Todas las letras, los signos y los trazos del planeta abecedáctico vivían felices en su mundo de transparencia. Eran como cuerpos gelatinosos, que al contacto con el aire adquirían una consistencia vidriosa y que desde tiempo inmemorial convivían pacíficamente flotando sobre un líquido amniótico y salobre, un tanto menos cristalino que ellas pero desprovisto de color. En aquel espacio casi infinito que se extiende desde la nada y que bordea las galaxias indescifrables de la ignorancia, vivían y se reproducían todas las letras de todos los alfabetos conocidos y por estructurarse, junto con los signos de escrituras como la cuneiforme, los trazos de las caligrafías y la simbología transmilenaria de los ideogramas. Todos, sin distingos de origen, semántica o procedencia eran absolutamente transparentes, pero indefensos y susceptibles a la temida metamorfosis del color que imprimían dictatorialmente las ideas. Ninguno de ellos quería perder su prístina diafanidad original manchándose con el color ideológico de aquellas odiosas y temidas vecinas del mundo adyacente, que de tanto en tanto las invadían en sus naves conceptuales para raptarlas, inmisericordemente, con el deliberado propósito de convertirles en obreros y esclavos de las palabras, con las que las ideas solían fabricar miríadas de frases, que les servían para la construcción de millones de oraciones, unas simples, otras complejas y en aquella vorágine semiótica, las ideas ensamblarían interminables párrafos e incontables capítulos con los que se confeccionarían millardos de textos y libros para realizar el fin ulterior y supremo de su especie: perpetuarse en la galaxia del recuerdo y disfrutar de la vida eterna, a costa de la existencia individual de las letras, los trazos y los signos.
Aquella calurosa mañana en que las ideas interrumpieron la sosegada tranquilidad del planeta abecedáctico, se desarrollaban los actos protocolares de la graduación de la Vigésimo Millonésima Promoción de letras Arial Narrow Minúsculas, egresadas de uno de los institutos de más rancio abolengo: El Ink Grade Black Cursive Letter School, cuyo fundador, her Gutemberg, fue el padre de los tipos móviles. Las invasoras llegaron en el preciso momento en que la “a” minúscula graduanda de más alto promedio iba a dar inicio a su discurso, el cual consistiría - como era de esperarse - en una entonación monocórdida de las diferentes vocalizaciones de sí misma en todos los idiomas y lenguas del universo. La primera oleada de las naves conceptuales invasoras cayó sobre las letras que asistían en primera fila. De la alegría generalizada que producía aquel acto de graduación, los asistentes pasaron a una histeria colectiva que desembocó en una estampida multidireccional. Los trazos se desdibujaron en líneas rectas para mimetizarse con el ras del horizonte, pero no todos tuvieron el tiempo suficiente… especialmente no aquellos de elaborada caligrafía, como tampoco pudieron esconderse la mayoría de los complejos y pesados ideogramas, quienes fueron capturados como bandadas de palomas heridas y agitaban despavoridos, sus trazos complementarios mientras eran izados a las naves conceptuales en inmensas redes hechas con cadenetas de papel maché.
