Fue ayer cuando pensé en ti. Si, ayer mismo. Había amanecido de pronto y en esa refulgente mañana de un junio particularmente árido, te recordé a mitad de camino entre la cocina y el cuarto. Irrumpiste en mis recuerdos. Una tristeza profunda me embargó de repente y me sentí culpable de algo que no sabía qué era, pero que me afectó más de lo que hubiera imaginado.
Entonces te recordé. Volví a vivir y a sufrir contigo. Se me disolvió el alma con tan sólo evocar las muchas veces que vagamos como parias sin destino, solos tú y yo, asidos de la mano. Te evoqué tal como eras en aquellos entonces: pequeña pero firme; dulce pero regia. Y una oleada de tristeza infinita me saturó los ojos con tus lágrimas igual de transparentes.
No sé por qué te lloro. Será que aún te necesito tanto. Aunque ahora te añoro con tristezas, también recuerdo momentos inolvidables: Los viajes que hicimos juntos, tu alegría desbordante en cada fiesta, tu optimismo pese a todo.
Pero muy pocas veces nos llevamos bien. Nuestra separación siempre fue inminente... Era cuestión de tiempo. Simplemente eso: tiempo. Y fue ese tiempo el que me faltó para decirte las palabras que nunca pronuncié: Que siempre te amé y que me será imposible dejarte de amar. Me faltó tiempo para darte un abrazo inesperado. Tiempo para agradecerte tantas horas bellas. Para reconocer tus esfuerzos y darte gracias por ayudarme a ser lo que soy.
Hoy me detengo frente a tu tumba, entre los vértigos del apuro diario y las necesidades del alma. Es jueves, tu día preferido. Son las siete, tu hora menguada. Pero aquí me tienes, frente a tu despojo mortal. He venido para ofrecerte un homenaje íntimo y secreto, y también para pedirte perdón por no quererte demasiado, mamá.
Entonces te recordé. Volví a vivir y a sufrir contigo. Se me disolvió el alma con tan sólo evocar las muchas veces que vagamos como parias sin destino, solos tú y yo, asidos de la mano. Te evoqué tal como eras en aquellos entonces: pequeña pero firme; dulce pero regia. Y una oleada de tristeza infinita me saturó los ojos con tus lágrimas igual de transparentes.
No sé por qué te lloro. Será que aún te necesito tanto. Aunque ahora te añoro con tristezas, también recuerdo momentos inolvidables: Los viajes que hicimos juntos, tu alegría desbordante en cada fiesta, tu optimismo pese a todo.
Pero muy pocas veces nos llevamos bien. Nuestra separación siempre fue inminente... Era cuestión de tiempo. Simplemente eso: tiempo. Y fue ese tiempo el que me faltó para decirte las palabras que nunca pronuncié: Que siempre te amé y que me será imposible dejarte de amar. Me faltó tiempo para darte un abrazo inesperado. Tiempo para agradecerte tantas horas bellas. Para reconocer tus esfuerzos y darte gracias por ayudarme a ser lo que soy.
Hoy me detengo frente a tu tumba, entre los vértigos del apuro diario y las necesidades del alma. Es jueves, tu día preferido. Son las siete, tu hora menguada. Pero aquí me tienes, frente a tu despojo mortal. He venido para ofrecerte un homenaje íntimo y secreto, y también para pedirte perdón por no quererte demasiado, mamá.

Que forma tan delicada para desbordar un sentimiento tan profundo...
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