Nadie sobresalía de los demás por ostentación ni apariencia. Vivían con una igualdad rayana en el uniformismo y aunque sus espacios eran de dimensiones diferentes, cada una ocupaba un lugar específico dentro de aquella rectilínea comunidad. Los integrantes vulgares eran menospreciados por los intelectuales, los científicos y los técnicos y a contrapelo de cualquier otra comunidad, en el "vulgo" no era la mayoría pero prestaban una ayuda valiosa y eran reconocidos y aceptados como los más populares.
También había una sólida comunidad de "extranjeros". Se habían instalado allí hace varias centurias pero no habían sido aceptados integralmente. Se les acusaba en secreto de provenir de conglomerados absolutamente distintos y que su presencia era el más grave peligro para la existencia pacífica de la comunidad. Pero aquellos sentimientos xenófobos se diluían frente a la incuestionable democracia que regía en todas y cada una de las instituciones de la comunidad.
Los extranjeros se acomodaron a la entrada del pueblo y constituían un variado caleidoscopio que servía de comité de bienvenida para los recién llegados. Hacia el centro, las demás locaciones se presentaban en estricto orden alfabético y las diferentes modalidades de numeración ofrecían al visitante el riguroso ordenamiento de quienes integraban aquel pueblo perfecto llamado Diccionario.

No hay comentarios:
Publicar un comentario