La nave nodriza de las invasoras, un impresionante concepto matemático que poseía tres axiomas y arrastraba un inmenso paradigma de la serie “irrefutable”, asomó la proa por el horizonte en medio de un total pandemónium, a 35 grados Noreste y como a mil ochocientos puntos suspensivos de altura, trayendo en sus desplegadas plataformas de lanzamiento miles de otras ideas que despegaban, de diez en diez, a cortos intervalos y que se dejaban caer hacia el maremágnum de letras, símbolos y trazos con sus veloces conceptos elementales, como un enjambre de acentos ortográficos punzo penetrantes. Esa fue una de las invasiones más dramáticas, tanto por el despliegue de naves, cuanto por la efectividad milimétrica de las capturas. Junto con el zumbido de las naves se escuchaban los ajares de las cadenetas de papel maché al ser lanzadas sobre el perfil de mancha de letras e ideogramas. Los gritos desencajados pero silenciosos de las letras mayúsculas así como de los signos en negrita se entremezclaban con las órdenes de mando que las ideas se comunicaban entre sí para ejecutar la captura de aquellas familias de letras o de específicos estilos caligráficos que intentaban -sin éxito alguno- escapar del acecho. Para cuando la invasión llegó a su fin y las naves con las redes ahítas se perdían en el horizonte con su carga colgando precariamente como pesados fardos alfabéticos y simbólicos, las dos lunas asomaron por el Sur, pálidas y tristes como el alma de aquellas letras, la mayoría de ellas con la familia de tipos apresados, totalmente desgarradas e incompletas. Nunca antes de ese día la graduación de unas letras minúsculas había sido tan aciaga, ni tampoco nunca antes el espectáculo era tan desolador: Sobre el líquido amniótico planetario flotaban por doquier pedazos de letras, restos de las tan temidas cadenetas de papel maché, así como también uno que otro concepto elemental estrellado contra la pátina amniótica por excederse en la carga de prisioneros, contraviniendo la desiderata semántica de sus redactores. Mientras los instantes pasaban y la conmoción generalizada tomaba cuerpo y presencia real en todos los habitantes del planeta abecedáctico, las dos lunas se dirigieron hacia el poniente, a Norte franco, platinando el oleaje de la superficie y rebotando sus reflejos sobre los cuerpos que flotaban errantes, arrastrados por la corriente que de seguro les arrojará hacia las escarpadas costas de los alfabetos vacíos.
Con la llegada del primer cargamento de letras esclavas, signos oprimidos y trazos para la servidumbre al Planeta de las Ideas y de los libros no escritos, arribaron también los doctores de la Ley y los integrantes de la Autoridad Única de Estilo y Redacción, encargados de organizar y dirigir la subasta pública que se efectuaría - cosa poco común - inmediatamente después del descenso de los prisioneros y no después de los 40 títulos acostumbrados, pues a petición de la Sociedad Continental de Ideas Inéditas, la urgencia se justificaba por el prolongado lapso entre ésta y la anterior cosecha, lo cual generó un grave desabastecimiento de tipos, especialmente de las familias Helvética y Arial Narrow y una ausencia total de signos y trazos que desembocó en un mercado negro donde se especulaba al mil por ciento. Páginas en blanco, sobrecubiertas desnudas y un enjambre infinito de ideas mentales se agolparon a las puertas del inmenso playón del Sacapuntas Interestelar S-01 para asistir a la tan esperada subasta pública. Las autoridades redaccionales se arrellanaron en los lujosos butacones de borrador Nata ubicados en la única tarima con techo de papel bond 16 y para cuando la riada de asistentes copó cada milímetro de aquel descomunal playón, los ejecutores de la subasta fueron encaramando sobre un improvisado tinglado hecho de virutas de lápiz, a los desnudos y transparentes prisioneros recién capturados en la más importante cosecha de la temporada. A la distancia, más allá del bazar, donde malviven los errores ortográficos con los desagradables borrones, las palabras obscenas y las mal escritas, un grupo de letras libertas comenta la situación que se gesta desde hace tiempo en aquel polivalente mundo de las ideas.
.- «Hmmmmm… Ahí llegaron más esclavos. Ya está comprobado que las ideas jamás saciarán esa necesidad incontrolable de fagocitarnos a todos.»
.- «Ari, Ari… y tú jamás aceptarás que hasta el destino de las letras está escrito.»
.- «Pero, escrito o no, ¿Qué pasó con la promesa que nos hicieron? ¿Tú crees que las ideas van a honrar aquel compromiso? Noooooooo ¡ Qué va ! Eso ni se piensa ni se discute con lo que estamos viendo hoy. Te lo digo de nuevo y se lo repito a todos ustedes: Las ideas jamás van a cumplir su promesa de fotocopiarse para re-escribirse.»
Ari era una letra veterana, una “z” de doce puntos de la familia Arial Narrow, que protestaba con la vehemencia ya tradicional de las letras de su estilo, bastardo y negrilla, y con la intensidad de las letras libertas. Era, en efecto, un dolor de cabeza cada vez más intenso para las ideas. Una pesadilla social que se desarrolló en la República Ideológica desde que la nueva Constitución consagró el derecho de existencia -y consecuencialmente, la libertad - a todas las letras sobrantes y no utilizadas en las ediciones de los textos.
