La cadencia con la que el tren 246 del Metro inició el desplazamiento sobre los cojinetes de acero fue más suave que de costumbre. A los pocos metros inició el bamboleo característico y una cantidad considerable de pasajeros cedieron la conciencia ante el hipnótico y monocorde arrullo que provenía del exterior. La oscuridad del túnel provocó un sueño colectivo que se prolongó más allá de la primera estación que el maquinista obvió, causando el natural desconcierto entre los cientos de usuarios que esperaban en el andén y que vieron perplejos, cómo el tren de las 6 y 43 pasaba de largo.
La novedad fue captada de inmediato por la Computadora Central y desde el control maestro, el cerebro artificial que controlaba el sistema ferroviario de la ciudad puso en funcionamiento el programa de alerta, con interacción de voz y nivel de lógica 3. Pasados los primeros sesenta segundos sin recibir respuesta, se activó el plan de contingencia: una nueva unidad fue despachada desde patio central y los horarios y las rutas de las otras 675 máquinas fueron ajustados para compensar, en el transcurso de las próximas tres horas, los 12 minutos y 42 segundos de desfase en el itinerario del día. Mientras tanto, el tren 246 proseguía su marcha sin control sobre la ruta C y peligrosamente cerca del 349, en el nivel Metro-2.
Tres kilómetros antes de la estación siguiente, la computadora central desacopló los rieles para que la máquina, con sus 13 vagones repletos de pasajeros, entrara en uno de los desahogos laterales, construidos a todo lo largo de la ruta para casos como éste, pero lo que sucedió no estaba previsto en ninguna de las miles de opciones contempladas en los 5 niveles de lógica que poseía el cerebro artificial. El tren se detuvo por sí mismo antes de la entrada del desahogo lateral y desde la cabina de mandos envió el siguiente mensaje:
“Soy el tren 246… Tengo secuestrados a 1.209 pasajeros ¡Demando mi absoluta libertad!”

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