En el oasis se burlan de ella y hasta el viejo Nopal no puede evitar una sórdida mueca cada vez que la observa así, con sus pétalos hacia el levante, agitándose con la brisa caliente y sofocante que pasa a su lado. Ayer, la Palma se inclinó y le aconsejó prudencia y mesura. Que se fijara en las otras flores y siguiera su ejemplo y que de una vez por todas se incorporara al ecosistema vegetal donde pertenecía. Pero ella, tan testaruda como hermosa, ignoró aquellas sugerencias y persistió en esparcir sus aromas y sus códigos de reproducción hacia el más allá de cualquier allá, hacia el infinito marrón después del cual intuía que otra flor, solitaria y hermosa como ella, recibiría el polen de sus deseos.
El ocaso llegó y la hermosa Margarita imbricó sus pistilos y recogió uno a uno sus blanquísimos pétalos. Tal vez mañana podría recibir algún mensaje. Quizás otra Margarita haya recibido los suyos, pero mientras tanto, seguiría esparciendo sus aromas desde el borde vegetal donde el destino dispuso que una solitaria e independiente mujer ashanti se transformara en flor al beber las aguas mágicas de aquel oasis sahariano en el Magreb.
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