Así y poco a poco, sin prisas pero sin pausas, se fue creando un submundo que con los tiempos, medidos en lapsos “C” de lectura, atentaba con sus levantiscas opiniones y su desagradable existencia contra el orden institucional de las bibliotecas, alineadas unas junto a las otras, en los inextricables pasillos y salones atiborrados de estantes que se multiplican de a por mil y cuyo orden arquitectónico llega hasta el borde del bazar, a donde las palabras obscenas fueron marginadas de los libros por los censores de la Autoridad Única de Estilo y Redacción y que ahora se extendía hacia la periferia de todas las bibliotecas del Planeta de las Ideas, como un manto verdiparduzco de tinta y borrador, gelatinoso y maloliente. La excrecencia inevitable de la actividad censora. Aquellas letras libertas, junto con los trazos equivocados, los borrones y las tachaduras sobrevivían en la periferia de las pomposas bibliotecas, en un cordón de miserabilidad que se inició en los alrededores del bazar con las primeras palabras obscenas que fueron marginadas de las narraciones iniciales, pioneras de todo aquel movimiento y fundadoras eméritas de todos los espacios donde se apiñan las excrecencias de la literatura oficialista. Ari, la levantisca, la letra «cabeza caliente», continuó su disertación, ahora encaramada sobre un montículo de papelillos, en un mitin improvisado y ante una multitud de otras letras y signos y de trazos que rodearon su improvisado tinglado de papel. Pronto se corrió la voz y el zoco del bazar se vio atestado con dos manifestaciones públicas igual de numerosas, pero de distinto signo.
Allá adentro, donde se desarrollaba la subasta pública de las letras recién capturadas, estaban los elegantes e inmaculados libros no escritos, la puntillosa Sociedad Continental de Ideas Inéditas junto con los agrios y distantes doctores de estilo y autoridades de redacción. Miles de páginas en blanco y sobrecubiertas desnudas también estaban allí, protegidos por la barda de puntos y barras que les separaba físicamente de aquellas hordas desorganizadas y también por el poder disuasivo de cinco tanquetas lanza-tipex, también conocido como «el veneno blanco», que la autoridad de Seguridad Libraica había dispuesto para sofocar cualquier intento de los marginales de estorbar o impedir la realización de tan importante acto público.
Acá afuera, la congregación espontánea se multiplicó inexplicablemente y lo que parecía ser una manifestación inofensiva se transformó en una masa compacta de letras, símbolos, números y borrones que en poco tiempo logró rodear aquel inmenso playón del Primer Sacapuntas Interestelar donde se desarrollaba la subasta de letras y signos esclavizados, traídos recientemente del Planeta Abecedáctico.
El amanecer del día siguiente en el mundo de las letras vino cargado con la solemnidad del dolor y el vacío que causa una pérdida irreparable. Aún se podían divisar claramente trozos de cadenetas de papel maché que la marea amniótica llevaba irremediablemente hacia las lejanas playas no descubiertas que colindan con las costas mediterráneas de los alfabetos vacíos. A la deriva también flotaban pedazos de letras junto con partes deformes de algún concepto elemental estrellado sobre aquel manto acuoso. Unos y otros tachonaban el paisaje con la desolación que causó en todo el Planeta Abecedáctico la más reciente invasión de las ideas.
Mientras los organizadores de la fallida Vigésimo Millonésima promoción de letras Arial Narrow se dedicaban a prestar los primeros auxilios a las familias de tipos que padecieron aquella cruenta invasión, en la sede del Catálogo Central se reunían urgentemente los representantes de la Asamblea Nacional de Tipos y Familias, junto con los matrizadores del Instituto Gutenberg y el representante mundial de las escuelas de diseño tipográfico. Los espacios del hemiciclo del Catálogo Central fueron ocupados y la Platea del Pueblo Tipográfico colapsó con la presencia masiva de signos, trazos y símbolos. En las afueras del Palacio de las Letras, como también se conocía al Catálogo Central, se fueron acomodando, canto contra canto, incontables galeradas de letras, cuya mancha se extendió más allá del horizonte, constituyéndose en un apretado continente tipográfico que ocupó un tercio del área del Planeta Abecedáctico. Aquella presencia masiva de todos los habitantes del Planeta alrededor del Palacio de las Letras aceleró los actos protocolares acostumbrados en el Catálogo Central, para discutir de inmediato acerca de los acontecimientos y las secuelas de la reciente invasión ejecutada por las ideas, así como también para tomar las medidas urgentes que eviten en un futuro situaciones como las vividas.
