren entró en la estación ferroviaria, encendió el rústico, puso a punto su armamento y salió del playón hacia la calle que conduce al canal du Midi para cruzarlo y regresar por la misma vía y estacionar frente a la salida de los pasajeros, con la vía libre hacia la troncal de la autopista que da puerta franca hacia Pau o hacia Foix. Cualquiera de las dos rutas podría servirles para el destino final: Los aserraderos y factorías de pulpa de papel que anteceden a los inmensos bosques de montaña en la frontera con España y de allí, el tortuoso pero renovador ascenso al chalet de K’bar en medio de Los Pirineos del País Vasco.

K’bar y Bianca descendieron del tren y como dos pasajeros desconocidos, cada uno salió hacia la fachada exterior de la estación. No llevaban equipaje y se encontraron en la acera, uno al lado de la otra, como dos extraños a la espera de un taxi que nunca llega. El primer movimiento fue de K’bar. Se acercó hasta un vehículo rústico en movimiento que venía por la calzada. Se embarcó sin decirle nada ni hacerle señas a la venezolana, quien decidió esperar que se marchara K’bar para salir a pie de la estación, con rumbo desconocido. Nada estaba planeado, ni siquiera conocía que alguien los vendría a buscar ni mucho menos estaba al tanto que ella quedaría a pie, pero de lo que si estaba segura era de que no la iban a dejar sola. Esperó unos diez minutos y decidió caminar a contracorriente del tránsito vehicular, con rumbo hacia la autopista, que se abría delante de ella como los tentáculos pavimentados de un gigantesco pulpo. Más de un conductor le ofreció darle un aventón pero los ignoró, hasta que apareció el Land Rover añil en el que embarcó K’bar minutos antes. Hizo lo mismo que él. Se embarcó sin que el vehículo se detuviera totalmente y antes que tomara acomodo en el asiento posterior tenía en su regazo una pistola Astra, calibre 3.80 y tres cargadores que le lanzó K’bar.

.- Ella es Cao Cao -le dijo sin mucha cortesía- Y ella es Bianca - le informó a la indochina en el mismo tono y solventado el trámite de las presentaciones de rigor, entró directo al grano:

.- Entramos en la última fase y las reglas son simples: uno, no pararemos sino para cargar combustible. Dos, si somos detenidos por alguna alcabala, nos bajamos tú y yo, mientras Cao Cao emprende la huida. Nos tocará en ese caso ‘limpiar’ el escenario, cambiar de vehículo y modificar la ruta. Si no se presenta novedad en la alcabala y solamente somos interrogados, Cao Cao y yo somos pareja y tú eres una turista italiana a quien estamos dando un aventón de carretera. Tres, si somos perseguidos tú serás la artillera ¿Estas familiarizada con una M60? -no esperó respuesta de Bianca- Es ésa, la que está atrás. Sólo tienes que colocarle la cinta de las municiones en la recámara, aseguras el montante, ajustas el obturador y disparas. El botón verde es de ráfaga, el azul es de tiro a tiro. Mientras ascendemos hacia la montaña vamos en código de alerta rojo ¿Alguna duda?

Bianca se mantuvo callada. Le parecía que tanta explicación en detalle era innecesaria porque ella no era ninguna novata, pero comprendió que se trataba de una secuela de su reclamo anterior. Se concentró en la M60 que tenía a sus pies y luego fijó su atención en el retoño de la trinitaria blanca. La brisa fresca de los prados del Sur de Francia, con sus viñedos reverdecidos y la alfombra vegetal que se extiende hasta más allá de lo que alcanza la vista, impregnaron su espíritu de una paz pocas veces experimentada. Mientras ascendían, con los perfiles azules de Los Pirineos en el horizonte sintió una necesidad que consideraba olvidada. Una nostalgia por alguien ausente. Una melancolía infinita. Y entonces, sin mediar palabras, se abalanzó hacia K’bar que estaba sentado frente a ella, le palpó los bolsillos de su camisa sin su consentimiento y antes que el dijera nada le arrebató el bolígrafo MontBlanc. El marroquí volteó hacia atrás y ella sólo le sonrió.

.- Es que me provoca escribir. ¿Tienen una hoja de papel por ahí?

.- Estás más loca que una cabra. -le dijo un sonriente K’bar- Estás definitivamente loca. -y dirigiéndose a la choferesa Cao Cao le preguntó con la mirada.

.- Allí, en la guantera. -le respondió ella sin apartar la mirada de la ruta- Allí hay unas hojas en blanco dentro de la guía turística.

