Le impactó desde el primer día que ella entró en su plaza, a trabajar como secretaria ejecutiva de la Presidencia de la compañía. Se dijo mentalmente que, aunque fuese por una sola vez en la vida, un hombre humilde como él debería lidiar con una mujer así de bella y glamorosa.
El segundo día pasó más de lo necesario frente a su oficina. Quería lucirle su camisa roja y el pantalón nuevo, que con los botines de cuero negro, destacaba su esbelta figura de ex novillero y ¿Quién sabe? Tal vez tendría la misma suerte del Contador General, que pudo entrarle a matar en su primer día de trabajo, obviando los primeros tercios de la lidia.
El jueves le hizo el primer lance y aunque sabía que otros cuatro le habían clavado sus banderillas, le restó importancia a esas resultas, pues se dijo mentalmente que “no había quinto malo”, pero José Gregorio nunca pudo saber quién fue el sexto torero que cerraría la Plaza de su corazón.
Ella comenzó a vestirse como todas las mañanas desde que consiguió aquellos chances: salió del baño en ropa interior y se instaló frente al espejo para iniciar el ritual del maquillaje. Luego se pondría la falda gris del uniforme de la empresa, la blusa estampada y la chaqueta negra, pero siempre prestaba su mayor atención al retocar su rostro duro rectilíneo. Al salir cerró la puerta del hotel y de su corazón y adentro, en la placentera comodidad del jacuzzi, quedó flotando el cadáver del quinto “matador” que había enfrentado durante su primera semana de trabajo en aquella próspera empresa taurina.
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