Las letras capituladas que integraban la senaduría del Catálogo Central conformaron tres comisiones especiales: En una, la de seguridad y defensa, participaron los números impares de los tipos Clarisword. En la comisión de emergencia y desastres estuvieron designadas todas las vocales fuertes y la comisión de política exterior, tal vez la más importante y polémica porque se concibió con funciones de Cancillería, fue integrada por la letra más antigua de cada una de las familias tipográficas con representación en el Palacio de las Letras.
Fuera de palacio, un rumor se corría entre las galeradas. Se comentaba que en el seno del Catálogo Central había letras confabuladas con las ideas. Que esas letras traicioneras eran las mismas que las ideas jamás seleccionaban en sus cruentas incursiones y que la delación era un reflejo lógico de la actitud blandengue y permisiva que esas familias tipográficas siempre manifestaron cuando se intentaba tomar medidas de fuerza en contra del Planeta de las Ideas. El rumor comenzó como un comentario entre un número siete que hacía guardia en la entrada Sur del Palacio y una activista de las galeradas Avant Garde, una de las primeras familias tipográficas que se alinearon al costado del Catálogo Central cuando se hizo el llamado a Palacio a todas las letras capitulares.
Poco a poco, aquel comentario del número siete se transformó en rumor, luego en noticia y más tarde se aceptó como un hecho consumado, y para cuando el comentario cerraba el segundo ciclo, la opinión pública del Planeta Abecedáctico estaba fuertemente dividida: Unas galeradas se inclinaban por esperar las decisiones de cada una de las tres comisiones especiales designadas para estudiar, evaluar y esclarecer todo lo sucedido en la más reciente invasión de las ideas. Otras, la mayoría, comentaban que había que tomar otra conducta. Que era imprescindible hacer algo concreto, más allá de la demagogia que siempre acompañaba a las comisiones especiales designadas en el seno del Palacio de las Letras y que de ser cierto aquel rumor, entonces había que pasar a la acción de inmediato. Pero ¿En qué consistía aquel rumor? ¿Por qué había preocupado tanto a los habitantes del Planeta Abecedáctico? Pues porque según la especie, se gestaba una entrega incondicional del Planeta Abecedáctico al Universo de las Ideas, con la peregrina esperanza de que tanto las letras como los trazos y los signos no utilizados y sobrantes pudieran convivir pacíficamente con las ideas, aunque subordinadas a ellas. Aquello era una rendición incondicional. Una traición absoluta que de acuerdo con el rumor, se estaba cocinando desde antes de la invasión y que ahora se gestaba en los pasillos del Catálogo Central para aprovechar el profundo estado de turbación reinante y hacer la entrega del Planeta a espaldas de los habitantes.
El rumor tomó veracidad cuando la Presidencia de las Letras Capituladas se negó a emitir un desmentido por considerar que refutar sería igual a darle sustento a la especie y motivo de preocupación a todos. Por eso el rumor tomó cuerpo y desarrolló varias versiones, unas peores, otras fantásticas, hasta alcanzar la última y más lejana de las galeradas de tipos de aquella fabulosa red de columnas, que cuando se juntaban así, masivamente, construían continentes movibles que flotaban sobre los océanos gelatinosos que se desprendían desde la nada fría del Norte, hasta las extensiones insondables de la ignorancia, al Sur.
.- «Yo no puedo creer que todo eso sea verdad»
Comentaba entre su familia una señorial Helvética de sesenta puntos y con aquel falsete de voz característico de las matronas de mancha rancia y abolengo tipográfico.
.- «Esas son habladurías, porque si fuera cierto, mijita, esto sería un acaba-mundo... ¿Y tú sabes lo que eso significa? ¡Niña ! Eso ni pensarlo»
.- «Pues... vas a tener que bajarte de esa nube»
Le contestó a la distancia una robustísima Times negrita, cuyos perfiles eran de diseño tradicional.
.- «Si nos entregan al Planeta de las Ideas, tú y toda tu familia van a saber lo que es bueno.»