Un remover de papeles y enseguida apareció un pequeño cuaderno de hojas de papel engrapadas al plano de carreteras. Se lo dio y enseguida Bianca comenzó a escribir.

Tres horas más tarde, Cao Cao estacionó el rústico en Pau para recargar combustible y de allí, a Sur franco, se dirigieron hacia el Pico de Anie, en la frontera de Francia con el País Vasco, para ascender en la camioneta 4x4 por un antiguo camino empedrado, empinado y peligroso, los primeros mil quinientos metros y luego a lomo de caballo, llegar en tres jornadas hasta el chalet de K’bar en las sierras interiores de Monte Perdido, entre los parques nacionales españoles de Ordesa y de Aigüestortes. El presagio de esperanza que anunció el reverdecer de la trinitaria blanca se combinó con el éxtasis que provocan los crepúsculos septentrionales y los anocheceres primaverales en los Pirineos del País Vasco. Atrás dejaban una estela de violencia y persecuciones. Al frente se abrían profundos valles hacia la cordillera de la región cantábrica, mientras que hacia el Este los montes pierden altura y terminan junto al Mediterráneo en Los Albéres.

La llegada al chalet de K´bar fue precedida por un intenso frío seco. Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando Josefina, Vidal y el hijo de K’bar los recibieron sumergidos en un mar de sentimientos encontrados, porque la alegría de volver a ver a K’bar contrastaba con la profunda tristeza que generaba la desaparición de Aytor Exkerra, el gigante de Los Pirineos. Su viuda Cao Cao se lanzó de la bestia y fue a abrazarse, llorosa, a los brazos de la robusta Josefina. Ahmed se encaramó de un salto felino a la grupa del caballo de su padre y le abrazó con intensidad y alegría, mientras que Bianca, que se apartó prudentemente del grupo, fue recibida con la rústica pero amable cordialidad serrana de Vidal.

La trinitaria fue sembrada junto a la glorieta de la entrada del chalet y la leyenda de sus tres presagios se esparció por todas las montañas, del mismo modo en que el tercer presagio tardaba en aparecer. Bianca reinició su diario actualizándolo en cinco volúmenes y la insurgencia armada en Venezuela alcanzó el poder, pero por otra vía, la electoral, luego de disueltas las guerrillas urbanas y transformadas en un movimiento político de la sexta República. Diez meses después de la llegada a Los Montes Perdidos, Bianca y K’bar decidieron rescatar la fortuna de don Franco en la bóveda, ubicada en la planta alta de la Trattoría Da Franco, de la que fue heredera universal la venezolana y antes de cumplirse el primer año viviendo en las montañas, Bianca escribió la última página de su diario:

Mayo 25

Querida Ana:

Voy a concluir una etapa importante de mi vida al escribirte por última vez. Hace 15 años comencé esta relación epistolar y creo que ha comenzado otro ciclo en mi vida, ahora que el tercer presagio de la trinitaria blanca se ha manifestado: Luego de sembrarla el año pasado y de transformarse en una inmensa enramada que ha copado todo el frente de nuestro chalet, hoy ha brotado la primera infloración. Justo hoy, cuando se cumplen tres años desde que la hermana Rosi me la regaló, al finalizar aquella ‘Operación Iguana’ con la que tomamos por asalto a su Misión, en la Alta Guajira venezolana. Adiós, querida amiga. Nunca podré agradecerte que estuvieras siempre a la mano y dispuesta a escucharme. Te dejo porque mi esposo está llegando de cacería con nuestro hijo Ahmed y quiero darle la gran noticia del tercer presagio de la Trinitaria Blanca: Estoy embarazada.

Ciao, Bianca.”

Pero Bianca confundió el tercer presagio de la trinitaria blanca con su embarazo. Tendrían que transcurrir algunos años más para que la tercera profecía de la trinitaria blanca de santa Rosa de la Guajira se manifestase plenamente, lo cual sucedería con el advenimiento de otra flor.


Este capítulo forma parte de la Novela "El Ocaso de los Tulipanes" ® Depósito legal lf06120088001562 del 18/abril/2008 - ISBN 9789801231615 / Radicación internacional Nº 7571 del 21/abril/2008 - Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus

1 comentario:

  1. Querido escritor: es una delicia leerte y voy entrando a esta maravillosa página cada que me pueda concentrar para gozar de tus alucinantes relatos. Felicitaciones. LUCIA

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