Tenía cincuenta años sentada en la misma ventana y a la misma hora. Durante todo ese tiempo vio crecer los samanes y los apamates de la vereda, fue testigo del envejecimiento de las construcciones vecinas a su ventana y participó pasivamente en los innumerables desfiles que los gobiernos militares de turno organizaron por su vereda para desplegar su poder, haciendo marchar a los apuestos soldados del país bajo la espesa sombra de la arboleda.
También presenció, atónita, cómo hace unos treinta años alguien decidió tumbar los magníficos árboles que le brindaron su sombra en las calurosas tardes de julio, cuando el sol vespertino lanza sus rayos desde la torre de la iglesia a partir de las tres de la tarde, pero lo que nunca vio fue la transformación de su rostro al envejecer, porque allí en su ventana nunca tuvo a la mano un espejo sincero y honesto.
Cuando falleció, desde su ventana vio el desfile funerario de su cadáver, con toda la pompa fúnebre que le correspondía por ser la única nieta viva del General Valdivieso, pero ella decidió permanecer allí, en su ventana. Al fin y al cabo, aquella muerta no era ella.
Este relato forma parte del Volumen I de "Relatos Para Contárselos a La Muerte" ®Depósito legal lf06120088001563 ISBN 9789801231622 / Radicación internacional Nº 7572 del 21-04 2008 -
Todos los derechos reservados © Andrés Simón Moreno Arreche Editorial Eróstanus™
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