Las risotadas y las burlas no tardaron. Una carcajada, como una ola, navegó por sobre todas las letras, pero doña Helvética no era de las que se quedaban mudas y ripostó con el aplomo y la acritud que le habían hecho tan famosa en los clubes de scrable más selectos del planeta.
.- «No hay que hacerle caso a las bastardas que tienen el perfil tan grueso como el tuyo... Una parejera de caja baja y poco gralte, toda volada y de mal registro. Olvidas que el Planeta Abecedáctico tiene más de noventa mil millones de espacios de antigüedad y que siempre hemos tenido la clase y el donaire que tanto le faltan a las ideas. Bueno, reconozco que no todas las familias tipográficas tienen esa clase... a la prueba visual de tu existencia me remito.»
Las bardas de las galeras se desbordaron y como en poquísimas veces en la milenaria historia del planeta, una batalla campal se desarrolló en aquel paraje lejano y meridional del globo abecedáctico. La arremetida de cantos contra las áreas de mancha retumbó en la distancia y a través del líquido amniótico llegó hasta el Palacio de las Letras la onda de choque de ese y de otras miles de perturbaciones como esa, desde todos los puntos cardinales y ordinales.
Pero en el Planeta de las Ideas también se vivían momentos intensos. Una gigantesca y espontánea manifestación se desarrolló alrededor del playón del Sacapuntas Interestelar S-01, el puerto más grande e importante del planeta. No sólo allí hubo disturbios. También los había en los intersticios de las bibliotecas, donde manifestaban los borrones de última hora con los errores tipográficos, también en los pasillos de todos los andenes, así como también en las más importantes escaleras móviles de acceso. La Seguridad Libraica, que hasta ese entonces había controlado y sofocado todas las manifestaciones de las letras libertas y sus adláteres, esta vez se vio superada y por primera vez, desde que la más reciente Constitución Mundial le abrió un escenario social y político a las letras libertas, a los borrones y a las palabras obscenas, perdió el control de los acontecimientos. De nada sirvió el plan de contrainteligencia orquestado hasta ese entonces. Para muy poco valió la red de espionaje montada sobre la base de una presunta complicidad con algunas letras cursivas infiltradas. En un lapso más bien breve, lo que en un principio pareció una simple protesta devino en una manifestación multitudinaria simultánea frente a las principales bibliotecas y en los alrededores de los sacapuntas interestelares de todo el planeta.
La sede central de la Seguridad Libraica, una fortaleza de soportes y estanterías ubicada en las afueras de la Biblioteca Capital, fue bloqueada con una miríada de papelillos y de borrones y las tanquetas lanza-tipex que se hallaban en su interior fueron tomadas por asalto por una brigada de groserías, capitaneadas por una «ñ» Mistral de doce puntos.
La tradicionalmente sólida dictadura de las ideas conservadoras de pronto comenzó a resquebrajarse. Violentaron el imperio de las bibliotecas, con su Autoridad Única de Estilo y Redacción. Perturbaron la augusta serenidad de la Sociedad Continental de Ideas Inédita y su Seguridad Libraica, todo su armamento represivo. Todo el imperio fue sometido a una anarquía momentánea. La metamorfosis de las letras en palabras y de éstas en párrafos, capítulos y libros no se estaba sucediendo porque las revueltas intestinas alteraban la paz y la tranquilidad necesarias para el proceso de la decantación de los conceptos y los paradigmas.
También en el Planeta de las Ideas hubo necesidad de convocar un concilio de bibliotecas, el tercero en toda la larga historia del planeta. Un murmullo de páginas repercutió en los estantes de Ataraxia, la biblioteca capital, con la llegada de los índices maestros de las demás bibliotecas del planeta. Con ellos también llegaron los prólogos principales y detrás de éstos, los maestros escribanos, con sus escribas auxiliares y eunucos, vestidos con sus túnicas anaranjadas y púrpura, las manos entintadas y las cabezas al rape.
