Solía llegar a las oficinas mucho antes que sus empleados y a sus 44 años, Carlos Alberto era considerado por todo el personal femenino de la empresa como el ejecutivo más atractivo que había llegado nunca allí. Siempre vestía trajes de lino de colores claros relacionados con el ocre, camisas de algodón blancas de doble empuñadura y espectaculares corbatas de seda estampada. Era muy alto, delgado y atlético y con un bronceado en la piel que contrastaba con sus espléndidos ojos verdes y su bien acicalado pelo negro. No se le conocía compañera, como tampoco era muy clara su situación civil. Unas decían que era soltero, otras aseguraban que era divorciado y con dos hijos, pero las secretarias del Departamento de Relaciones Industriales sostenían que en su planilla de ingreso él había omitido aportar información al respecto.
Ese día no llegó a la hora de siempre y fue como a las diez de la mañana que se corrió la voz por toda la empresa que Carlos Alberto no había llegado. Su secretaria se encargó de difundir el falso rumor: Carlos Alberto tenía una cita en las afueras de la ciudad. Había ordenado un espectacular ramo de flores y reservado almuerzo para dos en Da’Fornos, con vino francés para llevar a un picnic. Enseguida se organizó una especie de cacería para develar el misterio. Las dos vendedoras y su secretaria fueron las encargadas del seguimiento
El “asalto” se inició a las once de la mañana y culminó a las dos de la tarde cuando le encontraron por casualidad. Allí estaba. Se veía con claridad que era él, sentado sobre la grama, con el ramo de flores a un lado y la comida con el vino dispuestos al otro lado. Se devolvieron y le espiaron como a quinientos metros, pero cuando transcurrió media hora sin que apareciera la misteriosa mujer, comenzaron a preguntarse entre ellas si al pobre Carlos Alberto le habrían dejado plantado, hasta que una de las vendedoras se dio cuenta que no. Que él no estaba solo y que lo mejor era irse de allí, porque aquel parque era del cementerio local y Carlos Alberto estaba llorando sobre una tumba.
Ese día no llegó a la hora de siempre y fue como a las diez de la mañana que se corrió la voz por toda la empresa que Carlos Alberto no había llegado. Su secretaria se encargó de difundir el falso rumor: Carlos Alberto tenía una cita en las afueras de la ciudad. Había ordenado un espectacular ramo de flores y reservado almuerzo para dos en Da’Fornos, con vino francés para llevar a un picnic. Enseguida se organizó una especie de cacería para develar el misterio. Las dos vendedoras y su secretaria fueron las encargadas del seguimiento
El “asalto” se inició a las once de la mañana y culminó a las dos de la tarde cuando le encontraron por casualidad. Allí estaba. Se veía con claridad que era él, sentado sobre la grama, con el ramo de flores a un lado y la comida con el vino dispuestos al otro lado. Se devolvieron y le espiaron como a quinientos metros, pero cuando transcurrió media hora sin que apareciera la misteriosa mujer, comenzaron a preguntarse entre ellas si al pobre Carlos Alberto le habrían dejado plantado, hasta que una de las vendedoras se dio cuenta que no. Que él no estaba solo y que lo mejor era irse de allí, porque aquel parque era del cementerio local y Carlos Alberto estaba llorando sobre una tumba.

Angelito Andrés! Esta es uno de los primeros relatos que lei y acabo de volver a leerla y me enternece toda, toda por esa calidad de plasmar en tus escritos el Amor incondicional.
ResponderEliminarFelicidades.
Besitos.