El sprint final le consumió el saldo de energía y llegó a la meta con la sobrecarga de adrenalina que había volcado en su torrente sanguíneo cuando la largada de la carrera desató el estrés de los instantes previos. Se había entrenado para tomar la delantera desde los primeros metros y soportar la presión de los demás competidores que tenían el reto de vencer su ya legendaria resistencia. Al inicio de su fulgurante carrera, los triunfos se concretaron en las distancias cortas, pero a medida que con el paso de los años fue ganando masa muscular se adaptó a mayores distancias y desarrolló todo su potencial en carreras intermedias y en las de largo aliento, como ésta.
El triunfo no le era ajeno pues su invicto llevaba dos años, pero en esta ocasión ni el griterío de las tribunas, ni el júbilo de su entrenador pudieron disipar una profunda melancolía que le corroía el alma hace tiempo, casi desde siempre. Ganar ya no era lo mismo y sentirse triunfador no le producía el éxtasis de los primeros éxitos, pero retirarse de las carreras no le era posible. Esa decisión que no la puede tomar un caballo purasangre.
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