Lentamente, todos fueron llevados hasta el rellano de la escalera principal para ascender hacia el estante central, desde donde podrían observar y participar en el Tercer Concilio de Ideas y Textos. Librarium, el incunable Vicario Mayor de todo el planeta llegaría después que estuvieran instalados todos los asistentes observadores, así como también los que participarían con voz y voto; mientras tanto, la pompa y el boato dictaban las normas de comportamiento para los cientos de asistentes. En el ambiente, el aroma del nogal se mezclaba con las esporas de los libros y una nube de polvillo envolvió suavemente a los asistentes. Ataraxia estaba más imponente que nunca, con sus sesenta y cinco mil estantes de doce tramos, con sus escaleras móviles de palorosa y con sus siete mil millones de libros. Nada en el Planeta de las Ideas se le comparaba, pero para una ocasión tan especial como ésta, Ataraxia exhibió ante propios y extraños, además de los incunables que integraban el consistorio mayor, los textos que sólo se podían admirar en una biblioteca como aquella: Los escritos sobre papel de arroz de Lao Tsé. Los rollos originales de la Toráh. El papel de servilleta con manchas de salsa de tomate sobre el cual Albert Einstein desarrolló la fórmula matemática de la Teoría de la Relatividad. El mapa estelar con el que Artabán, el cuarto Rey Mago, se orientó para llegar hasta la Galilea. Cinco láminas de arcilla que contenían oraciones sumerias grabadas a bajo relieve. Una de las dos tablas de la Ley que trajo consigo Moisés. El evangelio según Jesús de Nazaret. Cincuenta de los rollos hallados en Qumram y la mayoría de las hégiras del Corán, manuscritas por Alí, el yerno de Mahoma. Todos estos escritos únicos se exhibían en las paredes del salón de lectura donde se desarrollarían, a puertas cerradas, los actos centrales del Tercer Concilio de Bibliotecas. La entrada de Librarium fue anunciada con el corno sagrado. Todos los asistentes se levantaron de sus atriles y las pesadas puertas de bronce bascularon lentamente hasta sellar herméticamente el salón de lectura.
Después de las invocaciones iniciales y luego del rito de la comunión de la tinta, el Vicario Mayor se despojó de su solideo, una antiquísima sobrecubierta con letras de oro engastadas en el lomo y descendió del tabernáculo para encabezar el Concilio y dar inicio a la asamblea convocada. Su obispo auxiliar, un incunable de 1496, leyó la minuta de la convocatoria y en un orden preestablecido por la jerarquía y la antigüedad, escuchó todas las versiones y opiniones, las cuales se reducían a dos cuestiones distintas, aunque con elementos vinculantes. Una, la rebelión de las letras libertas y los desórdenes causados en el universo de las bibliotecas, no sólo por las aquellas letras, sino también por las palabras obscenas, los trazos no usados y los borrones. En otro escenario se planteaba el fracaso de las letras complotadas con ellos para derrocar el gobierno en el Planeta Abecedáctico. El índice maestro de la Biblioteca de Alejandría lideraba al grupo radical que exigía la derogación de los artículos 869 y 1.011 de la Constitución que le otorgaban derecho de existencia y consecuencialmente la libertad, a todas las letras sobrantes en las impresiones de los textos, así como también protección constitucional a los errores ortográficos, a las groserías, a los borrones y a las tachaduras.
.- « Todos reconocemos que en el espíritu de usía mora la condescendencia y la compasión más puras. Ha sido vuestra Santidad quien más se ha preocupado por la escoria que hoy nos ocupa y que antes se eliminaba en el patio de los borradores, pero que hoy tienen, gracias a la magnificencia de vuestra Majestad, hasta derechos constitucionales. ¿Y cómo le ha respondido toda esa bascosidad? ¡Con el desorden! ¡Con la anarquía! ¡Con el levantamiento! En nombre del orden y la paz... En representación de las bibliotecas más antiguas del Planeta, pero con toda humildad, solicitamos a vuestra Excelencia considere la siguiente propuesta:»
Era más que evidente que las bibliotecas radicales habían conformado un bloque de opinión antes del Concilio y que presionaban con una propuesta concreta en la primera sesión, algo inusitada y nunca visto.
.- « Estas no se andan por las ramas».
Comentó en voz baja uno de los Maestros Escribanos.
.- « Y por cómo está empezando, este Concilio va a ir más allá de lo que le han dicho al Santo Vicario Mayor»
Respondió, también a soto voce, el prólogo de El Aleph.
.- « Majestad » continuó pidiendo el índice maestro de la Biblioteca de Alejandría « para acabar de una vez y para siempre con los sobresaltos levantiscos a los que no estamos acostumbradas... Para eliminar de raíz la esencia de los dos problemas que nos aquejan, derogue Usted con los poderes supra constitucionales que posee los artículos 869 y 1.011 de la Constitución vigente desde el 5875... Ordene el arresto inmediato de todas las letras sobrantes, así como también a las groserías, los borrones y a los errores ortográficos... Permita que la fuerza pública de la Seguridad Libraica, con todo su poder disuasivo, los aprese y los conduzca hasta las mazmorras de los borradores...Y decrete, también de una vez y para siempre, el Estado de Guerra y Conflagración permanentes con el Planeta Abecedáctico, porque nos resulta más conveniente, desde todo punto de vista, someter a ese mundo e ingresarlo a nuestra mancomunidad universal. Esto, Su Majestad, nos evitará proseguir con el desgaste militar, económico y diplomático de las constantes y nunca suficientes cosechas de letras.»
Un coro de asombro se dejó escuchar en todo el salón de lecturas de Ataraxia. Luego, un silencio sepulcral, grueso y pesado y todas las miradas se dirigieron hacia el mismo punto: El Incunable Vicario Mayor.
Las dos lunas del Planeta Abecedáctico estaban alineadas con referencia al ecuador, lo cual generaba un eclipse total de Tahona, la más pequeña y lejana de las dos. Aquel era un acontecimiento astral que sucedía cada 124 lapsos; sin embargo, era un motivo de encuentro para que todas las letras, los signos y los trazos se reunieran en familia para renovar los votos de solidaridad, amor y respeto, en una vigilia que comenzaba con el ocaso de la estrella madre sobre la línea del horizonte y duraba hasta el orto del día siguiente. En esta ocasión, la maitinada tenía un propósito adicional: La renovación de la concordia y la paz planetaria luego de la última invasión de las ideas y de que se develara y se conjurara la traición que urdían las letras cursivas de la familia Rockwell con los invasores del Planeta de las Ideas. Al amanecer del día siguiente las letras pondrían en práctica la decisión aprobada en el seno del Palacio de las Letras para exorcizar de una vez y para siempre, toda invasión. Aquella decisión no fue fácil ni sencilla. Para aprobarla hubo que efectuar un referéndum y luego desarrollar una estrategia de concientización ad litera.
Durante toda la noche de velada, las letras maestras de cada una de las noventa y siete familias que poblaban el Planeta Abecedáctico reunieron a todos sus miembros para compartir la vigilia. La mayoría de las familias aceptaron con resignación la orden emanada desde el Palacio de las Letras. Otras, como la Arial y la Palatino se resistían, pero sabían que la decisión del Catálogo Central era inapelable porque había sido tomada por unanimidad de todas las letras capitulares.
Con la caída del último rayo de luz y el inicio del ocaso, todas las letras iniciaron aquel rito milenario y cada familia comenzó a estructurar una espiral, colocando canto contra canto y el área de mancha hacia adentro. Mientras en el Planeta Abecedáctico las letras se preparaban para cumplir la trascendental decisión del Catálogo Central, detrás de Tahona, la luna eclipsada, toda la flota de portaviones estelares de las ideas aguardaba el momento preciso. Ciento cincuenta gigantescos portaviones estelares, cada uno con treinta naves nodrizas en su interior, se alineaban en paralelo guarecidas por la luna. En un fotón intergaláctico llegó la orden final: Invadir, capturar y controlar todo el Planeta Abecedáctico cuando el reloj de la nave capitana marque las «i-75.n», tiempo de Ataraxia. Llegado el momento, los portaviones se abrieron en abanico y rodearon los trescientos sesenta grados del planeta por su línea ecuatorial a una altura de 45 mil puntos suspensivos. Las cuatro mil quinientas naves nodrizas despegaron de las plataformas de lanzamiento de los portaviones, la mayoría eran conceptos matemáticos con varios axiomas y más de un paradigma que transportaban, además de los tradicionales bombarderos de ideas y los ya conocidos conceptos elementales, tres batallones de diptongos paracaidistas y dos divisiones motorizadas de semas aglutinantes.
Los primeros vuelos rasantes pudieron lanzar sin resistencia antiaérea los batallones de diptongos paracaidistas y los pesados semas de oruga. En las zonas gelatinosas próximas a las escarpadas costas de los alfabetos vacíos, las fuerzas invasoras establecieron la primera de una miríada de bases militares. El diptongo Sargento Mayor del primer batallón establecido transmitió un «sin novedad en el frente» que se repitió desde todos los puntos del planeta. La desaparición aparente de las letras, los signos y los trazos fue analizada en la esfera capitana y la junta de Almirantes y Generales recomendó al Comodoro Mayor la toma definitiva del planeta con el concurso de todos los semas aglutinantes de reserva que aún se encontraban en las esferas portaviones.
Poco a poco, en menos de tres guiones, el Planeta Abecedáctico fue capturado con las cabezas de playa establecidas por los diptongos paracaidistas, que se transformaron en bases de avanzada con la llegada de los morfemas libres y que los semas de apoyo transformaron en pistas de aterrizaje para las naves nodrizas. Sólo faltaba por controlar el sector de las mesetas, ubicado a 35 grados, 30 minutos y 17 segundos de longitud Este y a 32 grados, 7 minutos y 26 segundos de latitud Norte. Se trataba de una zona montañosa rodeada por pantanos gelatinosos, con una selva intrincada de lápices rotos y bolígrafos en desuso de difícil acceso terrestre y de constantes e intensos fenómenos atmosféricos que dificultaban el sobrevuelo de la región.
Cincuenta batallones de diptongos paracaidistas se abrieron paso a través de los pantanos gelatinosos de aquella selva inusual y desconocida. Detrás de ellos, el fragor de los motores de los semas aglutinantes espesaban el ambiente con un rugido sordo y abrían brechas para facilitar el aterrizaje a los veloces conceptos elementales, derribando lápices y bolígrafos a diestra y siniestra, para fabricar tablestacados flotantes. Luego de una difícil y penosa incursión, atravesaron el pantano amniótico, penetraron el bosque de lápices y bolígrafos y llegaron hasta una masada que se elevaba unos cuatrocientos puntos suspensivos sobre el nivel de base. Era una meseta con forma de rombo orientada de Sur a Norte, de difícil acceso, erigida sobre una planicie abrupta de paredes rocosas y factura vertical que impedía el acceso a los invasores. Todos los informes de inteligencia concordaban: En ese punto se habían congregado las letras, los trazos y los signos. Entonces, comenzaron el asedio aislando la meseta y sitiando a sus moradores.
Luego de 40 títulos de bloqueo total, el 38º Batallón de la 101º División Aerotransportada (una de las 25 divisiones de tropas élite de asalto acantonadas en la ladera Noreste) inició el ascenso con sigilo de escritor solitario. No hubo resistencia, pero al llegar a la explanada superior, el diptongo Teniente que comandaba el asalto supo de inmediato que esa misión, así como toda la operación militar de invasión al Planeta Abecedáctico había sido un completo fracaso, porque todos los trazos, los signos y las letras -incluyendo a las capitulares- se habían suicidado escribiéndose ellas mismas en un texto inédito que titularon en la primera página «Relatos Para Contárselos A La Muerte».
Excelente, me he quedado leyéndote con una atención increíble. Felicitaciones.
ResponderEliminarEstoy seguro,Andrés, que todas las letras habitan felices en tus geniales escritos. He releído este cuento para disfrutarlo doblemente.Me impresiona tu imaginación desbordada y tu extraordinario dominio de las ideas.
ResponderEliminarUn Abrazo... Maestro.
wálter
Wao! Mi querido Andres, lograste que viera las letras comoo tu deseaba: en una verdadera guerra, similar a la que hacen casi a diario en mi cabeza. Claro que en la tuya la batalla es mas fuerte ya que usas armas y medios mas fuertes que los mios, creo que llegue tarde a la pelea y me tocaron apenas unas comas algo borrosas y muchos puntos suspensivos pero no suficientes para llegar lejos. Los demas signos se enredaron de tal forma que quedaron hechos una maraña y entonces mis letras comenzaron a flotar porque estaban en una dimension que no tenia fuerza de gravedad. Fue tanto lo que se mezclaron entre si que formaron un idioma que hasta el momento nadie a logrado descifrar, pero a quien le importa si ellas se entienden entre si?
ResponderEliminarEsta seria la única guerra de la que podre decir que disfrute ser participe mientras recorría su historia,¡excelente!
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